La Franja y la Ruta, diez años después

Se cumplen diez años de la presentación de Xi Jinping ante la comunidad internacional del proyecto insignia de la diplomacia china: la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, en su acrónimo en inglés).

La iniciativa plantea la integración económica y comercial de China con el mundo a través de corredores e infraestructuras terrestres y marítimas, financiados en su mayoría por Pekín. En la última década, al menos 151 países han firmado memorandos de adhesión, entre ellos 22 latinoamericanos y caribeños.

El "Plan Marshall" chino encuentra los argumentos de sus políticas actuales en su propia civilización. La Ruta de la Seda, una red de rutas terrestres y marítimas que hace dos mil años se desplegaba por el mundo, inspira al "proyecto del siglo", como etiqueta la propaganda del régimen.

Pero los críticos lo asemejan a un Plan Marshall chino que permite a Pekín construir su liderazgo global para sentar las bases de un nuevo orden mundial. China lanzó su estrategia de salir afuera a poco de entrar en la Organización Mundial del Comercio, en 2001. Y, por su necesidad de garantizar recursos naturales y la urbanización del país, sus empresas y bancos estatales iniciaron su internacionalización.

De la mano de su capitalismo de Estado, invirtieron en todo tipo de proyectos por medio mundo. En 2013, este modelo se empaquetó diplomáticamente. Por entonces, América Latina se había beneficiado de la demanda china y del precio de las materias primas.

Los flujos comerciales crecían exponencialmente y recibía financiación infinita. Ecuador, Argentina, Venezuela y otros países se echaron en brazos de China además por afinidad política, incluida la pulsión antiestadounidense.

¿Todo lleva a Pekín? El gobierno chino anunció en 2019 que más de 3.100 proyectos de conectividad se realizaron dentro del ámbito del BRI. Es difícil saber cuántos de ellos ya existían con anterioridad. En cualquier caso, una década después del anuncio, el plan parece haber perdido impulso tras la pandemia, el alcance de la (in)sostenibilidad de la deuda y la propia desaceleración económica en China.

Con semejante escenario, se abren alternativas menos ambiciosas. Una es la apuesta por la doble circulación, en la que China busca reducir su dependencia del comercio exterior. A la vez, pretende reforzar su economía doméstica.

Asimismo, renueva sus esfuerzos en el sudeste asiático, donde tiene influencia histórica. Aunque el desarrollo de China depende del resto del mundo, América Latina podría perder parte de su atractivo. La desglobalización selectiva, incluida la deslocalización de empresas antes instaladas en China, obliga a todos los jugadores a reacomodarse.

Pero, incluso si el BRI pierde fuerza, seguirá siendo políticamente importante para Pekín dada su pretensión de consolidarse como potencia emergente y, acaso, hegemónica. Subordinación Según los críticos, esto encierra una pretensión perversa: un orden internacional basado en una unidad de naciones económicamente dependientes de China y, por tanto, subordinadas a esta.

El BRI se ha preocupado también, de reforzar la idea de China como alternativa de poder. Aboga por el multilateralismo y busca posicionarse como el principal aliado d el sur global, muchas veces como contrapeso de Estados Unidos. Detrás de todo ello, la voluntad de Xi Jinping es atraer al sur global a su órbita e influir en un orden mundial para hacerlo más seguro para sus intereses.

Marcos Gava es Director de ReporteAsia y colaborador del proyecto Análisis Sínico en www.cadal.org.

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