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¿El Grupo de Puebla es tendencia? ¿Es lo que necesitamos?
(TN) Alberto Fernández lo presenta como trampolín para re encauzar relaciones con la región que Macri habría desatendido. Pero puede que el nuevo gobierno y el país tengan más para perder que para ganar con esta diplomacia ideológica.Por Marcos Novaro
(TN) La idea que anima a los políticos latinoamericanos reunidos en Buenos Aires estos días, convocados por el Grupo de Puebla, es que la región está rápidamente volviendo a inclinarse hacia la izquierda, después de un breve y mayormente frustrado pendular hacia la derecha. La elección de Andrés Manuel López Obrador en México habría sido el puntapié inicial de esta nueva ola, que se propagó con la victoria de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en Argentina, las revueltas contra las políticas de ajuste en Ecuador y Chile. Se espera que siga con la reelección de Evo Morales en Bolivia y del Frente Amplio en Uruguay. Y por sobre todo con un próximo resurgir del Partido de los Trabajadores (PT) brasileño, ahora que el expresidente Lula Da Silva fue excarcelado.
Ya de partida hay, como se ve, expectativas tal vez excesivas depositadas en la salud de fuerzas políticas y liderazgos cuyo futuro está en veremos. Es muy probable que Daniel Martínez del Frente Amplio (FA) sea derrotado en segunda vuelta por Luis Lacalle Pou, que logró coaligar a todas las demás fuerzas políticas uruguayas detrás suyo para la votación a realizarse el 24 de noviembre.
Pero sin duda que la preocupación más seria y acuciante al respecto es la que afecta nuestra relación con Brasil. Aparentemente Dilma Rousseff, presente en la reunión de Buenos Aires, habría advertido a Fernández que tal vez fuera demasiado imprudente que siguiera insistiendo con invitar a Lula a su asunción el próximo 10 de diciembre, siendo que esa ceremonia se convirtió, por decisión de Jair Bolsonaro, en ocasión para medir hasta donde cada presidente desea tensar la cuerda de una crisis que ya nadie considera pasajera.
Según ella, no habría que preocuparse demasiado por lo que planee Bolsonaro, ni por lo que pueda irritarlo aún más, o darle excusas para congelar definitivamente la relación con nuestro país, porque existiría un vínculo inmodificable, trascendente, capaz de sobrevivir a cualquier cambio; cuando la verdad es que Brasil avanza aceleradamente en una dirección, la liberalización del comercio, por la que puede que Uruguay y Paraguay lo acompañen, dejando a la Argentina aislada y al Mercosur al borde de la extinción.
¿Cómo no alarmarse si en medio de semejante tensión Alberto insiste en privilegiar su adhesión militante al "Lula libre"? Encima el favor que se le hace así a Bolsonaro es inmenso: le simplifica la tarea de volcar a la opinión pública brasileña en su favor, contra un adversario interno que recibe aliento de impertinentes políticos extranjeros, que para peor comparten sus inclinaciones criminales.
Ahora bien. Igual podría considerarse una buena idea del Frente de Todos y de la gestión que él está por comenzar, proveerse de aliados regionales, y de cierto impulso epocal, presentar su llegada al poder como un "signo de los tiempos", la retirada del neoliberalismo y la vuelta de la justicia social. Ahora que hasta en el experimento más exitoso de economía de mercado en la región las masas están clamando por más igualdad.
Pero, ¿y si resulta que el nuevo gobierno está obligado a insistir en el ajuste, si en vez de acuerdo social para gobernar con "los de abajo" lo que necesita es una ley de emergencia para recortar gastos, en jubilaciones, salarios y servicios públicos? Tal vez descubra, esperemos que no demasiado tarde, que más que apostar a olas ideológicas y a amistades de la misma naturaleza le hubiera convenido prestarle atención a los intereses concretos de su país.
Marcos NovaroConsejero AcadémicoEs licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia política y columnista de actualidad en TN. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) y "Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina" (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2019).
(TN) La idea que anima a los políticos latinoamericanos reunidos en Buenos Aires estos días, convocados por el Grupo de Puebla, es que la región está rápidamente volviendo a inclinarse hacia la izquierda, después de un breve y mayormente frustrado pendular hacia la derecha. La elección de Andrés Manuel López Obrador en México habría sido el puntapié inicial de esta nueva ola, que se propagó con la victoria de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en Argentina, las revueltas contra las políticas de ajuste en Ecuador y Chile. Se espera que siga con la reelección de Evo Morales en Bolivia y del Frente Amplio en Uruguay. Y por sobre todo con un próximo resurgir del Partido de los Trabajadores (PT) brasileño, ahora que el expresidente Lula Da Silva fue excarcelado.
Ya de partida hay, como se ve, expectativas tal vez excesivas depositadas en la salud de fuerzas políticas y liderazgos cuyo futuro está en veremos. Es muy probable que Daniel Martínez del Frente Amplio (FA) sea derrotado en segunda vuelta por Luis Lacalle Pou, que logró coaligar a todas las demás fuerzas políticas uruguayas detrás suyo para la votación a realizarse el 24 de noviembre.
Pero sin duda que la preocupación más seria y acuciante al respecto es la que afecta nuestra relación con Brasil. Aparentemente Dilma Rousseff, presente en la reunión de Buenos Aires, habría advertido a Fernández que tal vez fuera demasiado imprudente que siguiera insistiendo con invitar a Lula a su asunción el próximo 10 de diciembre, siendo que esa ceremonia se convirtió, por decisión de Jair Bolsonaro, en ocasión para medir hasta donde cada presidente desea tensar la cuerda de una crisis que ya nadie considera pasajera.
Según ella, no habría que preocuparse demasiado por lo que planee Bolsonaro, ni por lo que pueda irritarlo aún más, o darle excusas para congelar definitivamente la relación con nuestro país, porque existiría un vínculo inmodificable, trascendente, capaz de sobrevivir a cualquier cambio; cuando la verdad es que Brasil avanza aceleradamente en una dirección, la liberalización del comercio, por la que puede que Uruguay y Paraguay lo acompañen, dejando a la Argentina aislada y al Mercosur al borde de la extinción.
¿Cómo no alarmarse si en medio de semejante tensión Alberto insiste en privilegiar su adhesión militante al "Lula libre"? Encima el favor que se le hace así a Bolsonaro es inmenso: le simplifica la tarea de volcar a la opinión pública brasileña en su favor, contra un adversario interno que recibe aliento de impertinentes políticos extranjeros, que para peor comparten sus inclinaciones criminales.
Ahora bien. Igual podría considerarse una buena idea del Frente de Todos y de la gestión que él está por comenzar, proveerse de aliados regionales, y de cierto impulso epocal, presentar su llegada al poder como un "signo de los tiempos", la retirada del neoliberalismo y la vuelta de la justicia social. Ahora que hasta en el experimento más exitoso de economía de mercado en la región las masas están clamando por más igualdad.
Pero, ¿y si resulta que el nuevo gobierno está obligado a insistir en el ajuste, si en vez de acuerdo social para gobernar con "los de abajo" lo que necesita es una ley de emergencia para recortar gastos, en jubilaciones, salarios y servicios públicos? Tal vez descubra, esperemos que no demasiado tarde, que más que apostar a olas ideológicas y a amistades de la misma naturaleza le hubiera convenido prestarle atención a los intereses concretos de su país.
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