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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Libia y su dilema: ¿Qué hacer después de Qadhafi?
Al día de hoy existen pocas razones para ser optimistas respecto al futuro de Libia en el mediano plazo. En este sentido la internación del General Haftar, de 75 años, en un hospital parisino la semana pasada, y la falta de información respecto a su estado de salud, ha hecho que por estas horas circulen especulaciones respecto a qué implicancias tendría para Libia la eventual muerte o inhabilitación de su hombre fuerte.Por Facundo González Sembla
Desde hace ya siete años, luego del derrocamiento de Muammar al-Qadafi en febrero de 2011, que no ha surgido en Libia un nuevo orden político capaz de llenar el vacío de poder dejado por el antiguo régimen. Muy por el contrario, la división del poder político en dos gobiernos rivales, uno en al oeste con sede en Trípoli y otro al este en Tobruck, ha sumido al país en una cruenta guerra civil que perdura desde 2014.
Ambos gobiernos se encuentran sumidos en una lucha por el poder, la legitimidad, y el dominio territorial, que encuentra una batalla clave en el control del petróleo, principal fuente de riqueza de Libia y, por lo tanto, de financiamiento. Sin embargo, afectada por los combates, la producción nacional de petróleo cayó de 1,6 millones de barriles diarios en 2011, a 380.000 en 2015. Además, en esta guerra civil hay una infinidad de milicias tribales o locales, que no necesariamente están alineadas a Trípoli o Tobruck, así como también se detectó la participación de grupos jihadistas, como el Estado Islámico, al-Qaeda, y salafistas apoyados por Arabia Saudita.
En este contexto, desde las Naciones Unidas se promovió el Acuerdo Político Libio, firmado en diciembre de 2015 en Marruecos, a fin de consensuar un gobierno nacional unificado. A pesar de los apoyos obtenidos, el mismo fue rechazado por el gobierno con sede en Tobruck a instancias del General Khalifa Haftar, comandante del Ejército Nacional Libio, un cuerpo militar apoyado por Egipto, los Emiratos Árabes Unidos, Francia y Rusia. Las razones de esta negativa obedecen a la pretensión de Haftar por extender su control territorial hacia el sur y el oeste de Libia, para eventualmente conquistar Trípoli, y formar gobierno.
El fracaso del Acuerdo Político Libio ha prolongado la guerra civil hasta la actualidad, y con ella lo que el informe de la Bertelsmann Stiftung 2018 ha catalogado como un “un proceso de colapso estatal y desintegración violenta sin precedentes”.
Más allá de los avances y retrocesos de cada facción en el devenir de la guerra, la persistencia de la misma ha socavado la situación humanitaria y el respeto por los derechos humanos en Libia. De acuerdo al citado informe, “a principios de 2017, 1,3 millones de personas requería asistencia humanitaria [en el país]”. También, como consecuencia de la guerra el sistema penal ha colapsado, y los beligerantes cometen crímenes de guerra, como el asesinato de civiles, ejecuciones sumarias, y profanación de los cuerpos de los caídos.
De acuerdo al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, al 31 de marzo de 2018 había en Libia unos 184.612 desplazados internos, y 51.519 refugiados, llegados principalmente de Siria (44,5%), Sudán (15,7%), Palestina (13,8%), y Eritrea (12,2%). Estos refugiados llegan al país en su camino hacia Europa, y de acuerdo a denuncias de Human Rights Watch muchos han sufrido violencia física, sexual, extorsión, y trabajo forzado, en centros de detención irregulares.
Quizá la situación más alarmante en relación a los refugiados haya sido la revelada por la cadena de noticias CNN en noviembre de 2017, al exponer cómo refugiados africanos eran vendidos como esclavos en las afueras de Trípoli, por unos US$ 400 cada uno.
Al día de hoy existen pocas razones para ser optimistas respecto al futuro de Libia en el mediano plazo. En este sentido la internación del General Haftar, de 75 años, en un hospital parisino la semana pasada, y la falta de información respecto a su estado de salud, ha hecho que por estas horas circulen especulaciones respecto a qué implicancias tendría para Libia la eventual muerte o inhabilitación de su hombre fuerte. Al respecto, mientras algunos analistas han señalado que eso dejaría al heterogéneo Ejército Nacional Libio acéfalo, potenciando aún más la inestabilidad del país, otros han sugerido que podría impulsar el proceso de paz, dada la desaparición de su principal objetor.
Facundo González Sembla
Desde hace ya siete años, luego del derrocamiento de Muammar al-Qadafi en febrero de 2011, que no ha surgido en Libia un nuevo orden político capaz de llenar el vacío de poder dejado por el antiguo régimen. Muy por el contrario, la división del poder político en dos gobiernos rivales, uno en al oeste con sede en Trípoli y otro al este en Tobruck, ha sumido al país en una cruenta guerra civil que perdura desde 2014.
Ambos gobiernos se encuentran sumidos en una lucha por el poder, la legitimidad, y el dominio territorial, que encuentra una batalla clave en el control del petróleo, principal fuente de riqueza de Libia y, por lo tanto, de financiamiento. Sin embargo, afectada por los combates, la producción nacional de petróleo cayó de 1,6 millones de barriles diarios en 2011, a 380.000 en 2015. Además, en esta guerra civil hay una infinidad de milicias tribales o locales, que no necesariamente están alineadas a Trípoli o Tobruck, así como también se detectó la participación de grupos jihadistas, como el Estado Islámico, al-Qaeda, y salafistas apoyados por Arabia Saudita.
En este contexto, desde las Naciones Unidas se promovió el Acuerdo Político Libio, firmado en diciembre de 2015 en Marruecos, a fin de consensuar un gobierno nacional unificado. A pesar de los apoyos obtenidos, el mismo fue rechazado por el gobierno con sede en Tobruck a instancias del General Khalifa Haftar, comandante del Ejército Nacional Libio, un cuerpo militar apoyado por Egipto, los Emiratos Árabes Unidos, Francia y Rusia. Las razones de esta negativa obedecen a la pretensión de Haftar por extender su control territorial hacia el sur y el oeste de Libia, para eventualmente conquistar Trípoli, y formar gobierno.
El fracaso del Acuerdo Político Libio ha prolongado la guerra civil hasta la actualidad, y con ella lo que el informe de la Bertelsmann Stiftung 2018 ha catalogado como un “un proceso de colapso estatal y desintegración violenta sin precedentes”.
Más allá de los avances y retrocesos de cada facción en el devenir de la guerra, la persistencia de la misma ha socavado la situación humanitaria y el respeto por los derechos humanos en Libia. De acuerdo al citado informe, “a principios de 2017, 1,3 millones de personas requería asistencia humanitaria [en el país]”. También, como consecuencia de la guerra el sistema penal ha colapsado, y los beligerantes cometen crímenes de guerra, como el asesinato de civiles, ejecuciones sumarias, y profanación de los cuerpos de los caídos.
De acuerdo al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, al 31 de marzo de 2018 había en Libia unos 184.612 desplazados internos, y 51.519 refugiados, llegados principalmente de Siria (44,5%), Sudán (15,7%), Palestina (13,8%), y Eritrea (12,2%). Estos refugiados llegan al país en su camino hacia Europa, y de acuerdo a denuncias de Human Rights Watch muchos han sufrido violencia física, sexual, extorsión, y trabajo forzado, en centros de detención irregulares.
Quizá la situación más alarmante en relación a los refugiados haya sido la revelada por la cadena de noticias CNN en noviembre de 2017, al exponer cómo refugiados africanos eran vendidos como esclavos en las afueras de Trípoli, por unos US$ 400 cada uno.
Al día de hoy existen pocas razones para ser optimistas respecto al futuro de Libia en el mediano plazo. En este sentido la internación del General Haftar, de 75 años, en un hospital parisino la semana pasada, y la falta de información respecto a su estado de salud, ha hecho que por estas horas circulen especulaciones respecto a qué implicancias tendría para Libia la eventual muerte o inhabilitación de su hombre fuerte. Al respecto, mientras algunos analistas han señalado que eso dejaría al heterogéneo Ejército Nacional Libio acéfalo, potenciando aún más la inestabilidad del país, otros han sugerido que podría impulsar el proceso de paz, dada la desaparición de su principal objetor.