Eventos
Promoción de la Apertura Política en Cuba
Expectativas sobre Cuba: ¿transición o sucesión?
Presentación de Juan M. del Aguila en el Seminario Internacional sobre la situación interna en Cuba y los desafíos de la comunidad democrática internacional
Presentado en el seminario, La situación interna en Cuba y los desafíos de la comunidad democrática internacional, organizado por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina, en Cooperación con la Carrera de Ciencia Política de la Universidad de Belgrano, la Fundación Konrad Adenauer y El Proyecto Sobre la Transición en Cuba* (Instituto de Estudios Cubanos y Cubano Americanos, Universidad de Miami, Jueves, 7 de abril, 2005). Universidad de Belgrano. Buenos Aires, Argentina
* El autor agradece los comentarios al trabajo del Profesor Alfredo Cuzán, el periodista Orlando Núñez Pérez y el abogado Miguel del Aguila.
** El CTP está financiado con el apoyo del Buró de América Latina y el Caribe, Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional [ Bureau for Latin America and the Caribbean, U.S. Agency for International Development , USAID] bajo los términos de la subvención No. EDG-A-00-02-00007-00 . Este seminario es posible gracias al apoyo prestado por USAID. Las opiniones expresadas en este seminario son las de los participantes y comentaristas y no reflejan necesariamente los puntos de vista de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional .
En efecto, a las ocho en punto, en la oficina del Consejo de Estado, en presencia de sus 30 miembros, Raúl Castro, con voz entrecortada, leyó dos cuartillas en las que precisaba tres cosas fundamentales: primero, Fidel, el padre de la patria, el maestro, el líder inigualable, había muerto; segundo, los mecanismos sucesorios habían funcionado con arreglo a la ley y todo estaba bajo el más absoluto control; y tercero, la Revolución continuaría su inquebrantable rumbo socialista, ahora más que nunca, pues se trataba de un compromiso de honor con el héroe desaparecido.
Carlos Alberto Montaner, Viaje al Corazón de Cuba (1999)
De poco sirve la insistencia oficial que la institucionalidad tramitará la sucesión. Puede que así sea temporalmente, pero a dicha institucionalidad hay que entrecomillarla por su precariedad y por no haberse enfrentado aún con su prueba de fuego—más candente y delicada si el deterioro del comandante se acelera sin un rápido devenir del velorio—¿Quién le pondría el cascabel al gato?
Marifeli Pérez-Stable, Encuentro de la Cultura Cubana (2001 )
La transición debe conjurar que se restaure el castrismo…Si la correlación de fuerzas torna inviable que la vieja guardia retenga su poder, podrían subastarse las propiedades estatales..El cálculo político es simple: semejante privatización despojaría enseguida a la élite comunista de su poder omnímodo. Tampoco se descarta que la restauración del castrismo venga con otro régimen represivo, pero anticastrista.
Miguel Fernández, Encuentro en la Red (Diciembre 2004 )
Introducción y Perspectiva Analítica
La interrogante planteada por los comentarios citados impone rigor a todo analista que se proponga vaticinar sobre lo que sucederá en Cuba cuando los sucesores de Fidel Castro asuman la responsabilidad de gobernar en su ausencia. Desde una perspectiva académica, presenciar una transición a un sistema político pluralista donde impere la ley y se respeten los derechos humanos es tan importante como considerar probable la sucesión a un gobierno autoritario que no reconozca los derechos civiles y democráticos que definen una auténtica democracia representativa y moderna.
En este trabajo, sostengo que existe la alta probabilidad que el sistema politico revolucionario supere su primera crisis de sucesión y se recicle, aunque sin Fidel Castro como actor dominante y caudillo mesiánico. Más aún, el argumento principal es que precisamente para eso se preparan los círculos de poder cercanos a Castro, optando por el continuismo y rechazando la apertura democrática que tanto se anticipa en el exterior (Centeno y Font, 1997; Peeler, 2004; El País , 2003).
Enfatizo la conducta de la cúpula de poder y los intereses objetivos de las élites que lo rodean y respaldan, específicamente el partido Comunista, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y los sectores tecnocráticos-gerenciales que administran la economía y el estado (Mujal-León and Busby, 2001). Termino evaluando el papel que la clase dirigente se propone a jugar durante la sucesión.
Transición y Democracia
Algunos expertos en “transiciones a la democracia” sostienen que inevitablemente, Cuba tomará rumbo a la democracia representativa cuando Castro desaparezca porque las élites que preparan la transición reconocen que solo por ese camino se legitima un nuevo gobierno y sistema político. Otros expertos plantean la probabilidad de una transición desordenada e inesperada, abordada en medio del caos precipitado por el derrumbe del sistema. “Sectores populares” y organizaciones marginadas por el castrismo entrarán en juego, aliándose a élites reformistas comprometidas con un cambio “desde abajo.” Tardíamente, así nacerá la democracia (López, 2002).
Esas hipótesis asumen que existen valores democráticos ocultos que regirán la conducta de esas élites cuando al fin llegue su hora. Asumen también que los intereses objetivos de las élites perdurarán con la democracia, no con el continuismo. Y asumen, erróneamente a mi juicio, que se darán las condiciones para una supuesta alianza entre las élites sucesoras y organizaciones de oposición o disidentes.
No hay forma de convalidar si esa cultura democrática (¿invisible?) nutre el pensamiento de actores estrechamente vinculados al sistema, con prebendas otorgadas por el modelo revolucionario-mesiánico al que profesan absoluta lealtad. Por ejemplo, en Junio de 2002 Castro ordenó una movilización a favor de un plebiscito que haría el socialismo “irreversible;” unos ocho millones de personas apoyaron la idea.
Altos funcionarios del partido Comunista, jefes militares, las organizaciones de masas y la administración central se destacaron por su fervor revolucionario, sumándose en marchas al pueblo combatiente que con su voto ratificó el socialismo cubano. Y para no citar más ejemplos, subrayo que precisamente en el momento que la Unión Europea exige respeto a los derechos humanos en Cuba y urgentemente reclama una transición pacífica a la democracia, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón, declara que:
La calle, por supuesto, es para los patriotas, para los cubanos,
para los revolucionarios…no le vamos a entregar el poder a
ningún mentecato, por mucho respaldo que tenga y por
muchas infladeras que tenga de la prensa extranjera.
Tampoco existe evidencia que establezca a facciones de las élites sufriendo enajenación o expresando en público su desencanto. Al contrario, constatamos que no traslucen críticas al caudillo, al sistema y a la revolución por parte de esas élites. Abundan pruebas de su lealtad abyecta y su respaldo inequívoco a la “unidad.” Ni temor a la represalia ni la sujeción explican definitivamente su adhesión al régimen. Hasta que no se confirme que facciones cubanas aglutinadas a un Gorbachev, Havel o Walensa, planifican la transición a la democracia, es improcedente sostener que de las propias filas indolentes y “fieles” del castrismo saldán sus sepultureros (Alfonso, 1998).
Existen en la nomenclatura diferentes criterios, por ejemplo, sobre como manejar la economía, sobre la necesidad inaplazable de reiniciar el proceso de reformas, o qué derechos concederle al capital extranjero en una economía estatizada. Fidel Castro define la política económica del estado y sus líneas de acción mientras la burocracia administra la economía. Los márgenes del debate económico público son más amplios que los resquicios donde se ventilan alternativas políticas contrarias a la línea fidelista -oficial.
Reiteradamente salta la idea que una corriente moderada y reformista, pero agazapada por necesidad y prudencia, está comprometida con una transición a la democracia “después del velorio.” Hace años, sectores de prensa europeos daban por sentado que el entonces “número tres” Carlos Aldana * dirigía una tendencia reformista que obligaría a los hermanos Castro a propiciar una “apertura.” En un informe redactado por serios expertos en Ciencia Política se afirma categóricamente que “Una Cuba democrática aún no se divisa,” pero inevitablemente ese objetivo se materializará porque“a principios del siglo XXI, la democracia es el único sistema político que ampara una convivencia cívica” ( Cuba, 2003).
Desde un punto de vista empírico, la información disponible indica que la cúpula dirigente mantiene su lealtad al sistema y al caudillo fundador. Desviarse de la línea establecida por Fidel Castro, especialmente en asuntos de política doméstica o exterior, impone riesgos intolerables a la nomenclatura. Las ejecuciones sumarias de 1989 palpitan en los cerebros de los militares y es mejor no recordar los 30 años que purga el General Patricio de la Guardia. Las defenestraciones de las viejas glorias Carlos Aldana,* Diocles Torralba,* Roberto Robaina* y otros “quemados” son ejemplos para la clase dirigente y sirven de escarmiento a cualquier “reformista político” que tenga la osadía de desafiar a “los líderes históricos de la Revolución.”
Algunos analistas asumen que existen fisuras entre “raulistas” y “fidelistas,” pero a mi juicio eso no indica necesariamente que durante la sucesión, una facción triunfe y la otra quede marginada (Gonzalez, 2004; Oppenheimer, 2005). Si el Primero y el Segundo discrepan a un nivel táctico o inclusive se increpan mutuamente (algunos escritores desafectos citan instancias donde eso sucedió), la sangre no llega al río.
A estas alturas, esperar un enfrentamiento político entre los hermanos Castro o entre los “fidelistas” y los “raulistas' que dé traste al régimen es impensable si no irremisiblemente utópico. En segundo lugar, sin evidencia que indique la existencia de una facción democrática que sigilosamente aguarda la oportunidad de la sucesión para tomar el poder y abrirle paso a la democracia, la tesis que la democracia del futuro se está gestando dentro de la clase dirigente carece de fundamento.
Una evaluación seria de los discursos, entrevistas y comportamiento de actores políticos de alto nivel (jefes militares y de los servicios de inteligencia, dirigentes del Partido Comunista, Ministros, vice Ministros) reenforza la idea que la unidad de forma, criterio y conducta se mantendrá bajo el sucesor en ciernes: el segundo secretario del partido Comunista, primer Vice Presidente, Ministro de Defensa y Comandante Raúl Castro.
La transición a una democracia representativa y competitiva requiere una ruptura fundamental con el modelo mesiánico-personalista de los últimos 46 años, algo que exige el desmantelamiento de las instituciones revolucionarias. No existe evidencia alguna que los sucesores están dispuestos a marcar pautas radicales efectuando una génesis democrática que sirva de fundación a una transformación posterior más profunda. La alternativa radical sería abandonar el sistema unipartidista y reemplazarlo con algo completamente diferente, es decir, con un sistema democrático donde el poder quede supeditado a la voluntad popular expresada en elecciones libres y competitivas (Huntington, 1989; Mainwaring and Scully, 1995).
Aunque esa alternativa genera expectación en el exterior y representa la solución racional a un proceso político anquilosado, Schmitter sostiene que ni el pluralismo político ni la democracia representativa necesariamente nacen al fin (por diferentes causas) de un sistema autoritario o totalitario. Schmitter rechaza la hipótesis de la “inevitabilidad democrática” y constata que bajo ciertas condiciones y en muchísimos casos surgen “dictablandas” o “democraduras” en lugar de gobiernos representativos.
Lo que determina el cauce son precisamente los pactos, entendimientos o negociaciones entre las élites que aspiran al poder (Schmitter, 1995). Es razonable sumir que esos entendimientos existen; serán formalizados a su debido tiempo. Porque la sucesión biológica es inevitable, los sucesores necesitan estar precavidos.
Sin embargo, los herederos de Fidel Castro no son demócratas “escondidos,” ni suponen que sus privilegios quedarán garantizados dentro de un sistema político competitivo. Claro está que la nomenclatura castrista no reconoce la vigencia de los derechos, no justifica su prebendalismo ante la sociedad y goza de su impunidad.
Guiada por ese patrón de conducta consustancial, difícilmente correrá el riesgo de fundar un gobierno republicano con capacidad y voluntad de combatir la impunidad y la corrupción.
La Sucesión como Alternativa Funcional
La evidencia recabada en Europa Oriental y América Latina indica que la transición incide directamente sobre la institucionalidad del orden posterior en general y la fisonomía del gobierno sucesor en particular. Las transiciones exitosas prevén las nuevas reglas del proceso político que amplía sustancialmente los límites a la participación (Tismaneanu, 2002; Linz and Stepan, 1989). Por ejemplo, una transición consensuada entre las élites y sus interlocutores en la sociedad civil aumenta la probabilidad que el autoritarismo no reaparezca de inmediato. En esas instancias exitosas, los actores políticos involucrados en la transición reconocen la necesidad de legitimar el poder con elecciones libres (O'Donnell, 1989: Whitehead, 1989).
Precisamente ahí radica la diferencia entre una transición y la sucesión. Si las élites reaccionarias, tanto civiles como militares, dominan la sucesión e imponen su voluntad, eso reduce la probabilidad de una salida verdaderamente democrática. En Cuba, según Colomer, la lealtad y cohesión de las Fuerzas Armadas determinarán la sucesión, agregando que “el grado de faccionalización de los gobernantes es escaso y la influencia de las posiciones reformistas es muy reducida” en comparación con otros sistemas comunistas (Colomer, 2003).
Durante la fase incial de una sucesión presenciaremos una rotación limitada en la cúpula con el ascenso de varios tecnócratas cercanos a Carlos Lage. Lage lleva más de 10 años como un Super Ministro de Economía acatando las decisiones de su Patrón. Hombres de absoluta confianza de Raúl Castro como el Ministro del Interior, General Abelardo Colomé y otros militares de alto rango permanecerán en posiciones cimeras. No ocurre una liberalización limitada ni se expanden la competencia y la participación democrática. Actores anti-democráticos (“duros,” “intransigentes”) reubicados en la “nueva cúpula” re-estabilizan el régimen, marcando el compás continuista. Inmediatamente los medios de comunicación difunden la idea que la Revolución sigue en marcha bajo un gobierno debidamente constituído.
Superado el cambio de mando de un Castro a otro, en su segunda fase el embrión de dictablanda llena el vacío, crece paulatinamente y se dispone a contener o reprimir instancias de autogestión democrática que logren articularse (Schmitter, 1995). Se frustra así la expectativa de una apertura similar a lo que ocurrió en el Cono Sur al final de las dictaduras militares y en Europa Central en 1989-91.
Proceder en esa forma permite a los sucesores decirle al pueblo y a la opinion pública internacional que respetando la constitución, el primer Vice Presidente del Consejo de Estado, Raúl Castro, asume la presidencia. El objetivo fundamental de esta sucesión pactada es permitir que el triángulo estratégico abroquelado por sectores tecnocráticos y burocráticos, el partido Comunista y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) reconfigure sus posiciones sin perder su dominio. Un segundo objetivo es reducir la probabilidad de una confrontación que termine con el peor resultado: Rumanía.
Bien conocidas son las experiencias devastadoras sufridas por la nomenclatura en los antiguos “regímenes fraternales,” cosa que difícilmente se repetirá en Cuba (Goodwin, 2003; Goldstone, 2003). Una lucha fratricida sería costosíma para las partes involucradas. Suchlicki señala que “lo más probable es (que si surge una lucha por el poder) esa lucha tuviera lugar dentro de las filas revolucionarias más que fuera de ellas” (Suchlicki, 2002). Evitar la rumanización de la sucesión a toda costa conduce a una salida previamente concertada donde las élites distribuyen entre sí parcelas de recursos, influencia y poder. No proceden con la democratización.
En resumen, continuar con el patrón vertical en el ejercicio del poder central, prescindiendo de una apertura política y rechazando reformas al sistema que quiebren las reglas del juego. A corto plazo esa es la sucesión que más satisface los intereses objetivos de las élites estratégicas. Es la antesala a una dictablanda . Así los sucesores mantienen la integridad del sistema y potencian expectativas sobre el ascenso no muy lejano de sectores jóvenes anteriormente excluídos por la vieja guardia. Bien conocida por “el reformista” Raúl Castro, es una fórmula muy ensayada de como ganarse el entusiasmo y la lealtad de los cuadros intermedios y de aspirantes en niveles más bajos.
Los objetivos de la coalición triunfadora no serán repudiar el castrismo, reconocer “errores históricos,” brindarle la mano a la oposición pacífica y civilista dentro del país, desmantelar el sistema y comprometerse con la soñada y cacareada “reconciliación nacional.” Al contrario, con la arrogancia que caracteriza su conducta hasta el presente, las élites reaccionarias optarán por reivindicar el pasado, apropiándose del simbolismo que todavía articula a algunos estratos populares con la Revolución. El nuevo “discurso” elevará la retórica hiper-nacionalista y anti-imperialista a niveles inauditos, dejando claro que la soberanía no está en juego. Con esas y otras medidas los revolucionarios y sucesores del supremo guía Fidel intentan revivificar la Gloria de 1959 y salvar La Patria por segunda vez.
Posteriormente, una redefinición de la relación Estado/Sociedad ampliaría el papel de sectores “post-revolucionarios” y podría incluir grupos desafectos o hasta de oposición moderada que acepten la dictablanda . Un modelo autoritario que limite la competencia política, y sea más flexible que el modelo de partido único puede viabilizarse con la participación restringida de actores de la sociedad civil. En vez de legitimarse con el carisma aglutinante de un caudillo fundador o con el igualitarismo , el sistema dependerá del legado simbólico de la Revolución y del nivel de representatividad que logre el modelo post-totalitario (Mujal-León y Busby, 2001).
La Sucesión y la Clase Dirigente
La clase política “revolucionaria” socializada bajo el castrismo no se siente obligada a propiciar una apertura poítica que aumente el riesgo de ser desplazada. Bien servida con el sistema de “ordena y mando” y sientiéndose capacitada para administrarlo, no responde a intereses ajenos ni foráneos, sino a los suyos objetivamente sopesados. Por su falta de visión democrática y debido a la unanimidad de criterio infundido durante 46 años de paternalismo y obediencia, la idea del “bien común” no es el móvil de su conducta. En este trabajo demuestro que “los útimos castristas” (Alfonso, 1998) no identifican la democracia competitiva como el único sistema que podría satisfacer sus intereses de clase. No es prioritario para las élites satisfacer las expectativas de una sociedad fosilizada.
El argumento que esta “oligarquía verde olivo” (una frase célebre del genial historiador Rafael Rojas) se prepara para democratizar el país peca de un optimismo insólito. No puede reinventarse y tutelar un orden democrático, careciendo de experiencia previa dentro de un sistema pluralista donde varios partidos compitan por el apoyo popular, la crítica se respete y la oposición posea derechos y represente una alternativa al gobierno de turno.
Como clase dirigente se incubó con la intolerancia, el servilismo y las consignas totalitarias que definen la cultura política del castrismo. Veneró al Mesías, aplaudió la “unidad” como valor supremo, no denunció las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y se sirvió de la “doble moral” como patrón de conducta rentable en un sistema que constantemente exige muestras de lealtad. Su complicidad con lo indefendible la corrompió.
Si la renovación democrática del país no se vislumbra a corto o mediano plazo, no hay razón para confiarle la democratización a la clase dirigente que prosperó con el castrismo. Asumir que esa clase es capaz de recapacitar dilata indefinidamente la transición a un estado de derecho con instituciones democráticas. Al hacer prevalecer sus intereses orgánicos y voluntad continuista sobre los intereses de la nación, la clase dirigente demuestra una vez más que no está comprometida con un proceso de cambio político. Si respalda la sucesión continuista queda inhabilitada como propulsor(a) de la democratización.
Conclusión
La supervivencia de sectores en posiciones privilegiadas y de la propia oligarquía prebendalista depende absolutamente de su dominio del nuevo orden político. Los sucesores de Fidel Castro difícilmente cederán ante la necesidad inocultable de comenzar un proceso de cambios fundamentales en el modelo de gobierno y sociedad. Se proponen evitar los errores de los desaparecidos “partidos fraternales” para no caer en el basurero de la historia junto a las élites barridas por las “revoluciones democráticas” del antiguo mundo comunista. Defienden su protagonismo y se sienten seguros de perpetuarse en el poder.
Sin la apertura democrática, la sucesión a Fidel Castro se desmarca de otros casos en el fenecido mundo comunista y en América Latina. Cumpliendo pactos previamente concertados desconocidos por el pueblo y el mundo, las élites sucesoras preparan su círculo alrededor del Hermano Sucesor. Así controlan el proceso y neutralizan alguna tendencia reformista-democrática que surja (de las tinieblas) y desafíe su esquema continuista.
Bibliografía Selecta
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Sobre el Autor
Juan M. del Aguila , Profesor Titular/Asociado de Ciencia Política en la Universidad de Emory, Atlanta, Georgia, EE.UU. El Dr. del Aguila recibió su doctorado en Ciencia Política de La Universidad de Carolina del Norte, EE.UU. en 1979. Su libro, Dilemas de una Revolución , fue publicado en 1984. La tercera edición fue publicada en 1994. El ha publicado docenas de artículos en diarios académicos, capítulos en libros académicos y revisiones de libros. Durante su carrera, el ha dado conferencias en muchas universidades en varios países de América Latina y el Caribe. En la Universidad de Emory el enseña clases, incluyendo de postgrado, sobre Política en Latino América, Política Comparativa, Democracia en Latino América y Revoluciones Latino Americanas.
* Aldana fue Director del Departamento de Orientación Revolucionaria y miembro del Buró Político del partido Comunista. Al ser vinculado a un escándalo de corrupción fue destituído en 1992. El Ministro de Transporte Torralba “cayó” en medio del escándalo Ochoa-LaGuardia en 1989. Robaina fue despedido como Ministro de Relaciones Exteriores en1999 por“errores en su trabajo,” un eufemismo que oculta el trasfondo político del caso (del Aguila, 1994)
Juan M. del Aguila
Presentado en el seminario, La situación interna en Cuba y los desafíos de la comunidad democrática internacional, organizado por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina, en Cooperación con la Carrera de Ciencia Política de la Universidad de Belgrano, la Fundación Konrad Adenauer y El Proyecto Sobre la Transición en Cuba* (Instituto de Estudios Cubanos y Cubano Americanos, Universidad de Miami, Jueves, 7 de abril, 2005). Universidad de Belgrano. Buenos Aires, Argentina
* El autor agradece los comentarios al trabajo del Profesor Alfredo Cuzán, el periodista Orlando Núñez Pérez y el abogado Miguel del Aguila.
** El CTP está financiado con el apoyo del Buró de América Latina y el Caribe, Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional [ Bureau for Latin America and the Caribbean, U.S. Agency for International Development , USAID] bajo los términos de la subvención No. EDG-A-00-02-00007-00 . Este seminario es posible gracias al apoyo prestado por USAID. Las opiniones expresadas en este seminario son las de los participantes y comentaristas y no reflejan necesariamente los puntos de vista de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional .
En efecto, a las ocho en punto, en la oficina del Consejo de Estado, en presencia de sus 30 miembros, Raúl Castro, con voz entrecortada, leyó dos cuartillas en las que precisaba tres cosas fundamentales: primero, Fidel, el padre de la patria, el maestro, el líder inigualable, había muerto; segundo, los mecanismos sucesorios habían funcionado con arreglo a la ley y todo estaba bajo el más absoluto control; y tercero, la Revolución continuaría su inquebrantable rumbo socialista, ahora más que nunca, pues se trataba de un compromiso de honor con el héroe desaparecido.
Carlos Alberto Montaner, Viaje al Corazón de Cuba (1999)
De poco sirve la insistencia oficial que la institucionalidad tramitará la sucesión. Puede que así sea temporalmente, pero a dicha institucionalidad hay que entrecomillarla por su precariedad y por no haberse enfrentado aún con su prueba de fuego—más candente y delicada si el deterioro del comandante se acelera sin un rápido devenir del velorio—¿Quién le pondría el cascabel al gato?
Marifeli Pérez-Stable, Encuentro de la Cultura Cubana (2001 )
La transición debe conjurar que se restaure el castrismo…Si la correlación de fuerzas torna inviable que la vieja guardia retenga su poder, podrían subastarse las propiedades estatales..El cálculo político es simple: semejante privatización despojaría enseguida a la élite comunista de su poder omnímodo. Tampoco se descarta que la restauración del castrismo venga con otro régimen represivo, pero anticastrista.
Miguel Fernández, Encuentro en la Red (Diciembre 2004 )
Introducción y Perspectiva Analítica
La interrogante planteada por los comentarios citados impone rigor a todo analista que se proponga vaticinar sobre lo que sucederá en Cuba cuando los sucesores de Fidel Castro asuman la responsabilidad de gobernar en su ausencia. Desde una perspectiva académica, presenciar una transición a un sistema político pluralista donde impere la ley y se respeten los derechos humanos es tan importante como considerar probable la sucesión a un gobierno autoritario que no reconozca los derechos civiles y democráticos que definen una auténtica democracia representativa y moderna.
En este trabajo, sostengo que existe la alta probabilidad que el sistema politico revolucionario supere su primera crisis de sucesión y se recicle, aunque sin Fidel Castro como actor dominante y caudillo mesiánico. Más aún, el argumento principal es que precisamente para eso se preparan los círculos de poder cercanos a Castro, optando por el continuismo y rechazando la apertura democrática que tanto se anticipa en el exterior (Centeno y Font, 1997; Peeler, 2004; El País , 2003).
Enfatizo la conducta de la cúpula de poder y los intereses objetivos de las élites que lo rodean y respaldan, específicamente el partido Comunista, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y los sectores tecnocráticos-gerenciales que administran la economía y el estado (Mujal-León and Busby, 2001). Termino evaluando el papel que la clase dirigente se propone a jugar durante la sucesión.
Transición y Democracia
Algunos expertos en “transiciones a la democracia” sostienen que inevitablemente, Cuba tomará rumbo a la democracia representativa cuando Castro desaparezca porque las élites que preparan la transición reconocen que solo por ese camino se legitima un nuevo gobierno y sistema político. Otros expertos plantean la probabilidad de una transición desordenada e inesperada, abordada en medio del caos precipitado por el derrumbe del sistema. “Sectores populares” y organizaciones marginadas por el castrismo entrarán en juego, aliándose a élites reformistas comprometidas con un cambio “desde abajo.” Tardíamente, así nacerá la democracia (López, 2002).
Esas hipótesis asumen que existen valores democráticos ocultos que regirán la conducta de esas élites cuando al fin llegue su hora. Asumen también que los intereses objetivos de las élites perdurarán con la democracia, no con el continuismo. Y asumen, erróneamente a mi juicio, que se darán las condiciones para una supuesta alianza entre las élites sucesoras y organizaciones de oposición o disidentes.
No hay forma de convalidar si esa cultura democrática (¿invisible?) nutre el pensamiento de actores estrechamente vinculados al sistema, con prebendas otorgadas por el modelo revolucionario-mesiánico al que profesan absoluta lealtad. Por ejemplo, en Junio de 2002 Castro ordenó una movilización a favor de un plebiscito que haría el socialismo “irreversible;” unos ocho millones de personas apoyaron la idea.
Altos funcionarios del partido Comunista, jefes militares, las organizaciones de masas y la administración central se destacaron por su fervor revolucionario, sumándose en marchas al pueblo combatiente que con su voto ratificó el socialismo cubano. Y para no citar más ejemplos, subrayo que precisamente en el momento que la Unión Europea exige respeto a los derechos humanos en Cuba y urgentemente reclama una transición pacífica a la democracia, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón, declara que:
La calle, por supuesto, es para los patriotas, para los cubanos,
para los revolucionarios…no le vamos a entregar el poder a
ningún mentecato, por mucho respaldo que tenga y por
muchas infladeras que tenga de la prensa extranjera.
Tampoco existe evidencia que establezca a facciones de las élites sufriendo enajenación o expresando en público su desencanto. Al contrario, constatamos que no traslucen críticas al caudillo, al sistema y a la revolución por parte de esas élites. Abundan pruebas de su lealtad abyecta y su respaldo inequívoco a la “unidad.” Ni temor a la represalia ni la sujeción explican definitivamente su adhesión al régimen. Hasta que no se confirme que facciones cubanas aglutinadas a un Gorbachev, Havel o Walensa, planifican la transición a la democracia, es improcedente sostener que de las propias filas indolentes y “fieles” del castrismo saldán sus sepultureros (Alfonso, 1998).
Existen en la nomenclatura diferentes criterios, por ejemplo, sobre como manejar la economía, sobre la necesidad inaplazable de reiniciar el proceso de reformas, o qué derechos concederle al capital extranjero en una economía estatizada. Fidel Castro define la política económica del estado y sus líneas de acción mientras la burocracia administra la economía. Los márgenes del debate económico público son más amplios que los resquicios donde se ventilan alternativas políticas contrarias a la línea fidelista -oficial.
Reiteradamente salta la idea que una corriente moderada y reformista, pero agazapada por necesidad y prudencia, está comprometida con una transición a la democracia “después del velorio.” Hace años, sectores de prensa europeos daban por sentado que el entonces “número tres” Carlos Aldana * dirigía una tendencia reformista que obligaría a los hermanos Castro a propiciar una “apertura.” En un informe redactado por serios expertos en Ciencia Política se afirma categóricamente que “Una Cuba democrática aún no se divisa,” pero inevitablemente ese objetivo se materializará porque“a principios del siglo XXI, la democracia es el único sistema político que ampara una convivencia cívica” ( Cuba, 2003).
Desde un punto de vista empírico, la información disponible indica que la cúpula dirigente mantiene su lealtad al sistema y al caudillo fundador. Desviarse de la línea establecida por Fidel Castro, especialmente en asuntos de política doméstica o exterior, impone riesgos intolerables a la nomenclatura. Las ejecuciones sumarias de 1989 palpitan en los cerebros de los militares y es mejor no recordar los 30 años que purga el General Patricio de la Guardia. Las defenestraciones de las viejas glorias Carlos Aldana,* Diocles Torralba,* Roberto Robaina* y otros “quemados” son ejemplos para la clase dirigente y sirven de escarmiento a cualquier “reformista político” que tenga la osadía de desafiar a “los líderes históricos de la Revolución.”
Algunos analistas asumen que existen fisuras entre “raulistas” y “fidelistas,” pero a mi juicio eso no indica necesariamente que durante la sucesión, una facción triunfe y la otra quede marginada (Gonzalez, 2004; Oppenheimer, 2005). Si el Primero y el Segundo discrepan a un nivel táctico o inclusive se increpan mutuamente (algunos escritores desafectos citan instancias donde eso sucedió), la sangre no llega al río.
A estas alturas, esperar un enfrentamiento político entre los hermanos Castro o entre los “fidelistas” y los “raulistas' que dé traste al régimen es impensable si no irremisiblemente utópico. En segundo lugar, sin evidencia que indique la existencia de una facción democrática que sigilosamente aguarda la oportunidad de la sucesión para tomar el poder y abrirle paso a la democracia, la tesis que la democracia del futuro se está gestando dentro de la clase dirigente carece de fundamento.
Una evaluación seria de los discursos, entrevistas y comportamiento de actores políticos de alto nivel (jefes militares y de los servicios de inteligencia, dirigentes del Partido Comunista, Ministros, vice Ministros) reenforza la idea que la unidad de forma, criterio y conducta se mantendrá bajo el sucesor en ciernes: el segundo secretario del partido Comunista, primer Vice Presidente, Ministro de Defensa y Comandante Raúl Castro.
La transición a una democracia representativa y competitiva requiere una ruptura fundamental con el modelo mesiánico-personalista de los últimos 46 años, algo que exige el desmantelamiento de las instituciones revolucionarias. No existe evidencia alguna que los sucesores están dispuestos a marcar pautas radicales efectuando una génesis democrática que sirva de fundación a una transformación posterior más profunda. La alternativa radical sería abandonar el sistema unipartidista y reemplazarlo con algo completamente diferente, es decir, con un sistema democrático donde el poder quede supeditado a la voluntad popular expresada en elecciones libres y competitivas (Huntington, 1989; Mainwaring and Scully, 1995).
Aunque esa alternativa genera expectación en el exterior y representa la solución racional a un proceso político anquilosado, Schmitter sostiene que ni el pluralismo político ni la democracia representativa necesariamente nacen al fin (por diferentes causas) de un sistema autoritario o totalitario. Schmitter rechaza la hipótesis de la “inevitabilidad democrática” y constata que bajo ciertas condiciones y en muchísimos casos surgen “dictablandas” o “democraduras” en lugar de gobiernos representativos.
Lo que determina el cauce son precisamente los pactos, entendimientos o negociaciones entre las élites que aspiran al poder (Schmitter, 1995). Es razonable sumir que esos entendimientos existen; serán formalizados a su debido tiempo. Porque la sucesión biológica es inevitable, los sucesores necesitan estar precavidos.
Sin embargo, los herederos de Fidel Castro no son demócratas “escondidos,” ni suponen que sus privilegios quedarán garantizados dentro de un sistema político competitivo. Claro está que la nomenclatura castrista no reconoce la vigencia de los derechos, no justifica su prebendalismo ante la sociedad y goza de su impunidad.
Guiada por ese patrón de conducta consustancial, difícilmente correrá el riesgo de fundar un gobierno republicano con capacidad y voluntad de combatir la impunidad y la corrupción.
La Sucesión como Alternativa Funcional
La evidencia recabada en Europa Oriental y América Latina indica que la transición incide directamente sobre la institucionalidad del orden posterior en general y la fisonomía del gobierno sucesor en particular. Las transiciones exitosas prevén las nuevas reglas del proceso político que amplía sustancialmente los límites a la participación (Tismaneanu, 2002; Linz and Stepan, 1989). Por ejemplo, una transición consensuada entre las élites y sus interlocutores en la sociedad civil aumenta la probabilidad que el autoritarismo no reaparezca de inmediato. En esas instancias exitosas, los actores políticos involucrados en la transición reconocen la necesidad de legitimar el poder con elecciones libres (O'Donnell, 1989: Whitehead, 1989).
Precisamente ahí radica la diferencia entre una transición y la sucesión. Si las élites reaccionarias, tanto civiles como militares, dominan la sucesión e imponen su voluntad, eso reduce la probabilidad de una salida verdaderamente democrática. En Cuba, según Colomer, la lealtad y cohesión de las Fuerzas Armadas determinarán la sucesión, agregando que “el grado de faccionalización de los gobernantes es escaso y la influencia de las posiciones reformistas es muy reducida” en comparación con otros sistemas comunistas (Colomer, 2003).
Durante la fase incial de una sucesión presenciaremos una rotación limitada en la cúpula con el ascenso de varios tecnócratas cercanos a Carlos Lage. Lage lleva más de 10 años como un Super Ministro de Economía acatando las decisiones de su Patrón. Hombres de absoluta confianza de Raúl Castro como el Ministro del Interior, General Abelardo Colomé y otros militares de alto rango permanecerán en posiciones cimeras. No ocurre una liberalización limitada ni se expanden la competencia y la participación democrática. Actores anti-democráticos (“duros,” “intransigentes”) reubicados en la “nueva cúpula” re-estabilizan el régimen, marcando el compás continuista. Inmediatamente los medios de comunicación difunden la idea que la Revolución sigue en marcha bajo un gobierno debidamente constituído.
Superado el cambio de mando de un Castro a otro, en su segunda fase el embrión de dictablanda llena el vacío, crece paulatinamente y se dispone a contener o reprimir instancias de autogestión democrática que logren articularse (Schmitter, 1995). Se frustra así la expectativa de una apertura similar a lo que ocurrió en el Cono Sur al final de las dictaduras militares y en Europa Central en 1989-91.
Proceder en esa forma permite a los sucesores decirle al pueblo y a la opinion pública internacional que respetando la constitución, el primer Vice Presidente del Consejo de Estado, Raúl Castro, asume la presidencia. El objetivo fundamental de esta sucesión pactada es permitir que el triángulo estratégico abroquelado por sectores tecnocráticos y burocráticos, el partido Comunista y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) reconfigure sus posiciones sin perder su dominio. Un segundo objetivo es reducir la probabilidad de una confrontación que termine con el peor resultado: Rumanía.
Bien conocidas son las experiencias devastadoras sufridas por la nomenclatura en los antiguos “regímenes fraternales,” cosa que difícilmente se repetirá en Cuba (Goodwin, 2003; Goldstone, 2003). Una lucha fratricida sería costosíma para las partes involucradas. Suchlicki señala que “lo más probable es (que si surge una lucha por el poder) esa lucha tuviera lugar dentro de las filas revolucionarias más que fuera de ellas” (Suchlicki, 2002). Evitar la rumanización de la sucesión a toda costa conduce a una salida previamente concertada donde las élites distribuyen entre sí parcelas de recursos, influencia y poder. No proceden con la democratización.
En resumen, continuar con el patrón vertical en el ejercicio del poder central, prescindiendo de una apertura política y rechazando reformas al sistema que quiebren las reglas del juego. A corto plazo esa es la sucesión que más satisface los intereses objetivos de las élites estratégicas. Es la antesala a una dictablanda . Así los sucesores mantienen la integridad del sistema y potencian expectativas sobre el ascenso no muy lejano de sectores jóvenes anteriormente excluídos por la vieja guardia. Bien conocida por “el reformista” Raúl Castro, es una fórmula muy ensayada de como ganarse el entusiasmo y la lealtad de los cuadros intermedios y de aspirantes en niveles más bajos.
Los objetivos de la coalición triunfadora no serán repudiar el castrismo, reconocer “errores históricos,” brindarle la mano a la oposición pacífica y civilista dentro del país, desmantelar el sistema y comprometerse con la soñada y cacareada “reconciliación nacional.” Al contrario, con la arrogancia que caracteriza su conducta hasta el presente, las élites reaccionarias optarán por reivindicar el pasado, apropiándose del simbolismo que todavía articula a algunos estratos populares con la Revolución. El nuevo “discurso” elevará la retórica hiper-nacionalista y anti-imperialista a niveles inauditos, dejando claro que la soberanía no está en juego. Con esas y otras medidas los revolucionarios y sucesores del supremo guía Fidel intentan revivificar la Gloria de 1959 y salvar La Patria por segunda vez.
Posteriormente, una redefinición de la relación Estado/Sociedad ampliaría el papel de sectores “post-revolucionarios” y podría incluir grupos desafectos o hasta de oposición moderada que acepten la dictablanda . Un modelo autoritario que limite la competencia política, y sea más flexible que el modelo de partido único puede viabilizarse con la participación restringida de actores de la sociedad civil. En vez de legitimarse con el carisma aglutinante de un caudillo fundador o con el igualitarismo , el sistema dependerá del legado simbólico de la Revolución y del nivel de representatividad que logre el modelo post-totalitario (Mujal-León y Busby, 2001).
La Sucesión y la Clase Dirigente
La clase política “revolucionaria” socializada bajo el castrismo no se siente obligada a propiciar una apertura poítica que aumente el riesgo de ser desplazada. Bien servida con el sistema de “ordena y mando” y sientiéndose capacitada para administrarlo, no responde a intereses ajenos ni foráneos, sino a los suyos objetivamente sopesados. Por su falta de visión democrática y debido a la unanimidad de criterio infundido durante 46 años de paternalismo y obediencia, la idea del “bien común” no es el móvil de su conducta. En este trabajo demuestro que “los útimos castristas” (Alfonso, 1998) no identifican la democracia competitiva como el único sistema que podría satisfacer sus intereses de clase. No es prioritario para las élites satisfacer las expectativas de una sociedad fosilizada.
El argumento que esta “oligarquía verde olivo” (una frase célebre del genial historiador Rafael Rojas) se prepara para democratizar el país peca de un optimismo insólito. No puede reinventarse y tutelar un orden democrático, careciendo de experiencia previa dentro de un sistema pluralista donde varios partidos compitan por el apoyo popular, la crítica se respete y la oposición posea derechos y represente una alternativa al gobierno de turno.
Como clase dirigente se incubó con la intolerancia, el servilismo y las consignas totalitarias que definen la cultura política del castrismo. Veneró al Mesías, aplaudió la “unidad” como valor supremo, no denunció las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y se sirvió de la “doble moral” como patrón de conducta rentable en un sistema que constantemente exige muestras de lealtad. Su complicidad con lo indefendible la corrompió.
Si la renovación democrática del país no se vislumbra a corto o mediano plazo, no hay razón para confiarle la democratización a la clase dirigente que prosperó con el castrismo. Asumir que esa clase es capaz de recapacitar dilata indefinidamente la transición a un estado de derecho con instituciones democráticas. Al hacer prevalecer sus intereses orgánicos y voluntad continuista sobre los intereses de la nación, la clase dirigente demuestra una vez más que no está comprometida con un proceso de cambio político. Si respalda la sucesión continuista queda inhabilitada como propulsor(a) de la democratización.
Conclusión
La supervivencia de sectores en posiciones privilegiadas y de la propia oligarquía prebendalista depende absolutamente de su dominio del nuevo orden político. Los sucesores de Fidel Castro difícilmente cederán ante la necesidad inocultable de comenzar un proceso de cambios fundamentales en el modelo de gobierno y sociedad. Se proponen evitar los errores de los desaparecidos “partidos fraternales” para no caer en el basurero de la historia junto a las élites barridas por las “revoluciones democráticas” del antiguo mundo comunista. Defienden su protagonismo y se sienten seguros de perpetuarse en el poder.
Sin la apertura democrática, la sucesión a Fidel Castro se desmarca de otros casos en el fenecido mundo comunista y en América Latina. Cumpliendo pactos previamente concertados desconocidos por el pueblo y el mundo, las élites sucesoras preparan su círculo alrededor del Hermano Sucesor. Así controlan el proceso y neutralizan alguna tendencia reformista-democrática que surja (de las tinieblas) y desafíe su esquema continuista.
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Sobre el Autor
Juan M. del Aguila , Profesor Titular/Asociado de Ciencia Política en la Universidad de Emory, Atlanta, Georgia, EE.UU. El Dr. del Aguila recibió su doctorado en Ciencia Política de La Universidad de Carolina del Norte, EE.UU. en 1979. Su libro, Dilemas de una Revolución , fue publicado en 1984. La tercera edición fue publicada en 1994. El ha publicado docenas de artículos en diarios académicos, capítulos en libros académicos y revisiones de libros. Durante su carrera, el ha dado conferencias en muchas universidades en varios países de América Latina y el Caribe. En la Universidad de Emory el enseña clases, incluyendo de postgrado, sobre Política en Latino América, Política Comparativa, Democracia en Latino América y Revoluciones Latino Americanas.
* Aldana fue Director del Departamento de Orientación Revolucionaria y miembro del Buró Político del partido Comunista. Al ser vinculado a un escándalo de corrupción fue destituído en 1992. El Ministro de Transporte Torralba “cayó” en medio del escándalo Ochoa-LaGuardia en 1989. Robaina fue despedido como Ministro de Relaciones Exteriores en1999 por“errores en su trabajo,” un eufemismo que oculta el trasfondo político del caso (del Aguila, 1994)