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03-10-2012

Pierre Dubois y la carta pastoral

(El Mercurio) El resultado es que la Iglesia ha perdido, con toda razón, influencia en la opinión pública. Los chilenos siguen definiéndose como creyentes, pero ya le hacen poco caso a la Iglesia.
Por Carlos Peña

(El Mercurio) La muerte de Pierre Dubois trae a la memoria una Iglesia Católica que, en estos años de obsesiones por la moral sexual y la existencia de un mundo ultraterreno, casi se había olvidado.

En los años ochenta, Pierre Dubois vivía en la población La Victoria. Esa población fue una de las primeras tomas de terreno organizadas en Latinoamérica. Quizá por eso es también una de las que cuentan con mayor identidad colectiva y de lo que, hasta poco, se llamaba conciencia de clase: la habitan personas que saben de su origen y que están orgullosas de él.

Es probable que fueran esas características -la lucha social incorporada a su identidad- las que alimentaron la pelea, a veces sorda y a veces abierta, que allí se mantuvo casi cotidianamente y por años de años contra la dictadura. Algo había en esa población -los nombres de cuyas calles mezclan, sin temor, a Marx con el Cardenal Caro y recuerdan por igual a los mártires de Chicago y a los de Ranquil- que la hacía indócil e insurrecta frente al abuso.

Allí fue donde trabajó y vivió Pierre Dubois.

Pierre Dubois estaba convencido de que un Dios que se decía hijo de carpintero y se había dejado torturar y morir en la cruz, habría habitado una población como esa. Después de todo, debió pensar: si Dios condescendió hacerse pobre para enriquecer a los hombres -según se recuerda en 2 Corintios, 8-, ¿acaso no debía él acompañar a quienes eran víctimas de la injusticia histórica y política? En vez de veranear en las Brisas de Santo Domingo o en Zapallar, vestir sotana a la medida, halagar a los donantes de la Iglesia, viajar por Europa pagado por los fieles y cultivar una fe intimista y ritual -el contraste con el cura John O' Reilly, con el sinvergüenza de Karadima, o el cura Luis Eugenio Silva salta de inmediato-, Pierre Dubois consintió vivir como pobre. Una fe exenta de la locura y los excesos de la cruz no le parecía a la altura de sí misma.

Por eso debió salir al exilio.

Volvió a Chile, y a la población La Victoria, junto con la democracia en 1990. "He vuelto a casa" -dijo entonces, emocionado.

La derecha lo consideró un personaje "conflictivo y no unitario". Andrés Chadwick, Jovino Novoa, Hernán Larraín contribuyeron el año 2000 a rechazar se le diera la nacionalidad por gracia. Eran los tiempos en que esos políticos (la memoria es frágil) abrazaban a Pinochet como su ídolo. Pierre Dubois, que se le había opuesto, no podía, en opinión de esos políticos profesionales, merecerla. Así, sólo la tuvo al año siguiente.

Es inevitable comparar la actitud de Pierre Dubois -siempre respondió afirmativamente la pregunta: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?- con la que ha tenido la Iglesia de los últimos años al enfatizar más el comportamiento sexual o íntimo de las relaciones personales, que la justicia en el ámbito de las relaciones sociales.

Allí donde hace apenas treinta años había una Iglesia comprensiva de los problemas de la intimidad, pero severa en lo social (son los años en que la Iglesia habla de "violencia institucionalizada" para caracterizar la desigualdad), hoy existe una Iglesia que es severa en la intimidad y más bien tibia en lo social (como lo prueba el hecho de que ha pasado de diagnosticar un grave pecado social, como lo hacía en los sesenta, a repetir hoy las inofensivas quejas medievales respecto del lucro).

Pierre Dubois no habría entendido nada de ese giro. Tampoco lo entienden los ciudadanos.

El resultado es que la Iglesia ha perdido, con toda razón, influencia en la opinión pública. Los chilenos siguen definiéndose como creyentes, pero ya le hacen poco caso a la Iglesia. La fe (la convicción de que la vida humana tiene un sentido que la trasciende y al que cada uno se asoma mediante la oración y el rito) se ha "desacoplado", se ha separado, quizá definitivamente, de la Iglesia institucional.

Por eso, a la mayoría le emociona hasta las lágrimas la partida, quizá hacia dónde, de Pierre Dubois, ese entusiasta del evangelio; pero lo deja más o menos frío la última carta pastoral.

Fuente: Blog El Mercurio (Chile)

Carlos Peña
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