Personas cruzando la calle en Pekín

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Democracia al estilo chino

Es un error creer que ese modelo es mejor solo porque puede ser mas eficaz
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11 de abril de 2021 a las 05:00

El rifirrafe público protagonizado por Estados Unidos y China en la reciente cumbre bilateral celebrada en Alaska visibilizó de forma nítida que la cohabitación futura entre las dos potencias mundiales podría escalar peligrosamente. China, con su poderío económico y confianza en sus propias fuerzas, no acepta el escrutinio de nadie en cuestiones que otros países creen que les afectan pero que Pekín considera «asuntos internos»: desde sus prácticas comerciales y el ciberespionaje hasta los derechos humanos y la seguridad nacional, entre otros. Que el desencuentro se hiciera evidente en la primera cita entre ambas potencias tras la llegada de Joe Biden a la presidencia demuestra que este difícilmente podrá rehuir la cuestión de fondo planteada, con respecto a China, por su predecesor. Hay cuestiones estructurales en la relación de China con el resto del mundo que no están bien.

Aunque los derechos humanos han sido tradicionalmente un eslabón débil del régimen chino, Washington optó a finales del mandato de Clinton por disociarlos de la relación comercial, quedando en la práctica mayormente desatendidos. Con esta y tantas otras concesiones a lo largo de las últimas cuatro décadas, EEUU y el resto del mundo desarrollado contribuyeron al fortalecimiento de la China actual. No es de extrañar, por tanto, que la delegación comunista no dudara en presentar en Alaska las credenciales de su modelo autoritario. En un tono áspero, cuestionó la situación de los derechos humanos en EEUU y la salud de la propia democracia estadounidense. «Mucha gente en Estados Unidos tiene poca confianza en su democracia», observó; al contrario, el Partido Comunista tiene «un amplio respaldo del pueblo chino», sentenció. Esto constituyó una enmienda a la totalidad a las democracias occidentales mientras que los diplomáticos comunistas no tuvieron reparo en presentar al modelo chino como una «democracia al estilo chino», una perversión lingüística evidente que sus medios de propaganda estatales tratan de difundir y normalizar. De hecho, la narrativa oficial china insiste, cada vez con más frecuencia, en la superioridad del modelo chino sobre las democracias occidentales. Sus evidencias principales son su gestión de la pandemia y la supuesta erradicación de la pobreza en China.

Precisamente, las conclusiones preliminares de un estudio de Global Americans y Cadal sobre desinformación y propaganda contenidas en las ediciones en español de los medios estatales chinos, arroja que Pekín aprovecha el desarrollo de su vacuna no solo para posicionarse como una potencia científica y tecnológica emergente, sino para presentar también su sistema autoritario como un modelo de desarrollo y de gestión idóneo tanto para China como para el mundo en desarrollo. Del análisis de los contenidos y terminología de una selección representativa se deducen los esfuerzos de Pekín por divulgar una narrativa reconocible, seductora y adaptada a las audiencias latinoamericanas. Como demuestra un reciente análisis de la Fundación Konrad Adenauer, una audiencia muy apreciada por Pekín para tal propaganda son los partidos políticos de índole ideológico diverso.

En la crisis actual, las menciones de las vacunas chinas suelen ir acompañadas de una terminología en positivo, asociándolas por tanto a vocablos como eficacia, seguridad, liderazgo o bien público. Ello contrasta con la vinculación de las vacunas occidentales a palabras como muerte, reacción adversa, efectos secundarios, acaparamiento, nacionalismo o demora, que sirven para levantar sospechas sobre su eficacia y seguridad. Es un discurso envuelto en una retórica de cooperación perfectamente calculada y de indudable carga diplomática. Al relato oficial se incorporan términos como “amistad”, “generosidad”, “multilateralismo”, y eslóganes gubernamentales como “comunidad de salud”, “futuro compartido para la humanidad” o “respeto mutuo”. El régimen chino se posiciona de este modo como el líder del mundo en desarrollo frente a la hegemonía occidental, para lo cual exhibe la supuesta superioridad de su modelo para afrontar los retos actuales y futuros.

Un único ejemplo basta para desmontar la narrativa oficial china. En octubre del pasado año, China anunció su adhesión al programa Covax, cuyo objetivo es promover la distribución justa y equitativa de las vacunas. Presentada mediáticamente como un hito y como prueba de la responsabilidad, solidaridad y compromiso de China en defensa del mundo en desarrollo, los medios chinos omitieron que el gobierno de Pekín se resistió durante meses a dicha adhesión y que, cuando a regañadientes se produjo, 165 países ya lo habían hecho con anterioridad. Circunstancia que, como tantas otras sobre China, pasó mayormente desapercibida.

En un contexto de desconocimiento generalizado en América Latina sobre China, sirva lo anterior para desconfiar de los cantos de sirena de la «democracia al estilo chino» que difunde la propaganda china. No es sólo que no existe nada parecido; es que es un error creer que el modelo chino es mejor sólo porque puede ser más eficaz. Los sistemas democráticos no son infalibles ni perfectos porque su piedra angular son la libertad, los contrapesos, el respeto a la ley, la participación, la transparencia y los derechos humanos. Y la eficacia china proviene justamente de la ausencia de todos estos atributos.

Juan Pablo Cardenal es investigador asociado de www.cadal.org. Es autor de El arte de hacer amigos. Cómo el Partido Comunista chino seduce a los partidos políticos en América Latina. Fundación Konrad Adenauer y CADAL. Montevideo, 2021. Disponible en: https://dialogopolitico.org/documentos/dp-enfoque-el-arte-de-hacer-amigos/

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