Prensa
La centroderecha sudamericana se reinventa para acercarse al poder
Desde la oposición, existe más bien «una fuerte crítica a lo que no se hizo durante los años de la bonanza económica -inversión en infraestructura, educación, salud- y a los casos de corrupción», dice a LA NACION Ricardo López Göttig, del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América latina (Cadal), para quien, actualmente, se destacan «aproximaciones más pragmáticas y menos ideológicas a la solución de los problemas».
Fuente: La Nación (Argentina)
El próximo mes habrá elecciones en Brasil, Bolivia y Uruguay, donde las fuerzas conservadoras buscan recuperar terreno político con una impronta más social.
Por Adriana Riva
Reinventada para no perecer, para recuperar protagonismo, incluso para triunfar y volver. Así se presentan, con mayor o menor éxito, las fuerzas de centroderecha en Brasil, Uruguay y Bolivia, en donde más de 150 millones de personas están llamadas el mes próximo a las urnas para renovar a sus respectivos mandatarios.
Con un discurso mucho más social que en el pasado, las formaciones conservadoras atraviesan un proceso de recomposición y, gracias a cierto clima de decepción y desgaste tras años de gobiernos progresistas o populares de izquierda, comienzan a encontrar estrategias más viables para volver a disputar el poder en sus respectivos países.
Lejos de identificarse como una contrarrevolución social, incluso de reconocerse abiertamente como de derecha, las fuerzas conservadoras se muestran hoy más abiertas al diálogo y a la unidad, reconocen algunos de los avances sociales de los gobiernos actuales y atacan aspectos puntuales de los líderes de turno.
Desde la oposición, existe más bien "una fuerte crítica a lo que no se hizo durante los años de la bonanza económica -inversión en infraestructura, educación, salud- y a los casos de corrupción", dice a LA NACION Ricardo López Göttig, del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América latina (Cadal), para quien, actualmente, se destacan "aproximaciones más pragmáticas y menos ideológicas a la solución de los problemas".
Ese lenguaje apolítico es el que caracteriza al fenómeno del momento en Brasil, la candidata Marina Silva, que tras la muerte de Eduardo Campos en un accidente aéreo se transformó en la imprevista esperanza de la oposición brasileña para las elecciones del 5 de octubre.
Si bien el candidato natural de las fuerzas conservadoras era Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña, al ver que las encuestas no lo favorecían -cosecharía menos del 20% de los votos-, algunos sectores de derecha movieron sus fichas hacia Silva, una líder marcada de contradicciones.
Lejos de su paso juvenil por el troskismo y su sindicalismo amazónico en los años 80 junto al campesino asesinado Chico Mendes, Silva presentó un programa electoral de gobierno con tintes conservadores, que se asemeja al de Neves: defiende una agenda centrada en la autonomía del Banco Central, el realineamiento con Estados Unidos, el ajuste fiscal y, sobre todo, la flexibilización de la legislación laboral.
Ese programa le valió el apoyo de banqueros y empresarios, a los que dejó aún más tranquilos en su primer debate televisado, al señalar que "el problema de Brasil no es su elite, es la falta de ella".
Sin embargo, Silva también ganó aceptación entre los jóvenes por su procedencia humilde y por ser considerada una candidata alejada de los estereotipos políticos, lo que le permitió captar la atención de una parte no menor de las clases populares brasileñas y arrebatarle votos al PT de Dilma Rousseff.
"Para muchos jóvenes de entre 16 y 33 años, Silva representa una alternativa confiable a sus dilemas colectivos: bajos salarios, pésimas condiciones de trabajo, asedio y violencia policial, modo de vida urbana precaria, etc.", explica a LA NACION el sociólogo Ruy Braga, de la Universidad de San Pablo.
En Uruguay, en cambio, donde se celebrarán elecciones el 26 de octubre, la derecha encontró en Luis Lacalle Pou, hijo del buque insignia del neoliberalismo en la región en los 90, a un candidato de su agrado: una cara joven (tiene 41 años), fresca (más allá de su apellido), con un perfil descontracturado, que busca renovar el tradicional Partido Nacional.
El desembarco en la contienda electoral de Lacalle Pou puso al Frente Amplio (FA), que pocos meses atrás creía tener asegurada su continuidad en el poder con la candidatura de Tabaré Vázquez, a la defensiva. Lo acusó de usar logros y obras de los gobiernos de la coalición de izquierda en su campaña e incluso disparó en una versión modificada de un aviso de Lacalle Pou: "No elijas la copia de la derecha, elegí el original, el que cambió el país en nueve años".
Lacalle Pou, sin embargo, no se define como de derecha. "La vida de la gente no nos permite girar a la izquierda o a la derecha, sino ir para adelante. ¿Girar para qué? ¿Para conseguir votos? No hablemos más de giros. La nueva ideología es la gestión", resumió a fines de 2013, cuando no era aún candidato. Desde entonces, siempre prometió no tocar los programas sociales del FA y dio muestras de querer mover su partido hacia posiciones más pragmáticas y centristas.
"Como los dos gobiernos del FA conservaron los grandes lineamientos macroeconómicos heredados de los gobiernos colorados y blancos, en la campaña uruguaya se debaten aspectos puntuales, como el combate a la criminalidad, la mejora educativa y la necesidad de una política antiinflacionaria", precisa López Göttig.
Las cosas no resultaron tan prometedoras para la derecha en Bolivia, donde todo indica que Evo Morales, al frente del país desde 2006, será reelecto una vez más el próximo 12 de octubre. Hubo, a lo largo del año, varios intentos de las fuerzas conservadoras por encontrar un candidato único para enfrentar a Evo y forzar, por lo menos, una segunda vuelta. Pero muchos creyeron que sólo podrían crear un frente único pegado con chicle, que difícilmente sobreviviría a sus contradicciones durante cinco años, y optaron por ir separados.
La estrategia de algunos de los candidatos fue desplazarse más al centro y cuestionar el autoritarismo de Morales, pero analistas bolivianos sostienen que la mayor apuesta de la derecha no serán estos comicios, sino la elección de gobernadores y alcaldes de 2016, en las que podrían restarle espacios al gobierno con miras a las presidenciales de 2019.
Del editor: cómo sigue. La derecha por ahora no cuenta con la principal fortaleza de la izquierda regional: los recursos del Estado. Eso hará bastante difícil su regreso al poder.
LOS CANDIDATOS CONSERVADORES
Tres opositores que buscan recuperar el poder
Aécio Neves (Brasil)
El ex gobernador de Minas Gerais, de 54 años y candidato por el PSDB, era la apuesta más segura del sector empresarial e industrial brasileño hasta que apareció Marina Silva, que le robó a muchos de sus votantes.
Luis Lacalle Pou (Uruguay)
Con apenas 41 años, el hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle se convirtió en la gran esperanza del Partido Nacional, que podría arrebatarle el gobierno al Frente Amplio
Samuel Doria Medina (Bolivia)
El empresario intentará por tercera vez derrotar al presidente Evo Morales en las urnas, pero tiene bajas posibilidades de lograrlo.
Fuente: Diario La Nación (Buenos Aires, Argentina), 27 de septiembre de 2014
La Nación (Argentina)
El próximo mes habrá elecciones en Brasil, Bolivia y Uruguay, donde las fuerzas conservadoras buscan recuperar terreno político con una impronta más social.
Por Adriana Riva
Reinventada para no perecer, para recuperar protagonismo, incluso para triunfar y volver. Así se presentan, con mayor o menor éxito, las fuerzas de centroderecha en Brasil, Uruguay y Bolivia, en donde más de 150 millones de personas están llamadas el mes próximo a las urnas para renovar a sus respectivos mandatarios.
Con un discurso mucho más social que en el pasado, las formaciones conservadoras atraviesan un proceso de recomposición y, gracias a cierto clima de decepción y desgaste tras años de gobiernos progresistas o populares de izquierda, comienzan a encontrar estrategias más viables para volver a disputar el poder en sus respectivos países.
Lejos de identificarse como una contrarrevolución social, incluso de reconocerse abiertamente como de derecha, las fuerzas conservadoras se muestran hoy más abiertas al diálogo y a la unidad, reconocen algunos de los avances sociales de los gobiernos actuales y atacan aspectos puntuales de los líderes de turno.
Desde la oposición, existe más bien "una fuerte crítica a lo que no se hizo durante los años de la bonanza económica -inversión en infraestructura, educación, salud- y a los casos de corrupción", dice a LA NACION Ricardo López Göttig, del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América latina (Cadal), para quien, actualmente, se destacan "aproximaciones más pragmáticas y menos ideológicas a la solución de los problemas".
Ese lenguaje apolítico es el que caracteriza al fenómeno del momento en Brasil, la candidata Marina Silva, que tras la muerte de Eduardo Campos en un accidente aéreo se transformó en la imprevista esperanza de la oposición brasileña para las elecciones del 5 de octubre.
Si bien el candidato natural de las fuerzas conservadoras era Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña, al ver que las encuestas no lo favorecían -cosecharía menos del 20% de los votos-, algunos sectores de derecha movieron sus fichas hacia Silva, una líder marcada de contradicciones.
Lejos de su paso juvenil por el troskismo y su sindicalismo amazónico en los años 80 junto al campesino asesinado Chico Mendes, Silva presentó un programa electoral de gobierno con tintes conservadores, que se asemeja al de Neves: defiende una agenda centrada en la autonomía del Banco Central, el realineamiento con Estados Unidos, el ajuste fiscal y, sobre todo, la flexibilización de la legislación laboral.
Ese programa le valió el apoyo de banqueros y empresarios, a los que dejó aún más tranquilos en su primer debate televisado, al señalar que "el problema de Brasil no es su elite, es la falta de ella".
Sin embargo, Silva también ganó aceptación entre los jóvenes por su procedencia humilde y por ser considerada una candidata alejada de los estereotipos políticos, lo que le permitió captar la atención de una parte no menor de las clases populares brasileñas y arrebatarle votos al PT de Dilma Rousseff.
"Para muchos jóvenes de entre 16 y 33 años, Silva representa una alternativa confiable a sus dilemas colectivos: bajos salarios, pésimas condiciones de trabajo, asedio y violencia policial, modo de vida urbana precaria, etc.", explica a LA NACION el sociólogo Ruy Braga, de la Universidad de San Pablo.
En Uruguay, en cambio, donde se celebrarán elecciones el 26 de octubre, la derecha encontró en Luis Lacalle Pou, hijo del buque insignia del neoliberalismo en la región en los 90, a un candidato de su agrado: una cara joven (tiene 41 años), fresca (más allá de su apellido), con un perfil descontracturado, que busca renovar el tradicional Partido Nacional.
El desembarco en la contienda electoral de Lacalle Pou puso al Frente Amplio (FA), que pocos meses atrás creía tener asegurada su continuidad en el poder con la candidatura de Tabaré Vázquez, a la defensiva. Lo acusó de usar logros y obras de los gobiernos de la coalición de izquierda en su campaña e incluso disparó en una versión modificada de un aviso de Lacalle Pou: "No elijas la copia de la derecha, elegí el original, el que cambió el país en nueve años".
Lacalle Pou, sin embargo, no se define como de derecha. "La vida de la gente no nos permite girar a la izquierda o a la derecha, sino ir para adelante. ¿Girar para qué? ¿Para conseguir votos? No hablemos más de giros. La nueva ideología es la gestión", resumió a fines de 2013, cuando no era aún candidato. Desde entonces, siempre prometió no tocar los programas sociales del FA y dio muestras de querer mover su partido hacia posiciones más pragmáticas y centristas.
"Como los dos gobiernos del FA conservaron los grandes lineamientos macroeconómicos heredados de los gobiernos colorados y blancos, en la campaña uruguaya se debaten aspectos puntuales, como el combate a la criminalidad, la mejora educativa y la necesidad de una política antiinflacionaria", precisa López Göttig.
Las cosas no resultaron tan prometedoras para la derecha en Bolivia, donde todo indica que Evo Morales, al frente del país desde 2006, será reelecto una vez más el próximo 12 de octubre. Hubo, a lo largo del año, varios intentos de las fuerzas conservadoras por encontrar un candidato único para enfrentar a Evo y forzar, por lo menos, una segunda vuelta. Pero muchos creyeron que sólo podrían crear un frente único pegado con chicle, que difícilmente sobreviviría a sus contradicciones durante cinco años, y optaron por ir separados.
La estrategia de algunos de los candidatos fue desplazarse más al centro y cuestionar el autoritarismo de Morales, pero analistas bolivianos sostienen que la mayor apuesta de la derecha no serán estos comicios, sino la elección de gobernadores y alcaldes de 2016, en las que podrían restarle espacios al gobierno con miras a las presidenciales de 2019.
Del editor: cómo sigue. La derecha por ahora no cuenta con la principal fortaleza de la izquierda regional: los recursos del Estado. Eso hará bastante difícil su regreso al poder.
LOS CANDIDATOS CONSERVADORES
Tres opositores que buscan recuperar el poder
Aécio Neves (Brasil)
El ex gobernador de Minas Gerais, de 54 años y candidato por el PSDB, era la apuesta más segura del sector empresarial e industrial brasileño hasta que apareció Marina Silva, que le robó a muchos de sus votantes.
Luis Lacalle Pou (Uruguay)
Con apenas 41 años, el hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle se convirtió en la gran esperanza del Partido Nacional, que podría arrebatarle el gobierno al Frente Amplio
Samuel Doria Medina (Bolivia)
El empresario intentará por tercera vez derrotar al presidente Evo Morales en las urnas, pero tiene bajas posibilidades de lograrlo.
Fuente: Diario La Nación (Buenos Aires, Argentina), 27 de septiembre de 2014