Artículos
Monitoreo de la gobernabilidad democrática
El MAS en Bolivia: de la negociación a la opción unilateral
La intensidad de este nuevo conflicto que se avizora, nueva faceta del mismo largo conflicto en realidad, dependerá de cuán lejos esté dispuesto a llegar el oficialismo en su ofensiva unilateral y de cuán intensa sea la reacción de la oposición. De todos modos, es difícil de imaginar que la decisión del gobierno de Evo de avanzar en solitario con su agenda pueda traer algo más que consecuencias negativas.Por Matías Franchini
En las últimas semanas, el péndulo del conflicto en Bolivia ha oscilado otra vez al extremo de la violencia explícita, con enfrentamientos en las calles, heridos, detenidos y muertos. En vista de los movimientos, declaraciones y anuncios de los grupos en pugna, la promesa es de más tensión y nuevos incidentes.
No se puede decir que esto sea una sorpresa. En los últimos años, la dinámica política del país andino nos ha acostumbrado, lamentablemente, a recurrentes episodios de este tipo, en un marco de conflicto permanente. Como ejemplos más emblemáticos se pueden citar: el "octubre negro" de 2003 que marcó la salida de Gonzalo Sánchez de Lozada, la caída de Carlos Mesa en junio de 2005, el conflicto minero de octubre de 2006 y los enfrentamientos de Cochabamba en enero de 2007. Sólo en la presidencia de Evo Morales, la cifra de víctimas fatales en "enfrentamientos sociales" se eleva a casi una treintena.
En los interregnos entre conflictos, la calma, por llamarla de alguna forma, es solo aparente. Bajo su superficie quieta se producen movimientos que preparan el terreno para el próximo enfrentamiento. Las dos grandes coaliciones (que se han ido cristalizando con el tiempo pero que enfrentan hoy, básicamente, al MAS y sus movimientos sociales por un lado y a las Prefecturas, comités cívicos y partidos opositores por el otro) se organizan, intensifican la agresión de su retórica, toman medidas que redundan en la amenaza mutua y finalmente salen a la calle, dejando de lado los canales institucionales. El mecanismo se repite una y otra vez. El resultado no es difícil de imaginar.
Es cierto que esta gimnasia recurrente incluye la búsqueda del diálogo y aún la proliferación de instancias de deliberación en la que sus protagonistas se cansan de insistir en su compromiso con la concordia. El mismo brote de violencia actual estuvo precedido por una faceta muy intensa de "diálogo", en el que se crearon una serie muy variada de mecanismos orientados a buscar acuerdos: "Comité Especial de Diálogo y Consenso", "Comisión de Concertación", "Órgano Suprapartidario", etc. Sin embargo, y como es posible inferir de los acontecimientos últimos, los mecanismos fallaron. Y es que, en general, el diálogo se produce de un modo muy particular, en el que cada una de las partes se presenta en la mesa de negociaciones con posturas tan inamovibles como inaceptables para la otra, haciendo del fracaso solo una cuestión de tiempo. Este intercambio genera dos tipos de resultados, simultáneos si se quiere, acuerdos efímeros sobre temas periféricos y ausencia total de consensos sobre temas centrales (autonomías, modelo de estado, titularidad de recursos, organización del gobierno, entre otros), dejando tras si debilitadas las posibilidades de una salida acordada que trascienda cuestiones coyunturales.
El principal problema que genera este círculo de conflicto-negociación es que cada una de sus fases parece terminar agudizando las contradicciones, llegando cada vez más cerca de un brote generalizado de violencia, a medida que la desconfianza entre las partes crece y los frágiles y coyunturales acuerdos alcanzados fracasan.
El MAS y la opción propia
En este contexto de interminables y estériles negociaciones, la tentación por imponer soluciones propias, por encima de los intereses del rival, crece. Los movimientos de las últimas semanas de la coalición liderada por Evo Morales muestran que ha optado por este camino, tomando la decisión de avanzar, unilateralmente, con su proyecto de Estado y poder, haciendo caso omiso de acuerdos anteriores y de las resistencias que sus iniciativas crean en la oposición.
El primero de estos movimientos ha sido la decisión de recortar recursos provenientes del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH) a las prefecturas (6 de las cuales son opositoras), para financiar un subsidio universal a los mayores de 60 años (Renta Dignidad). En medio del encendido debate sobre el alcance las eventuales autonomías departamentales, plantear sin discusiones previas una medida de este tipo no podría traer más que problemas y así pasó: los prefectos de los departamentos opositores, respaldados por comités cívicos y otras organizaciones, se declararon en desobediencia civil y anunciaron medidas de protesta extrema.
Luego, y con mayores repercusiones y consecuencias prácticas, vino la decisión de aprobar en general, en un recinto militar y con la ausencia de la oposición, el proyecto propio de constitución, previa modificación del reglamento de debates que le permitió al MAS imponer su mayoría (violando todos los entendimientos anteriores que siempre giraron alrededor de una mayoría calificada de 2/3 de los miembros). En un ambiente particularmente enrarecido en Sucre por la discusión del tema capital y sede de los poderes, la aplicación del "rodillo" de la mayoría absoluta para asegurar la votación de la norma, estimuló los enfrentamientos que terminaron con la vida de tres manifestantes. Solo unos pocos días mas tarde, con un Senado cercado por organizaciones campesinas aliadas a Evo que impidieron el ingreso de la oposición (así y con suplentes logró la mayoría en esta cámara), el congreso aprobó el polémico proyecto de Renta Dignidad y una ley que autorizaba a la Presidenta de la Asamblea Constituyente (AC) a convocar sesiones fuera de Sucre, donde claramente el MAS ya no podía avanzar.
Pese a las objeciones, denuncias de ilegalidad y medidas de fuerza lanzadas desde todo el arco opositor, el MAS no vaciló y ratificó su rumbo. Tras una sorpresiva convocatoria de la plenarias de la AC en Oruro, la bancada oficial aprobó, en un recinto "vigilado" por movimientos sociales afines, la nueva constitución en detalle, con algo mas de 400 artículos, en solo 16 horas, casi sin debate y otra vez con la ausencia masiva de la oposición (solo UN participo de las plenarias pero objetándola). El presidente Evo Morales saludó el nacimiento del nuevo texto y calificó de "salvadores de la patria"[1] a los constituyentes que apoyaron la reforma.
Si la crónica anterior dejara alguna duda sobre la intensificación del rumbo del MAS a favor de la opción propia, una declaración del vicepresidente Álvaro García Linera, previa a la escalada última del conflicto, termina de abonar la hipótesis planteada mas arriba: "Inicialmente habíamos creído que era posible la construcción del Estado mediante mecanismos de diálogo y pactos, y de hecho seguimos apostando a ello, pero la lógica de la razón y de la historia me hacen pensar que, más bien, se habrá de llegar a un momento de tensionamiento de fuerzas y habrá que ver qué es lo que sucede. Y creo que en el caso de Bolivia, este momento está más cerca de lo que parece".[2]
Es difícil concluir entonces algo diferente a que el MAS ha decidido romper con el referido ciclo de negociación-enfrentamiento y ha optado por avanzar con su propio "proyecto de cambio", asimilando solo las aspiraciones de sus bases e ignorando las demandas e intereses de sus opositores (a quienes, por otro lado, ubica en una mega conspiración internacional contra su Presidente dirigida por la embajada de Estados Unidos en Bolivia). La fórmula, tanto conceptual como práctica, ha sido la de utilizar su "mayoría absoluta" (incontrovertible por el momento en términos electorales) para sustentar este tipo de movimientos unilaterales. Nos apoyamos otra vez en García Linera para explicar mejor la idea: "Tienen que aprender esos partidos minoritarios que la ley de la democracia es la ley de la mayoría... Las minorías tienen derecho, están ahí, nos sentimos muy contentos, pero las mayorías no van a moverse al compás de pequeñas minorías transitorias y chantajistas".[3] El argumento es claro.
El problema es que aun cuando el MAS logre ganar, digamos, la "batalla normativa", esto es: cumpla con los requisitos formales necesarios para que la nueva constitución entre en vigor (entre ellos un referéndum nacional) y, de forma mas general, redefina todo el marco legal-institucional para convertir su mayoría en la regla absoluta de las decisiones en Bolivia (hacia donde parece apuntar la nueva constitución), quedará todavía el obstáculo "sociológico", es decir, la resistencia de los sectores opositores que ya han anunciado que no acatarán una constitución que consideran ilegitima, que avanzarán de hecho con sus propuestas de autonomía y que, además, están dispuestos a salir a las calles a defender sus intereses.
La intensidad de este nuevo conflicto que se avizora, nueva faceta del mismo largo conflicto en realidad, dependerá de cuán lejos esté dispuesto a llegar el oficialismo en su ofensiva unilateral y de cuán intensa sea la reacción de la oposición. De todos modos, es difícil de imaginar que la decisión del gobierno de Evo de avanzar en solitario con su agenda pueda traer algo más que consecuencias negativas. En el mejor de los casos Bolivia repetirá la historia reciente y tras los enfrentamientos vendrá una frágil tregua, sin soluciones definitivas y con perspectivas de consenso cada vez mas cerradas. En el peor de los casos, el enfrentamiento se agravará con resultados imprevisibles.
Matías Franchini es Investigador Asociado del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
1.- Diario Los Tiempos, de Cochabamba, 10 de diciembre de 2007.
2.- Diario La Razón, de La Paz, 22 de noviembre de 2007.
3.- Diario La Razón, de La Paz, 22 de agosto de 2006.
Matías FranchiniConsejero AcadémicoEs Profesor Principal de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, en Bogotá. Doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad de Brasilia y Licenciado en Ciencia Política por la Universidad Católica de Buenos Aires. Fue investigador visitante en la Woodrow Wilson School de la Universidad de Princeton. Es autor de varias publicaciones en inglés, portugués y español en las áreas de gobernanza global, estudios latinoamericanos y política internacional del cambio climático.
En las últimas semanas, el péndulo del conflicto en Bolivia ha oscilado otra vez al extremo de la violencia explícita, con enfrentamientos en las calles, heridos, detenidos y muertos. En vista de los movimientos, declaraciones y anuncios de los grupos en pugna, la promesa es de más tensión y nuevos incidentes.
No se puede decir que esto sea una sorpresa. En los últimos años, la dinámica política del país andino nos ha acostumbrado, lamentablemente, a recurrentes episodios de este tipo, en un marco de conflicto permanente. Como ejemplos más emblemáticos se pueden citar: el "octubre negro" de 2003 que marcó la salida de Gonzalo Sánchez de Lozada, la caída de Carlos Mesa en junio de 2005, el conflicto minero de octubre de 2006 y los enfrentamientos de Cochabamba en enero de 2007. Sólo en la presidencia de Evo Morales, la cifra de víctimas fatales en "enfrentamientos sociales" se eleva a casi una treintena.
En los interregnos entre conflictos, la calma, por llamarla de alguna forma, es solo aparente. Bajo su superficie quieta se producen movimientos que preparan el terreno para el próximo enfrentamiento. Las dos grandes coaliciones (que se han ido cristalizando con el tiempo pero que enfrentan hoy, básicamente, al MAS y sus movimientos sociales por un lado y a las Prefecturas, comités cívicos y partidos opositores por el otro) se organizan, intensifican la agresión de su retórica, toman medidas que redundan en la amenaza mutua y finalmente salen a la calle, dejando de lado los canales institucionales. El mecanismo se repite una y otra vez. El resultado no es difícil de imaginar.
Es cierto que esta gimnasia recurrente incluye la búsqueda del diálogo y aún la proliferación de instancias de deliberación en la que sus protagonistas se cansan de insistir en su compromiso con la concordia. El mismo brote de violencia actual estuvo precedido por una faceta muy intensa de "diálogo", en el que se crearon una serie muy variada de mecanismos orientados a buscar acuerdos: "Comité Especial de Diálogo y Consenso", "Comisión de Concertación", "Órgano Suprapartidario", etc. Sin embargo, y como es posible inferir de los acontecimientos últimos, los mecanismos fallaron. Y es que, en general, el diálogo se produce de un modo muy particular, en el que cada una de las partes se presenta en la mesa de negociaciones con posturas tan inamovibles como inaceptables para la otra, haciendo del fracaso solo una cuestión de tiempo. Este intercambio genera dos tipos de resultados, simultáneos si se quiere, acuerdos efímeros sobre temas periféricos y ausencia total de consensos sobre temas centrales (autonomías, modelo de estado, titularidad de recursos, organización del gobierno, entre otros), dejando tras si debilitadas las posibilidades de una salida acordada que trascienda cuestiones coyunturales.
El principal problema que genera este círculo de conflicto-negociación es que cada una de sus fases parece terminar agudizando las contradicciones, llegando cada vez más cerca de un brote generalizado de violencia, a medida que la desconfianza entre las partes crece y los frágiles y coyunturales acuerdos alcanzados fracasan.
El MAS y la opción propia
En este contexto de interminables y estériles negociaciones, la tentación por imponer soluciones propias, por encima de los intereses del rival, crece. Los movimientos de las últimas semanas de la coalición liderada por Evo Morales muestran que ha optado por este camino, tomando la decisión de avanzar, unilateralmente, con su proyecto de Estado y poder, haciendo caso omiso de acuerdos anteriores y de las resistencias que sus iniciativas crean en la oposición.
El primero de estos movimientos ha sido la decisión de recortar recursos provenientes del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH) a las prefecturas (6 de las cuales son opositoras), para financiar un subsidio universal a los mayores de 60 años (Renta Dignidad). En medio del encendido debate sobre el alcance las eventuales autonomías departamentales, plantear sin discusiones previas una medida de este tipo no podría traer más que problemas y así pasó: los prefectos de los departamentos opositores, respaldados por comités cívicos y otras organizaciones, se declararon en desobediencia civil y anunciaron medidas de protesta extrema.
Luego, y con mayores repercusiones y consecuencias prácticas, vino la decisión de aprobar en general, en un recinto militar y con la ausencia de la oposición, el proyecto propio de constitución, previa modificación del reglamento de debates que le permitió al MAS imponer su mayoría (violando todos los entendimientos anteriores que siempre giraron alrededor de una mayoría calificada de 2/3 de los miembros). En un ambiente particularmente enrarecido en Sucre por la discusión del tema capital y sede de los poderes, la aplicación del "rodillo" de la mayoría absoluta para asegurar la votación de la norma, estimuló los enfrentamientos que terminaron con la vida de tres manifestantes. Solo unos pocos días mas tarde, con un Senado cercado por organizaciones campesinas aliadas a Evo que impidieron el ingreso de la oposición (así y con suplentes logró la mayoría en esta cámara), el congreso aprobó el polémico proyecto de Renta Dignidad y una ley que autorizaba a la Presidenta de la Asamblea Constituyente (AC) a convocar sesiones fuera de Sucre, donde claramente el MAS ya no podía avanzar.
Pese a las objeciones, denuncias de ilegalidad y medidas de fuerza lanzadas desde todo el arco opositor, el MAS no vaciló y ratificó su rumbo. Tras una sorpresiva convocatoria de la plenarias de la AC en Oruro, la bancada oficial aprobó, en un recinto "vigilado" por movimientos sociales afines, la nueva constitución en detalle, con algo mas de 400 artículos, en solo 16 horas, casi sin debate y otra vez con la ausencia masiva de la oposición (solo UN participo de las plenarias pero objetándola). El presidente Evo Morales saludó el nacimiento del nuevo texto y calificó de "salvadores de la patria"[1] a los constituyentes que apoyaron la reforma.
Si la crónica anterior dejara alguna duda sobre la intensificación del rumbo del MAS a favor de la opción propia, una declaración del vicepresidente Álvaro García Linera, previa a la escalada última del conflicto, termina de abonar la hipótesis planteada mas arriba: "Inicialmente habíamos creído que era posible la construcción del Estado mediante mecanismos de diálogo y pactos, y de hecho seguimos apostando a ello, pero la lógica de la razón y de la historia me hacen pensar que, más bien, se habrá de llegar a un momento de tensionamiento de fuerzas y habrá que ver qué es lo que sucede. Y creo que en el caso de Bolivia, este momento está más cerca de lo que parece".[2]
Es difícil concluir entonces algo diferente a que el MAS ha decidido romper con el referido ciclo de negociación-enfrentamiento y ha optado por avanzar con su propio "proyecto de cambio", asimilando solo las aspiraciones de sus bases e ignorando las demandas e intereses de sus opositores (a quienes, por otro lado, ubica en una mega conspiración internacional contra su Presidente dirigida por la embajada de Estados Unidos en Bolivia). La fórmula, tanto conceptual como práctica, ha sido la de utilizar su "mayoría absoluta" (incontrovertible por el momento en términos electorales) para sustentar este tipo de movimientos unilaterales. Nos apoyamos otra vez en García Linera para explicar mejor la idea: "Tienen que aprender esos partidos minoritarios que la ley de la democracia es la ley de la mayoría... Las minorías tienen derecho, están ahí, nos sentimos muy contentos, pero las mayorías no van a moverse al compás de pequeñas minorías transitorias y chantajistas".[3] El argumento es claro.
El problema es que aun cuando el MAS logre ganar, digamos, la "batalla normativa", esto es: cumpla con los requisitos formales necesarios para que la nueva constitución entre en vigor (entre ellos un referéndum nacional) y, de forma mas general, redefina todo el marco legal-institucional para convertir su mayoría en la regla absoluta de las decisiones en Bolivia (hacia donde parece apuntar la nueva constitución), quedará todavía el obstáculo "sociológico", es decir, la resistencia de los sectores opositores que ya han anunciado que no acatarán una constitución que consideran ilegitima, que avanzarán de hecho con sus propuestas de autonomía y que, además, están dispuestos a salir a las calles a defender sus intereses.
La intensidad de este nuevo conflicto que se avizora, nueva faceta del mismo largo conflicto en realidad, dependerá de cuán lejos esté dispuesto a llegar el oficialismo en su ofensiva unilateral y de cuán intensa sea la reacción de la oposición. De todos modos, es difícil de imaginar que la decisión del gobierno de Evo de avanzar en solitario con su agenda pueda traer algo más que consecuencias negativas. En el mejor de los casos Bolivia repetirá la historia reciente y tras los enfrentamientos vendrá una frágil tregua, sin soluciones definitivas y con perspectivas de consenso cada vez mas cerradas. En el peor de los casos, el enfrentamiento se agravará con resultados imprevisibles.
Matías Franchini es Investigador Asociado del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
1.- Diario Los Tiempos, de Cochabamba, 10 de diciembre de 2007.
2.- Diario La Razón, de La Paz, 22 de noviembre de 2007.
3.- Diario La Razón, de La Paz, 22 de agosto de 2006.