Artículos
Análisis Sínico
China, más próspera y autocrática
El pasado 3 de diciembre, el politólogo Minxin Pei brindó la 17ª Conferencia Anual Seymour Martin Lipset sobre la Democracia en el Mundo. La presentación de Pei, “La larga sombra oscura del totalitarismo sobre China”, fue organizada por la Embajada de Canadá en Estados Unidos y la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés).Por Greg Ross
Pei, profesor del gobierno en Claremont McKenna College, presentó un panorama de la democratización en el estado moderno chino. Su charla se refirió al sociólogo Seymour Martin Lipset (1922–2006), cuya teoría sobre la democracia es una referencia en las ciencias sociales. La tesis de Lipset de 1959, “Some Social Requisites of Democracy”, afirma que la modernización económica crea condiciones favorables para la democracia.
Desde la liberalización económica de China en 1979, el país ha tenido una tasa de crecimiento económico de casi 10 por ciento, en el camino levantando más de 850 millones de personas de la pobreza. Aún con una disminución del crecimiento durante los últimos años, el país ha experimentado “la expansión sostenida más rápida por una economía grande en la historia”, según el Banco Mundial.
“Hoy, como China ha prosperado económicamente, sino retenido su sistema de partido único, muchos cuestionan si la relación paliativa entre la modernización y la democracia sigue siendo válida”, empezó Pei. En China, la teoría de Lipset —“cuanto más próspera es una nación, mayores son sus posibilidades de mantener la democracia”— parece vacilar enfrente de un país más próspero pero cada vez más autocrático.
Pero para Pei, la teoría de Lipset todavía “puede ayudar a iluminar el enigma” de cómo la democratización no ha acompañado el desarrollo económico en China. Pei sostuvo que la democratización de las dictaduras comunistas “presenta desafíos únicos”, como los legados del totalitarismo imponen “una larga sombra oscura”. Lipset, también, había vinculado el tipo de régimen y la democratización, y su trabajo posterior examinó las dificultades de institucionalizar la democracia cuando el poder y la riqueza siguen concentrados en el Estado.
Pei esbozó la transición de China en 1979 desde el dominio maoísta al Partido Comunista de China (PCCh) bajo Deng Xiaoping, quien “tomó una decisión estratégica” de conservar el sistema de partido único a través de la reforma económica. Más recientemente, bajo el gobierno “neo-estalinista” de Xi Jinping, el PCCh ha concentrado el poder del Estado aún más en su adhesión al “legado del totalitarismo”.
Esos “legados del totalitarismo”, sostuvo Pei, “mitigan y neutralizan los efectos democráticos de la modernización económica”. El PCCh ha podido controlar los medios estatales y mantener la lealtad de la élite, conteniendo mientras a las organizaciones cívicas para prevenir una liberalización política más amplia. Una porción considerable de la clase media cada vez más grande (según algunas estimaciones, creció de 3 por ciento a más que la mitad de la población desde 2000) es dependiente del Estado, lo cual directa o indirectamente emplea mucho de los sectores profesionales y calificados. El aparato del partido dominante aumentó sus gastos de seguridad doméstica unas ocho veces entre 2002 y 2018, y el PCCh sigue invirtiendo en el Estado de vigilancia.
Pei también explicó que los intereses creados aprovechan el peso del Estado-partido para resistir la democratización, puesto que la reforma amenaza sus privilegios políticos y económicos. La falta de reforma política “aumenta el riesgo de reversión al gobierno autocrático”, como visto con la concentración del poder bajo Xi. Durante los años ochenta, Deng siguió reformas para fortalecer el liderazgo colectivo y límite de mandatos, con la meta de evitar un gobierno autocrático en el futuro. Sin embargo, sus deficiencias han resultado evidentes desde entonces, demostrado por la eliminación del límite de mandatos presidenciales por Xi en 2018.
Según Pei, la implementación de reformas políticas más amplias, por ejemplo establecer un poder judicial independiente y otras “creíbles terceras instituciones”, nunca fue permitida en la época post-Mao, dado los peligros representados para el sistema de partido único. Pero Pei apuntó a la carencia de reforma bajo Xi como un peligro a la longevidad del propio sistema: “Paradójicamente”, es posible que la reversión al neo-estalinismo “debilitará, en vez de fortalecer, el sistema de partido único”. Xi podría enfrentarse con las “trampas del gobierno autocrático”: la falta de puntos de vista diversos, un aumento del acto de arriesgarse y una incapacidad de corregir errores. El gobierno de por vida pueda resultar en una lucha por la sucesión y motivar a Xi para colocar a partidarios débiles como sucesores.
Otra trampa posible es la campaña estratégica de Xi para ampliar la huella geopolítica de China, encapsulada por la iniciativa de la Franja y la Ruta. Según Pei, las crecientes ambiciones globales de China son extralimitaciones “prematuras”. Sin embargo, como la influencia expandida de China está asociada con el ascenso de Xi, es probable que Xi vería una retirada geoestratégica como una acusación de su propio liderazgo. Además, si sigue el desacoplamiento financiero con los Estados Unidos, China enfrentaría una competencia estratégica cada vez más costosa, especialmente si EE.UU. puede reunir a aliados a la causa.
Pei terminó por apostar a “la oportunidad de reconfirmar la teoría de modernización del profesor Lipset”. En 2035, quizás cerca del fin del gobierno de Xi, las condiciones socioeconómicas en China podrían ser más favorables para la democratización. Pei notó que una moderada tasa de crecimiento de 3 por ciento hasta 2035 aumentaría el ingreso per cápita al menos $25.000, mientras un aumento de más de 100 millones de personas licenciados durante el mismo periodo llevaría la población egresada de educación superior a 20 por ciento. Como resultado, el próximo par de décadas presenta nuevas posibilidades que la transición de China del totalitarismo maoísta al gobierno neo-estalinista de Xi “solamente retrasa, sino no previene, un rendezvous con su futuro democrático”.
Greg RossEstudiante de posgrado en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. Es Asistente de Investigaciones en el Proyecto Argentina del Wilson Center en Washington D.C., ex-becario Fulbright en Paraguay y ex-Pasante Internacional en CADAL. Se recibió en la Universidad de Chicago en 2018.
Pei, profesor del gobierno en Claremont McKenna College, presentó un panorama de la democratización en el estado moderno chino. Su charla se refirió al sociólogo Seymour Martin Lipset (1922–2006), cuya teoría sobre la democracia es una referencia en las ciencias sociales. La tesis de Lipset de 1959, “Some Social Requisites of Democracy”, afirma que la modernización económica crea condiciones favorables para la democracia.
Desde la liberalización económica de China en 1979, el país ha tenido una tasa de crecimiento económico de casi 10 por ciento, en el camino levantando más de 850 millones de personas de la pobreza. Aún con una disminución del crecimiento durante los últimos años, el país ha experimentado “la expansión sostenida más rápida por una economía grande en la historia”, según el Banco Mundial.
“Hoy, como China ha prosperado económicamente, sino retenido su sistema de partido único, muchos cuestionan si la relación paliativa entre la modernización y la democracia sigue siendo válida”, empezó Pei. En China, la teoría de Lipset —“cuanto más próspera es una nación, mayores son sus posibilidades de mantener la democracia”— parece vacilar enfrente de un país más próspero pero cada vez más autocrático.
Pero para Pei, la teoría de Lipset todavía “puede ayudar a iluminar el enigma” de cómo la democratización no ha acompañado el desarrollo económico en China. Pei sostuvo que la democratización de las dictaduras comunistas “presenta desafíos únicos”, como los legados del totalitarismo imponen “una larga sombra oscura”. Lipset, también, había vinculado el tipo de régimen y la democratización, y su trabajo posterior examinó las dificultades de institucionalizar la democracia cuando el poder y la riqueza siguen concentrados en el Estado.
Pei esbozó la transición de China en 1979 desde el dominio maoísta al Partido Comunista de China (PCCh) bajo Deng Xiaoping, quien “tomó una decisión estratégica” de conservar el sistema de partido único a través de la reforma económica. Más recientemente, bajo el gobierno “neo-estalinista” de Xi Jinping, el PCCh ha concentrado el poder del Estado aún más en su adhesión al “legado del totalitarismo”.
Esos “legados del totalitarismo”, sostuvo Pei, “mitigan y neutralizan los efectos democráticos de la modernización económica”. El PCCh ha podido controlar los medios estatales y mantener la lealtad de la élite, conteniendo mientras a las organizaciones cívicas para prevenir una liberalización política más amplia. Una porción considerable de la clase media cada vez más grande (según algunas estimaciones, creció de 3 por ciento a más que la mitad de la población desde 2000) es dependiente del Estado, lo cual directa o indirectamente emplea mucho de los sectores profesionales y calificados. El aparato del partido dominante aumentó sus gastos de seguridad doméstica unas ocho veces entre 2002 y 2018, y el PCCh sigue invirtiendo en el Estado de vigilancia.
Pei también explicó que los intereses creados aprovechan el peso del Estado-partido para resistir la democratización, puesto que la reforma amenaza sus privilegios políticos y económicos. La falta de reforma política “aumenta el riesgo de reversión al gobierno autocrático”, como visto con la concentración del poder bajo Xi. Durante los años ochenta, Deng siguió reformas para fortalecer el liderazgo colectivo y límite de mandatos, con la meta de evitar un gobierno autocrático en el futuro. Sin embargo, sus deficiencias han resultado evidentes desde entonces, demostrado por la eliminación del límite de mandatos presidenciales por Xi en 2018.
Según Pei, la implementación de reformas políticas más amplias, por ejemplo establecer un poder judicial independiente y otras “creíbles terceras instituciones”, nunca fue permitida en la época post-Mao, dado los peligros representados para el sistema de partido único. Pero Pei apuntó a la carencia de reforma bajo Xi como un peligro a la longevidad del propio sistema: “Paradójicamente”, es posible que la reversión al neo-estalinismo “debilitará, en vez de fortalecer, el sistema de partido único”. Xi podría enfrentarse con las “trampas del gobierno autocrático”: la falta de puntos de vista diversos, un aumento del acto de arriesgarse y una incapacidad de corregir errores. El gobierno de por vida pueda resultar en una lucha por la sucesión y motivar a Xi para colocar a partidarios débiles como sucesores.
Otra trampa posible es la campaña estratégica de Xi para ampliar la huella geopolítica de China, encapsulada por la iniciativa de la Franja y la Ruta. Según Pei, las crecientes ambiciones globales de China son extralimitaciones “prematuras”. Sin embargo, como la influencia expandida de China está asociada con el ascenso de Xi, es probable que Xi vería una retirada geoestratégica como una acusación de su propio liderazgo. Además, si sigue el desacoplamiento financiero con los Estados Unidos, China enfrentaría una competencia estratégica cada vez más costosa, especialmente si EE.UU. puede reunir a aliados a la causa.
Pei terminó por apostar a “la oportunidad de reconfirmar la teoría de modernización del profesor Lipset”. En 2035, quizás cerca del fin del gobierno de Xi, las condiciones socioeconómicas en China podrían ser más favorables para la democratización. Pei notó que una moderada tasa de crecimiento de 3 por ciento hasta 2035 aumentaría el ingreso per cápita al menos $25.000, mientras un aumento de más de 100 millones de personas licenciados durante el mismo periodo llevaría la población egresada de educación superior a 20 por ciento. Como resultado, el próximo par de décadas presenta nuevas posibilidades que la transición de China del totalitarismo maoísta al gobierno neo-estalinista de Xi “solamente retrasa, sino no previene, un rendezvous con su futuro democrático”.