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Monitoreo de la gobernabilidad democrática
Gambia: lenta y aparente salida del autoritarismo
El país más pequeño de África continental superó una larga época de dictadura y enfrenta actualmente desafíos ante la inminencia de elecciones en diciembre. En la lista de favoritos para el período 2022-2027, Barrow tiene altísimas chances de imponerse con cómoda ventaja pese a que la economía no sea el fuerte de su gestión y el desempleo, sobre todo en sectores juveniles, se mantenga alto, en un país que necesita mucho de la ayuda internacional para salir del marasmo que representó la era Jammeh en tanto autoritarismo y corrupción.Por Omer Freixa
Con solo 11.295 km2 Gambia es la nación más chica del continente africano, descontando territorios insulares. Equivalente a la mitad del territorio de la provincia argentina de menor dimensión, Tucumán. Literalmente, el país discurre a la vera del río homónimo y luego es una prolongación del mismo, de norte a sur la distancia más extensa no llega a ser ni de 80 kilómetros. De punta a punta, esta ex colonia británica atraviesa poco más de 300 kilómetros. Para circular por Senegal, país vecino que prácticamente lo encapsula pero con salida al Atlántico, es necesario tramitar migraciones dos veces, al ingresar y abandonar territorio gambiano.
Esta descripción geográfica tan particular es producto de las vicisitudes y los caprichos de unas fronteras impuestas por actores externos, consecuencia del reparto de África iniciado a partir del Congreso de Berlín, celebrado en apenas tres meses entre 1884 y 1885. Como Lesotho, San Marino o el Vaticano, Gambia es uno de los pocos Estados del mundo “incluido” dentro de otro. Senegal fue una cabecera muy importante durante la ocupación colonial francesa, mientras que Gambia quedó bajo jurisdicción británica, hasta 1965, año de la independencia. Pero la ex colonia de Francia siguió un camino muy distinto, de consolidación democrática y ausencia de golpes de Estado. No así Gambia. Pese a las diferencias, como en otros proyectos de unión africana, gran parte de la década de 1980 Senegal y su vecino estuvieron unidos en la denominada Senegambia.
Un pasado excéntrico y condenable: la era Jammeh
La historia contemporánea gambiana presenta una divisoria de aguas fundamental, 1994. El 22 de julio de ese año un grupo de militares del ejército, liderado por el entonces teniente de 29 años Yahya Jammeh, tomó el poder y consolidaría de allí en más una dictadura que perduró hasta enero de 2017, pese a las apariencias pseudodemocráticas, con el llamado a varias elecciones a partir de 1996. No hay dudas que Jammeh lideró en su país la conversión del mismo en uno de los regímenes más despóticos de África, en la lupa de varias organizaciones de defensa de los Derechos Humanos que señalaron excesos en la nación de casi 2,5 millones de habitantes.
En materia de política exterior, el presidente se alejó de los grandes actores internacionales, particularmente de la órbita de los Estados Unidos y de la ex metrópoli, Gran Bretaña, prefiriendo codearse más con sus antagonistas como Cuba o Irán. En general, su virulencia frente a Occidente le hizo ganar poderosos enemigos acompañado por un número cada vez mayor de denuncias de violaciones a los Derechos Humanos, censura y persecución política. Respecto de la ex potencia colonial, avanzó con la idea de abandonar el inglés como idioma oficial y en octubre de 2013 retiró al país de la Commonwealth, aunque este volvería a la Mancomunidad en febrero de 2018, tras la era Jammeh.
El excéntrico mandatario fue noticia varias veces. A fines de 2014 se intentó derrocarlo aunque sin éxito en un complot que contó con la participación de algunos ciudadanos estadounidenses. En esta intentona pesó el gradual desencantamiento de los sectores juveniles que en un principio lo apoyaron (la edad promedio en el país no alcanza los 21 años). A comienzos de 2016, el líder obligó a toda mujer a usar el velo en los cargos públicos, en una medida tendiente a reforzar el carácter islámico de la República y tratándose de un país de mayoría musulmana. Sin embargo, la orden fue resistida y debió derogarse apenas transcurridos los diez días. Al respecto, el entonces presidente tomó la decisión porque hacía a las mujeres infelices, según declaró, y sabiendo que la base de sostén de su régimen dependía en buena medida del apoyo femenino, a quien consideró “amigas”. También el ex presidente fue acusado de violación. La denuncia, en 2019, perteneció a una ex reina de belleza que sacó a flote un hecho ocurrido en 2015. No fue el único caso.
La situación de la mujer no es buena, pues en la actualidad Gambia es uno de los países del mundo con la mayor brecha de género. Un aspecto positivo, al menos, es que el presidente anterior a finales de 2015 legisló en pos de erradicar la tan temible mutilación genital femenina. Pero muchas mujeres jóvenes fueron víctimas de su gobierno, entre violaciones, torturas y asesinatos bajo acusaciones, por caso, de hechicería.
No sería erróneo listar a Jammeh en el catálogo de los mandatarios más extrovertidos de los últimos tiempos, en base a algunas de sus declaraciones. En 2007 dijo tener la clave de la curación del Sida a partir de métodos tradicionales y naturales, promoviendo su propia vía terapéutica, construyendo una reputación de docto curandero y admitiendo la sanación de 500 pacientes y el fin de la esterilidad para casi 3.000 mujeres, varios casos luego desmentidos como no pudiera ser de otro modo. En 2011 afirmó, con obvios afanes megalómanos, que gobernaría por mucho tiempo el país si Alá se lo pidiese, pudiendo ser “por mil millones de años”. Pero a finales de 2016 le llegó su hora de ir despidiéndose del poder no sin antes desperdigar su intolerancia en la última etapa de gobierno.
Quizá el momento de más trascendencia de Jammeh se dio bajo sus comentarios acerca del trato a la población LGBT. En 2008 amenazó con la deportación de homosexuales en plazo perentorio y bajo amenaza de decapitación, intentando avanzar con leyes en ese aspecto. En 2013 y ante la Asamblea General de Naciones Unidas, no escatimó palabras para confesar su declarado odio por esa comunidad, a la cual definió como un mal que amenaza la existencia humana. A comienzos de 2014, con motivo de la celebración de la independencia del país, volvió al tópico del desdén ante este grupo y prometió perseguir a los gays como alimañas, dándole combate incluso peor que a estas últimas, como se lucha frente a los mosquitos transmisores de malaria. El declarante agregó que no se vincularía con otros Estados que presionaran sobre la aceptación de esa comunidad. Al año siguiente volvió a las amenazas ante la posibilidad de “cortar gargantas” a hombres gay y de encarcelar a homosexuales de por vida.
Un lustro de lenta recuperación democrática
A pesar de las expectativas, Jammeh perdió elecciones en diciembre de 2016 tras varios años de alterar resultados para perpetuarse en el poder. Su principal rival, Adama Barrow, un empresario del Real Estate devenido en político, se alzó con una victoria inesperada. Previo a esa instancia el perdedor señaló, con fines electorales, que llevó al país de la Edad de Piedra a la Modernidad. Al final, lo que no llegó por la vía armada en diciembre de 2014 fue por las urnas y sin violencia. Por primera vez, un dictador admitió su derrota y felicitó al rival.
Pese a lo previsto y a sus declaraciones iniciales, el derrotado comenzó a resistir la salida, desconociendo el resultado electoral, y debió ser necesaria la amenaza de una intervención conjunta de las fuerzas regionales de la Ecowas (en inglés, sigla de la organización económica de los Estados de África occidental). Recién a partir de lo anterior se produjo la tan ansiada salida de quien se atornillara en el sillón presidencial desde 1994 y que huyó bajo el amparo de otro dictador, Teodoro Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial, en el poder desde 1979, país en el que el destronado consiguió asilo. Mientras durase la resistencia del presidente saliente, Barrow se refugiaría en Senegal. Desde este último surgieron movimientos de tropas que obligaron a Jammeh a presentar la renuncia cerrando un largo ciclo.
Tras una escalada de tensión no menor, pero olvidada de las agendas noticiosas dada la nula repercusión de un país africano tan pequeño, en enero de 2017 finalmente Barrow pudo declarar que, tras 22 años de tiranía, por fin a Gambia llegaba la libertad de prensa. En efecto su campaña y promesas recalaron en la idea de restaurar la libertad en general tras más de una veintena de años con todo tipo de atropello a la misma, velar por el respeto de los Derechos Humanos, objetivo que se cumple, además de gestar una revisión del pasado en torno a lo ocurrido frente a los numerosísimos abusos cometidos por la gestión anterior y en pos de la búsqueda de justicia.
Pese a la mejora en la situación civil, el grado de libertad alcanzado, frente a una etapa precedente muy dura en ese sentido, y la mejora sustancial en las condiciones de vida para la comunidad LGBT, las críticas no tardaron en llegar para el sucesor de Jammeh. El representante del Partido Democrático Unificado, principal fuerza política opositora durante casi toda la época de la dictadura iniciada en 1994 y cuya coalición formada entre varios partidos antiJammeh se impuso como fuerza electoral principal en 2016, fue objeto de reproches desde enero del año pasado al expirar el período de tres años que según prometiera al asumir, era el plazo en el que se alejaría del poder. La disconformidad frente a la actitud del actual mandatario gambiano condujo a protestas que se saldaron con varios arrestos y personas heridas. El gobierno se vio obligado a contener de forma represiva el malestar creciente, por ejemplo, prohibiendo actividades de un grupo de la sociedad civil que promueve el fin del mandato de Barrow, a lo que desde el gobierno se responde que esa queja atenta contra la legalidad de un mandato constitucional y aún no concluido.
Semanas clave
A pesar de todo lo anterior, el actual presidente buscará la reelección el próximo 4 de diciembre. La coalición que le arrebató el voto a Jammeh ya es cosa del pasado, quebrantada desde adentro e impotente frente a un malestar que va en aumento. Se teme, tendencia frecuente en varios países del continente, el inicio del advenimiento de un nuevo dictador en algún sentido similar al caso del que controló férreamente la vida de la población gambiana entre 1994 y 2017.
Mientras tanto, el mandatario y muy poco conocido candidato de 2016 persiste en llamar a la paz de cara a los comicios de fin de año y, a propósito, se le verá con un discurso conciliador en aras de desactivar el descontento hacia su persona en el camino a la reelección. De todos modos, en la lista de favoritos para el período 2022-2027, Barrow tiene altísimas chances de imponerse con cómoda ventaja pese a que la economía no sea el fuerte de su gestión y el desempleo, sobre todo en sectores juveniles, se mantenga alto, en un país que necesita mucho de la ayuda internacional para salir del marasmo que representó la era Jammeh en tanto autoritarismo y corrupción. China se ha proyectado como un socio comercial e inversor gigantesco en los últimos años y las relaciones con los Estados Unidos han mejorado bastante.
Omer FreixaConsejero ConsultivoMagíster en Diversidad Cultural y especialista en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Licenciado y profesor en Historia, graduado en la Universidad de Buenos Aires. Investigador, docente y escritor. Autor del sitio web www.omerfreixa.com.ar. Colaborador freelance en sitios locales y españoles.
Con solo 11.295 km2 Gambia es la nación más chica del continente africano, descontando territorios insulares. Equivalente a la mitad del territorio de la provincia argentina de menor dimensión, Tucumán. Literalmente, el país discurre a la vera del río homónimo y luego es una prolongación del mismo, de norte a sur la distancia más extensa no llega a ser ni de 80 kilómetros. De punta a punta, esta ex colonia británica atraviesa poco más de 300 kilómetros. Para circular por Senegal, país vecino que prácticamente lo encapsula pero con salida al Atlántico, es necesario tramitar migraciones dos veces, al ingresar y abandonar territorio gambiano.
Esta descripción geográfica tan particular es producto de las vicisitudes y los caprichos de unas fronteras impuestas por actores externos, consecuencia del reparto de África iniciado a partir del Congreso de Berlín, celebrado en apenas tres meses entre 1884 y 1885. Como Lesotho, San Marino o el Vaticano, Gambia es uno de los pocos Estados del mundo “incluido” dentro de otro. Senegal fue una cabecera muy importante durante la ocupación colonial francesa, mientras que Gambia quedó bajo jurisdicción británica, hasta 1965, año de la independencia. Pero la ex colonia de Francia siguió un camino muy distinto, de consolidación democrática y ausencia de golpes de Estado. No así Gambia. Pese a las diferencias, como en otros proyectos de unión africana, gran parte de la década de 1980 Senegal y su vecino estuvieron unidos en la denominada Senegambia.
Un pasado excéntrico y condenable: la era Jammeh
La historia contemporánea gambiana presenta una divisoria de aguas fundamental, 1994. El 22 de julio de ese año un grupo de militares del ejército, liderado por el entonces teniente de 29 años Yahya Jammeh, tomó el poder y consolidaría de allí en más una dictadura que perduró hasta enero de 2017, pese a las apariencias pseudodemocráticas, con el llamado a varias elecciones a partir de 1996. No hay dudas que Jammeh lideró en su país la conversión del mismo en uno de los regímenes más despóticos de África, en la lupa de varias organizaciones de defensa de los Derechos Humanos que señalaron excesos en la nación de casi 2,5 millones de habitantes.
En materia de política exterior, el presidente se alejó de los grandes actores internacionales, particularmente de la órbita de los Estados Unidos y de la ex metrópoli, Gran Bretaña, prefiriendo codearse más con sus antagonistas como Cuba o Irán. En general, su virulencia frente a Occidente le hizo ganar poderosos enemigos acompañado por un número cada vez mayor de denuncias de violaciones a los Derechos Humanos, censura y persecución política. Respecto de la ex potencia colonial, avanzó con la idea de abandonar el inglés como idioma oficial y en octubre de 2013 retiró al país de la Commonwealth, aunque este volvería a la Mancomunidad en febrero de 2018, tras la era Jammeh.
El excéntrico mandatario fue noticia varias veces. A fines de 2014 se intentó derrocarlo aunque sin éxito en un complot que contó con la participación de algunos ciudadanos estadounidenses. En esta intentona pesó el gradual desencantamiento de los sectores juveniles que en un principio lo apoyaron (la edad promedio en el país no alcanza los 21 años). A comienzos de 2016, el líder obligó a toda mujer a usar el velo en los cargos públicos, en una medida tendiente a reforzar el carácter islámico de la República y tratándose de un país de mayoría musulmana. Sin embargo, la orden fue resistida y debió derogarse apenas transcurridos los diez días. Al respecto, el entonces presidente tomó la decisión porque hacía a las mujeres infelices, según declaró, y sabiendo que la base de sostén de su régimen dependía en buena medida del apoyo femenino, a quien consideró “amigas”. También el ex presidente fue acusado de violación. La denuncia, en 2019, perteneció a una ex reina de belleza que sacó a flote un hecho ocurrido en 2015. No fue el único caso.
La situación de la mujer no es buena, pues en la actualidad Gambia es uno de los países del mundo con la mayor brecha de género. Un aspecto positivo, al menos, es que el presidente anterior a finales de 2015 legisló en pos de erradicar la tan temible mutilación genital femenina. Pero muchas mujeres jóvenes fueron víctimas de su gobierno, entre violaciones, torturas y asesinatos bajo acusaciones, por caso, de hechicería.
No sería erróneo listar a Jammeh en el catálogo de los mandatarios más extrovertidos de los últimos tiempos, en base a algunas de sus declaraciones. En 2007 dijo tener la clave de la curación del Sida a partir de métodos tradicionales y naturales, promoviendo su propia vía terapéutica, construyendo una reputación de docto curandero y admitiendo la sanación de 500 pacientes y el fin de la esterilidad para casi 3.000 mujeres, varios casos luego desmentidos como no pudiera ser de otro modo. En 2011 afirmó, con obvios afanes megalómanos, que gobernaría por mucho tiempo el país si Alá se lo pidiese, pudiendo ser “por mil millones de años”. Pero a finales de 2016 le llegó su hora de ir despidiéndose del poder no sin antes desperdigar su intolerancia en la última etapa de gobierno.
Quizá el momento de más trascendencia de Jammeh se dio bajo sus comentarios acerca del trato a la población LGBT. En 2008 amenazó con la deportación de homosexuales en plazo perentorio y bajo amenaza de decapitación, intentando avanzar con leyes en ese aspecto. En 2013 y ante la Asamblea General de Naciones Unidas, no escatimó palabras para confesar su declarado odio por esa comunidad, a la cual definió como un mal que amenaza la existencia humana. A comienzos de 2014, con motivo de la celebración de la independencia del país, volvió al tópico del desdén ante este grupo y prometió perseguir a los gays como alimañas, dándole combate incluso peor que a estas últimas, como se lucha frente a los mosquitos transmisores de malaria. El declarante agregó que no se vincularía con otros Estados que presionaran sobre la aceptación de esa comunidad. Al año siguiente volvió a las amenazas ante la posibilidad de “cortar gargantas” a hombres gay y de encarcelar a homosexuales de por vida.
Un lustro de lenta recuperación democrática
A pesar de las expectativas, Jammeh perdió elecciones en diciembre de 2016 tras varios años de alterar resultados para perpetuarse en el poder. Su principal rival, Adama Barrow, un empresario del Real Estate devenido en político, se alzó con una victoria inesperada. Previo a esa instancia el perdedor señaló, con fines electorales, que llevó al país de la Edad de Piedra a la Modernidad. Al final, lo que no llegó por la vía armada en diciembre de 2014 fue por las urnas y sin violencia. Por primera vez, un dictador admitió su derrota y felicitó al rival.
Pese a lo previsto y a sus declaraciones iniciales, el derrotado comenzó a resistir la salida, desconociendo el resultado electoral, y debió ser necesaria la amenaza de una intervención conjunta de las fuerzas regionales de la Ecowas (en inglés, sigla de la organización económica de los Estados de África occidental). Recién a partir de lo anterior se produjo la tan ansiada salida de quien se atornillara en el sillón presidencial desde 1994 y que huyó bajo el amparo de otro dictador, Teodoro Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial, en el poder desde 1979, país en el que el destronado consiguió asilo. Mientras durase la resistencia del presidente saliente, Barrow se refugiaría en Senegal. Desde este último surgieron movimientos de tropas que obligaron a Jammeh a presentar la renuncia cerrando un largo ciclo.
Tras una escalada de tensión no menor, pero olvidada de las agendas noticiosas dada la nula repercusión de un país africano tan pequeño, en enero de 2017 finalmente Barrow pudo declarar que, tras 22 años de tiranía, por fin a Gambia llegaba la libertad de prensa. En efecto su campaña y promesas recalaron en la idea de restaurar la libertad en general tras más de una veintena de años con todo tipo de atropello a la misma, velar por el respeto de los Derechos Humanos, objetivo que se cumple, además de gestar una revisión del pasado en torno a lo ocurrido frente a los numerosísimos abusos cometidos por la gestión anterior y en pos de la búsqueda de justicia.
Pese a la mejora en la situación civil, el grado de libertad alcanzado, frente a una etapa precedente muy dura en ese sentido, y la mejora sustancial en las condiciones de vida para la comunidad LGBT, las críticas no tardaron en llegar para el sucesor de Jammeh. El representante del Partido Democrático Unificado, principal fuerza política opositora durante casi toda la época de la dictadura iniciada en 1994 y cuya coalición formada entre varios partidos antiJammeh se impuso como fuerza electoral principal en 2016, fue objeto de reproches desde enero del año pasado al expirar el período de tres años que según prometiera al asumir, era el plazo en el que se alejaría del poder. La disconformidad frente a la actitud del actual mandatario gambiano condujo a protestas que se saldaron con varios arrestos y personas heridas. El gobierno se vio obligado a contener de forma represiva el malestar creciente, por ejemplo, prohibiendo actividades de un grupo de la sociedad civil que promueve el fin del mandato de Barrow, a lo que desde el gobierno se responde que esa queja atenta contra la legalidad de un mandato constitucional y aún no concluido.
Semanas clave
A pesar de todo lo anterior, el actual presidente buscará la reelección el próximo 4 de diciembre. La coalición que le arrebató el voto a Jammeh ya es cosa del pasado, quebrantada desde adentro e impotente frente a un malestar que va en aumento. Se teme, tendencia frecuente en varios países del continente, el inicio del advenimiento de un nuevo dictador en algún sentido similar al caso del que controló férreamente la vida de la población gambiana entre 1994 y 2017.
Mientras tanto, el mandatario y muy poco conocido candidato de 2016 persiste en llamar a la paz de cara a los comicios de fin de año y, a propósito, se le verá con un discurso conciliador en aras de desactivar el descontento hacia su persona en el camino a la reelección. De todos modos, en la lista de favoritos para el período 2022-2027, Barrow tiene altísimas chances de imponerse con cómoda ventaja pese a que la economía no sea el fuerte de su gestión y el desempleo, sobre todo en sectores juveniles, se mantenga alto, en un país que necesita mucho de la ayuda internacional para salir del marasmo que representó la era Jammeh en tanto autoritarismo y corrupción. China se ha proyectado como un socio comercial e inversor gigantesco en los últimos años y las relaciones con los Estados Unidos han mejorado bastante.