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Monitoreo de la gobernabilidad democrática

06-08-2024

Biden y su apuesta a las alianzas

Su gobierno ha sido exitoso en impulsar nuevos acuerdos defensivos y fortalecer los existentes.
Por Eduardo Ulibarri
Foto: U.S. Embassy & Consulates in Japan (https://jp.usembassy.gov/blinken-austin-visit-tokyo-july-2024/)

El 21 de julio, al anunciar su renuncia a la candidatura demócrata, el presidente estadounidense Joe Biden mencionó entre sus logros haber “fortalecido nuestras alianzas en todo el mundo”.

Cuatro días después, en un discurso desde la Oficina Oval de la Casa Blanca, enfatizó en ellas como parte de los propósitos para el resto de su mandato:

“Continuaremos movilizando una coalición de orgullosas naciones para impedir que Putin se apropie de Ucrania y cause mayor daño. Mantendremos fortalecida a la OTAN. La haré más poderosa y más unida que en cualquier otro momento de nuestra historia. Y continuaré haciendo lo mismo con nuestros aliados en el Pacífico”.

Eje de proyección. Constituir alianzas como forma de proyectar influencia y poder en el mundo, se convirtió en un eje de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que acaba de celebrar 75 años, ha sido el gran bastión de esa política. Sin embargo, la precedió, en 1947, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), hoy moribundo. Al igual que la OTAN, dispone que el ataque contra cualquier estado miembro (entonces todos los de América) será considerado como un ataque contra los demás.

A partir de la siguiente década, se sucedieron tratados de defensa con Japón, Corea del Sur, Filipinas, Australia, Nueva Zelanda y Tailandia. Ninguno incluyó cláusulas vinculantes de respuesta colectiva. En su lugar, con lenguajes similares, disponen que, ante un ataque armado contra una de las partes, la otra (u otras) enfrentará el riesgo común según sus provisiones y procesos constitucionales.

A esos convenios se añaden otros más tenues de cooperación militar o de seguridad, que abarcan varios países, entre ellos, Brasil.

Esta filigrana de acuerdos fue parte de una eficaz estrategia de contención durante la Guerra Fría. Tras el colapso de la Unión Soviética, en 1991, y durante la década de hegemonía global estadounidense casi absoluta, algunos perdieron relevancia.

La OTAN y Rusia. Solo la OTAN mantuvo una política de expansión hacia Europa central y del este, que la hizo pasar de 12 Estados miembros en 1949 a 32 en la actualidad, tras el reciente ingreso de Finlandia y Suecia. En 1998 intervino en el conflicto serbio-kosovar. En el 2001, tras los atentados a las Torres Gemelas, activó por primera vez en su historia la cláusula de defensa mutua (artículo 5) para intervenir en Afganistán. En el 2011 encabezó la coalición de países que derrocó al dictador libio Muamar el-Gadafi, bajo el manto del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

En estos tres casos, se distanció de los escenarios de confrontación contemplados por sus creadores. La invasión rusa contra Ucrania, en febrero del 2022, cambió drásticamente la situación. Hoy, la OTAN es la pieza fundamental para enfrentar esa injustificada agresión, que ha dado paso a la etapa más activa y relevante de su historia.

La Estrategia de seguridad nacional emitida por Biden en octubre de ese año, en cumplimiento de un mandato cuatrienal de los presidentes estadounidenses, definió a Rusia como el peligro más inminente y severo para su país. Para Europa lo es aún más, de aquí su inquietud sobre cuál sería la actitud de un eventual gobierno de Donald Trump hacia la OTAN.

Retos asiáticos. Una estructura defensiva de este tipo no existe en la región indo-pacífica; lo que ha prevalecido son los acuerdos de menor alcance suscritos hace décadas. Sin embargo es allí donde China, con un creciente músculo militar, económico, tecnológico y diplomático, proyecta cada vez más su poder y ambiciones territoriales.  

Este ímpetu regional encendió desde hace tiempo las alarmas en Washington, pero su preocupación va mucho más allá. La Estrategia del 2022, con todo lo que se ocupa de Rusia, considera que China plantea una amenaza más orgánica, estructural y sustancial a Estados Unidos, con alcance global.

La define como un “poder adversario”, que tiene tanto la intención como la capacidad para avanzar en sus intentos de reconfigurar el sistema internacional.

Durante sus ocho años en la presidencia, Barak Obama inició un proceso de “giro” (pivot) hacia Asia. Trump lo descalabró. Biden decidió replantearlo e impulsarlo con vigor. Su énfasis ha sido mucho más en defensa que en comercio, a lo que Obama sí dio gran importancia. Hasta ahora, el éxito ha sido evidente. Varios hechos lo demuestran.

Uno de los logros más notables ha sido relanzar el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad, conocido como QUAD, con Australia, Japón y la India. Iniciado en el 2007 como lo que su nombre indica –un diálogo--, dio un salto cualitativo 14 años después, cuando Biden y los primeros ministros de los otros países tuvieron su primera cumbre en Washington. A partir de entonces, la colaboración se ha extendido y profundizado.

Hace pocos días, sus ministros de relaciones exteriores se reunieron en Tokio, en lo que Antony Blinken, de Estados Unidos, calificó como “un momento de alineamiento estratégico sin precedentes”.

Aunque el QUAD está lejos de ser una alianza militar, la disponibilidad india a coordinar temas como ciberseguridad y seguridad marítima tiene particular importancia, sobre todo de cara a la política expansionista de Pekín en el Mar del Sur de la China.

Otra sigla, el SQUAD, emergió en julio del 2023, cuando se reunieron por primera vez los ministros de defensa de Australia, Japón y Estados Unidos con su colega de Filipinas, el país con mayores conflictos marítimos con China. La S implica seguridad (en inglés). Su propósito central es desarrollar la interoperabilidad de sus estructuras defensivas. En abril pasado condujeron sus primeras maniobras marítimas en la zona económica exclusiva filipina.

En setiembre del 2021, Australia, el Reino Unido y Estados Unidos, estrechos aliados, anunciaron la creación de un nuevo partenariado para fortalecer sus intereses de defensa, integrar operaciones, e intercambiar tecnología e información. Surgió así el AUKUS.

Su proyecto insignia, anunciado en marzo del 2023, fue colaborar en el desarrollo y construcción de un nuevo modelo de submarino impulsado por energía nuclear, pero portador armas convencionales, que se integrará al arsenal australiano en una fecha aún no definida.

A lo anterior deben añadirse otros hechos de gran importancia, todos impulsados por Estados Unidos:

  • La reducción de las históricas tensiones entre Corea del Sur y Japón, y su creciente intercambio de información en materia de seguridad. Es particularmente importante dado el desafío nuclear de Corea del Norte.
  • El incremento de la inversión y capacidad defensiva japonesas, y su creciente coordinación militar con Estados Unidos. Recientemente, Blinken, Lloyd Austin, secretario de Defensa, y sus contrapartes japoneses, se reunieron en Tokio y acordaron, entre otras cosas, integrar más sus estructuras militares y ampliar su capacidad de respuesta en la región indo-pacífica.
  • La colaboración más decidida con Filipinas. Tras una reciente una reunión en Manila de Blinken y Austin con sus pares filipinos, Estados Unidos anunció nuevos recursos para mejorar sus capacidades defensivas y de patrullaje marítimo.

Otros ámbitos. El politólogo estadounidense Bruce Jones escribió en el 2014 que “la escala y fortaleza de las alianzas de Estados Unidos no tiene precedente en la era moderna”; quizá en ninguna. Ampliarlas, sobre todo en la zona del mundo más expuesta a la expansión china, ha sido uno de los propósitos –y logros-- de Biden.

Sin embargo, la proyección e influencia de las potencias occidentales, en particular Estados Unidos y la Unión Europea, va mucho más allá de las alianzas de seguridad. Se requieren otras modalidades de encuentro, discusión y coordinación; también de cooperación.

No es un desafío nuevo y ha estado contemplado tradicionalmente en sus planes de política exterior, financiera y comercial. Sin embargo, en un mundo cada vez más diverso y disperso, con potencias medias que desean ampliar su capacidad transaccional con las mayores, la búsqueda de puntos comunes adquiere mayor importancia.

En el documento de Estrategia ya mencionado, la Casa Blanca no solo expuso la necesidad de robustecer alianzas con los países afines, sino también desarrollar “coaliciones amplias” y heterogéneas, para avanzar en una integración más orgánica en sus objetivos y acciones de política exterior y de seguridad.

Para lograrlo se requieren visiones claras, objetivos compartidos, respeto, flexibilidad y confianza mutua. Aunque con defectos y contradicciones, la administración de Biden ha avanzado en forma sistemática por esta ruta. Que Estados Unidos la mantenga o cercene dependerá de quién triunfe en las elecciones el 5 de noviembre.

Eduardo Ulibarri
Eduardo Ulibarri
Consejero Académico
Catedrático universitario y columnista del diario La Nación, de Costa Rica, del cual fue director entre 1982 y 2003. Entre agosto de 2010 y junio de 2014 sirvió como embajador y representante permanente de Costa Rica ante las Naciones Unidas. Autor de libros sobre periodismo y temas de actualidad, es catedrático en la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva de la Universidad de Costa Rica. Fue presidente del Instituto de Prensa y Libertad de Expresión (IPLEX) entre 2005 y 2010; presidente de la Comisión de Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa (1991-1994), y miembro de la directiva (1989-2002) y del consejo consultivo (desde 2002) del International Center for Journalists, Washington, D.C. Actualmente forma parte de la junta directiva de Aldesa Corporación de Inversiones y es miembro del Comité de Programas de la Fundación CRUSA. Ha recibido la Medalla por Servicios Distinguidos en Periodismo de la Universidad de Missouri, en 1989; el premio María Moors Cabot, de la Universidad de Columbia (Nueva York), en 1996, y el Premio Nacional de Periodismo de Costa Rica, en 1999. Estudió en las universidades de Costa Rica (licenciatura en Comunicación, 1974), Missouri (maestría en Periodismo, 1976) y Harvard (Niemann Fellow, 1988).
 
 
 

 
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