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Los kelpers y el ombliguismo argentino
(Club Político Argentino) Los argentinos quedamos encerrados en el círculo de nuestra propia obcecación: las islas nos pertenecen, quienes las habitan no tienen entidad y nuestro único interlocutor es Gran Bretaña. ¿Están los isleños inhabilitados como interlocutores por el hecho de ser británicos y querer seguir siéndolo? Creo que la trampa argumental estriba en colocar el foco de la atención en la “autodeterminación de los pueblos”. La discusión sobre si corresponde o no este concepto a mi entender es inútil.Por Vicente Palermo
(Club Político Argentino) Era previsible: el referéndum organizado por los malvinenses arrojó un resultado casi unánime. Muchos argentinos que han comenzado ya a dudar de la sensatez de la gárrula posición oficial en la cuestión Malvinas se preguntan por los motivos que han tenido los isleños para llevar adelante una consulta innecesaria.
A mi entender, esta iniciativa, en la que el gobierno británico no se empeñó especialmente, tuvo al menos tres motivos.
El primero es de índole ritual: votando, y haciéndolo por la continuidad, los isleños ponen en acto un sentimiento de pertenencia que forma parte a su vez de un linaje histórico –una identidad, un modo de ser- que conjuga la particularidad de ser malvinenses con la universalidad de ser británicos.
Puede que esta ritualidad se haya erigido no solamente frente a nosotros los argentinos, sino también delante de sí mismos como comunidad, en virtud del intenso proceso de cambio sufrido por las islas desde la posguerra (la calidad de vida mejoró a ojos vista) y también del crecimiento de la población no malvinense. Como sea, se trató indiscutiblemente de un acto cultural y también político. Y que implícitamente ratifica la Constitución de las Malvinas, promulgada en 1985 (piedra angular del desenvolvimiento malvinense).
Para comprender el segundo motivo consideremos la pregunta del referéndum: ¿Desea usted que las Islas Malvinas sigan siendo territorio de ultramar del Reino Unido?
El inveterado ombliguismo argentino lleva a creer que el sentido de esa pregunta se define exclusivamente por oposición a nuestra soberanía.
Y es cierto que el SÍ rechaza esta alternativa.
Pero hay otro sentido, que es el de rechazo a la opción por la independencia. Rechazar esta opción significa, en la práctica, que reside en los malvinenses la totalidad de las funciones de gobierno menos las de defensa y relaciones exteriores (y sus consiguientes presupuestos; los isleños están en el mejor de los mundos posibles, no es raro que hayan votado como lo hicieron).
Lo concreto es que los malvinenses se han cerrado el camino de la independencia por mucho tiempo.
El tercer motivo consiste en la explotación del acto en la escena internacional; también en arreglo a este paso estratégico se llevó a cabo el referéndum. La escena internacional es muy fluida (ha cambiado mucho en estas décadas: fin de la unipolaridad, emergencia de China y de los BRIC, etc.) y los malvinenses parecen ser conscientes de que el cuadro de relaciones con el que cuentan está obsoleto.
Además, están suficientemente autoconfiantes como para encarar por sí mismos la tarea (la época en la que eran apenas kelpers olvidados del mundo ya pasó).
Delante de este acontecimiento en nuestro país han surgido dos reacciones diferentes. La primera, a la que se acerca mucho la posición diplomática y política oficial, es el menosprecio.
Esta reacción alcanzó en ocasiones el extremo de la obsesión.
Obsesión grandilocuente por descalificar a los malvinenses como “población trasplantada”, negarles identidad como no sea la de intrusos y llamar al referéndum parodia.
La posición oficial es en verdad incongruente: reza el mantra del respeto al modo de vida de los isleños, pero los pisotea descalificándolos como rejuntado de okupas. La segunda reacción tiene el mérito de argumentar. En esencia, sostiene que los malvinenses han dado un paso trivial y han expresado apenas que quieren seguir siendo británicos, lo que demuestra que no gozan del derecho a la autodeterminación.
Y sin más se da por cerrado el problema: los malvinenses no son un interlocutor válido.
Así quedamos los argentinos encerrados en el círculo de nuestra propia obcecación: las islas nos pertenecen, quienes las habitan no tienen entidad y nuestro único interlocutor es Gran Bretaña.
¿Están los isleños inhabilitados como interlocutores por el hecho de ser británicos y querer seguir siéndolo?
Creo que la trampa argumental estriba en colocar el foco de la atención en la “autodeterminación de los pueblos”.
La discusión sobre si corresponde o no este concepto a mi entender es inútil. Se aplique o no, nada prohíbe que reconozcamos la legitimidad política de los malvinenses y nada impide (como no sea nuestra tozudez) que sus deseos (y no apenas sus intereses definidos por terceros) sean un componente de la difícil ecuación Malvinas.
Y el reconocimiento de los isleños como sujetos de derecho será positivo también para nosotros, puesto que nos permitirá conjugar intereses nacionales legítimos con los valores de la libertad.
Fuente: (Club Político Argentino)
Vicente PalermoConsejero AcadémicoPolitólogo y ensayista, sociólogo por la UBA y doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid. Ha vivido en España, Brasil e Italia, y es Investigador Principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Argentina. Ha dictado cursos de grado y posgrado en universidades de Argentina, Brasil, España y Uruguay. Se dedica a temas de política latinoamericana comparada y de historia política argentina reciente. Miembro del Club Político Argentino (presidente desde 2015 a 2019) y de la Sociedad Argentina de Análisis Político. Becario Guggenheim 2006-2007. Su libro Sal en las heridas ganó el premio LASA Iberoamérica 2009 así como el tercer Premio Nacional de Cultura, en 2011. Su libro "La alegría y la pasión" ganó el tercer Premio Nacional de Cultura en 2019. En 2016 recibió el premio Konex Platino de Humanidades en la disciplina Ciencias Políticas, trayectoria 2006-2015. Como presidente del CPA hasta marzo de 2019, y luego como simple socio, tuvo y tiene una intensa participación en la vida pública argentina, que se expresa a través de artículos en diversos medios, en especial en su columna mensual en el diario Clarín, y en debates frecuentes. Recientemente ha finalizado un texto académico-literario sobre la Argentina de los 60-70 y sus interpretaciones contemporáneas.
(Club Político Argentino) Era previsible: el referéndum organizado por los malvinenses arrojó un resultado casi unánime. Muchos argentinos que han comenzado ya a dudar de la sensatez de la gárrula posición oficial en la cuestión Malvinas se preguntan por los motivos que han tenido los isleños para llevar adelante una consulta innecesaria.
A mi entender, esta iniciativa, en la que el gobierno británico no se empeñó especialmente, tuvo al menos tres motivos.
El primero es de índole ritual: votando, y haciéndolo por la continuidad, los isleños ponen en acto un sentimiento de pertenencia que forma parte a su vez de un linaje histórico –una identidad, un modo de ser- que conjuga la particularidad de ser malvinenses con la universalidad de ser británicos.
Puede que esta ritualidad se haya erigido no solamente frente a nosotros los argentinos, sino también delante de sí mismos como comunidad, en virtud del intenso proceso de cambio sufrido por las islas desde la posguerra (la calidad de vida mejoró a ojos vista) y también del crecimiento de la población no malvinense. Como sea, se trató indiscutiblemente de un acto cultural y también político. Y que implícitamente ratifica la Constitución de las Malvinas, promulgada en 1985 (piedra angular del desenvolvimiento malvinense).
Para comprender el segundo motivo consideremos la pregunta del referéndum: ¿Desea usted que las Islas Malvinas sigan siendo territorio de ultramar del Reino Unido?
El inveterado ombliguismo argentino lleva a creer que el sentido de esa pregunta se define exclusivamente por oposición a nuestra soberanía.
Y es cierto que el SÍ rechaza esta alternativa.
Pero hay otro sentido, que es el de rechazo a la opción por la independencia. Rechazar esta opción significa, en la práctica, que reside en los malvinenses la totalidad de las funciones de gobierno menos las de defensa y relaciones exteriores (y sus consiguientes presupuestos; los isleños están en el mejor de los mundos posibles, no es raro que hayan votado como lo hicieron).
Lo concreto es que los malvinenses se han cerrado el camino de la independencia por mucho tiempo.
El tercer motivo consiste en la explotación del acto en la escena internacional; también en arreglo a este paso estratégico se llevó a cabo el referéndum. La escena internacional es muy fluida (ha cambiado mucho en estas décadas: fin de la unipolaridad, emergencia de China y de los BRIC, etc.) y los malvinenses parecen ser conscientes de que el cuadro de relaciones con el que cuentan está obsoleto.
Además, están suficientemente autoconfiantes como para encarar por sí mismos la tarea (la época en la que eran apenas kelpers olvidados del mundo ya pasó).
Delante de este acontecimiento en nuestro país han surgido dos reacciones diferentes. La primera, a la que se acerca mucho la posición diplomática y política oficial, es el menosprecio.
Esta reacción alcanzó en ocasiones el extremo de la obsesión.
Obsesión grandilocuente por descalificar a los malvinenses como “población trasplantada”, negarles identidad como no sea la de intrusos y llamar al referéndum parodia.
La posición oficial es en verdad incongruente: reza el mantra del respeto al modo de vida de los isleños, pero los pisotea descalificándolos como rejuntado de okupas. La segunda reacción tiene el mérito de argumentar. En esencia, sostiene que los malvinenses han dado un paso trivial y han expresado apenas que quieren seguir siendo británicos, lo que demuestra que no gozan del derecho a la autodeterminación.
Y sin más se da por cerrado el problema: los malvinenses no son un interlocutor válido.
Así quedamos los argentinos encerrados en el círculo de nuestra propia obcecación: las islas nos pertenecen, quienes las habitan no tienen entidad y nuestro único interlocutor es Gran Bretaña.
¿Están los isleños inhabilitados como interlocutores por el hecho de ser británicos y querer seguir siéndolo?
Creo que la trampa argumental estriba en colocar el foco de la atención en la “autodeterminación de los pueblos”.
La discusión sobre si corresponde o no este concepto a mi entender es inútil. Se aplique o no, nada prohíbe que reconozcamos la legitimidad política de los malvinenses y nada impide (como no sea nuestra tozudez) que sus deseos (y no apenas sus intereses definidos por terceros) sean un componente de la difícil ecuación Malvinas.
Y el reconocimiento de los isleños como sujetos de derecho será positivo también para nosotros, puesto que nos permitirá conjugar intereses nacionales legítimos con los valores de la libertad.
Fuente: (Club Político Argentino)
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