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Promoción de la Apertura Política en Cuba
Gulash à la Castro
Para tapar el descontento y la frustración, el comunismo cubano intenta calmar a algunos sectores con la promoción del consumo. El “efecto de demostración” que les llega de Estados Unidos y por la presencia de turistas de los países occidentales, pone a los cubanos ante la evidencia de que hay un mundo mejor más allá de las cálidas aguas del Caribe y sus voraces tiburones. Fue la fórmula que ensayó János Kádár en los años sesenta y setenta en Hungría, el llamado “socialismo gulash”, basado en el consumo y la introducción de tecnología occidental.Por Ricardo López Göttig
Raúl Castro terminó su etapa como regente y fue entronizado formalmente en la presidencia de Cuba, pero el régimen tambalea por su autoritarismo férreo, su atraso económico y por el sistema de apartheid social en el que los únicos beneficiarios son los miembros de la nomenklatura gobernante. Para prolongar la vida de uno de los últimos bastiones del socialismo real ha prometido abrir las puertas a los más recientes frutos de la tecnología capitalista, como los reproductores de DVD, microondas y hasta tostadoras eléctricas, a fin de calmar las ansias de consumo del porcentaje ínfimo de cubanos que puede acceder a la compra de estos artículos. Y es que el socialismo no nació con objetivos de austeridad espartana, sino de superabundancia gracias a la propiedad colectiva de los medios de producción. Una de las tantas promesas incumplidas de la utopía marxista.
Para tapar el descontento y la frustración, el comunismo cubano intenta calmar a algunos sectores con la promoción del consumo. El “efecto de demostración” que les llega de Estados Unidos y por la presencia de turistas de los países occidentales, pone a los cubanos ante la evidencia de que hay un mundo mejor más allá de las cálidas aguas del Caribe y sus voraces tiburones. La prédica nacionalista rinde por un tiempo, el espíritu de la revolución socialista y proletaria mundial ha muerto hace decenios, y entonces se recurre al fomento de un mínimo de bienestar dentro del régimen autoritario. Es la fórmula que ensayó János Kádár en los años sesenta y setenta en Hungría, el llamado “socialismo gulash”, basado en el consumo y la introducción de tecnología occidental. Tras la sangrienta represión en Hungría en 1956, el comunismo magiar guiado por Kádár fue estableciendo en los años sesenta y setenta el llamado Nuevo Mecanismo Económico, por el cual buscaba legitimar la hegemonía del partido único por sus resultados materiales. Mediante una compleja combinación de planificación centralizada de la economía con algunos mecanismos de autogestión empresarial, y con subsidios que provenían tanto de la URSS como de Occidente, la economía húngara logró sobresalir por sus exportaciones con respecto al resto de los países del bloque soviético, permitiendo el acceso de electrodomésticos y automóviles para la población. Los gobiernos de varias naciones occidentales contribuyeron con el “socialismo gulash” al otorgarle créditos, amparados por el marco general de la “segunda canasta” de la Convención de Helsinki de 1975, que intentaba reducir la brecha entre las dos Europas. El kadarismo, sin embargo, no logró ocultar la escasa competitividad de la economía socialista húngara ni el notorio retraso frente a las naciones occidentales, aun cuando le dio un largo respiro hasta el desplome general de 1989.
Si este es el modelo para Cuba que pretende seguir Raúl Castro, lo sabremos en los próximos meses. Pero debería tomar nota de la experiencia húngara, ya que después de los televisores, las radios y los automóviles, vienen las demandas de libertades civiles y políticas.
Ricardo López Göttig es Director de la Licenciatura en Ciencia Política de la Universidad de Belgrano e Investigador Asociado de CADAL.
Ricardo López GöttigDirector del Instituto Václav Havel
Profesor y Doctor en Historia, egresado de la Universidad de Belgrano y de la Universidad Karlova de Praga (República Checa), respectivamente. Doctorando en Ciencia Política. Es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Belgrano, y profesor en las maestrías en Relaciones Internacionales de la UB y de la Universidad del Salvador. Fue profesor visitante en la Universidad Torcuato Di Tella, en la Universidad ORT Uruguay y en la Universidad de Pavía (Italia). Autor de los libros “Origen, mitos e influencias del antisemitismo en el mundo” (2019) y “Milada Horáková. Defensora de los derechos humanos y víctima de los totalitarismos” (2020), ambos publicados por CADAL y la Fundación Konrad Adenauer, entre otros. Fue Director de Museos y Preservación Patrimonial de la Provincia de Buenos Aires (2015-2019).
Raúl Castro terminó su etapa como regente y fue entronizado formalmente en la presidencia de Cuba, pero el régimen tambalea por su autoritarismo férreo, su atraso económico y por el sistema de apartheid social en el que los únicos beneficiarios son los miembros de la nomenklatura gobernante. Para prolongar la vida de uno de los últimos bastiones del socialismo real ha prometido abrir las puertas a los más recientes frutos de la tecnología capitalista, como los reproductores de DVD, microondas y hasta tostadoras eléctricas, a fin de calmar las ansias de consumo del porcentaje ínfimo de cubanos que puede acceder a la compra de estos artículos. Y es que el socialismo no nació con objetivos de austeridad espartana, sino de superabundancia gracias a la propiedad colectiva de los medios de producción. Una de las tantas promesas incumplidas de la utopía marxista.
Para tapar el descontento y la frustración, el comunismo cubano intenta calmar a algunos sectores con la promoción del consumo. El “efecto de demostración” que les llega de Estados Unidos y por la presencia de turistas de los países occidentales, pone a los cubanos ante la evidencia de que hay un mundo mejor más allá de las cálidas aguas del Caribe y sus voraces tiburones. La prédica nacionalista rinde por un tiempo, el espíritu de la revolución socialista y proletaria mundial ha muerto hace decenios, y entonces se recurre al fomento de un mínimo de bienestar dentro del régimen autoritario. Es la fórmula que ensayó János Kádár en los años sesenta y setenta en Hungría, el llamado “socialismo gulash”, basado en el consumo y la introducción de tecnología occidental. Tras la sangrienta represión en Hungría en 1956, el comunismo magiar guiado por Kádár fue estableciendo en los años sesenta y setenta el llamado Nuevo Mecanismo Económico, por el cual buscaba legitimar la hegemonía del partido único por sus resultados materiales. Mediante una compleja combinación de planificación centralizada de la economía con algunos mecanismos de autogestión empresarial, y con subsidios que provenían tanto de la URSS como de Occidente, la economía húngara logró sobresalir por sus exportaciones con respecto al resto de los países del bloque soviético, permitiendo el acceso de electrodomésticos y automóviles para la población. Los gobiernos de varias naciones occidentales contribuyeron con el “socialismo gulash” al otorgarle créditos, amparados por el marco general de la “segunda canasta” de la Convención de Helsinki de 1975, que intentaba reducir la brecha entre las dos Europas. El kadarismo, sin embargo, no logró ocultar la escasa competitividad de la economía socialista húngara ni el notorio retraso frente a las naciones occidentales, aun cuando le dio un largo respiro hasta el desplome general de 1989.
Si este es el modelo para Cuba que pretende seguir Raúl Castro, lo sabremos en los próximos meses. Pero debería tomar nota de la experiencia húngara, ya que después de los televisores, las radios y los automóviles, vienen las demandas de libertades civiles y políticas.
Ricardo López Göttig es Director de la Licenciatura en Ciencia Política de la Universidad de Belgrano e Investigador Asociado de CADAL.