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Promoción de la Apertura Política en Cuba
Por qué Cuba no seguirá a las revoluciones que sacuden a Medio Oriente y el Norte de África
Las restricciones a la inversión estadounidense en telecomunicaciones en Cuba son más estrictas que hacia Siria e incluso Irán – un país que ahora está experimentando su propio clamor de apoyo, gracias en parte a las redes sociales. En Cuba, el esfuerzo por expandir el acceso a nuevas herramientas como internet de alta velocidad, Twitter, Facebook y Google choca con el Acta de Democracia en Cuba de 1992.Por Christopher Sabatini
Las revoluciones populares que estallaron en los gobiernos autocráticos de décadas de antigüedad de Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto y que están sacudiendo al resto de Medio Oriente han llevado a los observadores de Cuba – una vez más – a preguntarse si el último reducto de dictadura de la Guerra Fría en el hemisferio será el siguiente. No lo será, y tenemos que culpar en parte a la política de los Estados Unidos.
Durante las últimas dos décadas, desde Europa del Este hasta Egipto, ninguno de los países que ha experimentado revoluciones populares estaba bajo un embargo de Estados Unidos. Si bien está a punto de ser el objetivo de sanciones puntuales (y merecidamente) como resultado de su sangrienta respuesta a los manifestantes, antes de las protestas actuales, incluso Libia vio finalizadas sus sanciones en 2004 por la administración de George W. Bush. En el caso de Libia – y en el pasado – las sanciones puntuales vinculadas a un acto específico del gobierno pueden provocar una corrección de curso o incluso un colapso. En el largo plazo, sin embargo, las sanciones en realidad aíslan a un país del resto del mundo y permiten que un gobierno se atrinchere. La relación inversa entre aislamiento y revolución popular no es una coincidencia. El contacto con el mundo exterior construye capacidades e ideas insidiosas para incluso el más tirano de los regímenes.
Sea que fuera en la Revolución de Terciopelo de 1989 en la entonces Checoslovaquia, el fin del régimen comunista en Polonia (dos años después de que finalizaran las sanciones de Estados Unidos tras la represión contra Solidaridad) o la amplia coalición que puso fin al reino de 30 años de Mubarak, los símbolos, las motivaciones y los significados de estas transiciones pacíficas le deben mucho al tipo de contactos que impide el embargo estadounidense de 52 años sobre Cuba. Defendido como una forma de negar al régimen de Fidel y Raúl Castro los recursos para oprimir a su propio pueblo, las cincuentenarias sanciones de Estados Unidos contra Cuba, persiguiendo este noble esfuerzo, se han convertido en un instrumento inútil. En nombre de esta causa, el embargo ha dejado afuera al pueblo cubano de interacciones personales con los norteamericanos promedio y le ha negado la inspiración y las herramientas para su propia liberación. La comunicación, el contacto e incluso el comercio limitado no es un juego de suma cero; a veces, sí, el régimen puede beneficiarse, pero a veces el pueblo se beneficia más, en especial cuando ayuda a romper el control sobre la información necesario para que estos regímenes sobrevivan.
No se confunda. El nivel y el tipo de represión en Cuba supera al de Egipto bajo Mubarak o incluso al de Europa del Este bajo el comunismo. Cincuenta años de represión cruel y sistemática por parte del régimen castrista, la penetración de los espías del gobierno en toda la sociedad y el sofocante control del estado sobre la economía han atomizado a la sociedad civil, clausurada la libertad de expresión y dejado a los ciudadanos cubanos dependientes del Estado para su supervivencia. Como resultado, muchos cubanos – especialmente las generaciones más jóvenes golpeadas por décadas de represión, privadas de contactos inspiradores con el mundo exterior e impedidas de un amplio acceso a herramientas de comunicación – son dejados a la espera del final de una gerontocracia.
Una serie de iniciativas de la administración Obama en 2009 para permitir mayores contactos de telecomunicaciones con la isla y contactos personales para intercambios culturales o educativos con Cuba han ayudado a aliviar parte del aislamiento. Sin embargo, podrían haber ido más allá, con medidas que directamente promoverían mayores contactos entre ciudadanos estadounidenses y la sociedad cubana y ayudar a desarrollar los medios para que los cubanos se comuniquen entre sí. Las restricciones a la inversión estadounidense en telecomunicaciones en Cuba son más estrictas que hacia Siria e incluso Irán – un país que ahora está experimentando su propio clamor de apoyo, gracias en parte a las redes sociales. En Cuba, el esfuerzo por expandir el acceso a nuevas herramientas como internet de alta velocidad, Twitter, Facebook y Google choca con el Acta de Democracia en Cuba de 1992 que prohíbe la inversión estadounidense que contribuya a la infraestructura de telecomunicaciones de Cuba. Los teléfonos celulares, cables de fibra óptica y las redes sociales requieren hardware y software que están prohibidos bajo las actuales restricciones de Estados Unidos hacia Cuba. El primer cable de fibra óptica de Cuba llegó hace unos días. Sin embargo, en lugar de venir de Estados Unidos, llegó por cortesía del Presidente venezolano Hugo Chávez, cuyo gobierno, en diciembre, instituyó restricciones sobre la libertad de expresión en Internet.
¿El gobierno cubano habría permitido que sus ciudadanos compren y utilicen estas herramientas potencialmente subversivas que producen y venden las empresas de Estados Unidos? Nunca lo sabremos porque Estados Unidos lo hizo por ellos. Resulta irónico que un gobierno democrático, que supuestamente promueve la libertad y el libre mercado, hiciera el trabajo sucio para el régimen cubano. En cuanto a las recientes reformas para aumentar los contactos personales entre la isla y Estados Unidos, incluso estas suaves medidas encuentran resistencia. Dos senadores estadounidenses están intentando bloquear el número de vuelos hacia Cuba. Dado que los vuelos enviarían viajeros culturales y educacionales a la isla, la intención resulta poco clara. ¿Negar a los cubanos el acceso a música estadounidense? ¿Arte? ¿Educación? Una movida similar para ahogar los contactos personales con Europa del Este durante la Guerra Fría (mucho disidentes citaron la influencia del rock and roll en su rebelión) o incluso en Egipto o Túnez, habría sido justamente ridiculizada. Los efectos infecciosos del intercambio personal, la promoción intelectual y los contactos humanos exceden ampliamente cualquier ventaja posible que cualquier régimen pueda extraer de unos pocos dólares provenientes del turismo. Tal como lo demuestran las victoriosas multitudes de Egipto.
Bajo la actual legislación estadounidense, Cuba nunca tendrá a un Wael Ghonim, el ejecutivo de Google que se convirtió en héroe en Egipto por defender la libertad de expresión y comunicación entre los activistas en dicho país. Tampoco es probable que veamos un levantamiento en el corto plazo. El contacto internacional, las inversiones, el acceso a la comunicación inspiraron y encendieron las protestas masivas que contribuyeron al fin de 30 años de gobierno de Mubarak. En el caso de Cuba, para los hermanos Castro, son más de 50 años. Bajo las actuales sanciones, desafortunadamente vamos a continuar esperando un tiempo más.
Christopher Sabatini es Senior Director del Council of Americas y miembro del Consejo Consultivo de CADAL.
Este artículo fue originalmente publicado en www.americasquarterly.org
Traducción de Hernán Alberro.
Christopher SabatiniConsejero ConsultivoTiene un doctorado en Gobierno de la Universidad de Virginia. Es investigador principal para América Latina en Chatham House, y anteriormente fue profesor en la Escuela de Asuntos Internacionales y Públicos (SIPA) de la Universidad de Columbia.
Forma parte de los consejos asesores de la Universidad de Harvard, de la División de las Américas del Comité Asesor de Human Rights Watch y de la Fundación Interamericana. También es un HFX Fellow en el Foro de Seguridad Internacional de Halifax.
Es un colaborador frecuente de revistas y periódicos de política y aparece en los medios de comunicación y en paneles sobre cuestiones relacionadas con América Latina y la política exterior. Ha testificado en múltiples ocasiones ante el Senado y la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.
En 2015 fundó y dirigió una nueva organización de investigación sin fines de lucro, Global Americas, y editó su sitio web de noticias y opinión. De 2005 a 2014 fue director superior de política de la Sociedad y el Consejo de las Américas (AS/COA) y fundador y editor jefe de la revista de política hemisférica Americas Quarterly (AQ). En la AS/COA presidió los grupos de trabajo de la organización sobre el estado de derecho y Cuba.
Anteriormente, fue director para América Latina y el Caribe del National Endowment for Democracy, y becario de diplomacia de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, trabajando en el Centro para la Democracia y la Gobernanza de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.
Las revoluciones populares que estallaron en los gobiernos autocráticos de décadas de antigüedad de Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto y que están sacudiendo al resto de Medio Oriente han llevado a los observadores de Cuba – una vez más – a preguntarse si el último reducto de dictadura de la Guerra Fría en el hemisferio será el siguiente. No lo será, y tenemos que culpar en parte a la política de los Estados Unidos.
Durante las últimas dos décadas, desde Europa del Este hasta Egipto, ninguno de los países que ha experimentado revoluciones populares estaba bajo un embargo de Estados Unidos. Si bien está a punto de ser el objetivo de sanciones puntuales (y merecidamente) como resultado de su sangrienta respuesta a los manifestantes, antes de las protestas actuales, incluso Libia vio finalizadas sus sanciones en 2004 por la administración de George W. Bush. En el caso de Libia – y en el pasado – las sanciones puntuales vinculadas a un acto específico del gobierno pueden provocar una corrección de curso o incluso un colapso. En el largo plazo, sin embargo, las sanciones en realidad aíslan a un país del resto del mundo y permiten que un gobierno se atrinchere. La relación inversa entre aislamiento y revolución popular no es una coincidencia. El contacto con el mundo exterior construye capacidades e ideas insidiosas para incluso el más tirano de los regímenes.
Sea que fuera en la Revolución de Terciopelo de 1989 en la entonces Checoslovaquia, el fin del régimen comunista en Polonia (dos años después de que finalizaran las sanciones de Estados Unidos tras la represión contra Solidaridad) o la amplia coalición que puso fin al reino de 30 años de Mubarak, los símbolos, las motivaciones y los significados de estas transiciones pacíficas le deben mucho al tipo de contactos que impide el embargo estadounidense de 52 años sobre Cuba. Defendido como una forma de negar al régimen de Fidel y Raúl Castro los recursos para oprimir a su propio pueblo, las cincuentenarias sanciones de Estados Unidos contra Cuba, persiguiendo este noble esfuerzo, se han convertido en un instrumento inútil. En nombre de esta causa, el embargo ha dejado afuera al pueblo cubano de interacciones personales con los norteamericanos promedio y le ha negado la inspiración y las herramientas para su propia liberación. La comunicación, el contacto e incluso el comercio limitado no es un juego de suma cero; a veces, sí, el régimen puede beneficiarse, pero a veces el pueblo se beneficia más, en especial cuando ayuda a romper el control sobre la información necesario para que estos regímenes sobrevivan.
No se confunda. El nivel y el tipo de represión en Cuba supera al de Egipto bajo Mubarak o incluso al de Europa del Este bajo el comunismo. Cincuenta años de represión cruel y sistemática por parte del régimen castrista, la penetración de los espías del gobierno en toda la sociedad y el sofocante control del estado sobre la economía han atomizado a la sociedad civil, clausurada la libertad de expresión y dejado a los ciudadanos cubanos dependientes del Estado para su supervivencia. Como resultado, muchos cubanos – especialmente las generaciones más jóvenes golpeadas por décadas de represión, privadas de contactos inspiradores con el mundo exterior e impedidas de un amplio acceso a herramientas de comunicación – son dejados a la espera del final de una gerontocracia.
Una serie de iniciativas de la administración Obama en 2009 para permitir mayores contactos de telecomunicaciones con la isla y contactos personales para intercambios culturales o educativos con Cuba han ayudado a aliviar parte del aislamiento. Sin embargo, podrían haber ido más allá, con medidas que directamente promoverían mayores contactos entre ciudadanos estadounidenses y la sociedad cubana y ayudar a desarrollar los medios para que los cubanos se comuniquen entre sí. Las restricciones a la inversión estadounidense en telecomunicaciones en Cuba son más estrictas que hacia Siria e incluso Irán – un país que ahora está experimentando su propio clamor de apoyo, gracias en parte a las redes sociales. En Cuba, el esfuerzo por expandir el acceso a nuevas herramientas como internet de alta velocidad, Twitter, Facebook y Google choca con el Acta de Democracia en Cuba de 1992 que prohíbe la inversión estadounidense que contribuya a la infraestructura de telecomunicaciones de Cuba. Los teléfonos celulares, cables de fibra óptica y las redes sociales requieren hardware y software que están prohibidos bajo las actuales restricciones de Estados Unidos hacia Cuba. El primer cable de fibra óptica de Cuba llegó hace unos días. Sin embargo, en lugar de venir de Estados Unidos, llegó por cortesía del Presidente venezolano Hugo Chávez, cuyo gobierno, en diciembre, instituyó restricciones sobre la libertad de expresión en Internet.
¿El gobierno cubano habría permitido que sus ciudadanos compren y utilicen estas herramientas potencialmente subversivas que producen y venden las empresas de Estados Unidos? Nunca lo sabremos porque Estados Unidos lo hizo por ellos. Resulta irónico que un gobierno democrático, que supuestamente promueve la libertad y el libre mercado, hiciera el trabajo sucio para el régimen cubano. En cuanto a las recientes reformas para aumentar los contactos personales entre la isla y Estados Unidos, incluso estas suaves medidas encuentran resistencia. Dos senadores estadounidenses están intentando bloquear el número de vuelos hacia Cuba. Dado que los vuelos enviarían viajeros culturales y educacionales a la isla, la intención resulta poco clara. ¿Negar a los cubanos el acceso a música estadounidense? ¿Arte? ¿Educación? Una movida similar para ahogar los contactos personales con Europa del Este durante la Guerra Fría (mucho disidentes citaron la influencia del rock and roll en su rebelión) o incluso en Egipto o Túnez, habría sido justamente ridiculizada. Los efectos infecciosos del intercambio personal, la promoción intelectual y los contactos humanos exceden ampliamente cualquier ventaja posible que cualquier régimen pueda extraer de unos pocos dólares provenientes del turismo. Tal como lo demuestran las victoriosas multitudes de Egipto.
Bajo la actual legislación estadounidense, Cuba nunca tendrá a un Wael Ghonim, el ejecutivo de Google que se convirtió en héroe en Egipto por defender la libertad de expresión y comunicación entre los activistas en dicho país. Tampoco es probable que veamos un levantamiento en el corto plazo. El contacto internacional, las inversiones, el acceso a la comunicación inspiraron y encendieron las protestas masivas que contribuyeron al fin de 30 años de gobierno de Mubarak. En el caso de Cuba, para los hermanos Castro, son más de 50 años. Bajo las actuales sanciones, desafortunadamente vamos a continuar esperando un tiempo más.
Christopher Sabatini es Senior Director del Council of Americas y miembro del Consejo Consultivo de CADAL.
Este artículo fue originalmente publicado en www.americasquarterly.org
Traducción de Hernán Alberro.
Tiene un doctorado en Gobierno de la Universidad de Virginia. Es investigador principal para América Latina en Chatham House, y anteriormente fue profesor en la Escuela de Asuntos Internacionales y Públicos (SIPA) de la Universidad de Columbia.
Forma parte de los consejos asesores de la Universidad de Harvard, de la División de las Américas del Comité Asesor de Human Rights Watch y de la Fundación Interamericana. También es un HFX Fellow en el Foro de Seguridad Internacional de Halifax.
Es un colaborador frecuente de revistas y periódicos de política y aparece en los medios de comunicación y en paneles sobre cuestiones relacionadas con América Latina y la política exterior. Ha testificado en múltiples ocasiones ante el Senado y la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.
En 2015 fundó y dirigió una nueva organización de investigación sin fines de lucro, Global Americas, y editó su sitio web de noticias y opinión. De 2005 a 2014 fue director superior de política de la Sociedad y el Consejo de las Américas (AS/COA) y fundador y editor jefe de la revista de política hemisférica Americas Quarterly (AQ). En la AS/COA presidió los grupos de trabajo de la organización sobre el estado de derecho y Cuba.
Anteriormente, fue director para América Latina y el Caribe del National Endowment for Democracy, y becario de diplomacia de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, trabajando en el Centro para la Democracia y la Gobernanza de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.