Prensa
Perú, ante un nuevo dilema
Fuente: La Nación (Argentina)
Raúl Ferro
Para LA NACION
Perú ha sido una de las principales historias de éxito económico en América del Sur en los últimos años. Pese a sus graves problemas de inequidad social y brecha educacional, el país se las ha arreglado para que su economía crezca a tasas asiáticas, para que las calificadoras de riesgo le dieran el preciado grado de inversión y para atraer miles de millones de dólares a sectores tan diversos como la minería, la energía, el comercio minorista y la agroindustria.
Este avance se ha dado siempre, sin embargo, con sobresaltos políticos. En 1990, el ganador de las elecciones, Alberto Fujimori, era percibido como la encarnación del mal. Desconocido, sin experiencia política y con ambiguos discursos populistas, se las arregló para derrotar la propuesta liberal del hoy premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Más allá de sus abusos autoritarios, Fujimori fue, sin embargo, el reformador de la economía peruana.
El segundo gobierno de Fujimori se hundió en su propio lodo de corrupción y abuso de los derechos humanos, y terminó con su huida y renuncia por fax a la presidencia. Lo sucedió un gobierno de transición encabezado por el presidente del Congreso, Valentín Paniagua, un político de la vieja guardia que desconfiaba del modelo de economía que impuso Fujimori, pero que lo mantuvo.
El ganador de las siguientes elecciones, Alejandro Toledo, era percibido por la opinión pública como sospechoso de populismo. Sin embargo, Toledo consolidó el modelo de economía de mercado inaugurado por Fujimori diez años antes. Las elecciones siguientes también parecían un camino seguro al desastre. A segunda vuelta pasaron el nacionalista Ollanta Humala y el ex presidente Alan García, cuyo mandato en la segunda mitad de los ochenta estuvo marcado por toda suerte de exabruptos, récords hiperinflacionarios y violencia política. Esa elección se planteó como optar por lo malo o lo peor.
Sin embargo, en su segundo mandato, García mantuvo las políticas económicas anteriores y comenzó a cosechar los frutos de las reformas, con reducciones significativas en los niveles de pobreza y altas tasas de inversión extranjera, de crecimiento del consumo interno.
Y llegamos a 2011. El dilema se repite. El domingo, los peruanos deberán elegir entre el nacionalista Humala y la populista de derecha Keiko Fujimori, hija del ex presidente que, por cierto, se encuentra en prisión en el Perú. Es decir, entre lo malo y lo peor.
¿Se repetirá la historia? Es fácil caer en la tentación facilista y decir que así será. Al fin y al cabo, Humala ha suavizado su discurso respecto de las elecciones anteriores, trabajando en la campaña actual con asesores del ex presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, mientras que se da por descontado que Fujimori hija mantendrá el modelo económico instaurado por su padre.
Los mercados parecen haber optado por esta visión optimista. Sin embargo, habrá nerviosismo. Si bien hay miles de millones de dólares comprometidos en el proyecto en curso -desde nuevas minas en el interior del país hasta centros comerciales en los centros urbanos- que se mantendrán (es más costoso detener esos proyectos que terminarlos), los agentes económicos andarán con bastante cautela hasta ver, primero, el resultado de la segunda vuelta y, segundo, cuáles son las intenciones reformistas del nuevo gobierno.
Humala es el candidato que genera más preocupaciones, dadas sus antiguas simpatías por el presidente venezolano Hugo Chávez y su discurso antichileno. Hay que tener en cuenta que Chile es uno de los principales inversionistas extranjeros en Perú.
Posiblemente hoy el riesgo con Humala no sea que aplique una política radical, sino que opte por medidas voluntaristas. Un ejemplo de este tipo de voluntarismo ingenuo lo podemos encontrar en Ecuador, donde el gobierno del presidente Correa impuso un límite estricto a las tasas de interés máximas que pueden cobrar los bancos. La medida buscaba proteger a los ciudadanos, pero ha hecho inviable, por ejemplo, la industria de las microfinanzas, que tanto han ayudado a sacar a cientos de miles de latinoamericanos de la pobreza.
A largo plazo, el riesgo que continúa latente en el Perú proviene de su debilidad institucional. Los últimos mandatarios han podido mantener las condiciones macroeconómicas necesarias para promover el crecimiento del país, pero han hecho poco por hacer que la nación madure institucionalmente. Los discursos caudillistas que llevaron a Humala, García o Fujimori a la contienda electoral final son un síntoma de la ausencia de plataformas políticas e institucionales que encaucen las inquietudes de la ciudadanía y que generen los climas de consenso que han ayudados a países como Chile a asegurar la estabilidad necesaria para mantener el crecimiento a largo plazo.
El autor es analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL)
Fuente: Diario La Nación (Buenos Aires, Argentina), 31 de mayo de 2011
La Nación (Argentina)
Raúl Ferro
Para LA NACION
Perú ha sido una de las principales historias de éxito económico en América del Sur en los últimos años. Pese a sus graves problemas de inequidad social y brecha educacional, el país se las ha arreglado para que su economía crezca a tasas asiáticas, para que las calificadoras de riesgo le dieran el preciado grado de inversión y para atraer miles de millones de dólares a sectores tan diversos como la minería, la energía, el comercio minorista y la agroindustria.
Este avance se ha dado siempre, sin embargo, con sobresaltos políticos. En 1990, el ganador de las elecciones, Alberto Fujimori, era percibido como la encarnación del mal. Desconocido, sin experiencia política y con ambiguos discursos populistas, se las arregló para derrotar la propuesta liberal del hoy premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Más allá de sus abusos autoritarios, Fujimori fue, sin embargo, el reformador de la economía peruana.
El segundo gobierno de Fujimori se hundió en su propio lodo de corrupción y abuso de los derechos humanos, y terminó con su huida y renuncia por fax a la presidencia. Lo sucedió un gobierno de transición encabezado por el presidente del Congreso, Valentín Paniagua, un político de la vieja guardia que desconfiaba del modelo de economía que impuso Fujimori, pero que lo mantuvo.
El ganador de las siguientes elecciones, Alejandro Toledo, era percibido por la opinión pública como sospechoso de populismo. Sin embargo, Toledo consolidó el modelo de economía de mercado inaugurado por Fujimori diez años antes. Las elecciones siguientes también parecían un camino seguro al desastre. A segunda vuelta pasaron el nacionalista Ollanta Humala y el ex presidente Alan García, cuyo mandato en la segunda mitad de los ochenta estuvo marcado por toda suerte de exabruptos, récords hiperinflacionarios y violencia política. Esa elección se planteó como optar por lo malo o lo peor.
Sin embargo, en su segundo mandato, García mantuvo las políticas económicas anteriores y comenzó a cosechar los frutos de las reformas, con reducciones significativas en los niveles de pobreza y altas tasas de inversión extranjera, de crecimiento del consumo interno.
Y llegamos a 2011. El dilema se repite. El domingo, los peruanos deberán elegir entre el nacionalista Humala y la populista de derecha Keiko Fujimori, hija del ex presidente que, por cierto, se encuentra en prisión en el Perú. Es decir, entre lo malo y lo peor.
¿Se repetirá la historia? Es fácil caer en la tentación facilista y decir que así será. Al fin y al cabo, Humala ha suavizado su discurso respecto de las elecciones anteriores, trabajando en la campaña actual con asesores del ex presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, mientras que se da por descontado que Fujimori hija mantendrá el modelo económico instaurado por su padre.
Los mercados parecen haber optado por esta visión optimista. Sin embargo, habrá nerviosismo. Si bien hay miles de millones de dólares comprometidos en el proyecto en curso -desde nuevas minas en el interior del país hasta centros comerciales en los centros urbanos- que se mantendrán (es más costoso detener esos proyectos que terminarlos), los agentes económicos andarán con bastante cautela hasta ver, primero, el resultado de la segunda vuelta y, segundo, cuáles son las intenciones reformistas del nuevo gobierno.
Humala es el candidato que genera más preocupaciones, dadas sus antiguas simpatías por el presidente venezolano Hugo Chávez y su discurso antichileno. Hay que tener en cuenta que Chile es uno de los principales inversionistas extranjeros en Perú.
Posiblemente hoy el riesgo con Humala no sea que aplique una política radical, sino que opte por medidas voluntaristas. Un ejemplo de este tipo de voluntarismo ingenuo lo podemos encontrar en Ecuador, donde el gobierno del presidente Correa impuso un límite estricto a las tasas de interés máximas que pueden cobrar los bancos. La medida buscaba proteger a los ciudadanos, pero ha hecho inviable, por ejemplo, la industria de las microfinanzas, que tanto han ayudado a sacar a cientos de miles de latinoamericanos de la pobreza.
A largo plazo, el riesgo que continúa latente en el Perú proviene de su debilidad institucional. Los últimos mandatarios han podido mantener las condiciones macroeconómicas necesarias para promover el crecimiento del país, pero han hecho poco por hacer que la nación madure institucionalmente. Los discursos caudillistas que llevaron a Humala, García o Fujimori a la contienda electoral final son un síntoma de la ausencia de plataformas políticas e institucionales que encaucen las inquietudes de la ciudadanía y que generen los climas de consenso que han ayudados a países como Chile a asegurar la estabilidad necesaria para mantener el crecimiento a largo plazo.
El autor es analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL)
Fuente: Diario La Nación (Buenos Aires, Argentina), 31 de mayo de 2011