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Instituto Václav Havel
Mis palabras en el Forum 2000
Hoy estoy aquí, justo en la ciudad donde nació Vaclav Havel, ese hombre que resume como pocos el espíritu de la transición. Estoy además frente a muchas personas que han impulsado, fomentado y personificado el deseo de cambio de sus respectivas sociedades.Por Yoani Sánchez
Hace ya más de una década cayó en mis manos por primera vez el libro de Vaclav Havel “El poder de los sin poder”. Venía forrado con una página del periódico oficial de mi país, del diario del Partido Comunista de Cuba. Forrar los libros era una de las tantas formas en que escondíamos de la vista de informantes y policías políticos los textos incómodos y prohibidos por el gobierno. De esa manera habíamos estado leyendo en el clandestinaje las historias de lo sucedido con la caída del muro de Berlín, del fin de la Unión Soviética, la transformación checa y todos los otros sucesos de Europa del Este. Sabíamos de todas esas transiciones, algunas más traumáticas, otras más exitosas y muchos soñábamos con que la transición llegaría pronto a nuestra Isla en el Caribe, sometida por más de cinco décadas a un totalitarismo. Pero las transiciones más que añorarlas, hay que construirlas. Los procesos de cambio no llegan solos, los ciudadanos tienen que provocarlos.
Hoy estoy aquí, justo en la ciudad donde nació Vaclav Havel, ese hombre que resume como pocos el espíritu de la transición. Estoy además frente a muchas personas que han impulsado, fomentado y personificado el deseo de cambio de sus respectivas sociedades. Porque la búsqueda de horizontes de mayor libertad, es un componente esencial de la naturaleza humana. Por eso se vuelven tan retorcidos y anti naturales esos regímenes que intentan perpetuarse sobre sus pueblos, inmovilizarlos, quitarles el deseo de soñar con que el futuro deberá ser mejor.
En la época que le correspondió a Vaclav Havel, a Lech Walesa y a tantos otros disidentes de los regímenes comunistas, fueron efectivos los métodos de la lucha pacífica, sindical, hasta la creación artística se puso en función del cambio. Ahora ha venido en nuestro auxilio también la tecnología. Cada vez que utilizo un teléfono móvil para denunciar un arresto o escribo en mi blog sobre la difícil situación de tantas familias cubanas, pienso cómo habrían ayudado estos artilugios de teclas y pantallas a los activistas de décadas anteriores. Cuán lejos hubieran podido llegar sus voces y proyectos de haber contado con las redes sociales y todo el ciberespacio que se abre hoy ante nuestros ojos. La WEB 2.0 ha sido, sin dudas, un impulso para ese espíritu de transición que habita en el interior de todos nosotros.
Hoy está aquí por primera vez en el Forum 2000 una pequeña representación de activistas cubanos. Después de décadas de encierro insular en que el régimen de nuestro país impedía a muchos disidentes, periodistas independientes y bloggers alternativos viajar al extranjero, hemos logrado la pequeña victoria de que nos abran el cerrojo de las fronteras nacionales. Es una victoria limitada, incompleta, porque todavía faltan muchas otras. La libertad de asociación, el respeto a la libre opinión, la capacidad de elegir por nosotros mismos a quienes nos representen, el fin de esos actos de odio llamados mítines de repudio que aún persisten en las calles cubanas contra los que piensan diferente a la ideología en el poder. Sin embargo, muchos sentimos que Cuba está en transición. Una transición que está ocurriendo de la manera más irreversible y aleccionadora: desde el interior del individuo, en la conciencia de un pueblo.
En esa transición habrán influido muchos de ustedes. Muchos de ustedes que han llegado primero a la libertad y han comprobado que no es el final del camino, sino que la libertad trae nuevos problemas, nuevas responsabilidades, nuevos retos. Ustedes que en sus respectivos países mantuvieron vivo el aliento del cambio, incluso poniendo en riesgo sus nombres y sus vidas.
Como el espíritu de la transición contenido en aquel libro de Václav Havel, forrado –para enmascararlo- con las páginas del periódico oficial más inmovilista y reaccionario que puedan imaginar. Como aquel libro, la transición puede prohibirse, censurarse, ser decretada casi una mala palabra, postergarse y satanizarse… pero siempre llegará.
Yoani Sánchez
Hace ya más de una década cayó en mis manos por primera vez el libro de Vaclav Havel “El poder de los sin poder”. Venía forrado con una página del periódico oficial de mi país, del diario del Partido Comunista de Cuba. Forrar los libros era una de las tantas formas en que escondíamos de la vista de informantes y policías políticos los textos incómodos y prohibidos por el gobierno. De esa manera habíamos estado leyendo en el clandestinaje las historias de lo sucedido con la caída del muro de Berlín, del fin de la Unión Soviética, la transformación checa y todos los otros sucesos de Europa del Este. Sabíamos de todas esas transiciones, algunas más traumáticas, otras más exitosas y muchos soñábamos con que la transición llegaría pronto a nuestra Isla en el Caribe, sometida por más de cinco décadas a un totalitarismo. Pero las transiciones más que añorarlas, hay que construirlas. Los procesos de cambio no llegan solos, los ciudadanos tienen que provocarlos.
Hoy estoy aquí, justo en la ciudad donde nació Vaclav Havel, ese hombre que resume como pocos el espíritu de la transición. Estoy además frente a muchas personas que han impulsado, fomentado y personificado el deseo de cambio de sus respectivas sociedades. Porque la búsqueda de horizontes de mayor libertad, es un componente esencial de la naturaleza humana. Por eso se vuelven tan retorcidos y anti naturales esos regímenes que intentan perpetuarse sobre sus pueblos, inmovilizarlos, quitarles el deseo de soñar con que el futuro deberá ser mejor.
En la época que le correspondió a Vaclav Havel, a Lech Walesa y a tantos otros disidentes de los regímenes comunistas, fueron efectivos los métodos de la lucha pacífica, sindical, hasta la creación artística se puso en función del cambio. Ahora ha venido en nuestro auxilio también la tecnología. Cada vez que utilizo un teléfono móvil para denunciar un arresto o escribo en mi blog sobre la difícil situación de tantas familias cubanas, pienso cómo habrían ayudado estos artilugios de teclas y pantallas a los activistas de décadas anteriores. Cuán lejos hubieran podido llegar sus voces y proyectos de haber contado con las redes sociales y todo el ciberespacio que se abre hoy ante nuestros ojos. La WEB 2.0 ha sido, sin dudas, un impulso para ese espíritu de transición que habita en el interior de todos nosotros.
Hoy está aquí por primera vez en el Forum 2000 una pequeña representación de activistas cubanos. Después de décadas de encierro insular en que el régimen de nuestro país impedía a muchos disidentes, periodistas independientes y bloggers alternativos viajar al extranjero, hemos logrado la pequeña victoria de que nos abran el cerrojo de las fronteras nacionales. Es una victoria limitada, incompleta, porque todavía faltan muchas otras. La libertad de asociación, el respeto a la libre opinión, la capacidad de elegir por nosotros mismos a quienes nos representen, el fin de esos actos de odio llamados mítines de repudio que aún persisten en las calles cubanas contra los que piensan diferente a la ideología en el poder. Sin embargo, muchos sentimos que Cuba está en transición. Una transición que está ocurriendo de la manera más irreversible y aleccionadora: desde el interior del individuo, en la conciencia de un pueblo.
En esa transición habrán influido muchos de ustedes. Muchos de ustedes que han llegado primero a la libertad y han comprobado que no es el final del camino, sino que la libertad trae nuevos problemas, nuevas responsabilidades, nuevos retos. Ustedes que en sus respectivos países mantuvieron vivo el aliento del cambio, incluso poniendo en riesgo sus nombres y sus vidas.
Como el espíritu de la transición contenido en aquel libro de Václav Havel, forrado –para enmascararlo- con las páginas del periódico oficial más inmovilista y reaccionario que puedan imaginar. Como aquel libro, la transición puede prohibirse, censurarse, ser decretada casi una mala palabra, postergarse y satanizarse… pero siempre llegará.