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Corea del Norte bajo la lupa
Buenas madres, buenas esposas, buenas hermanas, buenas hijas: El liderazgo femenino en Corea del Norte
Lo que se espera de una mujer en el Reino Hermético es que sea buena esposa, buena madre y buena nuera, y que aspire —¡solo que aspire!— a una carrera en la administración pública. Durante mi viaje a Corea del Norte, de hecho, mantuve una conversación al respecto con la Señorita Cho.Por María de los Ángeles Lasa
En 1949, diez camaradas lideraban el politburó de Corea del Norte: Kim Il Sung, ocho fulanos más y Pak Chong Ae, la única mujer. Pak, agente de inteligencia soviética que había estudiado en la Universidad Estatal de Moscú, lideró primero la Liga Democrática de Mujeres Coreanas y hacia fines de 1966 fue purgada. Para sus compañeros de armas, los fulanos, la purga significó la muerte. Pak, en cambio, fue confinada a trabajar en zonas rurales hasta su fallecimiento en 1986.
La suerte que corrió Pak dice mucho sobre el rol que tuvieron las mujeres en el comunismo soviético y sus variantes locales después de 1960. Pero no siempre fue así.
A inicios del siglo XX, la ideología comunista era la más feminista de todas: no se ocupaba específicamente de la igualdad de género, pero sí es cierto que demandaba equidad económica y social para varones y mujeres por igual. Más tarde, en la década de 1920, la Unión Soviética emprendió un programa de reclutamiento para que más mujeres se enlistaran en el ejército como ingenieras, soldados y pilotos de avión. De aquí saldría, de hecho, la célebre Lyudmila Pavlichenko, la mejor francotiradora del Ejército Rojo. En la década siguiente, finalmente, las mujeres se incorporarían como fuerza de trabajo predominante en la (regulada) economía soviética.
En 1945 los soviéticos llevaron a la península coreana algunos pilares centrales de la equidad de género y, mediante una ley aprobada en 1946, abolieron el concubinato, regularon el divorcio y concedieron a las mujeres derechos de propiedad sobre bienes y herencias. Sin embargo, y con la excepción de Pak y Ho Chong Suk —que llegó a ser Ministra de Justicia antes de ser también purgada—, ninguna mujer llegó a ocupar puestos importantes de liderazgo en los primeros años de la naciente república de los trabajadores.
En la historiografía norcoreana, solo dos mujeres han sido reverenciadas: Kang Pan Sok, madre de Kim Il Sung; y Kim Jong Suk, madre de Kim Jong Il. En ambas figuras femeninas se resume la legitimidad filial de los amados líderes y —queda bastante claro— han sido relevantes en tanto eso: haber sido madres de. La tercera figura notable debería ser Ko Young Hee, madre de Kim Jong Un, pero venía floja de papeles: era una zainichi —se llama así a los coreanos nacidos en Japón, el enemigo declarado de Corea del Norte—, se casó en terceras nupcias con Kim Jong Il, y fue costurera y bailarina, algo bastante menos heroico que ser política o guerrillera comunista como Kang y Ko. Después de su muerte en París en 2004 —a raíz de un cáncer de mamas—, el Partido de los Trabajadores ensalzó su figura en tanto fiel esposa, pero nunca destacaron su rol de madre: ninguno de sus tres hijos era por entonces el favorito a suceder a su padre en el trono juche.
Lo que se espera de una mujer en el Reino Hermético, en suma, es que sea buena esposa, buena madre y buena nuera, y que aspire —¡solo que aspire!— a una carrera en la administración pública. Durante mi viaje a Corea del Norte, de hecho, mantuve una conversación al respecto con la Señorita Cho.
La Señorita Cho era la guía turística de mi grupo de viaje. Tenía 28 años, había estudiado Relaciones Exteriores en la Universidad Kim Il Sung, era hija de un encumbrado camarada del Partido —se notaba— y parecía obsesionarle una cosa: mi estado civil. Me había preguntado varias veces mi edad (31, por entonces) y no le cuadraba que no estuviera casada. Así que una noche, camino a Pyongsong, arremetió a bordo del bus.
—María, ¿de verdad no estás casada?
No, y le expliqué que para mí no representaba un problema. Que estaba bien como estaba (o sea, soltera), y que en Argentina nadie esperaba que lo hiciera. O sí, pero tampoco me importaba demasiado. And what about you? Para la Señorita Cho las cosas eran un poco diferentes. Tenía un novio que había conocido en la universidad y con el que debía casarse cuanto antes: tenía 28 años y ya estaba pasada de edad. ¿Y cuándo se casan? Le pregunté.
—A eso lo decide él. Y el Partido: el Partido nos da la casa y queremos esperar a tener la propia. Si no, yo tendría que mudarme a la casa de sus padres y vivir con ellos.
La Señorita Cho, graduada en la mejor universidad del país, hablaba un excelente inglés y había aspirado a una carrera en la diplomacia. Pero la diplomacia es cosa de hombres, entonces mejor era ser buena esposa, buena madre, buena nuera.
En 1990, el año en que nació la Señorita Cho, las mujeres de Corea del Norte vivieron una primavera feminista. O bueno, algo así. En los años ’80, un miembro de rango medio del Partido de los Trabajadores de Corea recibía mensualmente veinte kilos de arroz blanco, cuatro kilos de cerdo, cinco kilos de pescado, dos litros de aceite, quince huevos, medias y un par de pantalones de vinalón. En 1987, la ración de arroz se redujo a dieciséis kilos por mes, y ya en 1990 —después de la caída del Muro de Berlín—, el sistema de distribución estatal colapsó. Así que mientras los hombres seguían marcando tarjeta en las fábricas que no producían, las mujeres se convirtieron en las agentes claves de la economía informal del trueque. Ahora eran las mujeres las que alimentaban a sus familias.
El empoderamiento de las norcoreanas después de 1990 trajo algunas consecuencias inmediatas en la vida cotidiana del país. En principio, el debilitamiento de las inminban, cooperativas locales de vigilancia y control que funcionaban generalmente por proximidad residencial. Todos los norcoreanos viven en un edificio o en un conjunto de casas y, por lo tanto, todos los norcoreanos pertenecen a una inminban.
Las inminbans nacieron en 1960 y estaban a cargo de mujeres sin empleo formal que recibían a cambio de su trabajo setecientos gramos de arroz al día. Liderar una inminban implicaba limpiar baños públicos, realizar trabajos agrícolas en parcelas comunitarias, recoger residuos y vigilar. Sobre todo, vigilar. Se esperaba de la líder que supiera, de sus vecinos, los niveles de ingresos, hábitos de consumo, ahorros, habilidades específicas y posibles actos de rebelión. Pero con las mujeres trocando bienes en el mercado negro gran parte del día, las inminbans se debilitaron y, junto con ellas, el elefantiásico aparato de control norcoreano.
Desde la primavera de los ’90, las mujeres destacadas de la élite norcoreana han sido fundamentalmente dos: Kim Kyong Hiu, hermana de Kim Jong Il y viuda de Jang Song Thaek, acusado de traición por su sobrino y ejecutado en diciembre de 2013; y Ri Sol-ju, Primera Dama de Corea del Norte, que hizo su primera aparición pública el 5 de julio de 2012. Recientemente, sin embargo, dos nuevas figuras femeninas han cobrado especial protagonismo: Kim Yo Jong y Kim Ju-ae, hermana e hija —respectivamente— de Kim Jong Un.
De Kim Yo Jong sabemos que es Directora del Departamento de Propaganda y Agitación del Partido de los Trabajadores y, desde octubre de 2017, la única mujer que integra el Politburó. De Kim Ju-ae, que es la segunda hija de tres, que tiene unos nueve o diez años, y que los medios estatales la han descrito por primera vez como la “amada” y “respetada” hija del Mariscal Kim Jong Un.
Kim Yo Jong es buena hermana, parece, y Kim Ju-ae, buena hija. Y eso les vale la confianza de Kim Jong Un. Así que el mundo, expectante, las observa de cerca, confiando en que su liderazgo femenino pueda acercar, algún día, a dos hermanas separadas hace ya setenta años: Corea del Norte y Corea del Sur.
María de los Ángeles LasaConsejera académicaEs Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Católica de Córdoba, Magister en Políticas Públicas por la University of Oxford y Doctora en Ciencia Política por la Università degli Studi di Camerino. Ha trabajado en el sector público argentino, en organismos internacionales y para organizaciones de la sociedad civil. Fue Investigadora Visitante en la University of Texas at Austin y en la Universidad de Los Andes, y Profesora Invitada de Estado y Políticas Públicas en la Universidad Torcuato Di Tella. Ha sido oradora TEDx en la Universidad Católica de Córdoba y en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Fue becaria del Gobierno de Italia, Fundación Carolina, Comisión Fulbright, Erasmus+ y Chevening.
En 1949, diez camaradas lideraban el politburó de Corea del Norte: Kim Il Sung, ocho fulanos más y Pak Chong Ae, la única mujer. Pak, agente de inteligencia soviética que había estudiado en la Universidad Estatal de Moscú, lideró primero la Liga Democrática de Mujeres Coreanas y hacia fines de 1966 fue purgada. Para sus compañeros de armas, los fulanos, la purga significó la muerte. Pak, en cambio, fue confinada a trabajar en zonas rurales hasta su fallecimiento en 1986.
La suerte que corrió Pak dice mucho sobre el rol que tuvieron las mujeres en el comunismo soviético y sus variantes locales después de 1960. Pero no siempre fue así.
A inicios del siglo XX, la ideología comunista era la más feminista de todas: no se ocupaba específicamente de la igualdad de género, pero sí es cierto que demandaba equidad económica y social para varones y mujeres por igual. Más tarde, en la década de 1920, la Unión Soviética emprendió un programa de reclutamiento para que más mujeres se enlistaran en el ejército como ingenieras, soldados y pilotos de avión. De aquí saldría, de hecho, la célebre Lyudmila Pavlichenko, la mejor francotiradora del Ejército Rojo. En la década siguiente, finalmente, las mujeres se incorporarían como fuerza de trabajo predominante en la (regulada) economía soviética.
En 1945 los soviéticos llevaron a la península coreana algunos pilares centrales de la equidad de género y, mediante una ley aprobada en 1946, abolieron el concubinato, regularon el divorcio y concedieron a las mujeres derechos de propiedad sobre bienes y herencias. Sin embargo, y con la excepción de Pak y Ho Chong Suk —que llegó a ser Ministra de Justicia antes de ser también purgada—, ninguna mujer llegó a ocupar puestos importantes de liderazgo en los primeros años de la naciente república de los trabajadores.
En la historiografía norcoreana, solo dos mujeres han sido reverenciadas: Kang Pan Sok, madre de Kim Il Sung; y Kim Jong Suk, madre de Kim Jong Il. En ambas figuras femeninas se resume la legitimidad filial de los amados líderes y —queda bastante claro— han sido relevantes en tanto eso: haber sido madres de. La tercera figura notable debería ser Ko Young Hee, madre de Kim Jong Un, pero venía floja de papeles: era una zainichi —se llama así a los coreanos nacidos en Japón, el enemigo declarado de Corea del Norte—, se casó en terceras nupcias con Kim Jong Il, y fue costurera y bailarina, algo bastante menos heroico que ser política o guerrillera comunista como Kang y Ko. Después de su muerte en París en 2004 —a raíz de un cáncer de mamas—, el Partido de los Trabajadores ensalzó su figura en tanto fiel esposa, pero nunca destacaron su rol de madre: ninguno de sus tres hijos era por entonces el favorito a suceder a su padre en el trono juche.
Lo que se espera de una mujer en el Reino Hermético, en suma, es que sea buena esposa, buena madre y buena nuera, y que aspire —¡solo que aspire!— a una carrera en la administración pública. Durante mi viaje a Corea del Norte, de hecho, mantuve una conversación al respecto con la Señorita Cho.
La Señorita Cho era la guía turística de mi grupo de viaje. Tenía 28 años, había estudiado Relaciones Exteriores en la Universidad Kim Il Sung, era hija de un encumbrado camarada del Partido —se notaba— y parecía obsesionarle una cosa: mi estado civil. Me había preguntado varias veces mi edad (31, por entonces) y no le cuadraba que no estuviera casada. Así que una noche, camino a Pyongsong, arremetió a bordo del bus.
—María, ¿de verdad no estás casada?
No, y le expliqué que para mí no representaba un problema. Que estaba bien como estaba (o sea, soltera), y que en Argentina nadie esperaba que lo hiciera. O sí, pero tampoco me importaba demasiado. And what about you? Para la Señorita Cho las cosas eran un poco diferentes. Tenía un novio que había conocido en la universidad y con el que debía casarse cuanto antes: tenía 28 años y ya estaba pasada de edad. ¿Y cuándo se casan? Le pregunté.
—A eso lo decide él. Y el Partido: el Partido nos da la casa y queremos esperar a tener la propia. Si no, yo tendría que mudarme a la casa de sus padres y vivir con ellos.
La Señorita Cho, graduada en la mejor universidad del país, hablaba un excelente inglés y había aspirado a una carrera en la diplomacia. Pero la diplomacia es cosa de hombres, entonces mejor era ser buena esposa, buena madre, buena nuera.
En 1990, el año en que nació la Señorita Cho, las mujeres de Corea del Norte vivieron una primavera feminista. O bueno, algo así. En los años ’80, un miembro de rango medio del Partido de los Trabajadores de Corea recibía mensualmente veinte kilos de arroz blanco, cuatro kilos de cerdo, cinco kilos de pescado, dos litros de aceite, quince huevos, medias y un par de pantalones de vinalón. En 1987, la ración de arroz se redujo a dieciséis kilos por mes, y ya en 1990 —después de la caída del Muro de Berlín—, el sistema de distribución estatal colapsó. Así que mientras los hombres seguían marcando tarjeta en las fábricas que no producían, las mujeres se convirtieron en las agentes claves de la economía informal del trueque. Ahora eran las mujeres las que alimentaban a sus familias.
El empoderamiento de las norcoreanas después de 1990 trajo algunas consecuencias inmediatas en la vida cotidiana del país. En principio, el debilitamiento de las inminban, cooperativas locales de vigilancia y control que funcionaban generalmente por proximidad residencial. Todos los norcoreanos viven en un edificio o en un conjunto de casas y, por lo tanto, todos los norcoreanos pertenecen a una inminban.
Las inminbans nacieron en 1960 y estaban a cargo de mujeres sin empleo formal que recibían a cambio de su trabajo setecientos gramos de arroz al día. Liderar una inminban implicaba limpiar baños públicos, realizar trabajos agrícolas en parcelas comunitarias, recoger residuos y vigilar. Sobre todo, vigilar. Se esperaba de la líder que supiera, de sus vecinos, los niveles de ingresos, hábitos de consumo, ahorros, habilidades específicas y posibles actos de rebelión. Pero con las mujeres trocando bienes en el mercado negro gran parte del día, las inminbans se debilitaron y, junto con ellas, el elefantiásico aparato de control norcoreano.
Desde la primavera de los ’90, las mujeres destacadas de la élite norcoreana han sido fundamentalmente dos: Kim Kyong Hiu, hermana de Kim Jong Il y viuda de Jang Song Thaek, acusado de traición por su sobrino y ejecutado en diciembre de 2013; y Ri Sol-ju, Primera Dama de Corea del Norte, que hizo su primera aparición pública el 5 de julio de 2012. Recientemente, sin embargo, dos nuevas figuras femeninas han cobrado especial protagonismo: Kim Yo Jong y Kim Ju-ae, hermana e hija —respectivamente— de Kim Jong Un.
De Kim Yo Jong sabemos que es Directora del Departamento de Propaganda y Agitación del Partido de los Trabajadores y, desde octubre de 2017, la única mujer que integra el Politburó. De Kim Ju-ae, que es la segunda hija de tres, que tiene unos nueve o diez años, y que los medios estatales la han descrito por primera vez como la “amada” y “respetada” hija del Mariscal Kim Jong Un.
Kim Yo Jong es buena hermana, parece, y Kim Ju-ae, buena hija. Y eso les vale la confianza de Kim Jong Un. Así que el mundo, expectante, las observa de cerca, confiando en que su liderazgo femenino pueda acercar, algún día, a dos hermanas separadas hace ya setenta años: Corea del Norte y Corea del Sur.