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Defensa de la Libertad de Expresión Artística
Órion Lalli: cómo un joven performer, víctima de censura en el Brasil de hoy, aprende que el show de la vida debe continuar
Órion cuenta que, después de un año en que se sumó una pandemia mundial a la restricción de su trabajo como artista, está revisando la propia vida. Siente que ser HIV positivo, así como le trajo inspiración artística y una serie de batallas que luchar, abrió su mente para otro nivel de autoconsciencia y de crítica a las instituciones que acogen o no, como él dice, «los cuerpos».Por Camila Moraes
Cuando llegó al laboratorio para buscar el resultado del examen de HIV que había hecho un día antes, Órion Lalli, joven artista de Campinas (San Pablo, Brasil), entonces con 22 años, vio armarse en su cabeza el primer pensamiento acerca de la vida que habría de empezar para él en aquel momento: “¡performance, performance!”. Trascurría el día 5 de septiembre de 2017, y Orión estaba solo en San Pablo, capital. El resultado, finalmente positivo, le hizo llorar y sentir una nube densa nublar sus pensamientos. “Escuché en aquel instante el silencio del mundo”, dice.
Casi dos años después, el 30 de marzo de 2019, Órion estrenó su performance en frente del Centro Municipal de Arte Hélio Oiticica, en la Plaza Tiradentes, el corazón de Río de Janeiro -allí donde la ciudad vio nacer su tradición de teatro de revista, sátira política y otras manifestaciones contraculturales-. Otros artistas ocupaban al mismo tiempo el espacio público, cada uno con su presentación.
La de Órion era la primera de una serie de performances que él venía creando, y que llamó “Es necesario pasar el hilo por la aguja o cerca del cuerpo”. Diligente, enigmático y sexualmente inflamado a los ojos del público, él cosía, en uno de los bancos de la plaza, sus exámenes de HIV positivo con fotos, su registro de nacimiento y otros documentos que servirían para armar una instalación al final del espectáculo, programado para durar de cuatro a cinco horas. El tema: un cuerpo con HIV, como el suyo, frecuentemente un blanco para el repudio y el prejuicio social.
Tenía el trasero desnudo, destacado por una tanga metida entre las nalgas, y se sorprendió cuando entre los espectadores surgió uno de los organizadores del evento, ligado al Centro de Arte Hélio Oiticica, pidiendo que él interrumpiera la presentación. “Mejor que te detengas. Hay policías acá, ellos pueden cancelar el evento”, le dijeron, mirando el tradicional batallón de la Policía Militar de la Plaza Tiradentes, de donde salían cinco agentes. A Órion le pareció raro, porque ya había advertido a la organización sobre el hecho de que se presentaba semidesnudo, sólo en tanga, y escuchó de ellos que no habría problema -pondrían un cordón aislante para “proteger” su acto en la plaza-. Pero se detuvo. Y los demás artistas siguieron.
La performance de Órion no pudo realizarse, pero dio paso a una nueva invitación para una exhibición programada a ser ofrecida entre las paredes del centro cultural. Todo había empezado en junio de 2018, con una convocatoria pública del colectivo de mujeres LAVRA para artistas que quisieran participar en una muestra colectiva bajo el ala de su sombrero. Seleccionado por la curaduría, él debería elegir una obra de instalación que estuviera relacionada con la performance interrumpida.
Animado, Órion escogió entonces su creación: una especie de oratorio de madera de un metro de largo por otro de ancho, que integra la serie “Todes es Santes – renombrado - #YoNoSoyDespesa” y trae una imagen femenina con un seno y pene desnudos, rodeada de pequeños elementos, entre ellos una cruz con la sigla HIV y la inscripción “Dios encima de todo, gozando sobre todos”. “Era el fragmento más sencillo posible. Había otros más densos”, explica Órion. El trabajo fue puesto en la pared, con todos los costos de envío y materiales necesarios a su montaje corriendo por cuenta del artista, y él se puso a celebrar.
Fue por una red social que una de las mujeres del colectivo LAVRA envió a Órion Lalli, cuatro días después de inaugurada la exhibición, en febrero de 2020, el video que un diputado estadual del Partido Social Liberal (PSL) había producido sobre el evento. El pernambucano Márcio Gualberto, de 44 años, que además de político es investigador de la Policía Civil, había paseado por las obras de la muestra colectiva y se incomodó justo con la de Órion. “Es una obra blasfema, que falta el respeto y es ofensiva ante el cristianismo y la fe católica. Pusimos una queja en contra del autor de la obra, a la que llaman arte, pero que de arte no tiene nada, para que él pueda responder criminalmente por su actitud”, afirmó el parlamentario al periódico carioca O Globo, uno de los primeros a dar, el 27 de febrero de 2020, la noticia que pronto se difundió por la prensa brasileña.
Gualberto cumplió su promesa, contando con el refuerzo de la joven diputada federal Chris Tonietto, de 29 años, también del PSL e igualmente enojada con la representación de lo que pasaron a definir como “una Virgen María trans”. Ambos identificaban en la imagen un “vilipendio al sentimiento religioso” y decidieron registrar una queja en Decradi, la comisaría de Crímenes Raciales y Delitos de Intolerancia. En la ley, vilipendiar una religión significa “escarnecer de alguien públicamente, por creencia o función religiosa; impedir o perturbar ceremonia o práctica de culto religioso; vilipendiar públicamente acto u objeto de culto religioso”. Es un crimen, según el artículo 208 del Código Penal, y la pena por ello es la detención de un mes a un año o multa.
“Yo, en momento alguno, quería ofender la fe de nadie. El objeto que creé estaba en un museo, no en una iglesia. Nadie lo estaba reverenciando. El asunto es el HIV y, por lo tanto, tengo, sí, que hablar sobre las instituciones que dicen hace miles de años lo que es sexo. Es una crítica a la mirada de la Iglesia, que dice que es pecado que la gente use condones”, se defendió Órion.
Pero no hubo manera. Cuando volvió a Río de Janeiro en la mitad del Carnaval, esa vez con la misión de sacar su obra de la pared del Centro de Arte Hélio Oiticica, el artista tomó de una vez el camino de la Plaza Tiradentes. Era el 2 de marzo, su fecha límite para hacerlo. Para él, era impensable desarmar su trabajo sin grabar el acto en video (“¡performance, performance!”). Se preparaba para eso, cuando fue impedido por los representantes de la Secretaría de Cultura de Río, que entonces no permitieron siquiera que él tocara su propio trabajo. “¡Pero esa obra es mía! Quien va a sacarla soy yo, y, sí, ¡voy a filmarlo! Incluso eso va a contar como un registro de lo que me mandaron a hacer”, contestó. “¡Estoy cumpliendo con la censura!”.
Por fin, Órion logró recuperar su trabajo -sin registrar el proceso-. Salió del centro cultural después de eso para buscar apoyo y terminó en la sede fluminense de la Orden de los Abogados de Brasil (OAB-RJ), de donde salió más tarde con la garantía de que tendría la compañía de un profesional del área de Derechos Humanos para dar su testimonio en Decradi el día siguiente.
Se despertó temprano, preparado con los mensajes privados que venía recibiendo en las redes sociales (“hundir tu cabeza será poco”, “mira por donde andas”), todas impresas en papel, y con un discurso didáctico sobre arte versus religión. Y siguió para la comisaría. Dio allá su versión de la historia en tonos multicolores a una comisionada de policía escéptica, que intentó tranquilizarlo diciendo que su caso podría terminar “sin consecuencias graves”. Según ella, si su trabajo artístico fuera considerado un crimen por el juez, la probabilidad es que reciba una pena leve. “Ella me dijo que yo tendría que proporcionar servicios sociales, pagar una canasta básica de alimentos o algo así”. A partir de entonces, era esperar. El proceso pasaría a otras instancias.
Órion cuenta que, después de un año en que se sumó una pandemia mundial a la restricción de su trabajo como artista, está revisando la propia vida. Siente que ser HIV positivo, así como le trajo inspiración artística y una serie de batallas que luchar, abrió su mente para otro nivel de autoconsciencia y de crítica a las instituciones que acogen o no, como él dice, “los cuerpos”. “El HIV es un problema de política pública. Mi trabajo es sobre eso: el Estado, de que manera él trata la cuestión, y la Iglesia, que prohíbe el uso del preservativo y define el sexo, diciendo lo que se debe y lo que no se debe hacer hace miles de años”.
La reflexión debería fluir, pero le pesa en un momento en que la Justicia, en agosto, decidió que su caso debe ser archivado, “una vez entendido que no hubo práctica de delito”. Él siente alivio por no tener que seguir adelante con un proceso judicial, cuyo veredicto no lo incrimina, pero tampoco lo redime. Y siente también crisis de ansiedad, con falta de aire y tembladeras.
Al cabo de un tratamiento de salud mental, para el cual consiguió financiación de UNAIDS, Órion Lalli se ve todavía en pleno aislamiento social -el de la pandemia de coronavirus y el que lo sacó todos los trabajos que tenía acordados previamente al “episodio de la censura”-. “Me parece genial que el caso haya sido archivado. Al mismo tiempo, me pregunto: ¿para qué empezó todo eso? Una historia que lo ha desestructurado todo para terminar en un archivo. Y el reflejo me queda a mí, ¿no? Fui censurado, sólo no se ha concluido el proceso de crimen por vilipendio. Esa censura fue el más grande de los problemas para mí. Ser acusado de un crimen sería sólo la cobertura de la torta”.
Resistente, el artista acaba de estrenar una página web en que muestra su trabajo, vende las obras que produce y mantiene un blog con textos como el que escribió el día en que, solo, descubrió el SIDA. Los periódicos brasileños ya no hablan de la Virgen trans, y el diputado Márcio Gualberto no anda frecuentando más exhibiciones y registrando videos de repudio en las redes sociales. Las performances de Órion no siempre ven la luz, pero el show de la vida debe continuar.
Camila MoraesPeriodista y guionista nacida en 1980, cinco años antes del fin de la dictadura, en San Pablo, donde reside actualmente.
Cuando llegó al laboratorio para buscar el resultado del examen de HIV que había hecho un día antes, Órion Lalli, joven artista de Campinas (San Pablo, Brasil), entonces con 22 años, vio armarse en su cabeza el primer pensamiento acerca de la vida que habría de empezar para él en aquel momento: “¡performance, performance!”. Trascurría el día 5 de septiembre de 2017, y Orión estaba solo en San Pablo, capital. El resultado, finalmente positivo, le hizo llorar y sentir una nube densa nublar sus pensamientos. “Escuché en aquel instante el silencio del mundo”, dice.
Casi dos años después, el 30 de marzo de 2019, Órion estrenó su performance en frente del Centro Municipal de Arte Hélio Oiticica, en la Plaza Tiradentes, el corazón de Río de Janeiro -allí donde la ciudad vio nacer su tradición de teatro de revista, sátira política y otras manifestaciones contraculturales-. Otros artistas ocupaban al mismo tiempo el espacio público, cada uno con su presentación.
La de Órion era la primera de una serie de performances que él venía creando, y que llamó “Es necesario pasar el hilo por la aguja o cerca del cuerpo”. Diligente, enigmático y sexualmente inflamado a los ojos del público, él cosía, en uno de los bancos de la plaza, sus exámenes de HIV positivo con fotos, su registro de nacimiento y otros documentos que servirían para armar una instalación al final del espectáculo, programado para durar de cuatro a cinco horas. El tema: un cuerpo con HIV, como el suyo, frecuentemente un blanco para el repudio y el prejuicio social.
Tenía el trasero desnudo, destacado por una tanga metida entre las nalgas, y se sorprendió cuando entre los espectadores surgió uno de los organizadores del evento, ligado al Centro de Arte Hélio Oiticica, pidiendo que él interrumpiera la presentación. “Mejor que te detengas. Hay policías acá, ellos pueden cancelar el evento”, le dijeron, mirando el tradicional batallón de la Policía Militar de la Plaza Tiradentes, de donde salían cinco agentes. A Órion le pareció raro, porque ya había advertido a la organización sobre el hecho de que se presentaba semidesnudo, sólo en tanga, y escuchó de ellos que no habría problema -pondrían un cordón aislante para “proteger” su acto en la plaza-. Pero se detuvo. Y los demás artistas siguieron.
La performance de Órion no pudo realizarse, pero dio paso a una nueva invitación para una exhibición programada a ser ofrecida entre las paredes del centro cultural. Todo había empezado en junio de 2018, con una convocatoria pública del colectivo de mujeres LAVRA para artistas que quisieran participar en una muestra colectiva bajo el ala de su sombrero. Seleccionado por la curaduría, él debería elegir una obra de instalación que estuviera relacionada con la performance interrumpida.
Animado, Órion escogió entonces su creación: una especie de oratorio de madera de un metro de largo por otro de ancho, que integra la serie “Todes es Santes – renombrado - #YoNoSoyDespesa” y trae una imagen femenina con un seno y pene desnudos, rodeada de pequeños elementos, entre ellos una cruz con la sigla HIV y la inscripción “Dios encima de todo, gozando sobre todos”. “Era el fragmento más sencillo posible. Había otros más densos”, explica Órion. El trabajo fue puesto en la pared, con todos los costos de envío y materiales necesarios a su montaje corriendo por cuenta del artista, y él se puso a celebrar.
Fue por una red social que una de las mujeres del colectivo LAVRA envió a Órion Lalli, cuatro días después de inaugurada la exhibición, en febrero de 2020, el video que un diputado estadual del Partido Social Liberal (PSL) había producido sobre el evento. El pernambucano Márcio Gualberto, de 44 años, que además de político es investigador de la Policía Civil, había paseado por las obras de la muestra colectiva y se incomodó justo con la de Órion. “Es una obra blasfema, que falta el respeto y es ofensiva ante el cristianismo y la fe católica. Pusimos una queja en contra del autor de la obra, a la que llaman arte, pero que de arte no tiene nada, para que él pueda responder criminalmente por su actitud”, afirmó el parlamentario al periódico carioca O Globo, uno de los primeros a dar, el 27 de febrero de 2020, la noticia que pronto se difundió por la prensa brasileña.
Gualberto cumplió su promesa, contando con el refuerzo de la joven diputada federal Chris Tonietto, de 29 años, también del PSL e igualmente enojada con la representación de lo que pasaron a definir como “una Virgen María trans”. Ambos identificaban en la imagen un “vilipendio al sentimiento religioso” y decidieron registrar una queja en Decradi, la comisaría de Crímenes Raciales y Delitos de Intolerancia. En la ley, vilipendiar una religión significa “escarnecer de alguien públicamente, por creencia o función religiosa; impedir o perturbar ceremonia o práctica de culto religioso; vilipendiar públicamente acto u objeto de culto religioso”. Es un crimen, según el artículo 208 del Código Penal, y la pena por ello es la detención de un mes a un año o multa.
“Yo, en momento alguno, quería ofender la fe de nadie. El objeto que creé estaba en un museo, no en una iglesia. Nadie lo estaba reverenciando. El asunto es el HIV y, por lo tanto, tengo, sí, que hablar sobre las instituciones que dicen hace miles de años lo que es sexo. Es una crítica a la mirada de la Iglesia, que dice que es pecado que la gente use condones”, se defendió Órion.
Pero no hubo manera. Cuando volvió a Río de Janeiro en la mitad del Carnaval, esa vez con la misión de sacar su obra de la pared del Centro de Arte Hélio Oiticica, el artista tomó de una vez el camino de la Plaza Tiradentes. Era el 2 de marzo, su fecha límite para hacerlo. Para él, era impensable desarmar su trabajo sin grabar el acto en video (“¡performance, performance!”). Se preparaba para eso, cuando fue impedido por los representantes de la Secretaría de Cultura de Río, que entonces no permitieron siquiera que él tocara su propio trabajo. “¡Pero esa obra es mía! Quien va a sacarla soy yo, y, sí, ¡voy a filmarlo! Incluso eso va a contar como un registro de lo que me mandaron a hacer”, contestó. “¡Estoy cumpliendo con la censura!”.
Por fin, Órion logró recuperar su trabajo -sin registrar el proceso-. Salió del centro cultural después de eso para buscar apoyo y terminó en la sede fluminense de la Orden de los Abogados de Brasil (OAB-RJ), de donde salió más tarde con la garantía de que tendría la compañía de un profesional del área de Derechos Humanos para dar su testimonio en Decradi el día siguiente.
Se despertó temprano, preparado con los mensajes privados que venía recibiendo en las redes sociales (“hundir tu cabeza será poco”, “mira por donde andas”), todas impresas en papel, y con un discurso didáctico sobre arte versus religión. Y siguió para la comisaría. Dio allá su versión de la historia en tonos multicolores a una comisionada de policía escéptica, que intentó tranquilizarlo diciendo que su caso podría terminar “sin consecuencias graves”. Según ella, si su trabajo artístico fuera considerado un crimen por el juez, la probabilidad es que reciba una pena leve. “Ella me dijo que yo tendría que proporcionar servicios sociales, pagar una canasta básica de alimentos o algo así”. A partir de entonces, era esperar. El proceso pasaría a otras instancias.
Órion cuenta que, después de un año en que se sumó una pandemia mundial a la restricción de su trabajo como artista, está revisando la propia vida. Siente que ser HIV positivo, así como le trajo inspiración artística y una serie de batallas que luchar, abrió su mente para otro nivel de autoconsciencia y de crítica a las instituciones que acogen o no, como él dice, “los cuerpos”. “El HIV es un problema de política pública. Mi trabajo es sobre eso: el Estado, de que manera él trata la cuestión, y la Iglesia, que prohíbe el uso del preservativo y define el sexo, diciendo lo que se debe y lo que no se debe hacer hace miles de años”.
La reflexión debería fluir, pero le pesa en un momento en que la Justicia, en agosto, decidió que su caso debe ser archivado, “una vez entendido que no hubo práctica de delito”. Él siente alivio por no tener que seguir adelante con un proceso judicial, cuyo veredicto no lo incrimina, pero tampoco lo redime. Y siente también crisis de ansiedad, con falta de aire y tembladeras.
Al cabo de un tratamiento de salud mental, para el cual consiguió financiación de UNAIDS, Órion Lalli se ve todavía en pleno aislamiento social -el de la pandemia de coronavirus y el que lo sacó todos los trabajos que tenía acordados previamente al “episodio de la censura”-. “Me parece genial que el caso haya sido archivado. Al mismo tiempo, me pregunto: ¿para qué empezó todo eso? Una historia que lo ha desestructurado todo para terminar en un archivo. Y el reflejo me queda a mí, ¿no? Fui censurado, sólo no se ha concluido el proceso de crimen por vilipendio. Esa censura fue el más grande de los problemas para mí. Ser acusado de un crimen sería sólo la cobertura de la torta”.
Resistente, el artista acaba de estrenar una página web en que muestra su trabajo, vende las obras que produce y mantiene un blog con textos como el que escribió el día en que, solo, descubrió el SIDA. Los periódicos brasileños ya no hablan de la Virgen trans, y el diputado Márcio Gualberto no anda frecuentando más exhibiciones y registrando videos de repudio en las redes sociales. Las performances de Órion no siempre ven la luz, pero el show de la vida debe continuar.