Prensa
Argentina en la dinámica global del cambio climático
Fuente: El Cronista (Argentina)
Por Matías A. Franchini, Analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL)
El cambio climático aparece cada vez más como un vector fundamental a la hora de considerar el desarrollo de las sociedades humanas. En las últimas décadas, la comunidad internacional ha iniciado un camino de respuesta a la problemática, no obstante a un ritmo insuficiente en relación a los postulados de la ciencia.
En este marco, Argentina es un actor de baja relevancia en el tema por varios motivos. En primer lugar, porque no está entre los grandes o medianos emisores de gases de efecto invernadero (GEI): representa poco menos de 1% de las emisiones globales con nulas perspectivas de aumentar por sus condiciones demográficas y económicas. Se encuentra lejos de actores relevantes como China (26% del total), Estados Unidos (18%), la UE (14%) o incluso Brasil (5%) en su contribución al proceso de calentamiento global (Viola y Franchini, 2011).
En segundo lugar, porque no posee recursos tecnológicos suficientes para estimular la descarbonización de la economía global, cuyo elemento central es el desarrollo de tecnologías revolucionarias en el área de energía. En tercer lugar, por la propia posición del país en el sistema internacional: sus recursos y su ascendencia política sobre otros actores del escenario global.
Y finalmente, porque Argentina tiene un compromiso mínimo con la reducción de vulnerabilidades climáticas propias o sistémicas. Así, existe una llamativa distancia entre el discurso y la práctica internacional -que resalta la necesidad de reducir GEIs- y a trayectoria de política interna, que ha redundado en una expansión significativa de las emisiones en las últimas dos décadas.
Argentina podría ser definida como una potencia climática media baja, si se considera el crecimiento reciente de sus emisiones, las elevadas emisiones per cápita en relación a otros países emergentes, su nivel de renta media y su histórico de participación relevante en la construcción del actual régimen de clima. Es interesante destacar la paradoja de una Argentina activa y comprometida con la gobernanza del sistema climático hasta mediados de la década pasada -cuando el tópico era marginal-, y la menguante participación del país en las discusiones actuales, en un momento cuando el asunto cobra una dimensión central en la agenda internacional.
A pesar de esta poca relevancia relativa, existe una serie de elementos que estimula al país a participar más activamente de la creación de un nuevo acuerdo global que sea más enfático en la restricción al carbono. Para comenzar están las vulnerabilidades: Argentina es un país altamente sensible a los efectos del cambio climático. Hay regiones y sectores económicos altamente expuestos a la desestabilización del sistema climático: Patagonia y Cuyo, la generación hidroeléctrica, la producción de alimentos, la mitad de la población argentina, que vive a la vera de los ríos, donde los extremos climáticos se sentirán con más fuerza. Además, la condición de Argentina como país emergente pone en competencia directa las necesidades de adaptación y mitigación con las demandas del desarrollo, en un marco caracterizado por escasez de recursos humanos, financieros y tecnológicos.
La existencia de posibilidades factibles de mitigación funciona como un estímulo positivo, ya que para la Argentina no sería demasiado problemático encontrar alternativas para reducir su trayectoria de emisiones en el caso de que un compromiso de esa especie fuera incorporado en un nuevo acuerdo internacional sobre clima. En términos de mitigación, el país tiene opciones viables en el sector de energía, que representa un porcentaje expresivo de las emisiones totales (50%), tanto en el rubro de producción, como en el de eficiencia. Más allá de ello, en un mundo en progresiva descarbonización, el país también tendría opciones de ganancias en el área de biocombustibles y REDD. Argentina también podría evitar eventuales discriminaciones a sus exportaciones caso algún tipo de limitación fuera establecida al comercio de bienes intensivos en carbono.
Si el mundo camina hacia una restricción al consumo de carbono, los países y empresas enfrentarán una creciente presión para internalizar los costos sociales de las emisiones. Aquellos que inicien antes el camino de la descarbonización podrán recoger los beneficios, evitarán los costos de futuras limitaciones, escapando a rápidas, profundas y onerosas medidas de mitigación, como inversiones en infraestructura energética intensiva en carbono. Además de generar nuevas ventajas comparativas en tecnologías de bajo carbono y la opción de captar fondos internacionales orientados a actividades de mitigación.
Fuente: Diario El Cronista Comercial (Buenos Aires, Argentina)
El Cronista (Argentina)
Por Matías A. Franchini, Analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL)
El cambio climático aparece cada vez más como un vector fundamental a la hora de considerar el desarrollo de las sociedades humanas. En las últimas décadas, la comunidad internacional ha iniciado un camino de respuesta a la problemática, no obstante a un ritmo insuficiente en relación a los postulados de la ciencia.
En este marco, Argentina es un actor de baja relevancia en el tema por varios motivos. En primer lugar, porque no está entre los grandes o medianos emisores de gases de efecto invernadero (GEI): representa poco menos de 1% de las emisiones globales con nulas perspectivas de aumentar por sus condiciones demográficas y económicas. Se encuentra lejos de actores relevantes como China (26% del total), Estados Unidos (18%), la UE (14%) o incluso Brasil (5%) en su contribución al proceso de calentamiento global (Viola y Franchini, 2011).
En segundo lugar, porque no posee recursos tecnológicos suficientes para estimular la descarbonización de la economía global, cuyo elemento central es el desarrollo de tecnologías revolucionarias en el área de energía. En tercer lugar, por la propia posición del país en el sistema internacional: sus recursos y su ascendencia política sobre otros actores del escenario global.
Y finalmente, porque Argentina tiene un compromiso mínimo con la reducción de vulnerabilidades climáticas propias o sistémicas. Así, existe una llamativa distancia entre el discurso y la práctica internacional -que resalta la necesidad de reducir GEIs- y a trayectoria de política interna, que ha redundado en una expansión significativa de las emisiones en las últimas dos décadas.
Argentina podría ser definida como una potencia climática media baja, si se considera el crecimiento reciente de sus emisiones, las elevadas emisiones per cápita en relación a otros países emergentes, su nivel de renta media y su histórico de participación relevante en la construcción del actual régimen de clima. Es interesante destacar la paradoja de una Argentina activa y comprometida con la gobernanza del sistema climático hasta mediados de la década pasada -cuando el tópico era marginal-, y la menguante participación del país en las discusiones actuales, en un momento cuando el asunto cobra una dimensión central en la agenda internacional.
A pesar de esta poca relevancia relativa, existe una serie de elementos que estimula al país a participar más activamente de la creación de un nuevo acuerdo global que sea más enfático en la restricción al carbono. Para comenzar están las vulnerabilidades: Argentina es un país altamente sensible a los efectos del cambio climático. Hay regiones y sectores económicos altamente expuestos a la desestabilización del sistema climático: Patagonia y Cuyo, la generación hidroeléctrica, la producción de alimentos, la mitad de la población argentina, que vive a la vera de los ríos, donde los extremos climáticos se sentirán con más fuerza. Además, la condición de Argentina como país emergente pone en competencia directa las necesidades de adaptación y mitigación con las demandas del desarrollo, en un marco caracterizado por escasez de recursos humanos, financieros y tecnológicos.
La existencia de posibilidades factibles de mitigación funciona como un estímulo positivo, ya que para la Argentina no sería demasiado problemático encontrar alternativas para reducir su trayectoria de emisiones en el caso de que un compromiso de esa especie fuera incorporado en un nuevo acuerdo internacional sobre clima. En términos de mitigación, el país tiene opciones viables en el sector de energía, que representa un porcentaje expresivo de las emisiones totales (50%), tanto en el rubro de producción, como en el de eficiencia. Más allá de ello, en un mundo en progresiva descarbonización, el país también tendría opciones de ganancias en el área de biocombustibles y REDD. Argentina también podría evitar eventuales discriminaciones a sus exportaciones caso algún tipo de limitación fuera establecida al comercio de bienes intensivos en carbono.
Si el mundo camina hacia una restricción al consumo de carbono, los países y empresas enfrentarán una creciente presión para internalizar los costos sociales de las emisiones. Aquellos que inicien antes el camino de la descarbonización podrán recoger los beneficios, evitarán los costos de futuras limitaciones, escapando a rápidas, profundas y onerosas medidas de mitigación, como inversiones en infraestructura energética intensiva en carbono. Además de generar nuevas ventajas comparativas en tecnologías de bajo carbono y la opción de captar fondos internacionales orientados a actividades de mitigación.
Fuente: Diario El Cronista Comercial (Buenos Aires, Argentina)