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El retroceso de los Kirchner y la autonomía del Banco Central argentino
(Infolatam) Más allá de la natural preocupación por garantizar los compromisos asumidos y evitar una nueva cesación de pagos, los acontecimientos vividos en los primeros días de enero han mostrado de forma descarnada la particular manera de gobernar de los Kirchner junto a su debilidad y aislamiento creciente. Fuente: Infolatam
Por Carlos Malamud
(Infolatam) El comienzo de 2010 no ha sido especialmente refulgente para la
presidenta Cristina Fernández. Después del sprint parlamentario del último
trimestre de 2009, que le permitió aprobar una serie de leyes importantes para
su gestión, como la de medios o la prórroga del estado de emergencia económica
hasta 2011, su decisión de garantizar el pago de la deuda pública con parte de
las reservas del Banco Central de la República Argentina (BCRA) tuvo un
recorrido bastante inesperado y traumático. Y si desde las entrañas del poder,
Néstor Kirchner volvió a hablar de una nueva "conspiración permanente", esta vez
protagonizada por el vicepresidente Cobos, el grupo Clarín y su consejero
delegado Héctor Magneto, la jueza de lo contencioso administrativo María José
Sarmiento y el presidente del BCRA Martín Redrado, es porque algo muy serio
estaba pasando.
A mediados de diciembre pasado, la presidenta creó el "Fondo Bicentenario
para el Desendeudamiento y la Estabilidad", un fondo especial de US$ 6.569
millones con reservas del BCRA para garantizar el pago de la deuda externa que
vence en 2010. Más allá de la natural preocupación por garantizar los
compromisos asumidos y evitar una nueva cesación de pagos, los acontecimientos
vividos en los primeros días de enero han mostrado de forma descarnada la
particular manera de gobernar de los Kirchner junto a su debilidad y aislamiento
creciente.
En 2007, el triunfo electoral en la primera vuelta con el 45% de los votos
fue visto como una prueba de fortaleza de Cristina Kirchner. En realidad fue
todo lo contrario, pero la fragmentación y la anemia de la oposición no dejaron
ver los límites de un gobierno que comenzó su gestión bastante tocado. A escasos
días de su llegada al poder se conocieron los pormenores del "valijagate", la
maleta con dinero de PDVSA (Petróleos de Venezuela S.A.) transportada por
Antonini Wilson, que provocó un incremento de la tensión con Estados Unidos.
Meses más tarde, el aumento de las retenciones a las exportaciones agrarias
provocó un serio enfrentamiento con las organizaciones rurales y los productores
del sector, que acabó en julio de 2008 con la derrota parlamentaria del gobierno
tras la votación en el Senado de la resolución 125.
En junio de 2009, con algunos meses de anticipación a lo legalmente previsto,
se realizaron las elecciones parlamentarias que supusieron un nuevo fracaso para
las posiciones oficialistas. Era la prueba palmaria de que la época de esplendor
kirchnerista había llegado a su punto de inflexión. Tras la derrota ya nada ha
vuelto a ser como antes y las voces discrepantes, antes autosilenciadas o
marginadas, comenzaron a escucharse con nuevos bríos. Jueces, empresarios,
políticos (incluyendo a numerosos gobernadores, alcaldes, diputados y senadores
peronistas) y opinólogos, empezaron a alejarse del poder, como se ve en el acto
de indisciplina de Redrado. En este sentido, los propios peronistas han sabido
desarrollar un excelente sentido premonitorio ante la inminencia de la caída del
"pato cojo".
En diciembre, pese a la proximidad de la tradicional pausa veraniega, el
tiempo político se aceleró al cambiar la composición del Parlamento. La
oposición, con la mayoría del Congreso y un momentáneo empate en el Senado
(donde pueden abundar los casos de transfuguismo en uno y otro sentido), no se
lo pondrá nada fácil al gobierno, y eso es algo que el matrimonio Kirchner mira
con preocupación y que también conocen los restantes actores políticos. Por eso
actúa de la forma en que lo ha hecho. Sin embargo, no es la primera vez, ni será
la última, que este gobierno intenta doblegar la legislación y la
institucionalidad republicana en su propio beneficio, aunque en esta ocasión se
ha visto el desprecio que muestra hacia las instituciones y las leyes del
estado.
Para los Kirchner y sus principales colaboradores sólo cuenta su voluntad y
lo que estiman es el interés patrio, que suele confundirse con el éxito de su
gestión. Así se explica la opinión que Néstor Kirchner tiene de Redrado (un
funcionario de usar y tirar que debe estar a su servicio, como lo hizo en el
pasado, y que debe ser castigado cuando se rebela) o que el Jefe de Gabinete
Aníbal Fernández considerara "una payasada" los fallos de la jueza Sarmiento
(suspendiendo el traspaso de reservas del BCRA al Fondo Bicentenario y
reponiendo en su cargo al cesado Redrado).
El uso discrecional, casi patrimonial, que hace Fernández de la policía y su
lectura instrumental de la justicia y los jueces serían impensables sin la
anuencia de sus superiores, lo que evidencia el desprecio de la pareja
presidencial por el Poder Judicial y el Legislativo. Ese mismo desprecio lo
demuestra la presidenta cuando pide a gritos que la dejen gobernar y que los
responsables de la crisis de 2001 no sigan poniendo "palos en la rueda" de su
administración. Implícitamente lo que está demandando Cristina Fernández es que
los otros poderes del estado dejen de ejercer su responsabilidad de controlar al
gobierno en aras de su eficacia.
Una cuestión importante es ver cómo terminará la crisis del Banco Central. Si
la presidenta logra que su recurso de apelación paralice la resolución de la
jueza Sarmiento tendrá tiempo hasta marzo, fecha en que se reabre el Parlamento,
para imponer sus puntos de vista sobre el uso de las reservas del BCRA. Si no lo
consigue, la crisis se ahondará y aumentará la imagen de un gobierno a la
deriva. Pero sea cual sea el resultado el daño ya está hecho. Tanto el daño
autoinflingido por los propios Kirchner como el daño a la imagen de Argentina.
Por eso no se entiende demasiado bien el papel que está jugando Mario Blejer, un
economista solvente y de reconocido prestigio, en este berenjenal.
El 25 de mayo de 2009, cuando se celebraba el 199 aniversario de la
Revolución de Mayo, inicio del proceso de emancipación del Río de la Plata, la
presidenta Kirchner comparó las deficientes condiciones de vida de los sectores
populares en el momento de celebración del primer Centenario de la independencia
con el paraíso argentino del Bicentenario. En 1910 Argentina era un referente
positivo para el mundo. En 2010 es un referente negativo, aunque en realidad se
ha convertido en un país cada vez más irrelevante en el concierto internacional.
Y este logro, en gran medida, hay que cargarlo en el haber de los Kirchner, que
a diferencia de Brasil o Chile, han desaprovechado los años de bonanza para
impulsar el desarrollo de Argentina y en su lugar han trabajado por su propio
proyecto político, cargado de mesianismo, caudillismo e ideología.
Carlos MalamudCarlos Malamud es Investigador Principal para América Latina en el Instituto Real Elcano.
(Infolatam) El comienzo de 2010 no ha sido especialmente refulgente para la presidenta Cristina Fernández. Después del sprint parlamentario del último trimestre de 2009, que le permitió aprobar una serie de leyes importantes para su gestión, como la de medios o la prórroga del estado de emergencia económica hasta 2011, su decisión de garantizar el pago de la deuda pública con parte de las reservas del Banco Central de la República Argentina (BCRA) tuvo un recorrido bastante inesperado y traumático. Y si desde las entrañas del poder, Néstor Kirchner volvió a hablar de una nueva "conspiración permanente", esta vez protagonizada por el vicepresidente Cobos, el grupo Clarín y su consejero delegado Héctor Magneto, la jueza de lo contencioso administrativo María José Sarmiento y el presidente del BCRA Martín Redrado, es porque algo muy serio estaba pasando.
A mediados de diciembre pasado, la presidenta creó el "Fondo Bicentenario para el Desendeudamiento y la Estabilidad", un fondo especial de US$ 6.569 millones con reservas del BCRA para garantizar el pago de la deuda externa que vence en 2010. Más allá de la natural preocupación por garantizar los compromisos asumidos y evitar una nueva cesación de pagos, los acontecimientos vividos en los primeros días de enero han mostrado de forma descarnada la particular manera de gobernar de los Kirchner junto a su debilidad y aislamiento creciente.
En 2007, el triunfo electoral en la primera vuelta con el 45% de los votos fue visto como una prueba de fortaleza de Cristina Kirchner. En realidad fue todo lo contrario, pero la fragmentación y la anemia de la oposición no dejaron ver los límites de un gobierno que comenzó su gestión bastante tocado. A escasos días de su llegada al poder se conocieron los pormenores del "valijagate", la maleta con dinero de PDVSA (Petróleos de Venezuela S.A.) transportada por Antonini Wilson, que provocó un incremento de la tensión con Estados Unidos. Meses más tarde, el aumento de las retenciones a las exportaciones agrarias provocó un serio enfrentamiento con las organizaciones rurales y los productores del sector, que acabó en julio de 2008 con la derrota parlamentaria del gobierno tras la votación en el Senado de la resolución 125.
En junio de 2009, con algunos meses de anticipación a lo legalmente previsto, se realizaron las elecciones parlamentarias que supusieron un nuevo fracaso para las posiciones oficialistas. Era la prueba palmaria de que la época de esplendor kirchnerista había llegado a su punto de inflexión. Tras la derrota ya nada ha vuelto a ser como antes y las voces discrepantes, antes autosilenciadas o marginadas, comenzaron a escucharse con nuevos bríos. Jueces, empresarios, políticos (incluyendo a numerosos gobernadores, alcaldes, diputados y senadores peronistas) y opinólogos, empezaron a alejarse del poder, como se ve en el acto de indisciplina de Redrado. En este sentido, los propios peronistas han sabido desarrollar un excelente sentido premonitorio ante la inminencia de la caída del "pato cojo".
En diciembre, pese a la proximidad de la tradicional pausa veraniega, el tiempo político se aceleró al cambiar la composición del Parlamento. La oposición, con la mayoría del Congreso y un momentáneo empate en el Senado (donde pueden abundar los casos de transfuguismo en uno y otro sentido), no se lo pondrá nada fácil al gobierno, y eso es algo que el matrimonio Kirchner mira con preocupación y que también conocen los restantes actores políticos. Por eso actúa de la forma en que lo ha hecho. Sin embargo, no es la primera vez, ni será la última, que este gobierno intenta doblegar la legislación y la institucionalidad republicana en su propio beneficio, aunque en esta ocasión se ha visto el desprecio que muestra hacia las instituciones y las leyes del estado.
Para los Kirchner y sus principales colaboradores sólo cuenta su voluntad y lo que estiman es el interés patrio, que suele confundirse con el éxito de su gestión. Así se explica la opinión que Néstor Kirchner tiene de Redrado (un funcionario de usar y tirar que debe estar a su servicio, como lo hizo en el pasado, y que debe ser castigado cuando se rebela) o que el Jefe de Gabinete Aníbal Fernández considerara "una payasada" los fallos de la jueza Sarmiento (suspendiendo el traspaso de reservas del BCRA al Fondo Bicentenario y reponiendo en su cargo al cesado Redrado).
El uso discrecional, casi patrimonial, que hace Fernández de la policía y su lectura instrumental de la justicia y los jueces serían impensables sin la anuencia de sus superiores, lo que evidencia el desprecio de la pareja presidencial por el Poder Judicial y el Legislativo. Ese mismo desprecio lo demuestra la presidenta cuando pide a gritos que la dejen gobernar y que los responsables de la crisis de 2001 no sigan poniendo "palos en la rueda" de su administración. Implícitamente lo que está demandando Cristina Fernández es que los otros poderes del estado dejen de ejercer su responsabilidad de controlar al gobierno en aras de su eficacia.
Una cuestión importante es ver cómo terminará la crisis del Banco Central. Si la presidenta logra que su recurso de apelación paralice la resolución de la jueza Sarmiento tendrá tiempo hasta marzo, fecha en que se reabre el Parlamento, para imponer sus puntos de vista sobre el uso de las reservas del BCRA. Si no lo consigue, la crisis se ahondará y aumentará la imagen de un gobierno a la deriva. Pero sea cual sea el resultado el daño ya está hecho. Tanto el daño autoinflingido por los propios Kirchner como el daño a la imagen de Argentina. Por eso no se entiende demasiado bien el papel que está jugando Mario Blejer, un economista solvente y de reconocido prestigio, en este berenjenal.
El 25 de mayo de 2009, cuando se celebraba el 199 aniversario de la Revolución de Mayo, inicio del proceso de emancipación del Río de la Plata, la presidenta Kirchner comparó las deficientes condiciones de vida de los sectores populares en el momento de celebración del primer Centenario de la independencia con el paraíso argentino del Bicentenario. En 1910 Argentina era un referente positivo para el mundo. En 2010 es un referente negativo, aunque en realidad se ha convertido en un país cada vez más irrelevante en el concierto internacional. Y este logro, en gran medida, hay que cargarlo en el haber de los Kirchner, que a diferencia de Brasil o Chile, han desaprovechado los años de bonanza para impulsar el desarrollo de Argentina y en su lugar han trabajado por su propio proyecto político, cargado de mesianismo, caudillismo e ideología.
