Diálogo Latino Cubano
Promoción de la Apertura Política en Cuba
Un nuevo consenso liberal
La recesión democrática permite entender un fenómeno inexcusable: el ascenso de los autócratas dentro de las democracias y el desarrollo de líderes y movimientos democráticos al interior de las autocracias. El intento de transferir estas sintonías latinoamericanas a la IX Cumbre de las Américas fue la precuela de las secuelas disfuncionales de la región, donde un Estado semi fallido como México y una nación en involución distópica como Argentina salen al rescate de tres autocracias regresivas: Nicaragua, Venezuela y Cuba. Por Manuel Cuesta Morúa
De la autoría de Sergio Díaz-Granados, presidente ejecutivo del Banco de Desarrollo de América Latina, el periódico El País publicó un artículo titulado, La nueva voz de América Latina en las Américas, a propósito de la IX Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles, Estados Unidos.
Su contenido no trata en realidad sobre la voz, sino acerca de las potencialidades de la región para hacerse “oír” en el contexto global frente a los desafíos del cambio climático, las demandas de energías renovables, su papel en los mercados agrícolas globales, así como los fenómenos de la digitalización y el impacto de los flujos migratorios.
Sin embargo, el artículo es interesante por lo que no revela y por el modo en el que las élites entienden el lenguaje: como poder económico.
Pero lo que no revela son las limitaciones estructurales para que estas potencialidades de América Latina se desplieguen globalmente y la disonancia política entre la voz que esta articula con más estruendo y sus desafíos institucionales. Ellas están impidiendo no ya el liderazgo latinoamericano en cualquiera de los campos posibles, sino que su voz sea seriamente escuchada en algún ámbito decisorio mundial. Una voz más inclinada al paseismo ideológico que a la ambición global.
La IX Cumbre de las Américas fue el escenario para el sempiterno reciclaje de las disonancias de la región. Una primera disonancia: condicionar la asistencia a un conclave regional a la presencia de actores hemisféricos cuyas políticas no están en consonancia con las nuevas visiones de integración y gestión eficaz de retos: la inclusión, la flexibilidad, la apertura y la modernización institucional. Ello nos está diciendo que América Latina puede tener líderes, no necesariamente liderazgos.
Una segunda disonancia: supeditar una agenda regional, cuyos impactos potenciales beneficiarían a 640 millones de habitantes, a la convergencia con autocracias cuyas políticas públicas y patrimonialismo de Estado agravan precisamente los problemas que afrontamos. Esta falta de visión de Estado explica, entre otras cosas, porqué solo cerca de 3 de cada 10 ciudadanos en la región tienen confianza en sus gobiernos, según la Encuesta Integrada de Valores para el período 2010-2020.
Y una tercera disonancia: la que insiste en defender desde la legitimidad democrática la ilegitimidad autocrática, bajo el doble argumento de la soberanía y la igualdad entre los Estados: una confusión política entre el derecho internacional y los foros o espacios políticos de integración, intercambio y consenso.
Esta última disonancia es ciertamente relevante en este hemisferio y en el actual contexto global, donde el renacimiento de las democracias se plantea como un problema existencial y global ante la brutal invasión rusa de Ucrania.
En América Latina la soberanía que se invoca tiene su fuente exclusivamente en procesos electorales, nace en y de las urnas. Lo que implica otras dos cuestiones conexas: el respeto a los derechos humanos y la legitimidad constitucional de los Estados, asentada en el reconocimiento de las libertades fundamentales.
La recesión democrática de las que nos habló Larry Diamond, de la universidad de Stanford, permite entender un fenómeno inexcusable en este declive: el ascenso de los autócratas dentro de las democracias (México, Argentina, El Salvador) y el desarrollo de líderes y movimientos democráticos al interior de las autocracias (Nicaragua, Venezuela, Cuba). Con su reflejo en la sintonía autocrática a nivel de Estado, con independencia en los orígenes del poder, y en la debilidad de los procesos de integración regionales. Con la Celac como mejor ejemplo.
El intento de transferir estas sintonías latinoamericanas a la IX Cumbre de las Américas fue la precuela de las secuelas disfuncionales de la región, donde un Estado semi fallido como México y una nación en involución distópica como Argentina salen al rescate de tres autocracias regresivas: Nicaragua, Venezuela y Cuba.
¿Pueden estos países aportar seriamente a la solución de los problemas de migración, cambio climático, recuperación económica, democracia y otros discutidos en esta IX Cumbre? La pregunta es retórica, pero la respuesta negativa adquiere un matiz: estos temas, con sus desafíos, tienen una expresión particular en estos regímenes: su agravamiento tiene un origen deliberado en sus Estados.
Es fundamental que la voz de América Latina regrese a escala global. No sucedió en esta Cumbre. Su retorno no podrá serlo inicialmente por la economía, a pesar de sus ventajas comparativas, sino por la recuperación global de su potencia normativa: la que se manifestó muy bien con su papel de liderazgo en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Esa capacidad normativa está exigiendo hoy dos preludios: un nuevo consenso liberal, con miras sociales y forjado en la sociedad civil, y una profunda reforma institucional que despatrimonialice a los Estados y siente las bases para que los recursos de la región no se conviertan en las reservas globales y estratégicas de, estos sí, otros dos imperios: Rusia y China.
Manuel Cuesta MorúaHistoriador, politólogo y ensayista. Portavoz del Partido Arco Progresista, Ha escrito numerosos ensayos y artículos, y publicado en varias revistas cubanas y extranjeras, además de participar en eventos nacionales e internacionales. En 2016 recibió el Premio Ion Ratiu que otorga el Woodrow Wilson Center.
De la autoría de Sergio Díaz-Granados, presidente ejecutivo del Banco de Desarrollo de América Latina, el periódico El País publicó un artículo titulado, La nueva voz de América Latina en las Américas, a propósito de la IX Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles, Estados Unidos.
Su contenido no trata en realidad sobre la voz, sino acerca de las potencialidades de la región para hacerse “oír” en el contexto global frente a los desafíos del cambio climático, las demandas de energías renovables, su papel en los mercados agrícolas globales, así como los fenómenos de la digitalización y el impacto de los flujos migratorios.
Sin embargo, el artículo es interesante por lo que no revela y por el modo en el que las élites entienden el lenguaje: como poder económico.
Pero lo que no revela son las limitaciones estructurales para que estas potencialidades de América Latina se desplieguen globalmente y la disonancia política entre la voz que esta articula con más estruendo y sus desafíos institucionales. Ellas están impidiendo no ya el liderazgo latinoamericano en cualquiera de los campos posibles, sino que su voz sea seriamente escuchada en algún ámbito decisorio mundial. Una voz más inclinada al paseismo ideológico que a la ambición global.
La IX Cumbre de las Américas fue el escenario para el sempiterno reciclaje de las disonancias de la región. Una primera disonancia: condicionar la asistencia a un conclave regional a la presencia de actores hemisféricos cuyas políticas no están en consonancia con las nuevas visiones de integración y gestión eficaz de retos: la inclusión, la flexibilidad, la apertura y la modernización institucional. Ello nos está diciendo que América Latina puede tener líderes, no necesariamente liderazgos.
Una segunda disonancia: supeditar una agenda regional, cuyos impactos potenciales beneficiarían a 640 millones de habitantes, a la convergencia con autocracias cuyas políticas públicas y patrimonialismo de Estado agravan precisamente los problemas que afrontamos. Esta falta de visión de Estado explica, entre otras cosas, porqué solo cerca de 3 de cada 10 ciudadanos en la región tienen confianza en sus gobiernos, según la Encuesta Integrada de Valores para el período 2010-2020.
Y una tercera disonancia: la que insiste en defender desde la legitimidad democrática la ilegitimidad autocrática, bajo el doble argumento de la soberanía y la igualdad entre los Estados: una confusión política entre el derecho internacional y los foros o espacios políticos de integración, intercambio y consenso.
Esta última disonancia es ciertamente relevante en este hemisferio y en el actual contexto global, donde el renacimiento de las democracias se plantea como un problema existencial y global ante la brutal invasión rusa de Ucrania.
En América Latina la soberanía que se invoca tiene su fuente exclusivamente en procesos electorales, nace en y de las urnas. Lo que implica otras dos cuestiones conexas: el respeto a los derechos humanos y la legitimidad constitucional de los Estados, asentada en el reconocimiento de las libertades fundamentales.
La recesión democrática de las que nos habló Larry Diamond, de la universidad de Stanford, permite entender un fenómeno inexcusable en este declive: el ascenso de los autócratas dentro de las democracias (México, Argentina, El Salvador) y el desarrollo de líderes y movimientos democráticos al interior de las autocracias (Nicaragua, Venezuela, Cuba). Con su reflejo en la sintonía autocrática a nivel de Estado, con independencia en los orígenes del poder, y en la debilidad de los procesos de integración regionales. Con la Celac como mejor ejemplo.
El intento de transferir estas sintonías latinoamericanas a la IX Cumbre de las Américas fue la precuela de las secuelas disfuncionales de la región, donde un Estado semi fallido como México y una nación en involución distópica como Argentina salen al rescate de tres autocracias regresivas: Nicaragua, Venezuela y Cuba.
¿Pueden estos países aportar seriamente a la solución de los problemas de migración, cambio climático, recuperación económica, democracia y otros discutidos en esta IX Cumbre? La pregunta es retórica, pero la respuesta negativa adquiere un matiz: estos temas, con sus desafíos, tienen una expresión particular en estos regímenes: su agravamiento tiene un origen deliberado en sus Estados.
Es fundamental que la voz de América Latina regrese a escala global. No sucedió en esta Cumbre. Su retorno no podrá serlo inicialmente por la economía, a pesar de sus ventajas comparativas, sino por la recuperación global de su potencia normativa: la que se manifestó muy bien con su papel de liderazgo en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Esa capacidad normativa está exigiendo hoy dos preludios: un nuevo consenso liberal, con miras sociales y forjado en la sociedad civil, y una profunda reforma institucional que despatrimonialice a los Estados y siente las bases para que los recursos de la región no se conviertan en las reservas globales y estratégicas de, estos sí, otros dos imperios: Rusia y China.