Comunicados
Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
A 25 años de su visita a Buenos Aires: Václav Havel en el CARI
Como Presidente de la República Checa, Václav Havel visitó Buenos Aires el 27 de septiembre de 1996. En dicha oportunidad, luego de una presentación a cargo de un miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), Havel ofreció una breve introducción para seguidamente responder preguntas de referentes locales convocados por el CARI. Al cumplirse 25 años de su visita a Buenos Aires, gracias a la gentileza del CARI se ofrece el audio de la actividad y la transcripción al español de la intervención de Václav Havel traducida por Lara Kovandová, ex pasante internacional de CADAL.
Damas y caballeros, es un gran honor haber sido invitado a su prestigioso consejo. He asistido a varias reuniones y debates con políticos, académicos, empresarios de todo el mundo, y siempre ha sido muy interesante y enriquecedor para mí. Esta es una de mis primeras reuniones en América Latina (sin contar una reunión que tuve con unos veinte intelectuales en Chile hace unos días).
Agradezco al director sus amables palabras, aunque tengo que confesar un sentimiento de vergüenza. Al escuchar mi biografía compactada, parecería como si fuera una especie de héroe de cuento de hadas. Quiero asegurarles que soy una persona común, llena de dudas, inseguridades, preguntas. A menudo estoy nervioso, a veces estoy de buen humor, a veces estoy de peor humor, a veces me expreso bien, a veces no tan bien. Ciertamente no soy un superhombre, pero una cosa que me atrevo a decir es que me comprometo y respaldo a ciertas cosas. Y no las respaldo porque soy extremadamente valiente, sino más bien porque tengo miedo. Tengo miedo de mi propia conciencia y del remordimiento que me envolvería si sentiría que había hecho un compromiso cuestionable, si sentiría que traicionaba, decepcionaba o decepcionaba a alguien. He sentido este tipo de remordimiento un par de veces. Y fue tan desagradable y horrible que ahora lo temo, y por eso me siento valiente.
Ahora estoy listo para responder a sus preguntas, como mejor sé.
¿Cómo ubicaría la realidad cultural, étnica e histórica de América Latina en ese panorama internacional de nuestro tiempo de transición, y que misión le caería a la cultura Ibero-América en esa cultura moderna de coexistencia?
Estas son, esencialmente, dos preguntas en las que la primera se refiere a mi visión general sobre el mundo de hoy y la segunda se refiere a mis sentimientos e impresiones de América Latina. Con respecto a la primera pregunta, realmente no siento que mi vida, mi trabajo o mi observación del mundo se hayan agotado por mis críticas al sistema totalitario comunista, y no siento que una vez que este sistema totalitario colapsó, la historia terminó, ahora todo está en orden, y nos acercamos al paraíso. No siento que este sea el caso. Veo una cantidad considerable de amenazas a la civilización y peligros que nos rodean. A menudo hablo de ellos en varios discursos en diferentes continentes en diferentes partes del mundo. De hecho, incluso el comunismo – respectivamente el sistema totalitario del tipo comunista soviético – que se desmoronó, considero solo una de las manifestaciones extremas, específicas, agudas y peligrosas de una crisis más profunda. Esta manifestación en particular terminó, el comunismo colapsó, pero algunos de esos elementos de crisis en el mundo de hoy no han desaparecido. Por el contrario, se han habilitado diferentes formas de que florezcan esos regímenes. Si nos fijamos en nuestra parte del mundo, conocida como la región "postcomunista", podemos observar muchos ejemplos nuevos y preocupantes: el auge del nacionalismo, el chauvinismo, la xenofobia, entre otros.
Para mí, un papel esencial del político – como intelectual independiente – es observar el mundo con una lente crítica, para no perder estos elementos de crisis. Pero principalmente, considero que el papel del político es pensar en los desafíos que se enfrentan y presentar soluciones, así como esperanza. Y esto es lo que aspiraré a hacer, dentro de mi limitado poder político. Esta es mi respuesta bastante general a la primera pregunta.
En cuanto a la segunda parte de la pregunta, por lo que sé del continente latinoamericano, por lo que he leído y he tenido el privilegio de observar con mis propios ojos, varias cosas me han destacado. En primer lugar, parece que se trata de un continente que está compuesto por una gran variedad de pueblos, una variedad de etnias, razas, colores, piel, religiones: el sentimiento multicultural es fuerte. He observado esto en los cuatro países que he visitado aquí, aunque sólo en la medida en que lo permiten los viajes de trabajo tan cortos. Y precisamente porque la civilización actual nos empuja constantemente unos hacia otros, mientras hay una cantidad creciente de personas, parece que la gente se está centrando cada vez más en sus diferencias, lo que amenaza con amplificar las diferencias entre grupos civiles, entre culturas y orígenes. Y en un momento en que prevalecen esas amenazas, América Latina puede ser vista como ejemplo e inspiración, demostrando que es posible: todos podemos vivir juntos, a pesar de nuestras diferencias.
Además, me parece que es un continente muy dinámico, con abundantes recursos; un continente con un futuro prometedor. Igualmente fascinante es que es un continente con una democracia joven y en expansión. En las últimas décadas, América Latina estuvo marcada por dictaduras militares y regímenes similares, que ya no están. Presentemente, la democracia triunfa aquí, lo que significa que la democracia no es simplemente una invención euroamericana, la cual el Occidente está imponiendo al resto del mundo, sino que es un espacio que permite a las personas con diversos orígenes culturales, resolver sus propios asuntos libremente, y con dignidad. Esto parece ser el caso aquí.
Asimismo, me parece que este continente tiene una buena postura en cuanto a su integración política y económica. Acá se hablan esencialmente solo dos idiomas, lo que significa que no hay tantas barreras lingüísticas. Pero esto es solo un asunto externo. La historia de América del Sur es muy similar; los estados individuales obtuvieron la independencia alrededor del mismo tiempo, las tradiciones culturales parecían interrelacionadas (aunque ligeramente diferentes en distintas áreas) antes de la llegada de Colón y la llegada de los europeos y los esclavos negros importados de África. Y aunque cada país tiene su atmósfera insustituible, su clima, su cultura, su historia, hay, no obstante, mucha similitud en espíritu. Y esta forma de integración, creo que, en el siglo XXI, es una de las maneras de lograr alguna forma de orden mundial.
¿Cuál cree usted que es el motivo por el cual el comunismo tuvo tantos adeptos en nombres de intelectuales y en nombres de la cultura?
Creo que hay muchas razones, y a veces algunas prevalecen y otras veces otras lo hacen. Una de las razones es, por ejemplo, esta tentación de que los intelectuales crean que, como intelectuales, han entendido el mundo. Es una inclinación hacia una ideología, hacia la creencia de que es posible comprender todas las leyes de la historia y derivar de ellas una visión de un mundo ideal, y esbozar una utopía. Esto es una especie de manifestación de arrogancia de una razón moderna, de la cual el marxismo es sólo una de muchas ramas. Esta es una gran tentación intelectual: la deificación de su propia razón. La creencia de que su propio ser es capaz de entender todo, entender el funcionamiento del mundo, y de eso, derivar un plan sobre cómo el mundo podría ser mejorado y cómo debería ser. A partir de esta mentalidad, es sólo un pequeño paso hasta comenzar a construir este mundo ideal imaginado. Y sólo entonces entendemos que la vida es misteriosa, compleja, cambiante, siempre nos sorprende con algo, y no encaja en el molde de nuestra visión. ¿Qué pasa después? O hay que renunciar al proyecto o empezar a adaptar la vida al proyecto. Y esto último es lo que llevó al Gulag, a los campos de concentración, y resultados similares. ¿Cómo difiere esto de forzar la vida en nombre de la utopía? Esta es una tentación intelectual que no es exclusiva del comunismo.
También hay otras razones, que se relacionan más con la atmósfera de un determinado país, con una situación específica. Si, por ejemplo, en algunos países existen grandes brechas sociales entre ricos y pobres, y los ricos se comportan con desprecio hacia los pobres, el intelectual que demuestra, o debería demostrar una mayor sensibilidad social y sentido de la justicia, comienza a rebelarse. Surge una pregunta lógica: ¿qué mejor alternativa hay? Y como resultado, se presenta la ideología comunista: la ideología que afirma que corregirá las injusticias. Pero de nuevo, como en primera instancia, esto es un fracaso del intelectual, porque un intelectual, en mi mente, debe ser el que problematiza, cuestiona la naturaleza de las cosas. No uno para ceder y sucumbir a una ideología ya terminada, incorporarla y apropiársela, olvidando de pensar críticamente. Hasta cierto punto fuimos testigos de esto en nuestro país, donde allí muchos de nuestros grandes escritores que se convirtieron en comunistas, y más tarde pagaron por ello, algunos incluso fueron perseguidos. Esta es otra posible razón.
Luego hay una razón que es relativamente legítima, que no voy a ampliar, pero que describiría usando el dicho de Adam Michnik, quien es un periodista polaco y un amigo mío, que dice: "Llevamos nuestro bolso a la derecha, pero nuestro corazón está a la izquierda"
Quisiera pedirle que desarrollara aquí, algunas de las características de esa sensibilidad religiosa a la que usted se refirió y del papel que está llamada a jugar.
He estado reflexionando sobre estas cosas durante mucho tiempo. Y no creo que pueda transmitir el alcance de mis pensamientos en unas pocas frases. Pero puedo intentarlo.
En la cárcel, por ejemplo, pensé mucho sobre las fuentes de responsabilidad. Una y otra vez me hice la misma pregunta: ¿a quién es realmente responsable una persona? ¿Y por qué es responsable? ¿Soy responsable ante mis amigos? ¿Y a mí círculo inmediato? ¿Y si no me ven? ¿Qué pasa si nunca se enteran de mis acciones, entonces puedo actuar irresponsablemente? ¿Por qué tengo que ser responsable incluso cuando nadie puede verme? He pensado en las fuentes de responsabilidad y sigo volviendo a la idea de que la fuente es más profunda. La responsabilidad deriva de la relación entre una persona y el orden por encima de él, algo que lo trasciende. Sólo entonces es posible explicar que las personas pueden comportarse respetuosamente entre sí, o realizar buenas acciones. Lo digo de una manera muy simplificada, casi primitiva, pero espero que me entiendan. Estoy convencido de que las raíces del orden moral y de la responsabilidad de la humanidad son metafísicas. Es el resultado de mi propia experiencia interior y de mi experiencia con el mundo. Una vez que miramos el mundo que nos rodea y vemos todas las crisis que existen en él, concluyo que la única manera de enfrentar esto es fortalecer una responsabilidad profunda y global. Fortalecer la relación de la persona con la eternidad, con el infinito, con el orden que lo trasciende. Entonces, restauraremos la conciencia del origen metafísico de este orden moral. Vemos que el mundo de hoy consiste en varios círculos de civilizaciones caracterizados por diferentes tradiciones religiosas. Si reflexionamos sobre estas religiones contradictorias y diferentes, y sus principios fundamentales, y si estudiamos los cánones fundamentales de estas religiones, descubriremos que todas son, de hecho, muy similares. Tienen los mismos principios fundamentales que brotan del respeto del mismo ser humano hacia alguien que lo creó, del milagro de la creación, del milagro del ser. Reflexiono sobre ese tema no sólo como filósofo recluido en prisión o en otro lugar, sino que intento proyectar estas reflexiones en entornos más políticos, como los que usted ha mencionado.
Señor presidente, en muchas partes del mundo, la llamada ‘clase política’ sufre una etapa de descredito, en alguna medida, y entonces una pregunta que surge casi naturalmente es: ¿un intelectual – con la probidad acreditada – como se inserta en el juego de la política?
La pregunta sobre el papel del intelectual y si puede participar en la política se plantea con frecuencia. No lo sé. Creo que ante todo tendríamos que aclarar lo que entendemos por intelectual. Tendríamos que definir este concepto. Propondría una definición: el intelectual es una persona que, a través de sus intereses, su educación, por naturaleza de su alma, está dispuesta a pensar en el significado más amplio de las cosas, a contemplarlas, a articularlas y sentir sus consecuencias, a través de una mayor sensibilidad, o un mayor sentimiento de responsabilidad. En la medida en que entendemos que el intelectual es así, creo que el intelectual es crucial en la política, y realmente todo político debe ser un intelectual. Porque, ¿qué más podemos exigir de un político en el mundo de hoy, que se encuentra en una encrucijada tan considerable, que precisamente eso: que considere una perspectiva a largo plazo, en contextos más amplios, y sienta una responsabilidad global? Un político que sólo piensa en lo que decir en la televisión de esta noche, y luego sólo está interesado si la opinión pública le reflejará al día siguiente, y que sólo piensa de una elección a otra es, en mi opinión, un político bastante mediocre. Puede tener éxito, porque sabe cómo atraer a las masas, pero me parece que lo que se exige de los políticos hoy en día es mayor, particularmente en los tiempos actuales. Conocemos a muchos políticos que son así o que eran así hace poco. Consiguieron enfrentar a la opinión pública en interés de algún objetivo a largo plazo, un objetivo que trasciende los intereses inmediatos, lograron ir en contra de los demás, pero lo hicieron de una manera que al final les valió respeto, y no fueron rechazados. El pueblo entendió que el político tenía razón, y lo apoyaron. Sería genial que los políticos fueran así, especialmente en estos tiempos. El mundo necesitaría urgentemente a tales políticos.
En base a la experiencia actual que usted tiene en el poder, ¿cree posible que la política retome la conducción de los grandes intereses económicos, financieros, y culturales que hoy parecen sobreponerse a la voluntad política mundial?
No creo que los políticos salven al mundo. Pero creo que tienen una influencia significativa en el mundo. Cada individuo tiene que empezar por sí mismo. Un político tiene que reflexionar sobre el alcance de su influencia y el consiguiente alcance de su responsabilidad. Los políticos no son sólo personas con poder, en el sentido de que son tomadores de decisiones, van a reuniones, y votan sobre asuntos, etc. Son personas que afectan a la sociedad porque cada dos días aparecen en la televisión y sus pensamientos, comportamientos y actitudes hacia la vida tendrán un efecto en la sociedad. Deben darse cuenta de esto, así como de la responsabilidad que conlleva.
Con respecto a la cultura y la política, personalmente no me gusta cuando la cultura es vista como un adorno de la vida, o como un condimento a la vida. Hay cosas importantes, cuestiones económicas, asuntos materiales, y luego hay cosas decorativas, como, por ejemplo, la cultura. Creo que esto es incorrecto. La cultura es un espacio en el que el individuo adquiere autoconciencia – cultura en el sentido más amplio de la palabra, no la cultura como en disciplinas individuales, como la literatura, el teatro, y cosas así. Creo que la cultura es un espacio de comunicación humana, un espacio de autoconciencia: no sólo intelectual, sino también autoconciencia moral. Es un espacio de conocimiento humano, de comprensión de uno mismo y del mundo. El carácter y la calidad de la cultura de la vida, o de la cultura de la política, o de la cultura del Estado, en este sentido general de la palabra, influye en gran medida positivamente o negativamente todo lo que esto abarca, incluida la economía. No creo en esas fórmulas baratas y ridículas que los marxistas usaron cuando enseñaron los fundamentos de la economía y la superestructura. Es más complejo que eso, el alma humana es más compleja. Incluso el que cuida de su estatus material, de su pan de cada día, así como un empresario, es un ser multidimensional, que tiene su propia alma. La cultura es un espacio donde esa alma se forma, se expande y se define, y en consecuencia influye en todo lo demás que hace, incluyendo sus empresas.
Traducción de Lara Kovandová.
Damas y caballeros, es un gran honor haber sido invitado a su prestigioso consejo. He asistido a varias reuniones y debates con políticos, académicos, empresarios de todo el mundo, y siempre ha sido muy interesante y enriquecedor para mí. Esta es una de mis primeras reuniones en América Latina (sin contar una reunión que tuve con unos veinte intelectuales en Chile hace unos días).
Agradezco al director sus amables palabras, aunque tengo que confesar un sentimiento de vergüenza. Al escuchar mi biografía compactada, parecería como si fuera una especie de héroe de cuento de hadas. Quiero asegurarles que soy una persona común, llena de dudas, inseguridades, preguntas. A menudo estoy nervioso, a veces estoy de buen humor, a veces estoy de peor humor, a veces me expreso bien, a veces no tan bien. Ciertamente no soy un superhombre, pero una cosa que me atrevo a decir es que me comprometo y respaldo a ciertas cosas. Y no las respaldo porque soy extremadamente valiente, sino más bien porque tengo miedo. Tengo miedo de mi propia conciencia y del remordimiento que me envolvería si sentiría que había hecho un compromiso cuestionable, si sentiría que traicionaba, decepcionaba o decepcionaba a alguien. He sentido este tipo de remordimiento un par de veces. Y fue tan desagradable y horrible que ahora lo temo, y por eso me siento valiente.
Ahora estoy listo para responder a sus preguntas, como mejor sé.
¿Cómo ubicaría la realidad cultural, étnica e histórica de América Latina en ese panorama internacional de nuestro tiempo de transición, y que misión le caería a la cultura Ibero-América en esa cultura moderna de coexistencia?
Estas son, esencialmente, dos preguntas en las que la primera se refiere a mi visión general sobre el mundo de hoy y la segunda se refiere a mis sentimientos e impresiones de América Latina. Con respecto a la primera pregunta, realmente no siento que mi vida, mi trabajo o mi observación del mundo se hayan agotado por mis críticas al sistema totalitario comunista, y no siento que una vez que este sistema totalitario colapsó, la historia terminó, ahora todo está en orden, y nos acercamos al paraíso. No siento que este sea el caso. Veo una cantidad considerable de amenazas a la civilización y peligros que nos rodean. A menudo hablo de ellos en varios discursos en diferentes continentes en diferentes partes del mundo. De hecho, incluso el comunismo – respectivamente el sistema totalitario del tipo comunista soviético – que se desmoronó, considero solo una de las manifestaciones extremas, específicas, agudas y peligrosas de una crisis más profunda. Esta manifestación en particular terminó, el comunismo colapsó, pero algunos de esos elementos de crisis en el mundo de hoy no han desaparecido. Por el contrario, se han habilitado diferentes formas de que florezcan esos regímenes. Si nos fijamos en nuestra parte del mundo, conocida como la región "postcomunista", podemos observar muchos ejemplos nuevos y preocupantes: el auge del nacionalismo, el chauvinismo, la xenofobia, entre otros.
Para mí, un papel esencial del político – como intelectual independiente – es observar el mundo con una lente crítica, para no perder estos elementos de crisis. Pero principalmente, considero que el papel del político es pensar en los desafíos que se enfrentan y presentar soluciones, así como esperanza. Y esto es lo que aspiraré a hacer, dentro de mi limitado poder político. Esta es mi respuesta bastante general a la primera pregunta.
En cuanto a la segunda parte de la pregunta, por lo que sé del continente latinoamericano, por lo que he leído y he tenido el privilegio de observar con mis propios ojos, varias cosas me han destacado. En primer lugar, parece que se trata de un continente que está compuesto por una gran variedad de pueblos, una variedad de etnias, razas, colores, piel, religiones: el sentimiento multicultural es fuerte. He observado esto en los cuatro países que he visitado aquí, aunque sólo en la medida en que lo permiten los viajes de trabajo tan cortos. Y precisamente porque la civilización actual nos empuja constantemente unos hacia otros, mientras hay una cantidad creciente de personas, parece que la gente se está centrando cada vez más en sus diferencias, lo que amenaza con amplificar las diferencias entre grupos civiles, entre culturas y orígenes. Y en un momento en que prevalecen esas amenazas, América Latina puede ser vista como ejemplo e inspiración, demostrando que es posible: todos podemos vivir juntos, a pesar de nuestras diferencias.
Además, me parece que es un continente muy dinámico, con abundantes recursos; un continente con un futuro prometedor. Igualmente fascinante es que es un continente con una democracia joven y en expansión. En las últimas décadas, América Latina estuvo marcada por dictaduras militares y regímenes similares, que ya no están. Presentemente, la democracia triunfa aquí, lo que significa que la democracia no es simplemente una invención euroamericana, la cual el Occidente está imponiendo al resto del mundo, sino que es un espacio que permite a las personas con diversos orígenes culturales, resolver sus propios asuntos libremente, y con dignidad. Esto parece ser el caso aquí.
Asimismo, me parece que este continente tiene una buena postura en cuanto a su integración política y económica. Acá se hablan esencialmente solo dos idiomas, lo que significa que no hay tantas barreras lingüísticas. Pero esto es solo un asunto externo. La historia de América del Sur es muy similar; los estados individuales obtuvieron la independencia alrededor del mismo tiempo, las tradiciones culturales parecían interrelacionadas (aunque ligeramente diferentes en distintas áreas) antes de la llegada de Colón y la llegada de los europeos y los esclavos negros importados de África. Y aunque cada país tiene su atmósfera insustituible, su clima, su cultura, su historia, hay, no obstante, mucha similitud en espíritu. Y esta forma de integración, creo que, en el siglo XXI, es una de las maneras de lograr alguna forma de orden mundial.
¿Cuál cree usted que es el motivo por el cual el comunismo tuvo tantos adeptos en nombres de intelectuales y en nombres de la cultura?
Creo que hay muchas razones, y a veces algunas prevalecen y otras veces otras lo hacen. Una de las razones es, por ejemplo, esta tentación de que los intelectuales crean que, como intelectuales, han entendido el mundo. Es una inclinación hacia una ideología, hacia la creencia de que es posible comprender todas las leyes de la historia y derivar de ellas una visión de un mundo ideal, y esbozar una utopía. Esto es una especie de manifestación de arrogancia de una razón moderna, de la cual el marxismo es sólo una de muchas ramas. Esta es una gran tentación intelectual: la deificación de su propia razón. La creencia de que su propio ser es capaz de entender todo, entender el funcionamiento del mundo, y de eso, derivar un plan sobre cómo el mundo podría ser mejorado y cómo debería ser. A partir de esta mentalidad, es sólo un pequeño paso hasta comenzar a construir este mundo ideal imaginado. Y sólo entonces entendemos que la vida es misteriosa, compleja, cambiante, siempre nos sorprende con algo, y no encaja en el molde de nuestra visión. ¿Qué pasa después? O hay que renunciar al proyecto o empezar a adaptar la vida al proyecto. Y esto último es lo que llevó al Gulag, a los campos de concentración, y resultados similares. ¿Cómo difiere esto de forzar la vida en nombre de la utopía? Esta es una tentación intelectual que no es exclusiva del comunismo.
También hay otras razones, que se relacionan más con la atmósfera de un determinado país, con una situación específica. Si, por ejemplo, en algunos países existen grandes brechas sociales entre ricos y pobres, y los ricos se comportan con desprecio hacia los pobres, el intelectual que demuestra, o debería demostrar una mayor sensibilidad social y sentido de la justicia, comienza a rebelarse. Surge una pregunta lógica: ¿qué mejor alternativa hay? Y como resultado, se presenta la ideología comunista: la ideología que afirma que corregirá las injusticias. Pero de nuevo, como en primera instancia, esto es un fracaso del intelectual, porque un intelectual, en mi mente, debe ser el que problematiza, cuestiona la naturaleza de las cosas. No uno para ceder y sucumbir a una ideología ya terminada, incorporarla y apropiársela, olvidando de pensar críticamente. Hasta cierto punto fuimos testigos de esto en nuestro país, donde allí muchos de nuestros grandes escritores que se convirtieron en comunistas, y más tarde pagaron por ello, algunos incluso fueron perseguidos. Esta es otra posible razón.
Luego hay una razón que es relativamente legítima, que no voy a ampliar, pero que describiría usando el dicho de Adam Michnik, quien es un periodista polaco y un amigo mío, que dice: "Llevamos nuestro bolso a la derecha, pero nuestro corazón está a la izquierda"
Quisiera pedirle que desarrollara aquí, algunas de las características de esa sensibilidad religiosa a la que usted se refirió y del papel que está llamada a jugar.
He estado reflexionando sobre estas cosas durante mucho tiempo. Y no creo que pueda transmitir el alcance de mis pensamientos en unas pocas frases. Pero puedo intentarlo.
En la cárcel, por ejemplo, pensé mucho sobre las fuentes de responsabilidad. Una y otra vez me hice la misma pregunta: ¿a quién es realmente responsable una persona? ¿Y por qué es responsable? ¿Soy responsable ante mis amigos? ¿Y a mí círculo inmediato? ¿Y si no me ven? ¿Qué pasa si nunca se enteran de mis acciones, entonces puedo actuar irresponsablemente? ¿Por qué tengo que ser responsable incluso cuando nadie puede verme? He pensado en las fuentes de responsabilidad y sigo volviendo a la idea de que la fuente es más profunda. La responsabilidad deriva de la relación entre una persona y el orden por encima de él, algo que lo trasciende. Sólo entonces es posible explicar que las personas pueden comportarse respetuosamente entre sí, o realizar buenas acciones. Lo digo de una manera muy simplificada, casi primitiva, pero espero que me entiendan. Estoy convencido de que las raíces del orden moral y de la responsabilidad de la humanidad son metafísicas. Es el resultado de mi propia experiencia interior y de mi experiencia con el mundo. Una vez que miramos el mundo que nos rodea y vemos todas las crisis que existen en él, concluyo que la única manera de enfrentar esto es fortalecer una responsabilidad profunda y global. Fortalecer la relación de la persona con la eternidad, con el infinito, con el orden que lo trasciende. Entonces, restauraremos la conciencia del origen metafísico de este orden moral. Vemos que el mundo de hoy consiste en varios círculos de civilizaciones caracterizados por diferentes tradiciones religiosas. Si reflexionamos sobre estas religiones contradictorias y diferentes, y sus principios fundamentales, y si estudiamos los cánones fundamentales de estas religiones, descubriremos que todas son, de hecho, muy similares. Tienen los mismos principios fundamentales que brotan del respeto del mismo ser humano hacia alguien que lo creó, del milagro de la creación, del milagro del ser. Reflexiono sobre ese tema no sólo como filósofo recluido en prisión o en otro lugar, sino que intento proyectar estas reflexiones en entornos más políticos, como los que usted ha mencionado.
Señor presidente, en muchas partes del mundo, la llamada ‘clase política’ sufre una etapa de descredito, en alguna medida, y entonces una pregunta que surge casi naturalmente es: ¿un intelectual – con la probidad acreditada – como se inserta en el juego de la política?
La pregunta sobre el papel del intelectual y si puede participar en la política se plantea con frecuencia. No lo sé. Creo que ante todo tendríamos que aclarar lo que entendemos por intelectual. Tendríamos que definir este concepto. Propondría una definición: el intelectual es una persona que, a través de sus intereses, su educación, por naturaleza de su alma, está dispuesta a pensar en el significado más amplio de las cosas, a contemplarlas, a articularlas y sentir sus consecuencias, a través de una mayor sensibilidad, o un mayor sentimiento de responsabilidad. En la medida en que entendemos que el intelectual es así, creo que el intelectual es crucial en la política, y realmente todo político debe ser un intelectual. Porque, ¿qué más podemos exigir de un político en el mundo de hoy, que se encuentra en una encrucijada tan considerable, que precisamente eso: que considere una perspectiva a largo plazo, en contextos más amplios, y sienta una responsabilidad global? Un político que sólo piensa en lo que decir en la televisión de esta noche, y luego sólo está interesado si la opinión pública le reflejará al día siguiente, y que sólo piensa de una elección a otra es, en mi opinión, un político bastante mediocre. Puede tener éxito, porque sabe cómo atraer a las masas, pero me parece que lo que se exige de los políticos hoy en día es mayor, particularmente en los tiempos actuales. Conocemos a muchos políticos que son así o que eran así hace poco. Consiguieron enfrentar a la opinión pública en interés de algún objetivo a largo plazo, un objetivo que trasciende los intereses inmediatos, lograron ir en contra de los demás, pero lo hicieron de una manera que al final les valió respeto, y no fueron rechazados. El pueblo entendió que el político tenía razón, y lo apoyaron. Sería genial que los políticos fueran así, especialmente en estos tiempos. El mundo necesitaría urgentemente a tales políticos.
En base a la experiencia actual que usted tiene en el poder, ¿cree posible que la política retome la conducción de los grandes intereses económicos, financieros, y culturales que hoy parecen sobreponerse a la voluntad política mundial?
No creo que los políticos salven al mundo. Pero creo que tienen una influencia significativa en el mundo. Cada individuo tiene que empezar por sí mismo. Un político tiene que reflexionar sobre el alcance de su influencia y el consiguiente alcance de su responsabilidad. Los políticos no son sólo personas con poder, en el sentido de que son tomadores de decisiones, van a reuniones, y votan sobre asuntos, etc. Son personas que afectan a la sociedad porque cada dos días aparecen en la televisión y sus pensamientos, comportamientos y actitudes hacia la vida tendrán un efecto en la sociedad. Deben darse cuenta de esto, así como de la responsabilidad que conlleva.
Con respecto a la cultura y la política, personalmente no me gusta cuando la cultura es vista como un adorno de la vida, o como un condimento a la vida. Hay cosas importantes, cuestiones económicas, asuntos materiales, y luego hay cosas decorativas, como, por ejemplo, la cultura. Creo que esto es incorrecto. La cultura es un espacio en el que el individuo adquiere autoconciencia – cultura en el sentido más amplio de la palabra, no la cultura como en disciplinas individuales, como la literatura, el teatro, y cosas así. Creo que la cultura es un espacio de comunicación humana, un espacio de autoconciencia: no sólo intelectual, sino también autoconciencia moral. Es un espacio de conocimiento humano, de comprensión de uno mismo y del mundo. El carácter y la calidad de la cultura de la vida, o de la cultura de la política, o de la cultura del Estado, en este sentido general de la palabra, influye en gran medida positivamente o negativamente todo lo que esto abarca, incluida la economía. No creo en esas fórmulas baratas y ridículas que los marxistas usaron cuando enseñaron los fundamentos de la economía y la superestructura. Es más complejo que eso, el alma humana es más compleja. Incluso el que cuida de su estatus material, de su pan de cada día, así como un empresario, es un ser multidimensional, que tiene su propia alma. La cultura es un espacio donde esa alma se forma, se expande y se define, y en consecuencia influye en todo lo demás que hace, incluyendo sus empresas.
Traducción de Lara Kovandová.