Artículos
Monitoreo de la gobernabilidad democrática
Los ´´escraches´´, el primitivismo político y la pluma de Stuart Mill, como remedio contra la intolerancia
Si tan solo se comprendiera lo que representa para la convivencia democrática aquello que Mill expresaba hace más de un siglo y medio, entonces los avances en la cultura política argentina serían enormes.Por Gabriel C. Salvia
Por Gabriel C. Salvia (*)
BUENOS AIRES, abr 29 (DyN).- Es muy preocupante el retroceso que se registra en la Argentina en materia de pluralismo y tolerancia política, lo cual evidencia que la democracia no está suficientemente consolidada en el país.
Es que además de la elección periódica de los representantes del gobierno y la alternancia de los mismos en el poder, la democracia tiene como característica esencial la convivencia pacífica de quienes expresan distintas opiniones políticas.
Por ese motivo, la libertad de expresión resulta fundamental para consolidar ese régimen y está asociada a la tolerancia o sea, al respeto por las opiniones que no se comparten, lo que garantiza el pluralismo político. Es necesario volver a las fuentes que caracterizan a las democracias modernas de los países desarrollados.
Al respecto, en materia de libertad de expresión y tolerancia política, se hace más que necesaria la lectura de, al menos, algunos pasajes del clásico libro “Sobre la libertad” de John Stuart Mill.
En ese fenomenal alegato en defensa del pluralismo político, el filósofo, político y economista británico, importante representante de la escuela económica clásica, argumentó hace 150 años contra todo dogmatismo.
“Nunca podemos estar seguros de que la opinión que tratamos de ahogar sea falsa y si lo estuviéramos, el ahogarla sería también un mal. Negarse a oír una opinión porque se está seguro de que es falsa, equivale a afirmar que la verdad que se posee es la verdad absoluta. Toda negativa a una discusión implica una presunción de infalibilidad”, ha dicho Mill.
Unas prácticas totalmente contrarias a lo que expresa el autor son los “escraches”, los cuales representan una deplorable muestra de primitivismo político.
Sus orígenes pueden encontrarse, nada menos, que en las “porras fascistas” del régimen de Benito Mussolini, los actos de vandalismo de las SA del Partido Obrero Nacional Socialista de Adolfo Hitler y todavía pueden verse en los “mitines de repudio” que la dictadura cubana organiza contra sus disidentes pacíficos.
“Muchas conductas públicas argentinas se legitiman pese a estar cargadas de intolerancia, discriminación, fanatismo y violencia. El escrache también”, ha señalado con claridad el escritor Daniel Balmaceda.
Y agrega: “en el escrache hay un grupo de personas que identifica al enemigo mediante signos intimidatorios que denotan ideas y valores políticos. Algo clave: los escrachadores actúan como ángeles que señalan al demonio, al que debe ser discriminado, encerrado, incluso al que debe ser exterminado según el canon del Poder de turno. La raíz del escrache es reaccionaria, dogmática y, claro está, muy violenta”.
Por eso, si tan solo se comprendiera lo que representa para la convivencia democrática aquello que Mill expresaba hace más de un siglo y medio, entonces los avances en la cultura política argentina serían enormes.
A la frase mencionada en “Sobre la libertad”, se le podrían adicionar otras para contribuir a la consolidación de los valores democráticos:
“Si toda la humanidad, menos una persona, fuera de una misma opinión y esta persona fuera de opinión contraria, la humanidad sería tan injusta impidiendo que hablase, como ella misma lo sería si, teniendo poder bastante, impidiera que hablara la humanidad”.
“Si la opinión es verdadera se les priva de la oportunidad de cambiar el error por la verdad y, si errónea, pierden lo que es un beneficio no menos importante: la más clara percepción y la impresión más viva de la verdad, producida por su colisión con el error”.
“Toda época ha sostenido opiniones que las épocas posteriores han demostrado ser, no sólo falsas sino absurdas; y es tan cierto que muchas opiniones ahora generalizadas serán rechazadas por las épocas futuras, como que muchas que lo estuvieron en otro tiempo están rechazas por el presente”.
“Las opiniones y las costumbres falsas ceden gradualmente ante los hechos y los argumentos; pero, para que los hechos y los argumentos produzcan algún efecto sobre los espíritus es necesario que se expongan”.
Como puede apreciarse, frente a las nuevas formas de intimidación política, la claridad del pensador inglés y su vigencia en materia de libertad de expresión es un formidable remedio para responderle a la intolerancia del siglo XXI.
(*) GABRIEL C. SALVIA es presidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
Gabriel C. SalviaDirector GeneralActivista de derechos humanos enfocado en la solidaridad democrática internacional. En 2024 recibió el Premio Gratias Agit del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Checa. Es autor de los libros "Memoria, derechos humanos y solidaridad democrática internacional" (2024) y "Bailando por un espejismo: apuntes sobre política, economía y diplomacia en los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner" (2017). Además, compiló varios libros, entre ellos "75 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos: Miradas desde Cuba" (2023), "Los derechos humanos en las relaciones internacionales y la política exterior" (2021), "Desafíos para el fortalecimiento democrático en la Argentina" (2015), "Un balance político a 30 años del retorno a la democracia en Argentina" (2013) y "Diplomacia y Derechos Humanos en Cuba" (2011), Sus columnas de opinión han sido publicadas en varios medios en español. Actualmente publica en Clarín, Perfil, Infobae y La Nación, de Argentina. Ha participado en eventos internacionales en América Latina, África, Asia, Europa, los Balcanes y en Estados Unidos. Desde 1992 se desempeña como director en Organizaciones de la Sociedad Civil y es miembro fundador de CADAL. Como periodista, trabajó entre 1992 y 1997 en gráfica, radio y TV especializado en temas parlamentarios, políticos y económicos, y posteriormente contribuyó con entrevistas en La Nación y Perfil.
Por Gabriel C. Salvia (*)
BUENOS AIRES, abr 29 (DyN).- Es muy preocupante el retroceso que se registra en la Argentina en materia de pluralismo y tolerancia política, lo cual evidencia que la democracia no está suficientemente consolidada en el país.
Es que además de la elección periódica de los representantes del gobierno y la alternancia de los mismos en el poder, la democracia tiene como característica esencial la convivencia pacífica de quienes expresan distintas opiniones políticas.
Por ese motivo, la libertad de expresión resulta fundamental para consolidar ese régimen y está asociada a la tolerancia o sea, al respeto por las opiniones que no se comparten, lo que garantiza el pluralismo político. Es necesario volver a las fuentes que caracterizan a las democracias modernas de los países desarrollados.
Al respecto, en materia de libertad de expresión y tolerancia política, se hace más que necesaria la lectura de, al menos, algunos pasajes del clásico libro “Sobre la libertad” de John Stuart Mill.
En ese fenomenal alegato en defensa del pluralismo político, el filósofo, político y economista británico, importante representante de la escuela económica clásica, argumentó hace 150 años contra todo dogmatismo.
“Nunca podemos estar seguros de que la opinión que tratamos de ahogar sea falsa y si lo estuviéramos, el ahogarla sería también un mal. Negarse a oír una opinión porque se está seguro de que es falsa, equivale a afirmar que la verdad que se posee es la verdad absoluta. Toda negativa a una discusión implica una presunción de infalibilidad”, ha dicho Mill.
Unas prácticas totalmente contrarias a lo que expresa el autor son los “escraches”, los cuales representan una deplorable muestra de primitivismo político.
Sus orígenes pueden encontrarse, nada menos, que en las “porras fascistas” del régimen de Benito Mussolini, los actos de vandalismo de las SA del Partido Obrero Nacional Socialista de Adolfo Hitler y todavía pueden verse en los “mitines de repudio” que la dictadura cubana organiza contra sus disidentes pacíficos.
“Muchas conductas públicas argentinas se legitiman pese a estar cargadas de intolerancia, discriminación, fanatismo y violencia. El escrache también”, ha señalado con claridad el escritor Daniel Balmaceda.
Y agrega: “en el escrache hay un grupo de personas que identifica al enemigo mediante signos intimidatorios que denotan ideas y valores políticos. Algo clave: los escrachadores actúan como ángeles que señalan al demonio, al que debe ser discriminado, encerrado, incluso al que debe ser exterminado según el canon del Poder de turno. La raíz del escrache es reaccionaria, dogmática y, claro está, muy violenta”.
Por eso, si tan solo se comprendiera lo que representa para la convivencia democrática aquello que Mill expresaba hace más de un siglo y medio, entonces los avances en la cultura política argentina serían enormes.
A la frase mencionada en “Sobre la libertad”, se le podrían adicionar otras para contribuir a la consolidación de los valores democráticos:
“Si toda la humanidad, menos una persona, fuera de una misma opinión y esta persona fuera de opinión contraria, la humanidad sería tan injusta impidiendo que hablase, como ella misma lo sería si, teniendo poder bastante, impidiera que hablara la humanidad”.
“Si la opinión es verdadera se les priva de la oportunidad de cambiar el error por la verdad y, si errónea, pierden lo que es un beneficio no menos importante: la más clara percepción y la impresión más viva de la verdad, producida por su colisión con el error”.
“Toda época ha sostenido opiniones que las épocas posteriores han demostrado ser, no sólo falsas sino absurdas; y es tan cierto que muchas opiniones ahora generalizadas serán rechazadas por las épocas futuras, como que muchas que lo estuvieron en otro tiempo están rechazas por el presente”.
“Las opiniones y las costumbres falsas ceden gradualmente ante los hechos y los argumentos; pero, para que los hechos y los argumentos produzcan algún efecto sobre los espíritus es necesario que se expongan”.
Como puede apreciarse, frente a las nuevas formas de intimidación política, la claridad del pensador inglés y su vigencia en materia de libertad de expresión es un formidable remedio para responderle a la intolerancia del siglo XXI.
(*) GABRIEL C. SALVIA es presidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).