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La abdicación de los líderes
(La Tercera / Chile) Hoy vivimos en un mundo dominado por las imágenes y las emociones, más que por las palabras y los conceptos. La política y los políticos han ido abandonando su razón de ser en los proyectos, en las ideas, para mutar hacia un concurso de empatía. Por Gonzalo Cordero
(La Tercera / Chile) Hace años le pregunté a un taxista en Buenos Aires cómo han hecho los ciudadanos para evitar que Argentina sea un país desarrollado. “Y… eligiendo a los políticos que elegimos”, me contestó. Preferí no seguir con la pregunta obvia de por qué eligen a ese tipo de políticos.
La respuesta está en la historia argentina del siglo XX y tiene que ver con ese fenómeno que llamamos peronismo. Perón fue un caudillo carismático y un ícono del populismo latinoamericano. El caudillo, a diferencia del líder, suele tener carisma en un grado equivalente a su carencia de convicciones, pero las sociedades progresan con liderazgos y no con caudillismos, por eso necesitan líderes que, con convicciones y capacidad de sintonizar con la gente, las conduzcan por un camino de progreso.
Pero hoy vivimos en un mundo dominado por las imágenes y las emociones, más que por las palabras y los conceptos. La política y los políticos han ido abandonando su razón de ser en los proyectos, en las ideas, para mutar hacia un concurso de empatía. La calidad del gobierno no se mide por sus resultados, sino por su popularidad; un buen candidato es uno popular y punto. La política se ha convertido en un cíclico peregrinaje para conocer el oráculo de las encuestas; imperceptiblemente se invirtió el orden natural, ya no es la masa la que sigue a los políticos, ahora son los políticos los que intentan seguir y adular a la masa, a veces sin sentido del pudor. Los seguidores se transformaron en seguidos, los líderes abdicaron de su rol y se convirtieron en liderados. Pero no liderados por nuevos líderes, sino miserablemente por meras ficciones estadísticas: “El 68% de los encuestados cree que…”.
Senadores y diputados proponen una asamblea constituyente. Pero si ellos forman parte del órgano constituyente, deberían tener una propuesta constitucional, promoverla, defenderla. Pero hacen una causa de no tenerla. Renuncian a liderar y ahora también empiezan a abandonar las instituciones.
Es verdad que la política no puede ser sólo testimonial, pero tampoco tiene sentido hacer política sin dar testimonio, sin tener y sostener un núcleo de convicciones y a partir de ellas pasar por el ejercicio estimulante y constructivo de convencer. Jaime Guzmán decía que la popularidad es como las mareas, va y viene. Tenía toda la razón, por eso los líderes no siempre son populares y tampoco ganan todas las elecciones, pero son líderes, y cuando llega su momento cambian la historia.
No es sostenible el progreso en un país en que a las máximas posiciones de la política se llega a través de un casting. En todos los partidos quedan algunos pocos políticos, cada vez menos, con convicciones y liderazgo, pero no son los más populares, no tienen la mejor sonrisa, no suelen llorar ni bailar en televisión y, además, siempre hay alguien que destaca su mayor rechazo en las encuestas. Son una especie en extinción. Temo que llegue el día en que un turista, huyendo de la protesta del momento, se suba a un taxi y le pregunte al conductor cómo hicieron los chilenos para evitar que fuéramos el primer país desarrollado de América Latina. Los taxistas argentinos ya conocen la respuesta a esa pregunta.
Fuente: La Tercera (Chile)
Gonzalo Cordero
(La Tercera / Chile) Hace años le pregunté a un taxista en Buenos Aires cómo han hecho los ciudadanos para evitar que Argentina sea un país desarrollado. “Y… eligiendo a los políticos que elegimos”, me contestó. Preferí no seguir con la pregunta obvia de por qué eligen a ese tipo de políticos.
La respuesta está en la historia argentina del siglo XX y tiene que ver con ese fenómeno que llamamos peronismo. Perón fue un caudillo carismático y un ícono del populismo latinoamericano. El caudillo, a diferencia del líder, suele tener carisma en un grado equivalente a su carencia de convicciones, pero las sociedades progresan con liderazgos y no con caudillismos, por eso necesitan líderes que, con convicciones y capacidad de sintonizar con la gente, las conduzcan por un camino de progreso.
Pero hoy vivimos en un mundo dominado por las imágenes y las emociones, más que por las palabras y los conceptos. La política y los políticos han ido abandonando su razón de ser en los proyectos, en las ideas, para mutar hacia un concurso de empatía. La calidad del gobierno no se mide por sus resultados, sino por su popularidad; un buen candidato es uno popular y punto. La política se ha convertido en un cíclico peregrinaje para conocer el oráculo de las encuestas; imperceptiblemente se invirtió el orden natural, ya no es la masa la que sigue a los políticos, ahora son los políticos los que intentan seguir y adular a la masa, a veces sin sentido del pudor. Los seguidores se transformaron en seguidos, los líderes abdicaron de su rol y se convirtieron en liderados. Pero no liderados por nuevos líderes, sino miserablemente por meras ficciones estadísticas: “El 68% de los encuestados cree que…”.
Senadores y diputados proponen una asamblea constituyente. Pero si ellos forman parte del órgano constituyente, deberían tener una propuesta constitucional, promoverla, defenderla. Pero hacen una causa de no tenerla. Renuncian a liderar y ahora también empiezan a abandonar las instituciones.
Es verdad que la política no puede ser sólo testimonial, pero tampoco tiene sentido hacer política sin dar testimonio, sin tener y sostener un núcleo de convicciones y a partir de ellas pasar por el ejercicio estimulante y constructivo de convencer. Jaime Guzmán decía que la popularidad es como las mareas, va y viene. Tenía toda la razón, por eso los líderes no siempre son populares y tampoco ganan todas las elecciones, pero son líderes, y cuando llega su momento cambian la historia.
No es sostenible el progreso en un país en que a las máximas posiciones de la política se llega a través de un casting. En todos los partidos quedan algunos pocos políticos, cada vez menos, con convicciones y liderazgo, pero no son los más populares, no tienen la mejor sonrisa, no suelen llorar ni bailar en televisión y, además, siempre hay alguien que destaca su mayor rechazo en las encuestas. Son una especie en extinción. Temo que llegue el día en que un turista, huyendo de la protesta del momento, se suba a un taxi y le pregunte al conductor cómo hicieron los chilenos para evitar que fuéramos el primer país desarrollado de América Latina. Los taxistas argentinos ya conocen la respuesta a esa pregunta.
Fuente: La Tercera (Chile)
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