Prensa
Paradojas del éxito chileno
Las tribulaciones del Chile de hoy son consecuencia en buena parte de su propio éxito. El país ha sido exitoso en reducir la pobreza y en mejorar la calidad de vida del grueso de su población. Es cierto que esa mejora se ha basado fuertemente en mejorar su capacidad de consumo, lo que es un primer paso pero no un fin en sí mismo. Las nuevas generaciones de chilenos, nacidos en democracia y con acceso a bienes y servicios que eran lejanos objeto de deseo para sus padres y antes inimaginables para sus abuelos, han crecido con otras expectativas.
Fuente: La Nación (Argentina)
Por Raúl Ferro
Tras dos décadas y media de construir un modelo económico y político serio y eficaz que fue tomado como referencia en muchas partes del mundo, Chile parece haber perdido el rumbo. El segundo gobierno de Michelle Bachelet se embarcó en reformas necesarias pero diseñadas con torpeza y voluntarismo populista. Y lo más grave, insinuando que el modelo de las últimas décadas había fracasado y que era necesario refundarlo, poniendo en entredicho principios clave como el de privilegiar el crecimiento económico para sobre él aplicar políticas redistributivas y descuidando el ambiente para los negocios, la inversión y el emprendimiento.
Las tribulaciones del Chile de hoy son consecuencia en buena parte de su propio éxito. El país ha sido exitoso en reducir la pobreza y en mejorar la calidad de vida del grueso de su población. Es cierto que esa mejora se ha basado fuertemente en mejorar su capacidad de consumo, lo que es un primer paso pero no un fin en sí mismo.
Las nuevas generaciones de chilenos, nacidos en democracia y con acceso a bienes y servicios que eran lejanos objeto de deseo para sus padres y antes inimaginables para sus abuelos, han crecido con otras expectativas. Un espíritu más crítico y la conciencia sobre un real problema de desigualdad de ingresos y de oportunidades pese a los avances logrados, exacerbado por la simplificación del debate y la sublimación del prejuicio que reina en las redes sociales, han cambiado el humor de la sociedad chilena. ¿Qué tan profundo es el malestar? Posiblemente mucho menos de lo que parece. Pero los seres humanos nos movemos por percepciones y hoy el ruido y la movilización de los sectores descontentos son los que marcan el ritmo del debate político en Chile.
Uno de los problemas de algunos dirigentes de la coalición gobernante es haber entendido que los dos tercios de los votos con los que ganó Michelle Bachelet en la segunda vuelta electoral de diciembre de 2013 constituían un mandato abrumador para ir adelante con las propuestas de cuestionamiento del modelo planteados durante su campaña electoral, sin querer entender que una parte importante de la sociedad chilena quiere cambios, sí, pero no derrumbar un modelo que, con sus limitaciones y defectos, ha permitido encarrilar a Chile hacia el desarrollo.
El telón de fondo, sin embargo, es más complejo y tiene que ver con la capacidad de las elites políticas para entender las demandas de la sociedad y poder proponer alternativas que permitan abordarlas sin destruir lo conseguido. Para eso, además de inteligencia, hace falta capacidad de liderazgo. Al fin y al cabo, gobernar no es hacer lo que la calle o las encuestas dicen. Gobernar es escuchar las distintas voces de la sociedad, entender los límites de la realidad -especialmente los límites que marca la realidad de la economía- y ejecutar proyectos y acciones viables respetando lo avanzado y corrigiendo lo errado.
Una señal esperanzadora en este entorno pesimista -que ha visto desplomarse la confianza, la inversión y el crecimiento- ha sido la creación a principios de julio de una comisión asesora presidencial de productividad, encabezada por un respetado economista, Joseph Ramos, de la Universidad de Chile.
La productividad suele ser un tema ausente en la discusión política latinoamericana, pero que resulta clave a la hora de emprender un camino sustentable para el desarrollo. La productividad es la clave de la competitividad de un país y de una mejora sana y permanente de los ingresos de la población, especialmente de los asalariados.
Chile ha venido perdiendo el ritmo en lo que a productividad se refiere. Ésta creció a un ritmo del 2,5% anual durante la década de los noventa, para caer por distintas razones a 0,3% por año desde el año 2000 a la fecha. Diseñar políticas públicas de largo plazo que apuntalen su crecimiento es vital. Y estas políticas públicas abarcan algunas de las reformas emblemáticas planteadas por el actual gobierno, como la educacional -formación de capital humano-, la laboral y la tributaria.
Ojalá que las recomendaciones que entregue esta comisión sean escuchadas con atención por el gobierno y los líderes de la coalición de gobierno y que favorezcan los ajustes necesarios a las reformas planteadas. De esa forma, Chile podría retomar su camino de crecimiento, aprovechando los logros alcanzados en el camino recorrido y corrigiendo sus desviaciones y defectos.
Periodista y miembro del Consejo Consultivo del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina), 4 de agosto de 2015
La Nación (Argentina)
Por Raúl Ferro
Tras dos décadas y media de construir un modelo económico y político serio y eficaz que fue tomado como referencia en muchas partes del mundo, Chile parece haber perdido el rumbo. El segundo gobierno de Michelle Bachelet se embarcó en reformas necesarias pero diseñadas con torpeza y voluntarismo populista. Y lo más grave, insinuando que el modelo de las últimas décadas había fracasado y que era necesario refundarlo, poniendo en entredicho principios clave como el de privilegiar el crecimiento económico para sobre él aplicar políticas redistributivas y descuidando el ambiente para los negocios, la inversión y el emprendimiento.
Las tribulaciones del Chile de hoy son consecuencia en buena parte de su propio éxito. El país ha sido exitoso en reducir la pobreza y en mejorar la calidad de vida del grueso de su población. Es cierto que esa mejora se ha basado fuertemente en mejorar su capacidad de consumo, lo que es un primer paso pero no un fin en sí mismo.
Las nuevas generaciones de chilenos, nacidos en democracia y con acceso a bienes y servicios que eran lejanos objeto de deseo para sus padres y antes inimaginables para sus abuelos, han crecido con otras expectativas. Un espíritu más crítico y la conciencia sobre un real problema de desigualdad de ingresos y de oportunidades pese a los avances logrados, exacerbado por la simplificación del debate y la sublimación del prejuicio que reina en las redes sociales, han cambiado el humor de la sociedad chilena. ¿Qué tan profundo es el malestar? Posiblemente mucho menos de lo que parece. Pero los seres humanos nos movemos por percepciones y hoy el ruido y la movilización de los sectores descontentos son los que marcan el ritmo del debate político en Chile.
Uno de los problemas de algunos dirigentes de la coalición gobernante es haber entendido que los dos tercios de los votos con los que ganó Michelle Bachelet en la segunda vuelta electoral de diciembre de 2013 constituían un mandato abrumador para ir adelante con las propuestas de cuestionamiento del modelo planteados durante su campaña electoral, sin querer entender que una parte importante de la sociedad chilena quiere cambios, sí, pero no derrumbar un modelo que, con sus limitaciones y defectos, ha permitido encarrilar a Chile hacia el desarrollo.
El telón de fondo, sin embargo, es más complejo y tiene que ver con la capacidad de las elites políticas para entender las demandas de la sociedad y poder proponer alternativas que permitan abordarlas sin destruir lo conseguido. Para eso, además de inteligencia, hace falta capacidad de liderazgo. Al fin y al cabo, gobernar no es hacer lo que la calle o las encuestas dicen. Gobernar es escuchar las distintas voces de la sociedad, entender los límites de la realidad -especialmente los límites que marca la realidad de la economía- y ejecutar proyectos y acciones viables respetando lo avanzado y corrigiendo lo errado.
Una señal esperanzadora en este entorno pesimista -que ha visto desplomarse la confianza, la inversión y el crecimiento- ha sido la creación a principios de julio de una comisión asesora presidencial de productividad, encabezada por un respetado economista, Joseph Ramos, de la Universidad de Chile.
La productividad suele ser un tema ausente en la discusión política latinoamericana, pero que resulta clave a la hora de emprender un camino sustentable para el desarrollo. La productividad es la clave de la competitividad de un país y de una mejora sana y permanente de los ingresos de la población, especialmente de los asalariados.
Chile ha venido perdiendo el ritmo en lo que a productividad se refiere. Ésta creció a un ritmo del 2,5% anual durante la década de los noventa, para caer por distintas razones a 0,3% por año desde el año 2000 a la fecha. Diseñar políticas públicas de largo plazo que apuntalen su crecimiento es vital. Y estas políticas públicas abarcan algunas de las reformas emblemáticas planteadas por el actual gobierno, como la educacional -formación de capital humano-, la laboral y la tributaria.
Ojalá que las recomendaciones que entregue esta comisión sean escuchadas con atención por el gobierno y los líderes de la coalición de gobierno y que favorezcan los ajustes necesarios a las reformas planteadas. De esa forma, Chile podría retomar su camino de crecimiento, aprovechando los logros alcanzados en el camino recorrido y corrigiendo sus desviaciones y defectos.
Periodista y miembro del Consejo Consultivo del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina), 4 de agosto de 2015