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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos

07-03-2021

Armenia y los efectos de la Revolución de Terciopelo

En la actualidad, Armenia se encuentra conmocionada por dos eventos en particular. En primer lugar, y como la mayor parte de los Estados del mundo, la república del Cáucaso intenta sortear las disruptivas consecuencias de la pandemia del SARS-COV 2. Por otro lado, el gobierno de Pashinian tiene gran parte de su agenda dedicada a lidiar con la pérdida de legitimidad que ha seguido tras perder la guerra contra Azerbaiyán por el territorio de Nagorno Karabaj.
Por Estefanía Lapenna

Nikol Pashinián - Armenia y los efectos de la Revolución de Terciopelo

Desde su independencia en 1991, poco antes de la  disolución de la Unión Soviética (URSS), la República de Armenia ha sido testigo de la presidencia de tan sólo cuatro líderes. Sin embargo, Serzh Sargsyan se distingue por haber permanecido en el poder durante 10 años y por haber llevado a cabo reformas constitucionales con el fin de prolongar su permanencia en el gobierno, pasando de un régimen presidencialista a uno parlamentario en el que él mismo ejercería como Primer Ministro.

El pueblo armenio hizo notar su descontento en 2018 mediante una serie de manifestaciones pacíficas que terminaron con el longevo gobierno de Sargsyan y que se conocen como la Revolución de Terciopelo.

Tres años después surge la pregunta de si la dimisión del mencionado gobernante se tradujo en el triunfo de la revolución y en una democracia más amplia, o si, en cambio, fue simplemente un cambio de liderazgo político enmascarado como una contundente democratización.

Las manifestaciones

Tras el desmembramiento de la URSS en 1991, nacieron 15 nuevas repúblicas y muchas de ellas se ubicaron bajo el paraguas de la influencia rusa. Las fuertes tendencias autoritarias del sistema soviético fueron adoptadas por algunos de los florecientes Estados. Si bien estos comportamientos resultaron ampliamente difundidos y aceptados en un principio, la nueva generación de jóvenes criados en la era post soviética comenzó a poner en duda y a observar disociaciones con el contexto global, cada vez más direccionado hacia olas democratizadoras y libertades civiles.

Estos cuestionamientos derivaron en manifestaciones que eventualmente lograron tomar fuerza en distintos países del ex bloque soviético, entre las que se destacan Georgia (2003) y Ucrania (2004). Armenia no fue la excepción; cuando Sargsyan, del Partido Republicano, anunció su intención de modificar la Constitución, la ola de protestas no tardó en desbordar y terminó por paralizar a Ereván, la capital.

Por otro lado, la población en general estaba desilusionada con la gestión de Sargsyan, quien, durante su campaña, había prometido un muy necesario cambio económico y político. Pero sus traspiés a la hora de tomar decisiones significativas de política pública y su desequilibrado manejo del aparato político, terminaron por empujar a Armenia nuevamente hacia la cúpula de Rusia.

El éxito de la Revolución de Terciopelo

El 17 de abril de 2018 el Partido Republicano nombró formalmente y por unanimidad a Sargsyan como Primer Ministro. El partido Contrato Civil, liderado por Nikol Pashinián, estaba preparado para tal escenario. Convocó a manifestaciones no violentas que sumaron entre 35 mil -según datos del Partido Republicano- y 160 mil personas según la oposición.

Considerando que Armenia es una República con 2.9 millones de habitantes distribuidos en aproximadamente 30.000 km2, esta revuelta popular fue histórica en términos de su alcance y tamaño. Tal fue la presión ejercida sobre la vieja élite política que el Primer Ministro se vio forzado a dimitir, tras afirmar públicamente que  “Pashinián tenía razón, yo estaba equivocado”.

En diciembre de ese mismo año la democracia pareció resurgir mediante elecciones parlamentarias anticipadas que, según los reportes de Freedom House, fueron “notablemente más libres y justas que las de años anteriores”. La victoria arrasadora de la alianza de Pashinián coronó a la revolución como exitosa y le permitió al nuevo Parlamento contar con una renovada legitimidad, de la cual carecía la élite anterior.

¿Las promesas incumplidas de la nueva democracia?

Antes de las elecciones, Pashinián prometió que se haría cargo personalmente de luchar contra la corrupción y de hacerle frente a la deteriorada situación económica. Ahora bien, tres años después, ¿logró materializar esos planes? ¿O fue el “éxito” de la revolución sólo una etiqueta sin trasfondo empírico, visualizado simplemente como un cambio de liderazgo?

El índice de transformación Bertelsmann (BTI) analiza los procesos de cambio hacia la democracia y una economía de mercado. Para el año 2018 Armenia poseía un índice de 5.58, en una escala del 1 al 10, en donde 10 implica consolidación democrática; en comparación, en 2020 se reportó un índice de 6.69, lo que implica que, luego de la revolución, Armenia subió 26 puestos en el ranking de los 129 países analizados en el reporte.

Al observar más detalladamente los cambios presentados en el siguiente gráfico, se percibe una importante mejora en dos aspectos particulares: la participación política y la estabilidad de las instituciones democráticas.

Armenia y los efectos de la Revolución de Terciopelo

En cuanto a la participación política, el índice de 5.12 en 2018 aumentó hasta un 7.10 en el 2020. Esto es una consecuencia directa de las elecciones libres y justas que tuvieron lugar una vez concluida la revolución. En la instancia de la campaña previa se permitió la competencia partidaria, que fue televisada en su totalidad por los distintos medios de comunicación del país.

Los observadores internacionales, entre ellos la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), elogiaron el proceso democrático. Se destacó particularmente el contraste con las elecciones previas, colmadas de irregularidades, como la compra de votos y la extorsión a votantes.

Por otro lado, la estabilidad de las instituciones democráticas sufrió un aumento de 3.0 a 6.5, una escalada notable para un término de tan sólo dos años. Esto se explica porque el régimen de Sargsyan controlaba todos los establecimientos de la sociedad civil que afirmaba defender.

El largo camino por delante

La dimisión de Sargsyan y la subsecuente llegada al poder de Pashinian han llenado de esperanza a la población armenia, cuyo poder de voto se logró materializar después de años de elecciones dudosas y de lineamientos cuasi autoritarios.

El líder de Contrato Civil ha intentado, desde su elección, que la Revolución de Terciopelo se manifieste en todos los rincones del gobierno; es por eso que se propuso borrar los rastros de la vieja élite mediante el establecimiento de un nuevo Parlamento y un nuevo gobierno para que, de esta forma, se pudiera visualizar más claramente el éxito de la revolución.

En la actualidad, Armenia se encuentra conmocionada por dos eventos en particular. En primer lugar, y como la mayor parte de los Estados del mundo, la república del Cáucaso intenta sortear las disruptivas consecuencias de la pandemia del SARS-COV 2. Por otro lado, el gobierno de Pashinian tiene gran parte de su agenda dedicada a lidiar con la pérdida de legitimidad que ha seguido tras perder la guerra contra Azerbaiyán por el territorio de Nagorno Karabaj.

Si bien distintos organismos, como Freedom House y la fundación Bertelsmann, han destacado los cambios positivos en cuanto a la democracia y estabilidad de Armenia, aún queda un largo y arduo camino por recorrer. Y aunque la gestión de turno se encuentre debilitada por la coyuntura y por la carencia de apoyo, las mejoras democráticas conquistadas con la revolución deben y están en posición de sostenerse.

Estefanía Lapenna
Estefanía Lapenna
Voluntaria de CADAL
 
 
 

 
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