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Promoción de la Apertura Política en Cuba
La crónica que no fue
No hay manera de entender que un hombre desarmado, sentado en un céntrico parque pueda representar una gran amenaza. Lo que ocurre es que cuando se azuza la intolerancia, se alimenta el irrespeto al ciudadano y se le da luz verde a los cuerpos policiales.Por Yoani Sánchez
Hoy iba a publicar un texto sobre el Día de las Madres, una breve viñeta donde contaba que a mi mamá le huelen las manos a cebolla, ajo y comino… por todo el tiempo que se pasa en la cocina. Tenía la idea de narrarles el gozo que me daba verla llegar a la puerta de mi preuniversitario en el campo, llevando los alimentos que le habían costado toda una semana –y grandes esfuerzos– conseguir. Pero justo cuando daba los últimos retoques a mi pequeña crónica maternal, ocurrió la muerte de Juan Wilfredo Soto en Santa Clara y todo dejó de tener sentido.
Las tonfas de los policías tienen sed de espaldas por estos lares. La violencia creciente de los uniformados es algo que se murmura en voz baja y muchos describen con detalles sin atreverse a denunciarla en público. Quienes hemos estado alguna vez en un calabozo, sabemos bien que una cosa es la propaganda edulcorada de “Policía, policía tu eres mi amigo” que repite la tele y otra la impunidad de la que gozan estos individuos con placa. Si encima de eso, el detenido tiene ideas diferentes a la ideología imperante, entonces el tratamiento será aún más duro. Los puños querrán convencerlo, ya que los escasos argumentos no lo lograrán.
No sé cómo las autoridades de mi país lo van a explicar, pero dudo que logren persuadirnos de que esta vez la culpa no ha sido de los policías. No hay manera de entender que un hombre desarmado, sentado en un céntrico parque pueda representar una gran amenaza. Lo que ocurre es que cuando se azuza la intolerancia, se alimenta el irrespeto al ciudadano y se le da luz verde a los cuerpos policiales, ocurren estas tragedias. Como la de hoy, en que una madre en Santa Clara no está sentada a la mesa que le han preparado sus retoños, sino en el oscuro salón de una funeraria velando el cuerpo de su hijo.
Fuente: http://www.desdecuba.com/generaciony/?p=4901
Yoani Sánchez
Hoy iba a publicar un texto sobre el Día de las Madres, una breve viñeta donde contaba que a mi mamá le huelen las manos a cebolla, ajo y comino… por todo el tiempo que se pasa en la cocina. Tenía la idea de narrarles el gozo que me daba verla llegar a la puerta de mi preuniversitario en el campo, llevando los alimentos que le habían costado toda una semana –y grandes esfuerzos– conseguir. Pero justo cuando daba los últimos retoques a mi pequeña crónica maternal, ocurrió la muerte de Juan Wilfredo Soto en Santa Clara y todo dejó de tener sentido.
Las tonfas de los policías tienen sed de espaldas por estos lares. La violencia creciente de los uniformados es algo que se murmura en voz baja y muchos describen con detalles sin atreverse a denunciarla en público. Quienes hemos estado alguna vez en un calabozo, sabemos bien que una cosa es la propaganda edulcorada de “Policía, policía tu eres mi amigo” que repite la tele y otra la impunidad de la que gozan estos individuos con placa. Si encima de eso, el detenido tiene ideas diferentes a la ideología imperante, entonces el tratamiento será aún más duro. Los puños querrán convencerlo, ya que los escasos argumentos no lo lograrán.
No sé cómo las autoridades de mi país lo van a explicar, pero dudo que logren persuadirnos de que esta vez la culpa no ha sido de los policías. No hay manera de entender que un hombre desarmado, sentado en un céntrico parque pueda representar una gran amenaza. Lo que ocurre es que cuando se azuza la intolerancia, se alimenta el irrespeto al ciudadano y se le da luz verde a los cuerpos policiales, ocurren estas tragedias. Como la de hoy, en que una madre en Santa Clara no está sentada a la mesa que le han preparado sus retoños, sino en el oscuro salón de una funeraria velando el cuerpo de su hijo.
Fuente: http://www.desdecuba.com/generaciony/?p=4901