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      Cuba, Stalin y el Movimiento de San Isidro

      Un asunto tiene claro el totalitarismo: demoler el disruptivo campo de lo simbólico es necesario para mandar.

      Cuba, Stalin y el Movimiento de San IsidroEl Museo de Stalin. Foto: Daro Sulakauri for The New York Times

      Se cuenta que un lugarteniente de Josef Stalin le mostró su preocupación por unas supuestas declaraciones del Papa Pío XII sobre la maldad intrínseca del régimen soviético.

      Stalin pregunta entonces por los ejércitos del Papa que respalden sus glosas. ¿La respuesta? Ninguno. El “hombre de acero” disipa con la misma pregunta los temores de su correligionario. Hacia dentro, el terror totalitario está protegido.

      Y es que este es una máquina diseñada para el control de la sociedad sin el uso de ejércitos. Stalin triunfa al desterrar a Alexander Solzhenitsin y el estalinismo fracasa al readmitir a Andrei Sajarov. Las armas no juegan papel alguno en el trámite administrativo del terror totalitario. Lo que cierta izquierda no entiende al no ver en Cuba el desfile sangriento de las dictaduras del Cono Sur.

      Un asunto tiene claro el totalitarismo: demoler el disruptivo campo de lo simbólico es necesario para mandar. Por eso Stalin no desaparece. Re emigra a Cuba. Y decide enfrentarse al Movimiento San Isidro.

      La paradoja es que los Castro evolucionan hacia un autoritarismo donde las costosas libertades cívicas se empezaron a vivir con menos dramatismo en la cultura, siempre que no se atreviera a competir por la hegemonía. Los festivales de música, de arte y poesía independientes fueron destruidos porque demostraron su potencialidad como nuevos espacios públicos para una masa activa de jóvenes psicodélicos.

      Los espacios de pequeño formato encontraron, sin embargo, cierta coexistencia con el castrismo en su despedida.

      Pero el poscastrismo, un intento tardío de liderazgo para el partido único, retoma a Stalin. Y así, si los Castro se enfrentaron a la crisis del biopoder y a la medición de la Historia, el gobierno de Miguel Díaz-Canel se topa con la crisis combinada de legitimidad y de liderazgo. Frente a ellas, la cultura es un desafío de estatura.

      El Movimiento San isidro está en el origen del doble problema de legitimidad del gobierno: el de la legitimidad del partido único como grupo de poder y como casa ideológica.

      Y al estrenarse con un decreto para contener el movimiento cultural, sus exponentes responden con una robusta aparición en los márgenes: el de los expulsados de las instituciones y el de los esquinados por la sociedad. El Movimiento San Isidro resume eso. Su potencia simbólica junta el cuerpo social marginado, de coraje callejero, con la mente creativa de artistas libres a los que no se les puede enfrentar ni en el plano estético, ni en el conceptual ni en el de la imaginación.

      La respuesta represiva del Partido-estado solo pone en evidencia y acelera la fuerte migración de la cultura dentro, hacia la cultura fuera del Estado. Este movimiento libertario, rico en múltiples manifestaciones, incluido su nuevo himno social, Patria y Vida, cambia el paradigma que sirve de referencia a la sociedad cubana.

      Como extracto de la resistencia cultural desde abajo, el Movimiento San isidro plantó su desafío en los dos ámbitos en los que el estalinismo original triunfó: en el de la destrucción del cuerpo de las víctimas y en el de la desaparición de su arte. En su pésima estrategia de comunicación, el Partido-estado legitima lo segundo, y para salvaguardar su debilitada imagen, monta una operación sanitaria que readmite al artista Luis Manuel Otero Alcántara. En la calle.

      Justicia poética. En su nueva y pobre edición, el estalinismo es derrotado en San Isidro. Hay un papel trasgresor, corrosivo y liberador de la cultura cuando viene de la sorpresa.


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      Sobre la firma

      Manuel Cuesta Morúa
      Manuel Cuesta Morúa

      Historiador (Universidad de La Habana) Autor del libro Ensayos progresistas desde Cuba (CADAL, 2015)