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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
¿El final de un sistema internacional?
Es cierto que Naciones Unidas ha sido un sistema internacional agujereado desde el primer día, pero también es cierto que en otras épocas la seguidilla de acontecimientos que se han presenciado en los últimos años no habría ocurrido.Por Pablo Brum
Durante la Segunda Guerra Mundial murieron más de sesenta millones de personas. Una vez finalizada, la coalición de países vencedores fundó la Organización de las Naciones Unidas con múltiples objetivos: evitar el retorno del “flagelo de la guerra”, impedir que ocurriese otro genocidio y universalizar los derechos humanos, principalmente a través de la Declaración Universal. El sistema político internacional pasó a estar centrado en esos principios, con la ONU como gran pilar de soporte. Aunque se encontraba enclenque por numerosos embates, este sistema quizá haya terminado formalmente el pasado lunes 20 de abril de 2009.
Es que ese día, Naciones Unidas cumplió con las peores expectativas que se tenían de ella y quizá incluso las excedió. La imagen definitiva de este momento es la del “Presidente” de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, dirigiéndose a un plenario en el recinto de la Asamblea General en Ginebra, con el Secretario General de la organización, Ban Ki-moon, sentado a sus espaldas. No fue la primera vez que se dio un incidente así, pero esta instancia fue particularmente simbólica.
Existen muchas razones por las que este incidente fosiliza una época. La primera es la ocasión: la Conferencia de Examen de Durban (CED), un evento de Naciones Unidas dedicado en teoría a evaluar el “racismo, la xenofobia y otras formas de intolerancia”. El orador de mayor rango invitado a hablar en el evento fue el presidente de un país que ejecuta a menores de edad, prohíbe a las mujeres tener los mismos derechos que los hombres y financia acciones terroristas, además de perseguir a minorías étnicas y religiosas.
La segunda razón es la fecha. Mientras que en Ginebra se realizaba una conferencia plagada de antisemitismo, que incluyó agresiones abiertas a miembros judíos de ONGs participantes, en Israel y otras partes del mundo se recordaba la Shoah, el genocidio europeo de aproximadamente seis millones de judíos. Hasta el día de hoy es la mayor tragedia humana de la que se tiene memoria. El veinte de abril es, además, el día del cumpleaños de Adolf Hitler – una fecha favorita de los neonazis de todo el mundo.
La tercera razón es que la estrella del evento, Ahmadinejad, no es solamente un destructor de los derechos humanos en su país. Su intención es también violar los derechos humanos de personas en otros países, yendo directamente al de la vida. Desde 2005 se conocen las declaraciones antisemitas y llamados al genocidio de esta persona, por lo que para esta ocasión en 2009 todo el planeta sabía en qué consiste la ideología totalitaria de su régimen. Sin embargo, un hombre que propone abiertamente la eliminación de un estado miembro de la organización –algo que está terminantemente prohibido en su documento fundador, la Carta- resultó ser el principal portavoz del sistema internacional, de las naciones unidas como colectividad.
La cuarta razón por la que éste sea quizá el momento donde la ONU pasa a la irrelevancia es la indiferencia del mundo ante lo recién descrito. Desde un punto de vista estadístico, Ahmadinejad se llevó una gran victoria. Todas las dictaduras del mundo apoyaron su alocución y las posiciones de su gobierno en la ONU. Además, muchas democracias dudosas o inmaduras también adhirieron con ganas a los inaceptables planteos sobre la libertad de expresión, el racismo y el antisemitismo que plagaron la conferencia. Por último, la reserva final de decencia en el mundo –las democracias- se dividió en tres.
Una parte –mayoritaria- no expresó ningún tipo de oposición al escándalo generalizado que fue la Conferencia, ni se pronunció de ninguna manera contra Ahmadinejad. En este grupo se encuentran las democracias latinoamericanas, que salvo gestos vacíos posteriores al hecho, se mantuvieron inmóviles. Otra parte realizó el patético acto “simbólico” de levantarse de sus asientos y abandonar el recinto cuando Ahmadinejad llegó a las partes “no moderadas” de su discurso. Este grupo está integrado por una gran cantidad de democracias europeas.
Por último, apenas un puñado de países tomó la decisión de boicotear todo el proceso y directamente no asistir al circo pogromista de Ginebra. Es decir que en un total de 192 gobiernos, solamente diez entendieron correctamente lo que estaba pasando. Vale la pena rescatar los nombres de esos países que, en distintos grados, se rehusaron a legitimar un espectáculo que se veía venir desde hacía tiempo: Canadá, Estados Unidos, Holanda, Alemania, Italia, Polonia, República Checa, Israel, Australia y Nueva Zelanda.
Al fracaso de Naciones Unidas en organizar una conferencia en torno a un tema que debería ser de acuerdo universal, como es la lucha contra el racismo, se oponen acciones que corren por fuera de ese sistema. Una de ellas se dio el domingo 19, apenas horas antes de la CED. A través de la gestión de la influyente ONG UN Watch, una coalición de organizaciones civiles realizó su propio evento para tratar temas como la intolerancia y los derechos individuales. Se organizó alrededor de paneles de víctimas del terror estatal, ex prisioneros políticos, sobrevivientes de genocidio y expertos del mundo jurídico y periodístico.
La Cumbre de Ginebra por los Derechos Humanos, la Tolerancia y la Democracia, como se denominó al evento, destacó por la participación de activistas iraníes –particularmente relevante por la grotesca presencia de Ahmadinejad en la ciudad- y de víctimas de los genocidios rwandés y darfurí. Entre las situaciones problemáticas de derechos humanos que se cubrieron con testimonios directos se incluyeron las de Cuba, Venezuela, Belarus, Libia, Egipto y Myanmar. El contraste con las estériles deliberaciones de la ONU en la semana siguiente fue intenso. Estos hechos específicos a un tema y a lo acontecido en Ginebra sirven para considerar en términos más amplios el papel de la ONU en la era actual.
Es cuando los integrantes de un sistema dejan de creer en él que su campana de defunción está sonando. Al no creer en la validez de un sistema, ¿por qué respetarlo? Es cierto que Naciones Unidas ha sido un sistema internacional agujereado desde el primer día, pero también es cierto que en otras épocas la seguidilla de acontecimientos que se han presenciado en los últimos años no habría ocurrido. Está claro que países como Estados Unidos, con la guerra en Iraq por citar un ejemplo reciente, no respetaron el sistema ONU. También se sabe desde hace tiempo que la Organización paradójicamente ha hecho su mejor trabajo en áreas en las cuales no se planeaba en 1945 que se inmiscuyese, como el cuidado de refugiados y niños, los patrimonios culturales, la coordinación de acciones sanitarias mundiales o de las áreas aeronáutica, naval y meteorológica. Por otra parte, las principales tareas de la ONU en organismos como el Consejo de Seguridad y la Asamblea General han fracasado una y otra vez, principalmente por la naturaleza misma de las relaciones internacionales.
Es tal la erosión de las Naciones Unidas, y por lo tanto el interés en respetarla, que ahora es posible sostener dentro de la propia organización y en presencia de su Secretario General que uno de sus miembros debe ser anulado como un error histórico. El mundo se había convencido a sí mismo de que el antisemitismo pasaría a ser un mal recuerdo del pasado, gracias al trauma de la Shoah, la creación de un sistema anti-genocidio como la ONU y la creación de Israel. Hoy en día es moneda común la negación del genocidio de 1939–1945, la falta de credibilidad de la ONU y los intentos por aniquilar a Israel. Es quizá este el momento que se verá en retrospectiva como aquel en que la puja entre la ONU por ordenar al mundo y la maldad humana por dominarlo conoció su vencedor.
En conclusión, el experimento denominado Naciones Unidas, según sus propios parámetros fundadores, no llegó a durar sesenta y cinco años. Superó notoriamente a su predecesora, la Sociedad de Naciones, pero colapsó exhausta en el mismo recinto en el que ésta funcionó: el Palais des Nations de Ginebra.
Pablo Brum es Investigador Asociado del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
Pablo BrumInvestigador Asociado del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL). Es licenciado en Estudios Internacionales por la Universidad ORT, Uruguay. Entre sus publicaciones en CADAL se encuentran: “El Examen Periódico Universal: Oportunidad inesperada en el Consejo de Derechos Humanos”, “Evaluando a la Alta Comisionada de Derechos Humanos de Naciones Unidas”; y “Rogue States: Acerca de un concepto interesante y su aplicación a América Latina”.
Durante la Segunda Guerra Mundial murieron más de sesenta millones de personas. Una vez finalizada, la coalición de países vencedores fundó la Organización de las Naciones Unidas con múltiples objetivos: evitar el retorno del “flagelo de la guerra”, impedir que ocurriese otro genocidio y universalizar los derechos humanos, principalmente a través de la Declaración Universal. El sistema político internacional pasó a estar centrado en esos principios, con la ONU como gran pilar de soporte. Aunque se encontraba enclenque por numerosos embates, este sistema quizá haya terminado formalmente el pasado lunes 20 de abril de 2009.
Es que ese día, Naciones Unidas cumplió con las peores expectativas que se tenían de ella y quizá incluso las excedió. La imagen definitiva de este momento es la del “Presidente” de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, dirigiéndose a un plenario en el recinto de la Asamblea General en Ginebra, con el Secretario General de la organización, Ban Ki-moon, sentado a sus espaldas. No fue la primera vez que se dio un incidente así, pero esta instancia fue particularmente simbólica.
Existen muchas razones por las que este incidente fosiliza una época. La primera es la ocasión: la Conferencia de Examen de Durban (CED), un evento de Naciones Unidas dedicado en teoría a evaluar el “racismo, la xenofobia y otras formas de intolerancia”. El orador de mayor rango invitado a hablar en el evento fue el presidente de un país que ejecuta a menores de edad, prohíbe a las mujeres tener los mismos derechos que los hombres y financia acciones terroristas, además de perseguir a minorías étnicas y religiosas.
La segunda razón es la fecha. Mientras que en Ginebra se realizaba una conferencia plagada de antisemitismo, que incluyó agresiones abiertas a miembros judíos de ONGs participantes, en Israel y otras partes del mundo se recordaba la Shoah, el genocidio europeo de aproximadamente seis millones de judíos. Hasta el día de hoy es la mayor tragedia humana de la que se tiene memoria. El veinte de abril es, además, el día del cumpleaños de Adolf Hitler – una fecha favorita de los neonazis de todo el mundo.
La tercera razón es que la estrella del evento, Ahmadinejad, no es solamente un destructor de los derechos humanos en su país. Su intención es también violar los derechos humanos de personas en otros países, yendo directamente al de la vida. Desde 2005 se conocen las declaraciones antisemitas y llamados al genocidio de esta persona, por lo que para esta ocasión en 2009 todo el planeta sabía en qué consiste la ideología totalitaria de su régimen. Sin embargo, un hombre que propone abiertamente la eliminación de un estado miembro de la organización –algo que está terminantemente prohibido en su documento fundador, la Carta- resultó ser el principal portavoz del sistema internacional, de las naciones unidas como colectividad.
La cuarta razón por la que éste sea quizá el momento donde la ONU pasa a la irrelevancia es la indiferencia del mundo ante lo recién descrito. Desde un punto de vista estadístico, Ahmadinejad se llevó una gran victoria. Todas las dictaduras del mundo apoyaron su alocución y las posiciones de su gobierno en la ONU. Además, muchas democracias dudosas o inmaduras también adhirieron con ganas a los inaceptables planteos sobre la libertad de expresión, el racismo y el antisemitismo que plagaron la conferencia. Por último, la reserva final de decencia en el mundo –las democracias- se dividió en tres.
Una parte –mayoritaria- no expresó ningún tipo de oposición al escándalo generalizado que fue la Conferencia, ni se pronunció de ninguna manera contra Ahmadinejad. En este grupo se encuentran las democracias latinoamericanas, que salvo gestos vacíos posteriores al hecho, se mantuvieron inmóviles. Otra parte realizó el patético acto “simbólico” de levantarse de sus asientos y abandonar el recinto cuando Ahmadinejad llegó a las partes “no moderadas” de su discurso. Este grupo está integrado por una gran cantidad de democracias europeas.
Por último, apenas un puñado de países tomó la decisión de boicotear todo el proceso y directamente no asistir al circo pogromista de Ginebra. Es decir que en un total de 192 gobiernos, solamente diez entendieron correctamente lo que estaba pasando. Vale la pena rescatar los nombres de esos países que, en distintos grados, se rehusaron a legitimar un espectáculo que se veía venir desde hacía tiempo: Canadá, Estados Unidos, Holanda, Alemania, Italia, Polonia, República Checa, Israel, Australia y Nueva Zelanda.
Al fracaso de Naciones Unidas en organizar una conferencia en torno a un tema que debería ser de acuerdo universal, como es la lucha contra el racismo, se oponen acciones que corren por fuera de ese sistema. Una de ellas se dio el domingo 19, apenas horas antes de la CED. A través de la gestión de la influyente ONG UN Watch, una coalición de organizaciones civiles realizó su propio evento para tratar temas como la intolerancia y los derechos individuales. Se organizó alrededor de paneles de víctimas del terror estatal, ex prisioneros políticos, sobrevivientes de genocidio y expertos del mundo jurídico y periodístico.
La Cumbre de Ginebra por los Derechos Humanos, la Tolerancia y la Democracia, como se denominó al evento, destacó por la participación de activistas iraníes –particularmente relevante por la grotesca presencia de Ahmadinejad en la ciudad- y de víctimas de los genocidios rwandés y darfurí. Entre las situaciones problemáticas de derechos humanos que se cubrieron con testimonios directos se incluyeron las de Cuba, Venezuela, Belarus, Libia, Egipto y Myanmar. El contraste con las estériles deliberaciones de la ONU en la semana siguiente fue intenso. Estos hechos específicos a un tema y a lo acontecido en Ginebra sirven para considerar en términos más amplios el papel de la ONU en la era actual.
Es cuando los integrantes de un sistema dejan de creer en él que su campana de defunción está sonando. Al no creer en la validez de un sistema, ¿por qué respetarlo? Es cierto que Naciones Unidas ha sido un sistema internacional agujereado desde el primer día, pero también es cierto que en otras épocas la seguidilla de acontecimientos que se han presenciado en los últimos años no habría ocurrido. Está claro que países como Estados Unidos, con la guerra en Iraq por citar un ejemplo reciente, no respetaron el sistema ONU. También se sabe desde hace tiempo que la Organización paradójicamente ha hecho su mejor trabajo en áreas en las cuales no se planeaba en 1945 que se inmiscuyese, como el cuidado de refugiados y niños, los patrimonios culturales, la coordinación de acciones sanitarias mundiales o de las áreas aeronáutica, naval y meteorológica. Por otra parte, las principales tareas de la ONU en organismos como el Consejo de Seguridad y la Asamblea General han fracasado una y otra vez, principalmente por la naturaleza misma de las relaciones internacionales.
Es tal la erosión de las Naciones Unidas, y por lo tanto el interés en respetarla, que ahora es posible sostener dentro de la propia organización y en presencia de su Secretario General que uno de sus miembros debe ser anulado como un error histórico. El mundo se había convencido a sí mismo de que el antisemitismo pasaría a ser un mal recuerdo del pasado, gracias al trauma de la Shoah, la creación de un sistema anti-genocidio como la ONU y la creación de Israel. Hoy en día es moneda común la negación del genocidio de 1939–1945, la falta de credibilidad de la ONU y los intentos por aniquilar a Israel. Es quizá este el momento que se verá en retrospectiva como aquel en que la puja entre la ONU por ordenar al mundo y la maldad humana por dominarlo conoció su vencedor.
En conclusión, el experimento denominado Naciones Unidas, según sus propios parámetros fundadores, no llegó a durar sesenta y cinco años. Superó notoriamente a su predecesora, la Sociedad de Naciones, pero colapsó exhausta en el mismo recinto en el que ésta funcionó: el Palais des Nations de Ginebra.
Pablo Brum es Investigador Asociado del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).