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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
¿Hay antídoto contra el autoritarismo?
(Infobae) Una democracia liberal se asienta en tres componentes esenciales: en un marco institucional en el que hay controles y equilibrios, en que entre los líderes políticos relevantes haya consenso en el respeto a los principios fundamentales, y en que la ciudadanía tenga incorporados los valores democráticos y del Estado de derecho. Se suele creer, con gran ingenuidad, que la educación formal es el antídoto que evita que las sociedades caigan en tentaciones autoritarias, pero las experiencias históricas nos exponen que esto solo no es suficiente.Por Ricardo López Göttig
(Infobae) Tras la ola de democratización en América Latina y el sur y este de Europa, se creyó ingenuamente que la democracia liberal y de mercado había triunfado definitivamente y que ya no habría retrocesos hacia regímenes autoritarios. Pero el auge de seudodemocracias que se esconden en elecciones de dudosa confiabilidad o el vendaval populista que viene azotado a América Latina en varios países, llevan a preguntarse si los cimientos de las democracias de la región son lo suficientemente estables.
Una democracia liberal se asienta en tres componentes esenciales: en un marco institucional en el que hay controles y equilibrios, en que entre los líderes políticos relevantes haya consenso en el respeto a los principios fundamentales, y en que la ciudadanía tenga incorporados los valores democráticos y del Estado de derecho. Se suele creer, con gran ingenuidad, que la educación formal es el antídoto que evita que las sociedades caigan en tentaciones autoritarias, pero las experiencias históricas nos exponen que esto solo no es suficiente.
La Alemania de entreguerras era un país culto cuando el nazismo llegó al poder, con grandes cimas en las ciencias, las artes, la filosofía y la tecnología, con los más altos niveles de alfabetización. En su vecina, Austria, la ciudad de Viena fue uno de los grandes centros culturales del mundo de principios del siglo XX. Allí vivieron y estudiaron Sigmund Freud, Eric Voegelin, Friedrich Hayek, Hans Kelsen, Alfred Schütz, Ludwig von Mises y Karl Popper. Pero también fue administrada por el alcalde antisemita Karl Lueger desde 1897 hasta 1910. Y fue en la capital de la monarquía danubiana en donde Adolf Hitler se nutrió de las corrientes antisemitas y racistas, tomando como modelo político a Lueger. La Francia de la Tercera República, laica y humanista, también fue el terreno en donde germinaron autores antisemitas y reaccionarios que luego difundieron sus ideas por el resto de Europa y América. El Imperio de Rusia, y luego Unión Soviética, era un país en el que había grandes científicos y literatos, artistas geniales y profundos.
Los creadores e intelectuales de enorme relevancia no surgieron de la nada, sino en medios en los que se cultivaron las artes y las ciencias, en donde había escuelas y universidades de primer nivel.
Pero tener una formación académica y artística no es un antídoto contra la tentación autoritaria. El escritor británico H. G. Wells admiró a Benito Mussolini y a Stalin, Ezra Pound declaró abiertamente su adhesión a Hitler y Mussolini. George Bernard Shaw y Romain Rolland viajaron a Moscú para demostrar su devoción a Stalin, en tiempos en que el régimen ejecutaba purgas criminales en forma masiva, envuelto en la paranoia persecutoria. G. B. Shaw llegó a justificar los crímenes de Stalin, al aseverando: “Nuestra pregunta no es matar o no matar, sino cómo seleccionar las personas correctas a matar”. Es a este tipo de razonamientos estremecedores al que se referirá el gran cuentista Rodolfo Wilcock, con su ironía magistral, en La sinagoga de los iconoclastas: “Los utopistas no reparan en medios; con tal de hacer feliz al hombre están dispuestos a matarle, torturarle, incinerarle, exiliarle, esterilizarle, descuartizarle, lobotomizarle, electrocutarle, enviarle a la guerra, bombardearle, etcétera: depende del plan. Reconforta pensar que, incluso sin plan, los hombres están y siempre estarán dispuestos a matar, torturar, incinerar, exiliar, esterilizar, descuartizar, bombardear, etcétera”.
Saber leer y escribir, tener conocimientos de ciencias y artes, o incluso alcanzar las cumbres del pensamiento, no son antídotos para no caer en las más aberrantes conductas autoritarias. ¿Qué es lo se puede hacer, entonces? Educar, sí, educar en los valores democráticos, humanistas y liberales, vivir y convivir en el respeto a la libertad, la diversidad y el pluralismo. Y en esto deben contribuir familias, escuelas, instituciones, partidos políticos, denominaciones religiosas, medios de comunicación y sociedad civil. Aun así, el resultado no está garantizado.
Fuente: Infobae (Buenos Aires, Argentina)
Ricardo López GöttigDirector del Instituto Václav Havel
Profesor y Doctor en Historia, egresado de la Universidad de Belgrano y de la Universidad Karlova de Praga (República Checa), respectivamente. Doctorando en Ciencia Política. Es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Belgrano, y profesor en las maestrías en Relaciones Internacionales de la UB y de la Universidad del Salvador. Fue profesor visitante en la Universidad Torcuato Di Tella, en la Universidad ORT Uruguay y en la Universidad de Pavía (Italia). Autor de los libros “Origen, mitos e influencias del antisemitismo en el mundo” (2019) y “Milada Horáková. Defensora de los derechos humanos y víctima de los totalitarismos” (2020), ambos publicados por CADAL y la Fundación Konrad Adenauer, entre otros. Fue Director de Museos y Preservación Patrimonial de la Provincia de Buenos Aires (2015-2019).
(Infobae) Tras la ola de democratización en América Latina y el sur y este de Europa, se creyó ingenuamente que la democracia liberal y de mercado había triunfado definitivamente y que ya no habría retrocesos hacia regímenes autoritarios. Pero el auge de seudodemocracias que se esconden en elecciones de dudosa confiabilidad o el vendaval populista que viene azotado a América Latina en varios países, llevan a preguntarse si los cimientos de las democracias de la región son lo suficientemente estables.
Una democracia liberal se asienta en tres componentes esenciales: en un marco institucional en el que hay controles y equilibrios, en que entre los líderes políticos relevantes haya consenso en el respeto a los principios fundamentales, y en que la ciudadanía tenga incorporados los valores democráticos y del Estado de derecho. Se suele creer, con gran ingenuidad, que la educación formal es el antídoto que evita que las sociedades caigan en tentaciones autoritarias, pero las experiencias históricas nos exponen que esto solo no es suficiente.
La Alemania de entreguerras era un país culto cuando el nazismo llegó al poder, con grandes cimas en las ciencias, las artes, la filosofía y la tecnología, con los más altos niveles de alfabetización. En su vecina, Austria, la ciudad de Viena fue uno de los grandes centros culturales del mundo de principios del siglo XX. Allí vivieron y estudiaron Sigmund Freud, Eric Voegelin, Friedrich Hayek, Hans Kelsen, Alfred Schütz, Ludwig von Mises y Karl Popper. Pero también fue administrada por el alcalde antisemita Karl Lueger desde 1897 hasta 1910. Y fue en la capital de la monarquía danubiana en donde Adolf Hitler se nutrió de las corrientes antisemitas y racistas, tomando como modelo político a Lueger. La Francia de la Tercera República, laica y humanista, también fue el terreno en donde germinaron autores antisemitas y reaccionarios que luego difundieron sus ideas por el resto de Europa y América. El Imperio de Rusia, y luego Unión Soviética, era un país en el que había grandes científicos y literatos, artistas geniales y profundos.
Los creadores e intelectuales de enorme relevancia no surgieron de la nada, sino en medios en los que se cultivaron las artes y las ciencias, en donde había escuelas y universidades de primer nivel.
Pero tener una formación académica y artística no es un antídoto contra la tentación autoritaria. El escritor británico H. G. Wells admiró a Benito Mussolini y a Stalin, Ezra Pound declaró abiertamente su adhesión a Hitler y Mussolini. George Bernard Shaw y Romain Rolland viajaron a Moscú para demostrar su devoción a Stalin, en tiempos en que el régimen ejecutaba purgas criminales en forma masiva, envuelto en la paranoia persecutoria. G. B. Shaw llegó a justificar los crímenes de Stalin, al aseverando: “Nuestra pregunta no es matar o no matar, sino cómo seleccionar las personas correctas a matar”. Es a este tipo de razonamientos estremecedores al que se referirá el gran cuentista Rodolfo Wilcock, con su ironía magistral, en La sinagoga de los iconoclastas: “Los utopistas no reparan en medios; con tal de hacer feliz al hombre están dispuestos a matarle, torturarle, incinerarle, exiliarle, esterilizarle, descuartizarle, lobotomizarle, electrocutarle, enviarle a la guerra, bombardearle, etcétera: depende del plan. Reconforta pensar que, incluso sin plan, los hombres están y siempre estarán dispuestos a matar, torturar, incinerar, exiliar, esterilizar, descuartizar, bombardear, etcétera”.
Saber leer y escribir, tener conocimientos de ciencias y artes, o incluso alcanzar las cumbres del pensamiento, no son antídotos para no caer en las más aberrantes conductas autoritarias. ¿Qué es lo se puede hacer, entonces? Educar, sí, educar en los valores democráticos, humanistas y liberales, vivir y convivir en el respeto a la libertad, la diversidad y el pluralismo. Y en esto deben contribuir familias, escuelas, instituciones, partidos políticos, denominaciones religiosas, medios de comunicación y sociedad civil. Aun así, el resultado no está garantizado.
Fuente: Infobae (Buenos Aires, Argentina)