Derechos Humanos y
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Artículos

06-04-2004

EL OCASO DEL MENEMISMO

Durante algo más de 10 años, Carlos S. Menem (PJ, La Rioja) dominó la escena política argentina y, aún después de abandonar la presidencia de la Nación, su figura siguió siendo un punto de referencia obligado. Pero su derrota en las últimas elecciones presidenciales lo arrojaron impiadosamente a la periferia de la escena, marcando el fin de todo un ciclo político.
Por Santiago Alles

Durante algo más de 10 años, Carlos S. Menem (PJ, La Rioja) dominó la escena política argentina y, aún después de abandonar la presidencia de la Nación, su figura siguió siendo un punto de referencia obligado. Pero su derrota en las últimas elecciones presidenciales lo arrojaron impiadosamente a la periferia de la escena, marcando el fin de todo un ciclo político.

Menem había accedido a la presidencia en 1989, en medio de una feroz escalada hiperinflacionaria (que venía a coronar casi quince años de estancamiento económico), gracias a sucesivas victorias, primero, sobre el aparato de su propio partido, conducido por el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires Antonio Cafiero (PJ) y, más tarde, sobre el candidato oficial y gobernador de Córdoba, Eduardo Angeloz (UCR). A partir de ese momento, Carlos Menem, surgido de la pequeña y pobre provincia andina de La Rioja, inició el proceso de construcción de un formidable poder político: alineó al Partido Justicialista detrás de su persona al punto de convertirse en un liderazgo indiscutido, por años mantuvo eclipsado y sin reacción a un partido ya centenario como la Unión Cívica Radical, sometió al poder sindical (que no sólo vio reducida su capacidad de movilización, sino también su espacio histórico dentro del peronismo), y construyó una amplia coalición política, que incluía desde sectores de la centro-derecha liberal de los grandes centros urbanos hasta los gobernadores conservadores representantes de las oligarquías del interior, sin perder las bases popular y sindical históricas del peronismo.

Por otra parte, la aplicación consecutiva de un fuerte plan de estabilización económica y de un profundo (aunque inconcluso) programa de reformas estructurales logró una acelerada recuperación económica, lo cual le valió no sólo éxitos electorales sino también amplio prestigio en los círculos financieros internacionales. A la vez, su alineamiento político con Washington le permitió tener trato (más que) amistoso y directo con la Casa Blanca. Su estrella brillaba puertas afuera a la par que su poder se consolidaba puertas adentro. Así, gracias al impulso político generado por los éxitos económicos de su primer gobierno, logró romper la veda constitucional a su reelección y, luego de su primer período de seis años (1989-1995), fue reelecto cuando arreciaba el “efecto Tequila” en sobre la economía argentina, permaneciendo otros cuatro y medio más (1995-1999) en la presidencia; Menem fue uno de los tantos presidentes latinoamericanos que, subidos a la euforia inicial lograda por las reformas, lograron ser reelectos, incluso venciendo obstáculos constitucionales. Sin embargo, su estrella se fue apagando sobre el final de su gobierno (al entregar el poder, su popularidad no superaba un 15% y 20%, según las encuestas de entonces), cuando la estela de corrupción no pudo ya ser “ocultada” detrás de los éxitos económicos: la devaluación brasileña de enero de 1999 condujo a la recesión a la economía argentina, año en que una alianza opositora derrotó a Eduardo Duhalde, candidato del peronismo aunque enemigo político interno de Menem, en las presidenciales de octubre y condujo al radical Fernando de la Rúa a la presidencia.

A medida que la crisis argentina se profundizaba durante el gobierno de Fernando de la Rúa, Menem se dedicaba a posicionar su imagen como un liderazgo confiable, capaz de devolver los años de bonanza económica vividos en sus años de gobierno. Sin embargo, el derrumbe político del gobierno de de la Rúa a fines de 2001 no le otorgó a Menem el rol de salvador que él mismo se encargaba de atribuirse; la sociedad argentina no sólo no creyó que fuera el indicado, sino que, por el contrario, fue asociado como uno de los culpables de la crisis. Su panorama político se ensombrecía aún más cuando uno de sus principales enemigos políticos, el ex gobernador de Buenos Aires, Eduardo Duhalde (PJ), ocupó en forma provisional (entre enero de 2002 y mayo de 2003) la presidencia. Desde ese lugar, Duhalde se dedicó a bloquear el proyecto de Menem de retornar a la Casa Rosada. La hora de la verdad llegó con las elecciones presidenciales de abril de 2003, en las que el peronismo se presentó dividido por primera vez en su historia.

En un escenario político fragmentado (ningún candidato rompió la barrera del 25% y cinco candidatos quedaron por sobre el 10%), Menem no pudo obtener más que una victoria pírrica: con el 24,45% de los votos quedó en primer lugar, frente al 22,25% de Néstor Kirchner (PJ, Santa Cruz), candidato apoyado por el duhaldismo desde el poder. La renuncia a la segunda vuelta no sólo no atenuó lo que hubiera sido una derrota contundente, sino que lo presentó frente a la sociedad como un hombre avejentado (hoy tiene casi 74 años de edad) y como un liderazgo terminado. Tal como lo reflejan los resultados obtenidos en las sucesivas elecciones presidenciales en las que tomó parte [ver tabla], el apoyo popular logrado durante los noventa se había diluido al llegar a la última batalla, lo cual se veía agravado por una opinión pública que rechazaba mayoritariamente su regreso (según encuestas realizadas durante el período electoral, entre un 65% y 70% aseguraba que “nunca lo votaría”) y que lo dejaba sin chance alguna de cara al ballotage al que, a la postre, renunció.

En lo que se refiere al ámbito partidario, desde entonces, entre Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde se han encargado de borrar todo rastro de menemismo dentro del partido. La fuga de dirigentes hacia otros sectores dentro del peronismo se aceleró en forma notoria. Desde el gobierno, se encaró una profunda reestructuración de la conducción partidaria, gestionada por el gobernador de Jujuy, Eduardo Fellner (PJ, hombre confiable tanto a ojos de Kirchner como de Duhalde), y bajo la atenta mirada del duhaldismo bonaerense; más allá de la crisis generada alrededor del reciente congreso partidario, está claro que en la futura conducción el menemismo encontrará muy poco espacio. Por otra parte, en cuanto a los espacios en el Estado, su hermano el senador Eduardo Menem (PJ, La Rioja) es el único dirigente con una posición institucional de importancia que puede ser considerado como un hombre propio, luego que los gobernadores más próximos a su figura se hayan desplazado hacia donde calienta el sol, en especial por la dependencia financiera de sus provincias respecto del Estado nacional: Carlos Verna (PJ, La Pampa), Juan Carlos Romero (PJ, Salta) e, incluso, Ángel Mazza (PJ, La Rioja) se muestran amigables ante Kirchner. Y, finalmente, un amplio grupo de los que fueran sus ministros y funcionarios más representativos de su gestión (desde Domingo Cavallo y María Julia Alsogaray hasta Alberto Kohan y Ramón Hernández) se encuentran en la mira de la justicia argentina. En síntesis, el menemismo, por dónde se lo mire, ve reducirse su poder.

El propio Carlos Menem se encuentra en una situación comprometida ante la Justicia, tanto argentina como, desde hace pocos meses, suiza: por un lado, el gobierno helvético recientemente incluyó a Menem en una lista especial de funcionarios políticos investigados por corrupción y lavado de dinero (que incluye, por ejemplo, al peruano Vladimiro Montesinos, el haitiano François Duvalier y el fallecido Joseph D. Mobutu), la cual instruye a los funcionarios diplomáticos y judiciales suizos a acelerar los exhortos tramitados por la Justicia argentina; y, por otro, en la misma Justicia suiza se investiga al ex presidente por lavado de dinero, en una causa independiente de los exhortos hechos desde Buenos Aires el juez federal Norberto Oyarbide. Efectivamente, el propio Oyarbide avanza en la investigación por “omisión maliciosa” de una cuenta bancaria de 600 mil dólares en Suiza. En el marco de este proceso, Oyarbide le dictó la inhibición general de bienes y en repetidas ocasiones lo ha citado a declarar, pero Menem ha permanecido instalado en Santiago de Chile (casado con la chilena Cecilia Bolocco, con la que tiene un hijo de la misma nacionalidad),  decidido a resistir lo que él considera una “persecución política”. En esta línea, ha iniciado los trámites para obtener la residencia, porque su condición de “turista” podría debilitar su estrategia.

Pero, por otra parte, algunos hombres cercanos han sondeado la posibilidad de solicitar asilo político en Chile, lo cual ha puesto en estado de alerta a la administración concertacionista. El presidente Ricardo Lagos (PS) mantiene una buena relación con su par argentino, e incluso han superado airosamente algunas pequeñas crisis diplomáticas, como la acontecida por el ingreso de agentes de inteligencia al consulado argentino en Punta Arenas. Pero Menem tiene muchos aliados políticos en la Democracia Cristiana (incluido el senador vitalicio Eduardo Frei) y no son pocos los dirigentes que recuerdan su gobierno como un período de más que saludables relaciones bilaterales. En La Moneda se ha manejado la posibilidad de proceder "conforme a derecho" en caso de que Oyarbide solicite su extradición, lo que significa dar luz verde a la petición judicial siguiendo los pasos que se acostumbra en estos casos (la Corte Suprema la recibiera y designara a un ministro para que viera la viabilidad de aceptar la extradición). Esta solución implicaría que, si bien no se concedería asilo político a Menem porque en principio no se puede suponer que sus garantías sean violadas en un país que goza de Estado de Derecho, Menem tendría la posibilidad de litigar judicialmente en Santiago resistiendo por esa vía los embates de Oyarbide; con este fin, ya se ha encargado de organizar un equipo de defensores, con importantes abogados y reconocidos operadores políticos. “La justicia chilena no reconoce ordenes de captura de jueces extranjeros, salvo que vengan acompañadas de una solicitud de extradición, la que, a su vez, analiza la Corte Suprema en un proceso que puede durar meses”, confío a La Tercera una fuente diplomática chilena.

A semanas de cumplirse quince años de la impactante victoria en las elecciones presidenciales de mayo de 1989, el menemismo parece tener muy poco futuro. En lo personal, Menem no parece dispuesto a abandonar la arena política y sus hombres más cercanos afirman que planea un último intento por acceder a la presidencia en las próximas elecciones. Sin embargo, las perspectivas no lo favorecen. La cuota de poder político que aun conserva se reduce a un pequeño sub-bloque de diputados en el Congreso, cuyas dimensiones no son seguras y recién se verán en la dinámica de la actividad legislativa recién reiniciada. Los dirigentes peronistas encontrarán muchos más incentivos para alinearse con el Ejecutivo (o con otros barones peronistas, como los gobernadores o el propio Duhalde) de los que podría ofrecer el menemismo. Cuando todavía están frescas las imágenes de la condena a 20 años de prisión contra el ex presidente nicaragüense Arnoldo Alemán en diciembre pasado y la fuga a México de Alfonso Portillo a fines de febrero a pocas semanas de abandonar la presidencia guatemalteca, Menem intenta evitar un final en prisión. A ojos de algunos relevantes operadores políticos del gobierno, el menemismo se encuentra políticamente terminado, entre la fuga de dirigentes, las sospechas de corrupción que ensombrecen a sus más notorias figuras y el desprestigio en que han caído sus usinas intelectuales.

* Para la elaboración de este artículo se han usado como fuentes: La Nación y Clarín, de Buenos Aires; El Mercurio y La Tercera, de Santiago.

Santiago Alles
Santiago Alles
Santiago M. Alles es maestrando en Estudios Latinoamericanos (USAL, España) y es licenciado en Ciencias Políticas (UCA, Argentina). Es profesor asistente de "América Latina en la Política Internacional" (UCA).
 
 
 

 
 
 
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