Prensa
Cuba fue un aliado clave del Proceso en la ONU
Fuente: La Capital (Argentina)
La dictadura argentina halló en la Comisión de Derechos Humanos un socio vital para eludir sanciones.
La dictadura militar argentina tuvo en los años 70 en la escena internacional un socio confiable y solidario cuando arreciaban las críticas por sus brutales violaciones a los derechos humanos: Cuba. Con precisión y abundancia de fuentes, un trabajo de investigación de la estadounidense Kezia McKeague desnuda la trama de complicidades entre las dos dictaduras de signo opuesto, que se brindaron cobertura mutua ante las denuncias de las democracias occidentales. "Los cubanos siempre, siempre, nos apoyaron y nosotros los apoyamos a ellos", comentaba en aquellos años el embajador argentino en Ginebra, quien logró, con el auxilio de La Habana, evitar una condena categórica de la ONU contra el régimen militar.
El trabajo de McKeague, "Extraña alianza: relaciones argentino-cubanas en Ginebra, 1976-1983", fue publicado recientemente por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal). La investigadora explica que mientras la relación non sancta entre el Proceso y la Unión Soviética es bastante conocida no ocurre lo mismo con la alianza urdida entre la dictadura argentina y el régimen de Fidel Castro en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Precisamente la reiteración durante décadas de operaciones de encubrimiento recíproco entre dictaduras, como las urdidas por Cuba y los militares argentinos, terminó de convencer a la comunidad internacional de la necesidad de terminar con la Comisión y sustituirla por otro organismo, el flamante Consejo de Derechos Humanos, conformado el pasado 9 de mayo.
"La campaña masiva de desapariciones atrajo la atención de las Naciones Unidas apenas unos meses después del golpe", relata McKeague, y en su sesión anual de agosto de 1976 la Subcomisión (un cuerpo de trabajo dependiente de la Comisión de Derechos Humanos formado por 26 países) aprobó una resolución que mencionaba a Argentina.
Fue un revés para el embajador argentino en Ginebra, Gabriel Martínez, quien entonces desarrolló una hábil estrategia de acercamiento a Cuba y los países no alineados. El objetivo, plenamente logrado, era no seguir la suerte de la dictadura pinochetista, un paria internacional condenado al aislamiento.
En 1977 arribaron cientos de denuncias contra Argentina a la Subcomisión, donde cinco miembros tenían la misión de revisarlas. Pero para fortuna de los dictadores en Buenos Aires "los miembros soviético, paquistaní y nicaragüense (de la Subcomisión) votaron a favor del gobierno argentino (a diferencia de EEUU y Ghana), impidiendo así cualquier acción por otro año".
Exitosa estrategia
Ya en 1978, Argentina no pudo evitar ser incluida en un listado preliminar de "flagrantes violadores de los derechos humanos" y esta vez la votación de los cinco revisores le fue desfavorable. Pero ante la Subcomisión en pleno (26 miembros) el representante argentino, Mario Amadeo, argumentó que su gobierno necesitaba más tiempo para revisar las denuncias en su contra. Y con los votos decisivos de los soviéticos y los no alineados, la Argentina de Videla y Massera logró que el caso argentino no fuera enviado a la Comisión. "Este triunfo de Martínez y Amadeo impidió cualquier investigación por un año más" explica McKeague.
Pero en la siguiente reunión de la Comisión, en febrero de 1979, siete delegaciones occidentales presentaron públicamente un borrador de resolución que pedía al secretario general de la ONU que reuniera información sobre desapariciones en Argentina. Sin embargo, "Martínez había cultivado contactos personales estrechos con los delegados de los no alineados y socialistas, que utilizó para bloquear la resolución occidental". Como resultado, la resolución sobre Argentina volvió a postergarse otro año, para 1980.
En esta exitosa estrategia dilatoria, Cuba actuó "como interlocutor" entre la delegación argentina y el bloque de Europa del Este, por entonces comunista. "Cuando Martínez necesitaba pasar un mensaje a un país del Este, generalmente le pedía al embajador cubano que fuera su mensajero. Cuba también ayudó a realizar reuniones de los deleganos no alineados en nombre de Argentina". Por esto Martínez no duda en describir como "óptima" y "extremadamente cercana" a la relación con Cuba. "Los cubanos siempre, siempre, nos apoyaron y nosotros los apoyamos a ellos", afirmó Martínez en una entrevista citada en la investigación de Mckeague.
Recién en enero 1981 se logró un avance, aunque limitado, cuando una resolución incluyó a Argentina entre 15 casos de países en los que se registraban desapariciones forzadas. Habían pasado casi 5 años de exitosos juegos diplomáticos y favores cruzados entre dictaduras de signo ideológico opuesto, pero unidas en el objetivo de violar con impunidad los derechos de sus ciudadanos.
La Capital (Argentina)
La dictadura argentina halló en la Comisión de Derechos Humanos un socio vital para eludir sanciones.
La dictadura militar argentina tuvo en los años 70 en la escena internacional un socio confiable y solidario cuando arreciaban las críticas por sus brutales violaciones a los derechos humanos: Cuba. Con precisión y abundancia de fuentes, un trabajo de investigación de la estadounidense Kezia McKeague desnuda la trama de complicidades entre las dos dictaduras de signo opuesto, que se brindaron cobertura mutua ante las denuncias de las democracias occidentales. "Los cubanos siempre, siempre, nos apoyaron y nosotros los apoyamos a ellos", comentaba en aquellos años el embajador argentino en Ginebra, quien logró, con el auxilio de La Habana, evitar una condena categórica de la ONU contra el régimen militar.
El trabajo de McKeague, "Extraña alianza: relaciones argentino-cubanas en Ginebra, 1976-1983", fue publicado recientemente por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal). La investigadora explica que mientras la relación non sancta entre el Proceso y la Unión Soviética es bastante conocida no ocurre lo mismo con la alianza urdida entre la dictadura argentina y el régimen de Fidel Castro en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Precisamente la reiteración durante décadas de operaciones de encubrimiento recíproco entre dictaduras, como las urdidas por Cuba y los militares argentinos, terminó de convencer a la comunidad internacional de la necesidad de terminar con la Comisión y sustituirla por otro organismo, el flamante Consejo de Derechos Humanos, conformado el pasado 9 de mayo.
"La campaña masiva de desapariciones atrajo la atención de las Naciones Unidas apenas unos meses después del golpe", relata McKeague, y en su sesión anual de agosto de 1976 la Subcomisión (un cuerpo de trabajo dependiente de la Comisión de Derechos Humanos formado por 26 países) aprobó una resolución que mencionaba a Argentina.
Fue un revés para el embajador argentino en Ginebra, Gabriel Martínez, quien entonces desarrolló una hábil estrategia de acercamiento a Cuba y los países no alineados. El objetivo, plenamente logrado, era no seguir la suerte de la dictadura pinochetista, un paria internacional condenado al aislamiento.
En 1977 arribaron cientos de denuncias contra Argentina a la Subcomisión, donde cinco miembros tenían la misión de revisarlas. Pero para fortuna de los dictadores en Buenos Aires "los miembros soviético, paquistaní y nicaragüense (de la Subcomisión) votaron a favor del gobierno argentino (a diferencia de EEUU y Ghana), impidiendo así cualquier acción por otro año".
Exitosa estrategia
Ya en 1978, Argentina no pudo evitar ser incluida en un listado preliminar de "flagrantes violadores de los derechos humanos" y esta vez la votación de los cinco revisores le fue desfavorable. Pero ante la Subcomisión en pleno (26 miembros) el representante argentino, Mario Amadeo, argumentó que su gobierno necesitaba más tiempo para revisar las denuncias en su contra. Y con los votos decisivos de los soviéticos y los no alineados, la Argentina de Videla y Massera logró que el caso argentino no fuera enviado a la Comisión. "Este triunfo de Martínez y Amadeo impidió cualquier investigación por un año más" explica McKeague.
Pero en la siguiente reunión de la Comisión, en febrero de 1979, siete delegaciones occidentales presentaron públicamente un borrador de resolución que pedía al secretario general de la ONU que reuniera información sobre desapariciones en Argentina. Sin embargo, "Martínez había cultivado contactos personales estrechos con los delegados de los no alineados y socialistas, que utilizó para bloquear la resolución occidental". Como resultado, la resolución sobre Argentina volvió a postergarse otro año, para 1980.
En esta exitosa estrategia dilatoria, Cuba actuó "como interlocutor" entre la delegación argentina y el bloque de Europa del Este, por entonces comunista. "Cuando Martínez necesitaba pasar un mensaje a un país del Este, generalmente le pedía al embajador cubano que fuera su mensajero. Cuba también ayudó a realizar reuniones de los deleganos no alineados en nombre de Argentina". Por esto Martínez no duda en describir como "óptima" y "extremadamente cercana" a la relación con Cuba. "Los cubanos siempre, siempre, nos apoyaron y nosotros los apoyamos a ellos", afirmó Martínez en una entrevista citada en la investigación de Mckeague.
Recién en enero 1981 se logró un avance, aunque limitado, cuando una resolución incluyó a Argentina entre 15 casos de países en los que se registraban desapariciones forzadas. Habían pasado casi 5 años de exitosos juegos diplomáticos y favores cruzados entre dictaduras de signo ideológico opuesto, pero unidas en el objetivo de violar con impunidad los derechos de sus ciudadanos.