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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Adiós a Lenin y sus herederos
Por Ricardo López Göttig
Se cumplen 17 años desde que se derrumbó el símbolo del comunismo en Berlín, el muro del oprobio que levantó el régimen opresor para que los alemanes orientales no pudieran escapar hacia el Occidente democrático. El proceso de desmoronamiento del comunismo soviético fue largo y doloroso y se produjo por causas internas que lo llevaron al fracaso.
Cuando Mijaíl Gorbachov asumió como secretario general de Partido Comunista de la Unión Soviética, había señales claras de que estaba perdiendo la guerra fría a un costo altísimo. La invasión a Afganistán en 1979 era una catástrofe militar y los nuevos regímenes socialistas de Angola (sostenido por soldados cubanos), Mozambique y Nicaragua no podían sobrevivir sin el apoyo del armamento soviético. El retraso tecnológico del "campo socialista" se hacía evidente en el terreno en el que más se había invertido, que era la carrera armamentista. Los niveles de vida se estaban alejando cada vez más de los estándares de vida de la Europa occidental, al punto que era irrisorio comparar la producción de la entonces Comunidad Económica Europea con el COMECON, la unión económica de los países socialistas. Las expectativas de vida eran bajas, así como la calidad de los alimentos, la ropa, el servicio de salud y la vivienda. El deterioro del medio ambiente llevó a la destrucción de bosques y el envenenamiento de lagos y ríos, así como a la polución en grandes ciudades. Los modelos de automóviles y electrodomésticos habían quedado estancados en los años sesenta. La promesa de una "sociedad de consumo socialista" que legitimara la hegemonía del partido-Estado único en Europa oriental, se esfumaba por el efecto de comparación con los vecinos desarrollados.
Este fracaso ya había sido predicho por el economista austriaco Ludwig von Mises, en los años veinte, en un célebre debate académico con intelectuales socialistas, señalando que la ausencia de mercado y de derecho de propiedad privada llevaría a la imposibilidad del cálculo económico en la Unión Soviética.
Gorbachov partió de la premisa de que, para darle un nuevo soplo a la economía soviética, debía lograr acuerdos de paz duraderos con el mundo occidental, a fin de destinar los recursos de la carrera armamentista hacia la producción de bienes y servicios. Buscaba el retorno a las raíces leninistas, sin autocrítica por los genocidios de Lenin, Trotsky y Stalin en los primeros decenios de la construcción del totalitarismo. Lo que la jerarquía soviética pedía a sus colegas de Europa oriental era preservar el monopolio del poder del partido comunista en cada país, y la adhesión al Pacto de Varsovia. Es por ello que varios regímenes derivaron hacia formas de dictaduras nacionalistas (Rumania, Bulgaria), en tanto que otros se sostenían por la presencia de los tanques soviéticos, como ocurrió en Checoslovaquia. La "doctrina Brezhnev", vigente desde 1968, imponía la solidaridad recíproca entre gobiernos comunistas para sostenerse en el poder.
Con la perestroika y la glasnost de Gorbachov, la política exterior se hizo prioridad para lograr una paz duradera con Occidente. Desde su perspectiva, pensaba que el mundo convergiría hacia un tipo de socialismo democrático, en el que los partidos comunistas seguirían conservando el poder con el consenso mayoritario de sus supuestos beneficiarios, los obreros proletarios. De allí que se acuñó la "doctrina Sinatra", por la que cada régimen comunista habría de seguir su propio camino socialista, "a su manera".
La falsedad de estas premisas y la ceguera ideológica de la jerarquía soviética no les permitieron comprender los cambios políticos y económicos en Occidente. El presidente estadounidense Ronald Reagan propuso la Iniciativa de Defensa Estratégica (comúnmente conocida como "guerra de las galaxias"), un gigantesco escudo antinuclear frente a la amenaza de los misiles soviéticos, empleando tecnología aún no desarrollada por el campo comunista. Esto, pues, habría dejado inutilizado al armamento nuclear almacenado durante decenios. El liderazgo moral de S. S. Juan Pablo II y su compromiso con su Polonia natal, tampoco fue comprendido por los líderes comunistas, que estaban plenamente convencidos de que el obrero urbano y el campesino eran ateos, materialistas y que seguían los dictados de la "vanguardia del proletariado": el partido comunista. De allí que, tras largos años de enfrentamiento, aceptaran la elección abierta para un tercio de la cámara de diputados y de la totalidad del senado en Polonia, el 4 de junio de 1989 y que, para sorpresa de los comunistas, ganó el sindicato Solidaridad de Lech Walesa en forma abrumadora. Fue la primera aplicación de la doctrina Sinatra, seguida por Hungría, que abrió sus fronteras con Austria para que los alemanes orientales pudieran transitar por esta vía hacia la República Federal Alemana. Estas demostraciones de la falta de apoyo al "socialismo real" por parte de los europeos orientales, llevaron a la caída sucesiva de los regímenes implantados en Alemania oriental, Bulgaria, Checoslovaquia, Rumania y Albania, en un ritmo cada vez más acelerado.
La caída de los regímenes comunistas no estaba en los planes de la mayoría de los líderes occidentales (salvo el ya ex presidente Reagan y Margaret Thatcher), que preferían negociar con lo conocido y priorizaban el control de esas masas empobrecidas que, presumían, se volcarían hacia el Occidente en busca de bienestar. La necesidad de libertad logró recuperar para estos pueblos la independencia y la transición hacia sociedades abiertas y democráticas, derribando el muro del oprobio y corriendo la pesada cortina de hierro. El sueño de Gorbachov de un comunismo leninista revitalizado y legitimado se desvaneció, y a fines de 1991 se disolvió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, otro imperio que pasó a existir únicamente en los manuales de historia.
Ricardo López Göttig es Doctor en Historia, egresado de la Universidad Karlova de Praga (República Checa), es investigador de CADAL y de la Fundación Hayek y Director del Instituto Liberal Democrático (ILD).
Ricardo López GöttigDirector del Instituto Václav Havel
Profesor y Doctor en Historia, egresado de la Universidad de Belgrano y de la Universidad Karlova de Praga (República Checa), respectivamente. Doctorando en Ciencia Política. Es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Belgrano, y profesor en las maestrías en Relaciones Internacionales de la UB y de la Universidad del Salvador. Fue profesor visitante en la Universidad Torcuato Di Tella, en la Universidad ORT Uruguay y en la Universidad de Pavía (Italia). Autor de los libros “Origen, mitos e influencias del antisemitismo en el mundo” (2019) y “Milada Horáková. Defensora de los derechos humanos y víctima de los totalitarismos” (2020), ambos publicados por CADAL y la Fundación Konrad Adenauer, entre otros. Fue Director de Museos y Preservación Patrimonial de la Provincia de Buenos Aires (2015-2019).
Se cumplen 17 años desde que se derrumbó el símbolo del comunismo en Berlín, el muro del oprobio que levantó el régimen opresor para que los alemanes orientales no pudieran escapar hacia el Occidente democrático. El proceso de desmoronamiento del comunismo soviético fue largo y doloroso y se produjo por causas internas que lo llevaron al fracaso.
Cuando Mijaíl Gorbachov asumió como secretario general de Partido Comunista de la Unión Soviética, había señales claras de que estaba perdiendo la guerra fría a un costo altísimo. La invasión a Afganistán en 1979 era una catástrofe militar y los nuevos regímenes socialistas de Angola (sostenido por soldados cubanos), Mozambique y Nicaragua no podían sobrevivir sin el apoyo del armamento soviético. El retraso tecnológico del "campo socialista" se hacía evidente en el terreno en el que más se había invertido, que era la carrera armamentista. Los niveles de vida se estaban alejando cada vez más de los estándares de vida de la Europa occidental, al punto que era irrisorio comparar la producción de la entonces Comunidad Económica Europea con el COMECON, la unión económica de los países socialistas. Las expectativas de vida eran bajas, así como la calidad de los alimentos, la ropa, el servicio de salud y la vivienda. El deterioro del medio ambiente llevó a la destrucción de bosques y el envenenamiento de lagos y ríos, así como a la polución en grandes ciudades. Los modelos de automóviles y electrodomésticos habían quedado estancados en los años sesenta. La promesa de una "sociedad de consumo socialista" que legitimara la hegemonía del partido-Estado único en Europa oriental, se esfumaba por el efecto de comparación con los vecinos desarrollados.
Este fracaso ya había sido predicho por el economista austriaco Ludwig von Mises, en los años veinte, en un célebre debate académico con intelectuales socialistas, señalando que la ausencia de mercado y de derecho de propiedad privada llevaría a la imposibilidad del cálculo económico en la Unión Soviética.
Gorbachov partió de la premisa de que, para darle un nuevo soplo a la economía soviética, debía lograr acuerdos de paz duraderos con el mundo occidental, a fin de destinar los recursos de la carrera armamentista hacia la producción de bienes y servicios. Buscaba el retorno a las raíces leninistas, sin autocrítica por los genocidios de Lenin, Trotsky y Stalin en los primeros decenios de la construcción del totalitarismo. Lo que la jerarquía soviética pedía a sus colegas de Europa oriental era preservar el monopolio del poder del partido comunista en cada país, y la adhesión al Pacto de Varsovia. Es por ello que varios regímenes derivaron hacia formas de dictaduras nacionalistas (Rumania, Bulgaria), en tanto que otros se sostenían por la presencia de los tanques soviéticos, como ocurrió en Checoslovaquia. La "doctrina Brezhnev", vigente desde 1968, imponía la solidaridad recíproca entre gobiernos comunistas para sostenerse en el poder.
Con la perestroika y la glasnost de Gorbachov, la política exterior se hizo prioridad para lograr una paz duradera con Occidente. Desde su perspectiva, pensaba que el mundo convergiría hacia un tipo de socialismo democrático, en el que los partidos comunistas seguirían conservando el poder con el consenso mayoritario de sus supuestos beneficiarios, los obreros proletarios. De allí que se acuñó la "doctrina Sinatra", por la que cada régimen comunista habría de seguir su propio camino socialista, "a su manera".
La falsedad de estas premisas y la ceguera ideológica de la jerarquía soviética no les permitieron comprender los cambios políticos y económicos en Occidente. El presidente estadounidense Ronald Reagan propuso la Iniciativa de Defensa Estratégica (comúnmente conocida como "guerra de las galaxias"), un gigantesco escudo antinuclear frente a la amenaza de los misiles soviéticos, empleando tecnología aún no desarrollada por el campo comunista. Esto, pues, habría dejado inutilizado al armamento nuclear almacenado durante decenios. El liderazgo moral de S. S. Juan Pablo II y su compromiso con su Polonia natal, tampoco fue comprendido por los líderes comunistas, que estaban plenamente convencidos de que el obrero urbano y el campesino eran ateos, materialistas y que seguían los dictados de la "vanguardia del proletariado": el partido comunista. De allí que, tras largos años de enfrentamiento, aceptaran la elección abierta para un tercio de la cámara de diputados y de la totalidad del senado en Polonia, el 4 de junio de 1989 y que, para sorpresa de los comunistas, ganó el sindicato Solidaridad de Lech Walesa en forma abrumadora. Fue la primera aplicación de la doctrina Sinatra, seguida por Hungría, que abrió sus fronteras con Austria para que los alemanes orientales pudieran transitar por esta vía hacia la República Federal Alemana. Estas demostraciones de la falta de apoyo al "socialismo real" por parte de los europeos orientales, llevaron a la caída sucesiva de los regímenes implantados en Alemania oriental, Bulgaria, Checoslovaquia, Rumania y Albania, en un ritmo cada vez más acelerado.
La caída de los regímenes comunistas no estaba en los planes de la mayoría de los líderes occidentales (salvo el ya ex presidente Reagan y Margaret Thatcher), que preferían negociar con lo conocido y priorizaban el control de esas masas empobrecidas que, presumían, se volcarían hacia el Occidente en busca de bienestar. La necesidad de libertad logró recuperar para estos pueblos la independencia y la transición hacia sociedades abiertas y democráticas, derribando el muro del oprobio y corriendo la pesada cortina de hierro. El sueño de Gorbachov de un comunismo leninista revitalizado y legitimado se desvaneció, y a fines de 1991 se disolvió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, otro imperio que pasó a existir únicamente en los manuales de historia.
Ricardo López Göttig es Doctor en Historia, egresado de la Universidad Karlova de Praga (República Checa), es investigador de CADAL y de la Fundación Hayek y Director del Instituto Liberal Democrático (ILD).