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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
¿Dónde comienzan los derechos humanos?
En tiempos de polarización ideológica, vale repetir que los derechos humanos no son de izquierdas ni de derechas, son la más bella utopía humanitaria que no solo garantiza derechos solo por la condición humana sino que son la protección que tienen los ciudadanos de la prepotencia de los Estados.Por Norma Morandini
El progreso de los derechos humanos no se mide por el número de los tratados internacionales que se ratifican o los convenios que se negocian. Menos aún por las denuncias de sus violaciones o los discursos que invocan a los muertos para legitimar decisiones inconsultas. Ni por el sufrimiento que exhibimos como víctimas. Ni por la invocación de los “treinta mil desaparecidos” para mostrar superioridad ideológica.
¿Dónde nacen entonces? A setenta y cinco años de la declaración Universal de los Derechos del Hombre, los argentinos debiéramos hacernos la pregunta de su apasionada impulsora, Eleonora Roosvelt que ha guiado el debate en torno al progreso moral de una concepción nacida como antídoto al veneno de los totalitarismos. Entonces.¿dónde comienzan los derechos humanos universales??? Eleanor Roosevelt dio una respuesta ya legendaria:
“Comienzan en los lugares pequeños, cerca de casa, tan cercanos y pequeños que no se pueden ver en ningún atlas, pues son el mundo de la persona individual; el barrio en el que vive; la escuela o universidad a la que asiste; la fábrica, la granja, o la oficina donde trabaja. Estos son los lugares donde cada hombre, mujer, niño buscan igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades, igual dignidad sin discriminación. Si estos derechos no tienen significado ahí, no lo tendrán en ningún otro lugar. Sin una acción ciudadana concertada para defenderlos cerca de casa. Nuestra búsqueda del progreso en el mundo será en vano”.
Los argentinos no necesitamos acudir a los números de la pobreza, el adoctrinamiento en las escuelas y las universidades, la extorsión de los sindicatos, la desconfianza con la que convivimos y el desprecio de los gobernantes a la participación ciudadana para demostrar que la invocación a los derechos humanos en el discurso oficial, ni los convenios y Tratados que nos apuramos a firmar, nos hicieron mejores seres humanos, libres y responsables con ese privilegio que es tener derechos y libertad. Un fracaso que en parte se explica porque los derechos humanos quedaron asociados a las torturas, muertes y secuestros de la dictadura, y cuando se gobierna sobre cadáveres, como advirtió Hannhah Arendt, no existen las categorías políticas. Los argentinos recuperamos la rutina electoral pero estamos lejos de haber rehabilitado la política en el sentido de la pluralidad democrática, la alternancia y el respeto a la diversidad.
La historia del hombre es también la lucha por su libertad. Pero fue la Declaración Universal de los Derechos del Hombre la que impulsó en los países europeos el mayor periodo de prosperidad y desarrollo, porque los derechos humanos solo se enraízan culturalmente en las llamadas democracias liberales.
Hasta ahora hemos tenido continuidad electoral, un logro que no se debe desdeñar, pero sobrevive la desigualdad de derechos e ingresos, la prepotencia del poder, la ideologización de la noción de derechos humanos tanto en el discurso oficial como en las organizaciones de derechos humanos que al agregar el “ismo” a sus reivindicaciones ya delatan el sectarismo de sus reclamos. Y una enorme confusión en relación a la dignidad de las personas. No hay superioridad moral en el sufrimiento y sí en la autoafirmación como personas dignas capaces de pensar por sí mismas y de movilizarse sin que las extorsionen. En la mayor pobreza o en la desesperación más justificada, la vida tiene un sentido moral, la dignidad que nos define personas que no depende del lugar donde nacimos ni de los títulos ni las pertenencias.
No es un consuelo saber que no somos el único país en el que existe una distancia entre las leyes que garantizan derechos y la realidad social, ni que la política ha sido cooptada por verdaderas dinastías familiares en las que se repiten los apellidos y los cargos se perpetúan, y por eso, el mérito carece de valor. Pero todo esto nos recuerda que en Argentina, la conquista de la democracia como igualdad para todos es todavía una meta a alcanzar. Al menos, ya sabemos que la democracia es la mejor escuela para aprender a argumentar. No necesitamos ni gritar, ni insultar porque tenemos la fuerza de los fundamentos. Siempre y cuando no cancelemos lo que nos torna personas, pensar libremente. Sin miedo.
Denunciamos las violaciones, resta ahora que anunciemos cuales son esos derechos que solo garantiza el sistema democrático, ya que con libertad podemos reclamar que nos falta el pan.
Como escribió Mary Ann Glendon, profesora, jurista, diplomática y activista en Derechos Humanos, autora de un libro imprescindible sobre el logro más importante de Eleanor Roosevelt, Declaración Universal de 1948, “El mundo hecho nuevo”. Cada vez que los derechos humanos se politizan se incrementa el riesgo de que la protección de derechos humanos se convierta en pretexto para imponer la voluntad del más fuerte por medio de intervenciones armadas o presión económica.
Por eso, en tiempos de polarización ideológica, vale repetir que los derechos humanos no son de izquierdas ni de derechas, son la más bella utopía humanitaria que no solo garantiza derechos solo por la condición humana sino que son la protección que tienen los ciudadanos de la prepotencia de los Estados.
Desde que la recuperación democrática en Argentina sucedió un 10 de diciembre, hemos quedado encadenados a la celebración del día internacional de los derechos humanos, los que debieran ser nuestra Biblia cívica.
Norma MorandiniVicepresidenteEscritora y periodista. Columnista de los diarios La Nación y Clarin. Colabora con El País de España. Fue corresponsal de la prensa extranjera. Realizó una cobertura especial sobre el Juicio a las Juntas Militares de Argentina para el diario brasileño O Globo. Por su labor periodística obtuvo varios premios. Fue diputada nacional de 2005 a 2009 y senadora nacional entre 2009 y 2015. Su labor legislativa estuvo dedicada a los Derechos Humanos y la Libertad de Expresión. Entre 2015 y 2019 dirigió el Observatorio de Derechos Humanos del Senado argentino. En 2011 fue candidata a Vicepresidente de la Nación. Es autora de varios libros.
El progreso de los derechos humanos no se mide por el número de los tratados internacionales que se ratifican o los convenios que se negocian. Menos aún por las denuncias de sus violaciones o los discursos que invocan a los muertos para legitimar decisiones inconsultas. Ni por el sufrimiento que exhibimos como víctimas. Ni por la invocación de los “treinta mil desaparecidos” para mostrar superioridad ideológica.
¿Dónde nacen entonces? A setenta y cinco años de la declaración Universal de los Derechos del Hombre, los argentinos debiéramos hacernos la pregunta de su apasionada impulsora, Eleonora Roosvelt que ha guiado el debate en torno al progreso moral de una concepción nacida como antídoto al veneno de los totalitarismos. Entonces.¿dónde comienzan los derechos humanos universales??? Eleanor Roosevelt dio una respuesta ya legendaria:
“Comienzan en los lugares pequeños, cerca de casa, tan cercanos y pequeños que no se pueden ver en ningún atlas, pues son el mundo de la persona individual; el barrio en el que vive; la escuela o universidad a la que asiste; la fábrica, la granja, o la oficina donde trabaja. Estos son los lugares donde cada hombre, mujer, niño buscan igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades, igual dignidad sin discriminación. Si estos derechos no tienen significado ahí, no lo tendrán en ningún otro lugar. Sin una acción ciudadana concertada para defenderlos cerca de casa. Nuestra búsqueda del progreso en el mundo será en vano”.
Los argentinos no necesitamos acudir a los números de la pobreza, el adoctrinamiento en las escuelas y las universidades, la extorsión de los sindicatos, la desconfianza con la que convivimos y el desprecio de los gobernantes a la participación ciudadana para demostrar que la invocación a los derechos humanos en el discurso oficial, ni los convenios y Tratados que nos apuramos a firmar, nos hicieron mejores seres humanos, libres y responsables con ese privilegio que es tener derechos y libertad. Un fracaso que en parte se explica porque los derechos humanos quedaron asociados a las torturas, muertes y secuestros de la dictadura, y cuando se gobierna sobre cadáveres, como advirtió Hannhah Arendt, no existen las categorías políticas. Los argentinos recuperamos la rutina electoral pero estamos lejos de haber rehabilitado la política en el sentido de la pluralidad democrática, la alternancia y el respeto a la diversidad.
La historia del hombre es también la lucha por su libertad. Pero fue la Declaración Universal de los Derechos del Hombre la que impulsó en los países europeos el mayor periodo de prosperidad y desarrollo, porque los derechos humanos solo se enraízan culturalmente en las llamadas democracias liberales.
Hasta ahora hemos tenido continuidad electoral, un logro que no se debe desdeñar, pero sobrevive la desigualdad de derechos e ingresos, la prepotencia del poder, la ideologización de la noción de derechos humanos tanto en el discurso oficial como en las organizaciones de derechos humanos que al agregar el “ismo” a sus reivindicaciones ya delatan el sectarismo de sus reclamos. Y una enorme confusión en relación a la dignidad de las personas. No hay superioridad moral en el sufrimiento y sí en la autoafirmación como personas dignas capaces de pensar por sí mismas y de movilizarse sin que las extorsionen. En la mayor pobreza o en la desesperación más justificada, la vida tiene un sentido moral, la dignidad que nos define personas que no depende del lugar donde nacimos ni de los títulos ni las pertenencias.
No es un consuelo saber que no somos el único país en el que existe una distancia entre las leyes que garantizan derechos y la realidad social, ni que la política ha sido cooptada por verdaderas dinastías familiares en las que se repiten los apellidos y los cargos se perpetúan, y por eso, el mérito carece de valor. Pero todo esto nos recuerda que en Argentina, la conquista de la democracia como igualdad para todos es todavía una meta a alcanzar. Al menos, ya sabemos que la democracia es la mejor escuela para aprender a argumentar. No necesitamos ni gritar, ni insultar porque tenemos la fuerza de los fundamentos. Siempre y cuando no cancelemos lo que nos torna personas, pensar libremente. Sin miedo.
Denunciamos las violaciones, resta ahora que anunciemos cuales son esos derechos que solo garantiza el sistema democrático, ya que con libertad podemos reclamar que nos falta el pan.
Como escribió Mary Ann Glendon, profesora, jurista, diplomática y activista en Derechos Humanos, autora de un libro imprescindible sobre el logro más importante de Eleanor Roosevelt, Declaración Universal de 1948, “El mundo hecho nuevo”. Cada vez que los derechos humanos se politizan se incrementa el riesgo de que la protección de derechos humanos se convierta en pretexto para imponer la voluntad del más fuerte por medio de intervenciones armadas o presión económica.
Por eso, en tiempos de polarización ideológica, vale repetir que los derechos humanos no son de izquierdas ni de derechas, son la más bella utopía humanitaria que no solo garantiza derechos solo por la condición humana sino que son la protección que tienen los ciudadanos de la prepotencia de los Estados.
Desde que la recuperación democrática en Argentina sucedió un 10 de diciembre, hemos quedado encadenados a la celebración del día internacional de los derechos humanos, los que debieran ser nuestra Biblia cívica.