(7 Miradas) Por si algo le faltaba a esta campaña atípica –donde la gran mayoría de la sociedad da por ganador a un candidato desde mucho antes – se sumó un polvorín regional, que da argumentos para todos los gustos. Desde un lado, si vuelven “ellos”, vamos camino a Venezuela y Bolivia. Desde la vereda de enfrente, si siguen “ellos”, vamos camino a Ecuador y Chile.
La política exterior y la situación en otros países no influyen sobre el electorado local. Sirven para la satisfacción simbólica en el discurso de los candidatos y para ayudar a generar climas que acentúen los sesgos de confirmación: lo que sucede reafirma hipótesis y preconceptos. Son referencias del ambiente que ayudan a alentar temores y esperanzas.
Más allá que las causas de lo ocurrido en cada país son múltiples y específicas, la mayoría de los países de la región está en problemas, hasta los “mejor pintados”. Señal de que existe un quiebre profundo que está más allá del eje populismo – democracia. En estas últimas semanas estallaron particularmente Chile, Bolivia, Ecuador y Perú. Pero menos estrepitosamente Argentina va camino al cambio de mano; Uruguay está más cerca que nunca de eso; la desaprobación de Bolsonaro en Brasil y Duque en Colombia están registrando índices históricos. La crisis en Venezuela viene de larga data. López Obrador en México recién lleva 10 meses de mandato y mantiene una alta aprobación, pese a la balacera de Culiacán de la semana pasada.
El punto es que durante la década anterior –con el boom de los precios de los commodities- la región creció mucho más que en la actual, con la consecuente expansión de la clase media y adopción de patrones de consumo sin precedentes en varios países. Al ralentizarse el crecimiento –y verse obligado a hacer ajustes antipáticos para normalizar las variables macroeconómicas- las sociedades reaccionan negativamente. Una vez que la fiesta se acaba, la revolución de expectativas queda, y ahí está parte del problema. A eso hay que sumarle las fuertes limitaciones de los sistemas políticos para procesar una alta demanda de bienes y servicios que ya no se pueden materializar con PBIs menos generosos (ni hablar de aquellos que vienen con recesión casi permanente como la Argentina).
Esto se veía venir, a la corta o a la larga: el desacople entre expectativas y satisfacción material siempre termina en crisis sociales y políticas (aunque en algunos casos la macro esté bien ordenada como Chile). Cuando esto sucede, las sociedades se las agarran con la dirigencia política que está en el poder –o forma parte de un establishment- y piden cambios. Así llegaron Bolsonaro, Macri, Piñera, PPK. En otros casos la oposición se queda por el camino como Uruguay (2014) o Ecuador (2017).
Aquí se producen algunas deformaciones en los análisis al hablar de giros a la derecha o la izquierda. Al hilarse los triunfos de Bolsonaro, Macri, Piñera, PPK (más Duque en Colombia), parece que entran en el ocaso las variantes del centro a la izquierda. Sin embargo, debe prestarse más atención a las claves de las demandas ciudadanas que a las etiquetas ideológicas de los que ganan las elecciones. Sin ir más lejos, lo que hoy se expresa en Chile –salarios, vivienda, educación, salud, pensiones- viene de hace rato. Que un presidente a la derecha no haya comprendido qué se esperaba (una agenda de reformas sociales que no había logrado satisfacer el último gobierno de Bachelet), es un problema del que gobierna que “no la vio venir”.
Hace unos meses, frente a una consulta de un candidato presidencial (del centro a la derecha) en la Argentina sobre cómo veía el panorama político – electoral, le dije: “Ojo que en las grandes crisis las sociedades piden más Estado, no menos”. A los hechos me remito.
Ojalá que “las venas abiertas de América Latina” no sean las de un suicida.
Fuente: 7 Miradas (Buenos Aires, Argentina)