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Promoción de la Apertura Política en Cuba
América Latina y el analfabetismo cívico en Cuba
Lo que debe quedarle claro a todos los que se consideran democráticos, es que el pueblo cubano no puede ser excluido en el derecho a elegir libremente a sus gobernantes de la única manera que es posible hacerlo: garantizando el respeto a las libertades civiles y políticas, lo cual implica poner fin al régimen de partido y pensamiento único, es decir, a la dictadura.Por Gabriel C. Salvia
El primero de enero pasado se cumplieron 53 años del triunfo de la revolución cubana, cuyos ideales democráticos quedaron rápidamente olvidados y, en su lugar, sucedió aquello que George Orwell expresara diez años antes en su libro 1984: “no se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura”.
Sin embargo, así como no hay que olvidar el espíritu democrático de la mayoría de los que lucharon para derrocar a la dictadura militar de Fulgencio Batista, es necesario precisar el tiempo que el pueblo cubano lleva sin ejercer su derecho a elegir libremente a sus gobernantes.
Así, a los 53 años del régimen totalitario de los hermanos Fidel y Raúl Castro, hay que sumar los siete años de la dictadura de Batista, aclarar que las últimas elecciones –previas al 52- fueron fraudulentas y que la edad mínima para votar era de 21 años. Conclusión obvia: en Cuba prácticamente no hay nadie que haya participado en una elección libre, con lo cual su pueblo padece el mayor analfabetismo cívico de América Latina.
Por supuesto que la mayor parte del tiempo que el pueblo cubano lleva con sus libertades democráticas conculcadas es responsabilidad del régimen de partido y pensamiento único de los hermanos Castro. Pero parte de esa responsabilidad es compartida por los gobiernos democráticos de América Latina, pues le vienen brindando igualdad de trato y distintas muestras de apoyo a una dictadura remanente en la región que se ha mantenido en el poder debido a su implacable represión interna -como lo evidencia la reciente muerte del preso político Wilman Villar, luego de una prolongada huelga de hambre– y en esa habilidad del castrismo en conseguir legitimidad internacional.
Es cierto que muchos gobiernos y referentes sociales señalan grandes logros de la revolución cubana, aunque sin transparencia y libertad de prensa es difícil corroborar los mismos. Pero aún si los logros sociales de la revolución cubana fueran reales, resulta un atraso ideológico –desde la perspectiva democrática- plantear que para ello se necesita implementar una dictadura.
Lo que debe quedarle claro a todos los que se consideran democráticos, es que el pueblo cubano no puede ser excluido en el derecho a elegir libremente a sus gobernantes de la única manera que es posible hacerlo: garantizando el respeto a las libertades civiles y políticas, lo cual implica poner fin al régimen de partido y pensamiento único, es decir, a la dictadura.
En última instancia, la ausencia de condena regional a la obscena violación a los derechos humanos en Cuba, de un reclamo de apertura política y de reconocimiento a su pacífico y valiente movimiento cívico interno, implican un claro límite a la consolidación de la cultura democrática en América Latina.
Gabriel C. Salvia compiló el libro “Diplomacia y Derechos Humanos en Cuba” (Fundación Konrad Adenauer, México, Diciembre 2011).
Gabriel C. SalviaDirector GeneralActivista de derechos humanos enfocado en la solidaridad democrática internacional. En 2024 recibió el Premio Gratias Agit del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Checa. Es autor de los libros "Memoria, derechos humanos y solidaridad democrática internacional" (2024) y "Bailando por un espejismo: apuntes sobre política, economía y diplomacia en los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner" (2017). Además, compiló varios libros, entre ellos "75 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos: Miradas desde Cuba" (2023), "Los derechos humanos en las relaciones internacionales y la política exterior" (2021), "Desafíos para el fortalecimiento democrático en la Argentina" (2015), "Un balance político a 30 años del retorno a la democracia en Argentina" (2013) y "Diplomacia y Derechos Humanos en Cuba" (2011), Sus columnas de opinión han sido publicadas en varios medios en español. Actualmente publica en Clarín, Perfil, Infobae y La Nación, de Argentina. Ha participado en eventos internacionales en América Latina, África, Asia, Europa, los Balcanes y en Estados Unidos. Desde 1992 se desempeña como director en Organizaciones de la Sociedad Civil y es miembro fundador de CADAL. Como periodista, trabajó entre 1992 y 1997 en gráfica, radio y TV especializado en temas parlamentarios, políticos y económicos, y posteriormente contribuyó con entrevistas en La Nación y Perfil.
El primero de enero pasado se cumplieron 53 años del triunfo de la revolución cubana, cuyos ideales democráticos quedaron rápidamente olvidados y, en su lugar, sucedió aquello que George Orwell expresara diez años antes en su libro 1984: “no se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura”.
Sin embargo, así como no hay que olvidar el espíritu democrático de la mayoría de los que lucharon para derrocar a la dictadura militar de Fulgencio Batista, es necesario precisar el tiempo que el pueblo cubano lleva sin ejercer su derecho a elegir libremente a sus gobernantes.
Así, a los 53 años del régimen totalitario de los hermanos Fidel y Raúl Castro, hay que sumar los siete años de la dictadura de Batista, aclarar que las últimas elecciones –previas al 52- fueron fraudulentas y que la edad mínima para votar era de 21 años. Conclusión obvia: en Cuba prácticamente no hay nadie que haya participado en una elección libre, con lo cual su pueblo padece el mayor analfabetismo cívico de América Latina.
Por supuesto que la mayor parte del tiempo que el pueblo cubano lleva con sus libertades democráticas conculcadas es responsabilidad del régimen de partido y pensamiento único de los hermanos Castro. Pero parte de esa responsabilidad es compartida por los gobiernos democráticos de América Latina, pues le vienen brindando igualdad de trato y distintas muestras de apoyo a una dictadura remanente en la región que se ha mantenido en el poder debido a su implacable represión interna -como lo evidencia la reciente muerte del preso político Wilman Villar, luego de una prolongada huelga de hambre– y en esa habilidad del castrismo en conseguir legitimidad internacional.
Es cierto que muchos gobiernos y referentes sociales señalan grandes logros de la revolución cubana, aunque sin transparencia y libertad de prensa es difícil corroborar los mismos. Pero aún si los logros sociales de la revolución cubana fueran reales, resulta un atraso ideológico –desde la perspectiva democrática- plantear que para ello se necesita implementar una dictadura.
Lo que debe quedarle claro a todos los que se consideran democráticos, es que el pueblo cubano no puede ser excluido en el derecho a elegir libremente a sus gobernantes de la única manera que es posible hacerlo: garantizando el respeto a las libertades civiles y políticas, lo cual implica poner fin al régimen de partido y pensamiento único, es decir, a la dictadura.
En última instancia, la ausencia de condena regional a la obscena violación a los derechos humanos en Cuba, de un reclamo de apertura política y de reconocimiento a su pacífico y valiente movimiento cívico interno, implican un claro límite a la consolidación de la cultura democrática en América Latina.
Gabriel C. Salvia compiló el libro “Diplomacia y Derechos Humanos en Cuba” (Fundación Konrad Adenauer, México, Diciembre 2011).