Artículos
Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
El estado de los derechos humanos en Sudán
Observamos en Sudán la inestable convivencia de una sociedad muy diversa en términos étnicos, religiosos, y culturales, con un régimen autocrático que no solamente ha intentado islamizar y arabizar el país, sino que ha desatendido regiones enteras, generalmente con poblaciones no árabe-musulmanas.Por Facundo González Sembla
Sudán es posiblemente un buen ejemplo de la situación de muchos países africanos que, a pesar de atravesar situaciones de gran vulnerabilidad e inestabilidad, éstas difícilmente llegan a ser conocidas por la opinión pública.
Desde hace 28 años el país norafricano es gobernado por Omar Hassan al-Bashir, quien tomó el poder a través de un golpe de Estado en 1989, y ha logrado conservarlo haciéndose elegir y reelegir como presidente en elecciones llenas de irregularidades. En Sudán no solamente se impide a los partidos opositores realizar actividades públicas, sino que también se han dispersado protestas contra el gobierno, disparando a los manifestantes. Además, en lo referido a la libertad de prensa, el régimen no ha titubeado en arrestar periodistas, confiscar ediciones de diarios, e incluso cerrarlos. De acuerdo al Reporte Anual 2017 de Amnistía Internacional sobre Sudán, a lo largo de 2016 en 44 ocasiones se confiscaron las ediciones de 12 diarios distintos, y solamente en agosto de ese año se suspendieron 4 periódicos por tiempo indefinido.
Por otro lado, según denuncia Human Rights Watch el Servicio Nacional de Inteligencia y Seguridad (NISS según sus siglas en inglés), posee amplios poderes como para combatir amenazas políticas y sociales que se ciernan sobre el país, lo cual le permite arrestar a individuos hasta cuatro meses y medio sin una orden judicial, e incluso recurrir a la tortura.
Desde sus inicios, el gobierno de Omar al-Bashir se presentó como el primer régimen islamista del mundo sunita, lo cual ha demostrado con su aplicación de la ley islámica, o Sharia, así como con su apuesta por islamizar un país con una sociedad tan heterogénea, tanto en términos étnicos como religiosos, como lo es Sudán. Así las cosas, no es de sorprender que el régimen de al-Bashir se enfrente a grupos insurgentes en tres regiones distintas del país, a saber: Darfur, Kordofán del Sur, y el Nilo Azul.
En relación a la situación de Kordofán del Sur y el Nilo Azul, si bien desde este Observatorio ya hemos dedicado un artículo completo para el análisis del conflicto, podemos decir que allí el régimen de al-Bashir se enfrenta a las fuerzas rebeldes del Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés – Norte (SPLA-N según sus siglas en inglés).
En segundo lugar, y en referencia al estado de cosas en Darfur, entre los meses de enero y septiembre de 2016 el ejército sudanés lanzó una ofensiva sobre la localidad de Jebel Marra, un bastión de los grupos rebeldes en al centro de la región. De acuerdo a las estimaciones de Human Rights Watch, a lo largo de esta ofensiva se cometieron toda clase de atropellos contra la población civil, desde asesinatos y violaciones, hasta el saqueo y destrucción de aldeas, granos y ganado, lo cual habría forzado a unas 190.000 personas a abandonar sus hogares. Además, el empeño del régimen por bloquear lo más posible el accionar de la UNAMID, el cuerpo de paz de las Naciones Unidas y la Unión Africana en Darfur, le ha dificultado a la población el acceso a ayuda humanitaria.
Un dato inquietante de la ofensiva sobre Jebel Marra, fue revelado por Amnistía Internacional al denunciar el uso de armas químicas por parte del ejército sudanés durante el transcurso de las operaciones militares. Las investigaciones realizadas por la mencionada organización permitieron registrar unos 30 probables ataques, los cuales habrían dañado o destruido unas 171 aldeas, causando entre unas 200 y 250 muertes, así como incontables heridos que, dada la situación del conflicto, no pudieron acceder a la atención médica necesaria para sanar de forma adecuada.
De lo dicho en los párrafos anteriores observamos en Sudán la inestable convivencia de una sociedad muy diversa en términos étnicos, religiosos, y culturales, con un régimen autocrático que no solamente ha intentado islamizar y arabizar el país, sino que ha desatendido regiones enteras, generalmente con poblaciones no árabe-musulmanas. Es tal vez esta divergencia, sumada a la absoluta precariedad en la cual la población está sumida, la que hace de Sudán un lugar propenso a la inestabilidad política, y a la prolongación en el tiempo de los conflictos armados que asolan el interior del país.
Facundo González Sembla
Sudán es posiblemente un buen ejemplo de la situación de muchos países africanos que, a pesar de atravesar situaciones de gran vulnerabilidad e inestabilidad, éstas difícilmente llegan a ser conocidas por la opinión pública.
Desde hace 28 años el país norafricano es gobernado por Omar Hassan al-Bashir, quien tomó el poder a través de un golpe de Estado en 1989, y ha logrado conservarlo haciéndose elegir y reelegir como presidente en elecciones llenas de irregularidades. En Sudán no solamente se impide a los partidos opositores realizar actividades públicas, sino que también se han dispersado protestas contra el gobierno, disparando a los manifestantes. Además, en lo referido a la libertad de prensa, el régimen no ha titubeado en arrestar periodistas, confiscar ediciones de diarios, e incluso cerrarlos. De acuerdo al Reporte Anual 2017 de Amnistía Internacional sobre Sudán, a lo largo de 2016 en 44 ocasiones se confiscaron las ediciones de 12 diarios distintos, y solamente en agosto de ese año se suspendieron 4 periódicos por tiempo indefinido.
Por otro lado, según denuncia Human Rights Watch el Servicio Nacional de Inteligencia y Seguridad (NISS según sus siglas en inglés), posee amplios poderes como para combatir amenazas políticas y sociales que se ciernan sobre el país, lo cual le permite arrestar a individuos hasta cuatro meses y medio sin una orden judicial, e incluso recurrir a la tortura.
Desde sus inicios, el gobierno de Omar al-Bashir se presentó como el primer régimen islamista del mundo sunita, lo cual ha demostrado con su aplicación de la ley islámica, o Sharia, así como con su apuesta por islamizar un país con una sociedad tan heterogénea, tanto en términos étnicos como religiosos, como lo es Sudán. Así las cosas, no es de sorprender que el régimen de al-Bashir se enfrente a grupos insurgentes en tres regiones distintas del país, a saber: Darfur, Kordofán del Sur, y el Nilo Azul.
En relación a la situación de Kordofán del Sur y el Nilo Azul, si bien desde este Observatorio ya hemos dedicado un artículo completo para el análisis del conflicto, podemos decir que allí el régimen de al-Bashir se enfrenta a las fuerzas rebeldes del Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés – Norte (SPLA-N según sus siglas en inglés).
En segundo lugar, y en referencia al estado de cosas en Darfur, entre los meses de enero y septiembre de 2016 el ejército sudanés lanzó una ofensiva sobre la localidad de Jebel Marra, un bastión de los grupos rebeldes en al centro de la región. De acuerdo a las estimaciones de Human Rights Watch, a lo largo de esta ofensiva se cometieron toda clase de atropellos contra la población civil, desde asesinatos y violaciones, hasta el saqueo y destrucción de aldeas, granos y ganado, lo cual habría forzado a unas 190.000 personas a abandonar sus hogares. Además, el empeño del régimen por bloquear lo más posible el accionar de la UNAMID, el cuerpo de paz de las Naciones Unidas y la Unión Africana en Darfur, le ha dificultado a la población el acceso a ayuda humanitaria.
Un dato inquietante de la ofensiva sobre Jebel Marra, fue revelado por Amnistía Internacional al denunciar el uso de armas químicas por parte del ejército sudanés durante el transcurso de las operaciones militares. Las investigaciones realizadas por la mencionada organización permitieron registrar unos 30 probables ataques, los cuales habrían dañado o destruido unas 171 aldeas, causando entre unas 200 y 250 muertes, así como incontables heridos que, dada la situación del conflicto, no pudieron acceder a la atención médica necesaria para sanar de forma adecuada.
De lo dicho en los párrafos anteriores observamos en Sudán la inestable convivencia de una sociedad muy diversa en términos étnicos, religiosos, y culturales, con un régimen autocrático que no solamente ha intentado islamizar y arabizar el país, sino que ha desatendido regiones enteras, generalmente con poblaciones no árabe-musulmanas. Es tal vez esta divergencia, sumada a la absoluta precariedad en la cual la población está sumida, la que hace de Sudán un lugar propenso a la inestabilidad política, y a la prolongación en el tiempo de los conflictos armados que asolan el interior del país.