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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Gorbachov cambió el mundo
Gorbachov cuando llevaba 19 meses al frente de la Unión Soviética, estaba convencido de que la carrera armamentista, además del riesgo nuclear hoy resurgido, implicaba un durísimo sacrifico para su país: entre el 15 % y e1 17% del PBI ruso; así como el costo de mantener el imperio soviético en el este europeo —de cinco mil a diez mil millones de dólares anuales— sumado a las ayudas durante décadas a Angola, Cuba, Camboya o Etiopía.Por Hugo Machín Fajardo
Así como los historiadores a lo largo de los siglos XIX y XX analizaron las consecuencias de las revoluciones estadounidense (1776) y francesa (1789), y sus consecuencias que transformaron el mundo occidental: nacimiento de las democracias, formación de las repúblicas, acotamiento de las monarquías, dictadura napoleónica, federalismos, independencias latinoamericanas, entre muchos cambios más, llegará el tiempo en que los historiadores se asomen a la gesta de Mijail Gorbachov (1931-2022) y dimensionen su real aporte a la humanidad.
Derrotó el equilibrio del terror. «Este es el comienzo del fin de la guerra fría», le dijo al presidente de Islandia en octubre de 1986, tras la reunión en Reikiavik con el entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan; y la sepultó a los 44 años de haberse creado (1945-1989).
Gorbachov cuando llevaba 19 meses al frente de la Unión Soviética, estaba convencido de que la carrera armamentista, además del riesgo nuclear hoy resurgido, implicaba un durísimo sacrifico para su país: entre el 15 % y e1 17% del PBI ruso; así como el costo de mantener el imperio soviético en el este europeo —de cinco mil a diez mil millones de dólares anuales— sumado a las ayudas durante décadas a Angola, Cuba, Camboya o Etiopía. Una carga que acumulaba también gastos de 6.000 millones de rublos anuales en Afganistán, donde 14.453 soviéticos habían muerto cuando Gorbachov con 54 años asume la jefatura del partido comunista ruso.
Reforma transparente. La catástrofe de Chernóbil, abril de 1986, una central nuclear de Ucrania, que causó la muerte de unas 8.000 personas y el desplazamiento obligado de más de doscientas mil, evidenció sus premoniciones: «No solo cuán obsoleta era nuestra tecnología, sino también el fracaso del viejo sistema». Por eso impulsó su perestroika (reforma política) y glasnot (transparencia informativa), instrumentos con los que pretendía reformar la economía y avanzar en materia de derechos humanos. Algo insólito para el Kremlin. Gorbachov pensaba que con el reemplazo del 50% de la maquinaria de industrias soviéticas y la eliminación de los dirigentes corruptos —expulsó a cientos de funcionarios del PCUS— sumados a su política de distensión y desarme, recompondría una sociedad socialista en la que veía una posible alternativa al capitalismo.
Gorbachov era un apparatchik y se rodeó de nuevos dirigentes —el ministro de Relaciones Exteriores, Eduard Shevardnadze, reemplazante de «Mr. Niet», (Andrei Gromyko), uno de los más destacados, junto a otros dirigentes soviéticos que compartían la renovación social.
El 27 de junio de 1987, Reagan pronunció su célebre frase: «Si usted busca la liberalización, venga aquí a esta puerta Señor Gorbachov, abra esta puerta. [de Brandenburgo, en Berlín, a 500 metros del muro que dividía la ciudad] Señor Gorbachov, derribe este muro».
¿Derrota o implosión? Dieciocho meses después, Gorbachov pronunció un discurso en Naciones Unidas, en que pedía la no politización de las relaciones internacionales, habló de democracia y superpuso los valores humanos universales a los intereses de clase; así como anunció la liberación de presos políticos en la ex URSS; la reducción unilateral de tropas en los países de Europa del Este bajo el dominio soviético y evacuación de hombres y tanques de los países bajo su influencia.
En 1989 cayó el Muro de Berlín, y en 1991 desapareció la URSS como tal. Aunque hubo y hay quienes hablaron del triunfo del capitalismo, en realidad el llamado «socialismo real», o comunismo, cayó bajo su propio peso: el de la ineficiencia, la corrupción, la brutal violación de los derechos humanos de sus ciudadanos que disintieran; hechos demasiado contundentes como para que Gorbachov y su gente alcanzara el nuevo orden ruso con el que habían soñado al inicio de su gesta.
En opinión de Jack Matlock (92), embajador norteamericano en Moscú entre 1987 y 1991, uno de los principales enemigos que tuvo en la ex URSS la iniciativa de Gorbachov fue Boris Yeltsin (1931 - 2007) presidente ruso entre 1991 y 1999.
Lo que vino después es más conocido. En Rusia sobrevino una catástrofe. El tratamiento de choque aconsejado por el economista Jeffrey Sachs, entre otros asesores de Yeltsin, condujo a un «período desastroso de desregulaciones, endeudamiento y privatizaciones corruptas», llevó a que un puñado de especuladores y mafiosos se adueñaran del aparato estatal, —la aparición de los «oligarcas» rusos— y a la pauperización de la ciudadanía. El producto nacional se redujo a la mitad. Los efectos de la megamoratoria rusa en 1998, sobre 61.000 millones de dólares de deuda, llegaron hasta nuestras costas. La OTAN comenzó a desconocer acuerdos concertados con Gorbachov. Aparecería Vladímir Putin.
Nuevas guerras. No llegó el fin de las guerras como pronosticaron algunos cientistas políticos, sino que sobrevino la guerra del Golfo (1991); la de Bosnia (1992), la guerra civil en Somalia (iniciada en 1991); el genocidio en Ruanda (1994), que iniciaba la guerra en África Central. La invasión de Estados Unidos a Irak (2003), condenada por Gorbachov por el desconocimiento —dijo— de Washington del Derecho Internacional Humanitario y del Consejo de Seguridad de la ONU. Y podríamos seguir hasta el presente.
¿Qué sintió Gorbachov cuando la invasión rusa a Ucrania? «Lo que está pasando en este país lo consideraba una tragedia», dijo Pável Palazhchenko, secretario personal y traductor de Mijaíl Gorbachov desde 1985, y jefe de prensa a de la Fundación Gorbachov, en entrevista del martes 31 de agosto con a La W de Colombia.
«Rusia no está moviéndose hacia el siglo XXI sino hacia el XIX, hacia la Unión Soviética y el tiempo del imperio ruso. Es una evolución muy arriesgada y lamentable», había declarado al comienzo de la invasión ordenada por Putin contra Ucrania, Andrei Grachev, ex asesor y portavoz de Gorbachov, en los años finales de su mandato, que en la actualidad se desempeña como profesor de Relaciones Internacionales de la Universitat Blanquerna, autor de El año en que la URSS desapareció, editorial L'Observatoire.
La muerte de Gorbachov ha merecido y seguramente merecerá obituarios de personalidades mundiales que reconocen el valor de esta figura política rusa y mundial.
Latinoamérica: «traidor» o ninguneado. Cuando Gorbachov visitó Cuba en abril de 1989, Fidel Castro asumió que sus temores se verían confirmados, pues el líder ruso insistió en democratización y libertades. Con su cinismo proverbial, el cubano respondió que «el principio irrestricto de la voluntad soberana de cada pueblo y país es una regla de oro del marxismo-leninismo». Argumento recurrido por todo dictador que es cuestionado por sus violaciones a los derechos humanos. De inmediato, Castro aplicó una estrategia de contraofensiva mediante el terror: en julio de ese año estaba fusilando a uno de los generales más prestigiosos de Cuba, Arnaldo Ochoa, considerado un aperturista, y a tres altos oficiales, el coronel Antonio (Tony) de la Guardia, el mayor Amado Padrón y el capitán Jorge Martínez Valdés. Otros oficiales no fueron al paredón, sino condenados a penas de treinta años de prisión. El juicio fue una mascarada, similar a los juicios fraguados por Stalin contra sus camaradas entre 1936 y 1938, y hacerse del poder absoluto. Castro mezcló realidades del narcotráfico cubano con supuesta «traición a la Patria». La jugada, típica de Castro, fue obvia: cerrar filas en torno a su persona; amortiguar lo que sabía que vendría — la caída de los países dependientes de Moscú— desalentar cualquier intento reformista en la isla y comprometer a sus aliados latinoamericanos con su «defensa del socialismo» que ya debía leerse —a 30 años de la Revolución cubana— como lo que en realidad fue Castro para la región: impulsor, financiador, organizador y apoyo de la guerrilla en Latinoamérica, como una revancha ante la expulsión de Cuba de la OEA instigada por la administración estadounidense de 1962.
Castro fue responsable del envío a la muerte de varias generaciones de jóvenes latinoamericanos enceguecidos por la retórica fidelista-guevarista –favorecida por la usina de numerosos intelectuales no solo de América Latina— mistificadores de la teoría «del foco revolucionario», lanzado tanto contra una dictadura, como contra un gobierno democrático.
Buena parte de la izquierda latinoamericana optó por seguir a Castro, aunque en nuevas condiciones. No asumió que con el Muro de Berlín había caído también una concepción que mantenía las consignas más o menos difusas de la dictadura del proletariado metamorfoseada en «el gobierno popular»; el rechazo al capitalismo (neoliberalismo), pero sin tener muy claro que contraponerle.
Otra parte de esa a izquierda intentaba la búsqueda de nuevas formas de intervención estatal ante el mercado y la globalización, la revalorización de la democracia — sobre todo la izquierda que había sufrido el terrorismo Estado de los setenta y ochenta en el Cono Sur—; el respeto por las libertades individuales; la preocupación por los derechos humanos, claro que esto último con un enfoque hemipléjico y que en algún caso ha degenerado en hipocresía.
Los primeros consideraron y consideran a Gorbachov «un traidor». Los segundos, asordinan su opinión sobre el hombre que cambió el mundo, prefieren no opinar, o si lo hacen, relativizan sus juicios.
En América Latina no es raro que millones de latinoamericanos hayan quedado matrizados por el mundo previo a 1989. ¡Ha pasado un cuarto de siglo! De última, los caudillos de la emancipación también fueron en su tiempo denostados. Bolívar casi asesinado en Bogotá; Miranda, traicionado por Bolívar; Sucre ultimado en una emboscada a tres a bandas; San Martín murió exiliado en París; Belgrano, murió en la pobreza absoluta y olvidado en Buenos Aires; O’Higgins exiliado en Perú; Artigas muere en Paraguay luego de 30 años de exilio. La reivindicación llega después.
Hugo Machín FajardoRedactor Especial del Portal Análisis LatinoPeriodista desde 1969, una forzada interrupción entre 1973 -1985, no le impidió ejercer el periodismo clandestino. Secuestrado en 1981 por la dictadura uruguaya, permaneció desaparecido y torturado hasta 1982, en que fue recluido en el Penal de Libertad hasta 1985. Ex -docente de periodismo en Universidad ORT, de Montevideo. Ex vicepresidente de la Asociación de la Prensa Uruguaya (APU). Jurado del Premio Periodismo para la Tolerancia, 2004, de la Federación Internacional de Periodistas (FIP) /Unión Europea. Coordinó "Periodismo e Infancia-2005". Integró diversas redacciones periodísticas de medios y agencias de noticias en Montevideo, Uruguay. Actualmente se desempeña como free -lance.
Así como los historiadores a lo largo de los siglos XIX y XX analizaron las consecuencias de las revoluciones estadounidense (1776) y francesa (1789), y sus consecuencias que transformaron el mundo occidental: nacimiento de las democracias, formación de las repúblicas, acotamiento de las monarquías, dictadura napoleónica, federalismos, independencias latinoamericanas, entre muchos cambios más, llegará el tiempo en que los historiadores se asomen a la gesta de Mijail Gorbachov (1931-2022) y dimensionen su real aporte a la humanidad.
Derrotó el equilibrio del terror. «Este es el comienzo del fin de la guerra fría», le dijo al presidente de Islandia en octubre de 1986, tras la reunión en Reikiavik con el entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan; y la sepultó a los 44 años de haberse creado (1945-1989).
Gorbachov cuando llevaba 19 meses al frente de la Unión Soviética, estaba convencido de que la carrera armamentista, además del riesgo nuclear hoy resurgido, implicaba un durísimo sacrifico para su país: entre el 15 % y e1 17% del PBI ruso; así como el costo de mantener el imperio soviético en el este europeo —de cinco mil a diez mil millones de dólares anuales— sumado a las ayudas durante décadas a Angola, Cuba, Camboya o Etiopía. Una carga que acumulaba también gastos de 6.000 millones de rublos anuales en Afganistán, donde 14.453 soviéticos habían muerto cuando Gorbachov con 54 años asume la jefatura del partido comunista ruso.
Reforma transparente. La catástrofe de Chernóbil, abril de 1986, una central nuclear de Ucrania, que causó la muerte de unas 8.000 personas y el desplazamiento obligado de más de doscientas mil, evidenció sus premoniciones: «No solo cuán obsoleta era nuestra tecnología, sino también el fracaso del viejo sistema». Por eso impulsó su perestroika (reforma política) y glasnot (transparencia informativa), instrumentos con los que pretendía reformar la economía y avanzar en materia de derechos humanos. Algo insólito para el Kremlin. Gorbachov pensaba que con el reemplazo del 50% de la maquinaria de industrias soviéticas y la eliminación de los dirigentes corruptos —expulsó a cientos de funcionarios del PCUS— sumados a su política de distensión y desarme, recompondría una sociedad socialista en la que veía una posible alternativa al capitalismo.
Gorbachov era un apparatchik y se rodeó de nuevos dirigentes —el ministro de Relaciones Exteriores, Eduard Shevardnadze, reemplazante de «Mr. Niet», (Andrei Gromyko), uno de los más destacados, junto a otros dirigentes soviéticos que compartían la renovación social.
El 27 de junio de 1987, Reagan pronunció su célebre frase: «Si usted busca la liberalización, venga aquí a esta puerta Señor Gorbachov, abra esta puerta. [de Brandenburgo, en Berlín, a 500 metros del muro que dividía la ciudad] Señor Gorbachov, derribe este muro».
¿Derrota o implosión? Dieciocho meses después, Gorbachov pronunció un discurso en Naciones Unidas, en que pedía la no politización de las relaciones internacionales, habló de democracia y superpuso los valores humanos universales a los intereses de clase; así como anunció la liberación de presos políticos en la ex URSS; la reducción unilateral de tropas en los países de Europa del Este bajo el dominio soviético y evacuación de hombres y tanques de los países bajo su influencia.
En 1989 cayó el Muro de Berlín, y en 1991 desapareció la URSS como tal. Aunque hubo y hay quienes hablaron del triunfo del capitalismo, en realidad el llamado «socialismo real», o comunismo, cayó bajo su propio peso: el de la ineficiencia, la corrupción, la brutal violación de los derechos humanos de sus ciudadanos que disintieran; hechos demasiado contundentes como para que Gorbachov y su gente alcanzara el nuevo orden ruso con el que habían soñado al inicio de su gesta.
En opinión de Jack Matlock (92), embajador norteamericano en Moscú entre 1987 y 1991, uno de los principales enemigos que tuvo en la ex URSS la iniciativa de Gorbachov fue Boris Yeltsin (1931 - 2007) presidente ruso entre 1991 y 1999.
Lo que vino después es más conocido. En Rusia sobrevino una catástrofe. El tratamiento de choque aconsejado por el economista Jeffrey Sachs, entre otros asesores de Yeltsin, condujo a un «período desastroso de desregulaciones, endeudamiento y privatizaciones corruptas», llevó a que un puñado de especuladores y mafiosos se adueñaran del aparato estatal, —la aparición de los «oligarcas» rusos— y a la pauperización de la ciudadanía. El producto nacional se redujo a la mitad. Los efectos de la megamoratoria rusa en 1998, sobre 61.000 millones de dólares de deuda, llegaron hasta nuestras costas. La OTAN comenzó a desconocer acuerdos concertados con Gorbachov. Aparecería Vladímir Putin.
Nuevas guerras. No llegó el fin de las guerras como pronosticaron algunos cientistas políticos, sino que sobrevino la guerra del Golfo (1991); la de Bosnia (1992), la guerra civil en Somalia (iniciada en 1991); el genocidio en Ruanda (1994), que iniciaba la guerra en África Central. La invasión de Estados Unidos a Irak (2003), condenada por Gorbachov por el desconocimiento —dijo— de Washington del Derecho Internacional Humanitario y del Consejo de Seguridad de la ONU. Y podríamos seguir hasta el presente.
¿Qué sintió Gorbachov cuando la invasión rusa a Ucrania? «Lo que está pasando en este país lo consideraba una tragedia», dijo Pável Palazhchenko, secretario personal y traductor de Mijaíl Gorbachov desde 1985, y jefe de prensa a de la Fundación Gorbachov, en entrevista del martes 31 de agosto con a La W de Colombia.
«Rusia no está moviéndose hacia el siglo XXI sino hacia el XIX, hacia la Unión Soviética y el tiempo del imperio ruso. Es una evolución muy arriesgada y lamentable», había declarado al comienzo de la invasión ordenada por Putin contra Ucrania, Andrei Grachev, ex asesor y portavoz de Gorbachov, en los años finales de su mandato, que en la actualidad se desempeña como profesor de Relaciones Internacionales de la Universitat Blanquerna, autor de El año en que la URSS desapareció, editorial L'Observatoire.
La muerte de Gorbachov ha merecido y seguramente merecerá obituarios de personalidades mundiales que reconocen el valor de esta figura política rusa y mundial.
Latinoamérica: «traidor» o ninguneado. Cuando Gorbachov visitó Cuba en abril de 1989, Fidel Castro asumió que sus temores se verían confirmados, pues el líder ruso insistió en democratización y libertades. Con su cinismo proverbial, el cubano respondió que «el principio irrestricto de la voluntad soberana de cada pueblo y país es una regla de oro del marxismo-leninismo». Argumento recurrido por todo dictador que es cuestionado por sus violaciones a los derechos humanos. De inmediato, Castro aplicó una estrategia de contraofensiva mediante el terror: en julio de ese año estaba fusilando a uno de los generales más prestigiosos de Cuba, Arnaldo Ochoa, considerado un aperturista, y a tres altos oficiales, el coronel Antonio (Tony) de la Guardia, el mayor Amado Padrón y el capitán Jorge Martínez Valdés. Otros oficiales no fueron al paredón, sino condenados a penas de treinta años de prisión. El juicio fue una mascarada, similar a los juicios fraguados por Stalin contra sus camaradas entre 1936 y 1938, y hacerse del poder absoluto. Castro mezcló realidades del narcotráfico cubano con supuesta «traición a la Patria». La jugada, típica de Castro, fue obvia: cerrar filas en torno a su persona; amortiguar lo que sabía que vendría — la caída de los países dependientes de Moscú— desalentar cualquier intento reformista en la isla y comprometer a sus aliados latinoamericanos con su «defensa del socialismo» que ya debía leerse —a 30 años de la Revolución cubana— como lo que en realidad fue Castro para la región: impulsor, financiador, organizador y apoyo de la guerrilla en Latinoamérica, como una revancha ante la expulsión de Cuba de la OEA instigada por la administración estadounidense de 1962.
Castro fue responsable del envío a la muerte de varias generaciones de jóvenes latinoamericanos enceguecidos por la retórica fidelista-guevarista –favorecida por la usina de numerosos intelectuales no solo de América Latina— mistificadores de la teoría «del foco revolucionario», lanzado tanto contra una dictadura, como contra un gobierno democrático.
Buena parte de la izquierda latinoamericana optó por seguir a Castro, aunque en nuevas condiciones. No asumió que con el Muro de Berlín había caído también una concepción que mantenía las consignas más o menos difusas de la dictadura del proletariado metamorfoseada en «el gobierno popular»; el rechazo al capitalismo (neoliberalismo), pero sin tener muy claro que contraponerle.
Otra parte de esa a izquierda intentaba la búsqueda de nuevas formas de intervención estatal ante el mercado y la globalización, la revalorización de la democracia — sobre todo la izquierda que había sufrido el terrorismo Estado de los setenta y ochenta en el Cono Sur—; el respeto por las libertades individuales; la preocupación por los derechos humanos, claro que esto último con un enfoque hemipléjico y que en algún caso ha degenerado en hipocresía.
Los primeros consideraron y consideran a Gorbachov «un traidor». Los segundos, asordinan su opinión sobre el hombre que cambió el mundo, prefieren no opinar, o si lo hacen, relativizan sus juicios.
En América Latina no es raro que millones de latinoamericanos hayan quedado matrizados por el mundo previo a 1989. ¡Ha pasado un cuarto de siglo! De última, los caudillos de la emancipación también fueron en su tiempo denostados. Bolívar casi asesinado en Bogotá; Miranda, traicionado por Bolívar; Sucre ultimado en una emboscada a tres a bandas; San Martín murió exiliado en París; Belgrano, murió en la pobreza absoluta y olvidado en Buenos Aires; O’Higgins exiliado en Perú; Artigas muere en Paraguay luego de 30 años de exilio. La reivindicación llega después.