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Sudán: acechado por sus fantasmas tras un nuevo golpe | CADAL

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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos

03-11-2021

Sudán: acechado por sus fantasmas tras un nuevo golpe

La intervención militar en la política del país es usual y el golpe del 25 de octubre rompió un equilibrio muy delicado. En suma, Sudán ha vivido más en guerra civil y entre intentonas de golpes y efectivos que en democracia. Esta última sigue siendo una deuda pendiente ante una sociedad que en su mayoría parece haber aprendido una valiosa lección desde finales de 2018, no tolerar más dictaduras ni violencia estatal y salir a las calles en forma contundente cuando ve avasalladas sus libertades y el bolsillo aprieta.
Por Omer Freixa
Sudán: acechado por sus fantasmas tras un nuevo golpe

El General Abdelfatah al-Burhan tomó el último impulso para interrumpir, previsiblemente, una transición que llevaba dos años y medio en un país castigado con antelación por 30 años de una de las dictaduras recientes más brutales, la del autócrata Omar al-Bashir, un personaje con pedidos de captura internacional por delitos como genocidio y de guerra, con el cual Burhan cooperó para luego ser el líder de una transición tensa y compartida entre civiles y militares. A Bashir le llegó su hora cuando militares lo obligaron a presentar la renuncia en abril de 2019 tras una intensa presión popular que puso fin a una dictadura iniciada en 1989 y se haría sentir de nuevo con fuerza en estos últimos días.

El último 25 de octubre anunció la llegada definitiva de los militares al poder sudanés, la deposición y el arresto del Primer Ministro Abdalla Hamdok junto a su esposa y otros miembros del gabinete. A las pocas horas los golpistas informaron que el detenido se hallaba en el domicilio de Burhan por razones de seguridad y él prometió que sería devuelto en breve a su hogar, lo que cumplió. En gran parte debido al malhumor internacional que su movida generó, Burhan poco después comenzó a dar a conocer que lo ocurrido no se trató de un golpe y comenzaron las promesas y cierta línea de distensión, el retorno de Internet y la reapertura de vías de circulación así como la del aeropuerto internacional de la capital, Khartoum. Sin embargo, las masas pro gobierno civil desconfían de sus intenciones y las movilizaciones, a varios días del 25, no se detienen, recordando que más avanzado noviembre el gobierno de transición llegaría a su fin y el mando debía ser transferido finalmente a un gobierno civil. Pero lo acontecido a finales de octubre estaría modificando esa hoja de ruta.

Recepción

La reacción internacional no se hizo esperar. El repudio al golpe fue masivo entre los principales actores mundiales y exigieron el retorno a la normalidad. Este último interrumpe un proceso de transición a la democracia que entre sus logros deshizo los aspectos más oprobiosos de las tres décadas dictatoriales previas, como la islamización de la sociedad civil y la opresión que sufrieron las mujeres. Además, en materia de política exterior, Sudán había podido salir del status de paria que se granjeó al cobijar al terrorismo internacional (como en su momento lo hiciera albergando a Osama Bin Laden), acercándose a los Estados Unidos o a Israel. En efecto, la primera medida estadounidense posgolpe fue congelar la ayuda internacional en un país sumamente dependiente de la cooperación externa ante sus flaquezas estructurales. Washington se acercó para dialogar con el golpista quien prometió una salida pacífica a la crisis junto a la promesa de elecciones nacionales en año y medio. Pero, mientras tanto, en las calles el descontento es visible. Al menos diez muertes producto de la represión de las protestas de masas movilizadas en defensa de la democracia y el proceso de transición. Pero también el bando militar tiene sus apoyos. Por ejemplo, previo al golpe, manifestantes se congregaron en apoyo a Burhan y una rama civil apoyó su golpismo más tarde.

Sin embargo, a diferencia de Naciones Unidas, los Estados Unidos, la Unión Europea y la Unión Africana, hubo actores que si, al menos, no saludaron el golpe no lo condenaron, como Israel, Arabia Saudita, Egipto y los Emiratos Árabes. Estos alineamientos son novedad de la época de transición y hablan a las claras de un papel más protagónico de Sudán en la esfera regional. En el caso del vecino del norte, El Cairo ha encontrado en Khartoum un aliado fundamental para reclamar en el pleito por las aguas del Río Nilo debido al proyecto colosal de la Gran Represa del Renacimiento Etíope que ambas naciones ven como una amenaza. Egipto necesita un apoyo más decidido de Sudán para reforzar sus reclamos frente al gobierno etíope y Burhan parece partidario de una política mucho más agresiva frente a los pleitos limítrofes que su país sostiene frente a Addis Ababa. El Cairo ve con simpatía un aliado fuerte, pese a que los conflictos sudaneses estén bien lejos de resolverse (caso Darfur), frente a un rival que en estos momentos atraviesa las complicaciones propias de sustentar un proyecto federal en la segunda y tan diversa nación más poblada de África. Solo la crisis en Tigray compone un buen botón de muestra de la fragilidad etíope, aunque Addis Ababa tiene peso para imponer sus demandas en la región.

Por su parte, dos poderes inmensos como China y Rusia no han desaprobado lo realizado por Burhan y su facción. Si bien luego la primera ha llamado a la reconciliación entre las partes involucradas en la transición pues Hamdok declaró que no se reconocería el gobierno golpista y mostró predisposición de continuar con la transición. Moscú tiene intereses geoestratégicos y militares ante el avance de la idea de establecer una importante base naval en la costa sudanesa del Mar Rojo.

Problemas estructurales

El golpe del 25 da cuenta de cuestiones esenciales en la realidad sudanesa. El 21 de septiembre pasado se desmanteló un intento golpista perpetrado, se supone, por simpatizantes del derrocado en 2019 Bashir. Entonces, lo sucedido a poco más de un mes después no debiera sorprender. La delicada convivencia entre civiles y militares en una fórmula algo incómoda se terminó de quebrar. En sí, una economía recalentada nunca será un buen marco para relaciones desprovistas de conflictividad. A finales de 2018 la dictadura de Bashir comenzó a atravesar sus últimos y más críticos momentos por una variable económica básica: el aumento del precio del pan. La situación no ha mejorado y la mayoría de la población de un país empobrecido lucha a diario contra una economía nada amigable. En 2020 la inflación anual acumulada se ubicó en el 160%, convirtiendo al país en el de tercera peor marca en ese indicador tan fundamental, mientras el PBI, también consecuencia de la pandemia, se contrajo un 1,6% según datos del Banco Mundial. La economía sudanesa aún padece los efectos de un hecho histórico decisivo ocurrido hace poco más de una década. Cuando Sudán del Sur, con el que Khartoum mantuvo malas relaciones y dos prolongadas guerras civiles (1955-1972 y 1983-2005), declaró su independencia, el norte perdió cerca de las tres cuartas partes de su producción petrolera, una fuga muy difícil de compensar.

Si el golpe del 25 de octubre interrumpe un equilibrio delicado, otro problema es la seguridad interna del país. La crisis en la región de Darfur (limítrofe con Chad), iniciada en 2003 junto a la respuesta de Bashir que generó un genocidio con más de 300.000 víctimas, constituye una región inestable cuya problemática no se ha solucionado tras la salida del dictador. Pero también hay otros focos conflictivos, como en Kordofán del Sur, además de tensiones limítrofes internacionales con Sudán del Sur y Etiopía.

En suma, Sudán ha vivido más en guerra civil y entre intentonas de golpes y efectivos que en democracia. Esta última sigue siendo una deuda pendiente ante una sociedad que en su mayoría parece haber aprendido una valiosa lección desde finales de 2018, no tolerar más dictaduras ni violencia estatal y salir a las calles en forma contundente cuando ve avasalladas sus libertades y el bolsillo aprieta. Algunos sectores temen que Gurhan termine emulando en Sudán la experiencia egipcia de la cual el resultado fue, a partir de 2013, un régimen autocrático conducido por el presidente Abdelfatah al-Sisi, producto final de las mal llamadas “Primaveras Árabes” a más de diez años. Sin embargo, la situación de la sociedad civil parece ser más fuerte en Sudán y los militares estarían más a raya que en el caso de Egipto. Será cuestión de espera.

Omer Freixa
Omer Freixa
Consejero Consultivo
Magíster en Diversidad Cultural y especialista en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Licenciado y profesor en Historia, graduado en la Universidad de Buenos Aires. Investigador, docente y escritor. Autor del sitio web www.omerfreixa.com.ar. Colaborador freelance en sitios locales y españoles.
 
 
 

 
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