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Defensa de la Libertad de Expresión Artística
Brasil enciende la hoguera de las artes
Escribo mi comentario sobre este ambiente hostil a las artes y la cultura en Brasil en tiempos de coronavirus y de aislamiento social, en que tantos de nosotros estamos enfermos y varios ya fallecieron, incluyendo artistas como Aldir Blanc, Rubem Fonseca, Sérgio Sant’Anna, Moraes Moreira y Flávio Migliaccio. El gobierno de Bolsonaro no fue solidario hacia ninguna de estas pérdidas, prefiriendo ignorarlas, mientras sigue con su agenda conservadora.Por Camila Moraes
Bienio 2019-2020. Bienvenidos al Brasil que causa espanto.
Les doy la bienvenida, porque espantar es de alguna manera una novedad en el territorio de la persona brasileña – si es que está permitido usar el término “persona” atribuido a un país. Tomo la libertad de hacerlo por lo siguiente: nunca fue, esta, una tierra tranquila, pero, al parecer, ahora somos abiertamente autoritarios y violentos, y a los ojos de todos. A los nuestros, en primer lugar.
Entre las cosas que más nos asustan está un ambiente hostil a la libertad de creación, en un país que se destaca por su contribución a la cultura mundial, sea a través de la música, del cine o de las demás formas de arte. El reporte de la organización internacional independiente Freemuse sobre los abusos cometidos en 2019 contra la libertad artística en el mundo es correcto al denunciar a Brasil como un caso “particularmente preocupante”.
La realidad, de hecho, tal vez supere los datos en el informe. Eso, porque hay casos emblemáticos que fueron intentos concretos, aunque torpes, registrados por la prensa y por la antena de Freemuse. Sin embargo, más alarmante que esos designios de persecución, es una amenaza tácita que circula en el aire en contra de artistas, difícil de medir, pero presente, como una nube gris y cada vez más densa.
Lo primero que hay que decir es que el grupo más golpeado por la restricción a las libertades de expresión artística en Brasil es sin duda la comunidad LGBT. El episodio que llama la atención, entre los citados en el reporte, sucedió el 5 de septiembre de 2019. En la noche de ese día, el alcalde de Río de Janeiro, el evangélico conservador Marcelo Crivella, anunció en redes sociales que había exigido de los organizadores de la Bienal del Libro de Río que sacaran del evento el libro Vingadores – A Cruzada das Crianças, cuya portada estampa un beso entre dos chicos adolescentes. Al día siguiente, fiscales de la alcaldía fueron a la Bienal para intentar retirar esa y otras obras de contenido LGBT de las estanterías. Una imagen lamentable, desestimada finalmente por la Corte Suprema de Brasil, pero que nos llevó a revisitar las memorias de la dictadura.
Además del riesgo de abordar preferencias sexuales y de género, está siendo peligroso en Brasil “meterse” con Dios. Generó titulares mundiales un intento de censura a una sátira de humor del grupo Porta dos Fundos, coproducido y exhibido por Netflix, que retrata a Jesús como homosexual. Es otro de los casos investigados por Freemuse. En contra de A primeira tentação de Cristo, el juez de paz Benedicto Abicair, del Tribunal de Justicia de Río de Janeiro, alegó que los creadores de la película “actúan con agresividad y libertinaje” en relación a la fe cristiana e intentó frenar la obra en la Justicia. Además, en la víspera de Navidad, la sede de Porta dos Fundos fue atacada por bombas molotov, mientras el caso llegaba a la Corte Suprema. Por “suerte”, nuevamente, la corte no falló en salvarnos del absurdo de ver una película censurada en pleno siglo XXI.
Los intentos de censura y sobre todo las de descrédito de la clase artística por parte del mismo gobierno han sido constantes, y alcanzan pilares de la cultura brasileña, como el músico y escritor Chico Buarque y la actriz Fernanda Montenegro. A los 90 años, ella, presente en las obras de teatro, películas y telenovelas que más nos llenan de orgullo, ha resumido los tiempos actuales en un desahogo: “Nunca imaginé llegar a este momento de mi vida con esa restricción existencial tan grande alrededor de nosotros, los artistas”.
Los artistas de Brasil están familiarizados con la censura, es importante recordarlo, pero no asociada a la democracia restaurada en el país en 1985. La tijera de los censores ha podado la producción artística brasileña en la dictadura de Getulio Vargas (1930 a 1945) y siguió firme en su misión de desmenuzar la libertad hasta afilarse como nunca durante el régimen militar, cortando y vetando millares de libros, películas y obras de teatro en la década gris del 1968 al 1978. Fue sólo con la Constitución de 1988 que por primera vez quedó prohibido prohibir -por ley-.
Como se mencionó anteriormente, en la actual República de Brasil, que alzó al poder a un desequilibrado como Jair Bolsonaro, el intento de censura no tiene que ser explícito para hacer daño o presión. Eso sucede a través de herramientas operadas desde dentro del gobierno. Algo que nos queda claro con el ejemplo del sector audiovisual, con sus leyes de fomento que han permitido que, sólo el año pasado, Brasil recibiera varios premios en los más importantes festivales de cine del mundo e incluso una nominación al Oscar. Son leyes que transformaron esta industria en una de las más rentables y generadoras de empleo en el país y que ahora tuvo presupuestos, análisis y convocatorias congelados, como denunció a la prensa en el último Festival de Berlín el cineasta Kleber Mendonça. Para resumirlo, lo que dice el director de Bacurau, Aquarius y otras películas exitosas, es que el gobierno restringe la libertad frenando recursos e impidiendo el uso de espacios públicos a quienes no siguen su manual. Es un gobierno tosco, pero eficiente al actuar, lo que es un peligro.
¿Saben qué nos está salvando? Precisamente el humor, ese sí un patrimonio de la persona brasileña que mencionaba al principio. Los comediantes brasileños andan más activos e inspirados que nunca, aunque sea difícil competir con la realidad. Aparecen con sus chistes críticos y bien pensados en la TV, en los periódicos y sobre todo en redes sociales. También, por suerte, todavía podemos contar con la sanidad de algunos gobiernos municipales y estaduales, cuya voluntad política permite el rescate de obras censuradas en festivales abiertos al público. Sin hablar del rol crucial de la Corte Suprema y de protestas, peticiones y la actuación de observatorios como el Observatório de Censura à Arte, creado después del triste y difundido episodio de Queermuseu. Para quienes no se acuerdan, sucedió en 2017, cuando una muestra de 270 obras de 85 artistas sobre diversidad sexual, en el espacio Santander Cultural de Porto Alegre, terminó con las puertas cerradas.
Escribo mi comentario sobre este ambiente hostil a las artes y la cultura en Brasil en tiempos de coronavirus y de aislamiento social, en que tantos de nosotros estamos enfermos y varios ya fallecieron, incluyendo artistas como Aldir Blanc, Rubem Fonseca, Sérgio Sant’Anna, Moraes Moreira y Flávio Migliaccio. El gobierno de Bolsonaro no fue solidario hacia ninguna de estas pérdidas, prefiriendo ignorarlas, mientras sigue con su agenda conservadora. Es triste. Pero el alma brasileña -o su persona- sigue creativa, de buen genio y libre. Virus de ninguna naturaleza habrá de cambiar eso.
Camila MoraesPeriodista y guionista nacida en 1980, cinco años antes del fin de la dictadura, en San Pablo, donde reside actualmente.
Bienio 2019-2020. Bienvenidos al Brasil que causa espanto.
Les doy la bienvenida, porque espantar es de alguna manera una novedad en el territorio de la persona brasileña – si es que está permitido usar el término “persona” atribuido a un país. Tomo la libertad de hacerlo por lo siguiente: nunca fue, esta, una tierra tranquila, pero, al parecer, ahora somos abiertamente autoritarios y violentos, y a los ojos de todos. A los nuestros, en primer lugar.
Entre las cosas que más nos asustan está un ambiente hostil a la libertad de creación, en un país que se destaca por su contribución a la cultura mundial, sea a través de la música, del cine o de las demás formas de arte. El reporte de la organización internacional independiente Freemuse sobre los abusos cometidos en 2019 contra la libertad artística en el mundo es correcto al denunciar a Brasil como un caso “particularmente preocupante”.
La realidad, de hecho, tal vez supere los datos en el informe. Eso, porque hay casos emblemáticos que fueron intentos concretos, aunque torpes, registrados por la prensa y por la antena de Freemuse. Sin embargo, más alarmante que esos designios de persecución, es una amenaza tácita que circula en el aire en contra de artistas, difícil de medir, pero presente, como una nube gris y cada vez más densa.
Lo primero que hay que decir es que el grupo más golpeado por la restricción a las libertades de expresión artística en Brasil es sin duda la comunidad LGBT. El episodio que llama la atención, entre los citados en el reporte, sucedió el 5 de septiembre de 2019. En la noche de ese día, el alcalde de Río de Janeiro, el evangélico conservador Marcelo Crivella, anunció en redes sociales que había exigido de los organizadores de la Bienal del Libro de Río que sacaran del evento el libro Vingadores – A Cruzada das Crianças, cuya portada estampa un beso entre dos chicos adolescentes. Al día siguiente, fiscales de la alcaldía fueron a la Bienal para intentar retirar esa y otras obras de contenido LGBT de las estanterías. Una imagen lamentable, desestimada finalmente por la Corte Suprema de Brasil, pero que nos llevó a revisitar las memorias de la dictadura.
Además del riesgo de abordar preferencias sexuales y de género, está siendo peligroso en Brasil “meterse” con Dios. Generó titulares mundiales un intento de censura a una sátira de humor del grupo Porta dos Fundos, coproducido y exhibido por Netflix, que retrata a Jesús como homosexual. Es otro de los casos investigados por Freemuse. En contra de A primeira tentação de Cristo, el juez de paz Benedicto Abicair, del Tribunal de Justicia de Río de Janeiro, alegó que los creadores de la película “actúan con agresividad y libertinaje” en relación a la fe cristiana e intentó frenar la obra en la Justicia. Además, en la víspera de Navidad, la sede de Porta dos Fundos fue atacada por bombas molotov, mientras el caso llegaba a la Corte Suprema. Por “suerte”, nuevamente, la corte no falló en salvarnos del absurdo de ver una película censurada en pleno siglo XXI.
Los intentos de censura y sobre todo las de descrédito de la clase artística por parte del mismo gobierno han sido constantes, y alcanzan pilares de la cultura brasileña, como el músico y escritor Chico Buarque y la actriz Fernanda Montenegro. A los 90 años, ella, presente en las obras de teatro, películas y telenovelas que más nos llenan de orgullo, ha resumido los tiempos actuales en un desahogo: “Nunca imaginé llegar a este momento de mi vida con esa restricción existencial tan grande alrededor de nosotros, los artistas”.
Los artistas de Brasil están familiarizados con la censura, es importante recordarlo, pero no asociada a la democracia restaurada en el país en 1985. La tijera de los censores ha podado la producción artística brasileña en la dictadura de Getulio Vargas (1930 a 1945) y siguió firme en su misión de desmenuzar la libertad hasta afilarse como nunca durante el régimen militar, cortando y vetando millares de libros, películas y obras de teatro en la década gris del 1968 al 1978. Fue sólo con la Constitución de 1988 que por primera vez quedó prohibido prohibir -por ley-.
Como se mencionó anteriormente, en la actual República de Brasil, que alzó al poder a un desequilibrado como Jair Bolsonaro, el intento de censura no tiene que ser explícito para hacer daño o presión. Eso sucede a través de herramientas operadas desde dentro del gobierno. Algo que nos queda claro con el ejemplo del sector audiovisual, con sus leyes de fomento que han permitido que, sólo el año pasado, Brasil recibiera varios premios en los más importantes festivales de cine del mundo e incluso una nominación al Oscar. Son leyes que transformaron esta industria en una de las más rentables y generadoras de empleo en el país y que ahora tuvo presupuestos, análisis y convocatorias congelados, como denunció a la prensa en el último Festival de Berlín el cineasta Kleber Mendonça. Para resumirlo, lo que dice el director de Bacurau, Aquarius y otras películas exitosas, es que el gobierno restringe la libertad frenando recursos e impidiendo el uso de espacios públicos a quienes no siguen su manual. Es un gobierno tosco, pero eficiente al actuar, lo que es un peligro.
¿Saben qué nos está salvando? Precisamente el humor, ese sí un patrimonio de la persona brasileña que mencionaba al principio. Los comediantes brasileños andan más activos e inspirados que nunca, aunque sea difícil competir con la realidad. Aparecen con sus chistes críticos y bien pensados en la TV, en los periódicos y sobre todo en redes sociales. También, por suerte, todavía podemos contar con la sanidad de algunos gobiernos municipales y estaduales, cuya voluntad política permite el rescate de obras censuradas en festivales abiertos al público. Sin hablar del rol crucial de la Corte Suprema y de protestas, peticiones y la actuación de observatorios como el Observatório de Censura à Arte, creado después del triste y difundido episodio de Queermuseu. Para quienes no se acuerdan, sucedió en 2017, cuando una muestra de 270 obras de 85 artistas sobre diversidad sexual, en el espacio Santander Cultural de Porto Alegre, terminó con las puertas cerradas.
Escribo mi comentario sobre este ambiente hostil a las artes y la cultura en Brasil en tiempos de coronavirus y de aislamiento social, en que tantos de nosotros estamos enfermos y varios ya fallecieron, incluyendo artistas como Aldir Blanc, Rubem Fonseca, Sérgio Sant’Anna, Moraes Moreira y Flávio Migliaccio. El gobierno de Bolsonaro no fue solidario hacia ninguna de estas pérdidas, prefiriendo ignorarlas, mientras sigue con su agenda conservadora. Es triste. Pero el alma brasileña -o su persona- sigue creativa, de buen genio y libre. Virus de ninguna naturaleza habrá de cambiar eso.