Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

Prensa

02-08-2009

América latina: Vecinos (cada vez más) lejanos

Fuente: La Nación (Argentina)

Brasil, Uruguay y Chile recuperaron la democracia un poco después que la Argentina, pero su evolución política los muestra hoy, dos décadas más tarde, muy lejos de los personalismos, las antinomias y las mañas de la política partidaria vigentes en nuestro país. Tres ejemplos que elegimos no seguir.

Por Jorge Elías

Qué nos sucede, vida, que, últimamente, la Argentina se parece cada vez menos a países vecinos como Uruguay, Chile y Brasil? En ellos habrá elecciones presidenciales este año y el próximo. Los mandatarios, con altos índices de aprobación, no serán reelegidos ni, más allá de sus afinidades personales y partidarias, designarán a dedo a sus sucesores, como en la transición de los Kirchner en 2007. En las listas para cargos legislativos no se prevé que vaya a haber candidatos que, de ser elegidos, no cumplan con el compromiso ético de dejar de ser funcionarios o gobernadores, como en las legislativas argentinas. Nadie teme un caos si los gobiernos cambian de color.

La Argentina, pionera en juzgar a las juntas militares, recobró en forma precipitada la democracia a finales de 1983, un año y monedas antes que Uruguay y Brasil, y casi siete antes que Chile. Más allá de las asociaciones regionales, cada país progresó por su cuenta y, a su vez, resolvió como pudo el drama de los años de plomo. En el último Índice Global de Competitividad, diagnóstico del Foro Económico Mundial sobre la habilidad de los gobiernos para proveer prosperidad a sus ciudadanos, Chile, Brasil y Uruguay, en ese orden, superan por varios cuerpos a la Argentina, rezagada al puesto número 13 entre 19 países latinoamericanos auscultados.

¿Qué nos sucede, en definitiva? ¿Insistimos en violar la ley, confundir lo público con lo privado y desdeñar la palabra empeñada, como dice Carlos Ortiz de Rozas? ¿O priman las decisiones sobre las deliberaciones y las negociaciones, como apunta Gerardo Caetano? ¿O, a diferencia de los otros países, el peronismo marca la cancha cual fenómeno político y cultural, como coinciden en afirmar Fabián Calle y Patricio Navia? ¿O los otros países, como Uruguay, invirtieron más en despertar confianza, como juzga Rafael Michelini? ¿O los liderazgos están por encima de las instituciones, como señala Gabriel Salvia? ¿O, acaso, campea entre nosotros una enorme confusión entre cuál de los Kirchner gobierna, como observa Chico Santa Rita? ¿O nos sucede todo eso, síntesis de las opiniones recogidas por LA NACION en los cuatro países, y algún bolero más?

"La diferencia básica con Uruguay y Chile es que, a pesar de haber tenido rupturas del orden constitucional como nosotros, respetan las leyes -dice el embajador Carlos Ortiz de Rozas, director del Instituto de Política Internacional de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas tras una dilatada trayectoria diplomática-. En la Argentina se condenó a las juntas militares, pero vino un presidente con facultades constitucionales y les concedió el indulto a los militares y los jefes guerrilleros. Después vino otro presidente y, como si nada hubiera pasado, retomó la condena contra los militares, no contra los jefes guerrilleros."

Como miembro del consejo de notables que elaboró la ley de ética pública, Ortiz de Rozas advierte sobre el peligro de dar malos ejemplos: "El argentino conduce su coche y, si nada se cruza en su camino, pasa el semáforo en rojo. En esa esquina puede cumplir o violar la ley. Tenemos varios ejemplos de incumplimientos de leyes. Nada es gratis. La imagen en el exterior es mala y no vienen inversiones. En Uruguay, en las recientes elecciones internas, el presidente Tabaré Vázquez respetó a los opositores y los opositores respetaron al presidente Tabaré Vázquez. No hemos visto eso en la Argentina desde que retornó la democracia. El ejemplo siempre viene de arriba".

Tras las internas de Uruguay, los candidatos presidenciales por el Frente Amplio y el Partido Nacional convocaron a los derrotados como compañeros de fórmula para los comicios del 28 de octubre. A su vez, el candidato oficialista, José Mujica, preso durante la dictadura que se había hecho famoso por fugarse con otros tupamaros de la antigua cárcel de Punta Carretas, se reunió con el candidato colorado, Pedro Bordaberry, hijo del presidente de facto Juan María Bordaberry. En la Argentina, tras los juicios promovidos por Raúl Alfonsín y los indultos firmados por Carlos Menem, los Kirchner ahondaron la antinomia entre los bandos enfrentados en los años setenta en lugar de abogar por la reconciliación.

"El problema argentino es ante todo político -considera, desde Montevideo, Gerardo Caetano, profesor de historia de varias universidades y miembro de número de la Academia Nacional de Letras de Uruguay-. La persistencia de una cultura política de la confrontación, de las antinomias irreductibles, de una acumulación de poder sobre otras perspectivas más negociadoras o institucionalistas que admitan al adversario y no lo estigmaticen hasta su negación configuraron, bajo gobiernos diferentes, una constante que ha bloqueado la consolidación del desarrollo y el arraigo de la democracia."

En 2003, en su primera cita con Bush, Néstor Kirchner se llamó a sí mismo "patagónico testarudo". En el Salón Oval, su anfitrión replicó: "Yo soy un texano testarudo, así que vamos a llevarnos bien". Luego quiso saber si, como "ese muchacho, Lula", era de izquierda: "Yo soy peronista", obtuvo como respuesta. Kirchner ya había percibido el interés de Chávez por acercarse a él la primera vez que se vieron, en Asunción, ese mismo año: "¿Por qué tengo 14.000 gasolineras en EE.UU. y no en la Argentina?". No era una pregunta; era una propuesta.

Este año, Barack Obama elogió a Lula a pesar de ser "percibido como un fuerte izquierdista" en los Estados Unidos: "¡Este es el hombre! -exclamó-. Me encanta este tipo"; dijo también que era "el político más popular de la Tierra". Con la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, aunque "su gobierno no concuerde con nuestra política exterior", tampoco ahorró alabanzas: "Es una de los mejores líderes de América latina". La relación de su país con ambos gobiernos, agregó, "señala el camino para otros países".

En la Argentina, herida por las viles "operaciones basura" supuestamente montadas por la CIA con los petrodólares de Chávez durante el gobierno de Bush, Cristina Kirchner comparó a Obama con su marido y aventuró que había leído a Perón. Los Kirchner siempre creyeron que sus desplantes a Bush y sus loas a Obama estuvieron dirigidos a presidentes de países distintos.

"Las nuevas formas de la política afectan a todos los países del Cono Sur, pero en la Argentina existen fenómenos que van contra las instituciones -concluye Caetano-. Me refiero al vaciamiento de los partidos, las persistentes apelaciones hacia movimientos y personas, la farandulización de la política, la banalización de los procedimientos y las garantías, y la prioridad otorgada a las decisiones sobre la deliberación y la negociación."

Néstor Kirchner desechó la posibilidad de ser reelegido en 2007. La designación de su mujer como delfina y, una vez en la presidencia, la continuidad de sus ministros y su estilo hermético de gestión dejaron entrever "que no entendió que las hegemonías no alcanzan a durar una década en la Argentina, como ocurrió con Menem y Perón", evalúa Fabián Calle, profesor de relaciones internacionales de las universidades Di Tella y Católica Argentina. Por definición, agrega, "el peronismo es una cultura impregnada de populismo, que deriva en una hegemonía por falta de instituciones. Puede ser tanto pro mercado y pro Washington como desarrollista y no alineado, y puede ser oficialista y opositor a la vez. El caudillo gobierna. Desde 1991 hasta proclamados antiperonistas votan por el peronismo. Y aquellos que quieren formar partidos necesitan una pata peronista".

Esa pata peronista, reflejo del movimiento que se resiste a ser partido, no existe en Uruguay, Chile y Brasil, donde los populismos de sesgo personalista tuvieron su cuarto de hora en el siglo pasado. En la Argentina, cara y cruz con el mundo, todo tiempo pasado fue mejor. La nostalgia fija la agenda, pero el largo plazo vence en un par de días.

"Prevalecen los liderazgos por encima de las instituciones y la confrontación por encima de la búsqueda de consensos -juzga Gabriel Salvia, director del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal)-. El Frente Amplio, la Concertación y el Partido de los Trabajadores tienen institucionalidad interna. El nivel de la dirigencia política argentina es claramente inferior."

Prueba de ello es la escasa cotización en foros internacionales de los ex presidentes argentinos en comparación con figuras como Julio María Sanguinetti, Ricardo Lagos y Fernando Henrique Cardoso.

La reinvención de la rueda

En poco más de un cuarto de siglo, el desarrollo de las democracias de Uruguay, Chile y Brasil resultó ser desparejo en comparación con el argentino. "La transición en nuestro país se dio en forma precipitada por la derrota en la guerra de las Malvinas -conviene Calle-. El primer gobierno democrático terminó antes de tiempo por la hiperinflación. En los otros países no terminaron de ese modo."

En la transición, Uruguay se resistió durante años a juzgar a los militares; Chile no habría revisado el prontuario de Pinochet de no haber sido detenido en 1998 en Londres, y Brasil tardó 24 años en responsabilizar al régimen militar de las violaciones de los derechos humanos entre 1964 y 1985.

En Chile, la Concertación gobierna desde el final de la dictadura de Pinochet, en 1990: en 19 años, socialistas y democristianos se alternaron en La Moneda acompañados de ministros propuestos por el partido derrotado en las elecciones internas. En la Argentina, la transversalidad declamada por Néstor Kirchner como una presunta reinvención de la malograda Alianza descarriló en el conflicto del gobierno de su mujer con el campo: el vicepresidente radical Julio Cobos terminó siendo una suerte de enemigo íntimo, vedado de inmiscuirse en los asuntos del Estado y de pisar el despacho presidencial.

"El gobierno de Cristina Kirchner parece ser muy artificial -dice desde San Pablo el especialista brasileño en marketing político Chico Santa Rita-. La presidenta no tiene un contenido profundo ni demuestra una inmersión total en los valores y las aspiraciones del pueblo. Su gobierno no se formó en la razón, sino en la emoción, que, por lo general, nunca es una buena asesora política. Le falta una fuerza impulsora. En la Argentina hay una gran confusión entre las dos personas que ejercen el poder. ¿Quién es Cristina y quién es Néstor? ¿Qué hace cada uno? Eso crea una dicotomía en la mente de las personas."

En el comienzo de su primer libro, Batalhas Eleitorais ["Batallas electorales"], Santa Rita sostiene: "Eleicao é guerra" [´Elección es guerra´]. En las legislativas del 28 de junio hubo un conato de guerra, más allá de haberse desestimado que, como toda consulta de medio término, eran un referéndum sobre la gestión presidencial. Estuvieron precedidas de una campaña mediocre, reflejado esto en el interés que despertó la caricaturización de los candidatos en Gran Cuñado, en desmedro de los mismos candidatos. Una vez concluidas las elecciones, la única certeza resultó ser la cuenta regresiva hacia las presidenciales de 2011. Y comenzaron las especulaciones. Cristina Kirchner, en lugar de felicitar a la ciudadanía por su conducta cívica, se tomó su tiempo para evaluar el resultado con extrañas ecuaciones y deducciones aritméticas. El llamado al diálogo y el cambio de ministros confirmaron la derrota no asumida.

En Uruguay, según el senador oficialista Rafael Michelini, líder de Nuevo Espacio, "la fórmula del gobierno del Frente Amplio fue más y más inversión. La inversión trajo empleo, mayor consumo interno, mejora de las exportaciones, aumento de la recaudación de las arcas públicas y, por lo tanto, dinero para llevar las políticas sociales adelante, lo cual retroalimentó la economía del país. Para que exista inversión, la estrategia de la izquierda fue simple: generar una ola de confianza inmensa en el país, y en sus reglas claras, transparentes, sostenidas en el tiempo".

En comparación con los vecinos, la Argentina no parece preocupada en cuidar su imagen: privilegia la democracia electoral, sustentada en los resultados de las urnas, sobre la cultura democrática, sustentada en las instituciones. "Las instituciones funcionan cuando la discrecionalidad de los actores se reduce y las reglas se aplican para todos por igual -dice, desde Manhattan, Patricio Navia, chileno, profesor de América latina de las universidades de Nueva York y Diego Portales, de Santiago-. Si las instituciones funcionan en una sola dirección, carecen de legitimidad. La Argentina ha querido hacer reformas muy rápidas y profundas. Chile ha privilegiado el gradualismo y el pragmatismo. La Concertación no intentó empezar de cero. Cambió cosas malas de la dictadura, pero mantuvo otras. En la Argentina parece que todos quieren reinventar la rueda. Incluso los malos gobiernos hacen cosas buenas."

Por regla general, según Navia, "las instituciones deben ser más importantes que las personas y las presidencias deben ser más importantes que los presidentes. Si los partidos y los movimientos se asocian con personas, como el kirchnerismo, el menemismo o el peronismo, va a ser difícil que puedan existir como instituciones políticas sólidas. Van a seguir siendo movimientos oportunistas, en torno a líderes personalistas."

¿Qué nos sucede, entonces? Todo eso y, seguramente, algún bolero más.

Fuente: Diario La Nación, Buenos Aires

 

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