Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

Artículos

Promoción de la Apertura Política en Cuba

15-06-2021

Stalin y San Isidro

(Clarín) Como extracto de una larga tradición de resistencia cultural desde abajo, el Movimiento San isidro planta el desafío en los dos ámbitos en los que el estalinismo original triunfó: en el de la destrucción del cuerpo de las víctimas y en el de la desaparición de su arte. En su pésima estrategia de comunicación, el Partido-estado legitima lo segundo, aun pretendiendo lo contrario.
Por Manuel Cuesta Morúa

Movimiento San Isidro

(Clarín) Una anécdota, quizá apócrifa, cuenta que uno de los lugartenientes de Josef Stalin se le acercó un día para mostrarle cierta preocupación por unas supuestas declaraciones públicas del Papa Pío XII respecto a la maldad intrínseca del régimen impuesto en la Unión Soviética, comandado a golpe de torturas y Gulags.

Se dice que, ante la insistencia de su ayudante, Stalin preguntó por los tanques y divisiones militares con los que contaba el Papa para respaldar sus comentarios. Como la respuesta evidente, a una pregunta eminentemente retórica, era la que todos sabemos: ninguno, el “hombre de acero” disipó, desde la misma pregunta, los presumibles temores de su correligionario, y con la calma fría de un personaje de las profundas estepas rusas. Su fuerte ejército era el más potente disuasor hacia afuera del terror totalitario con el que gobernaba hacia dentro.

Este es el punto: el terror totalitario es la máquina diseñada para el control de la sociedad sin tener que emplear los recursos tradicionales que los Estados han creado para defender el territorio. Stalin triunfó porque pudo desterrar a Alexander Solzhenitsin, y el estalinismo fue derrotado cuando tuvo que readmitir a Andrei Sajarov. Las armas no jugaron papel alguno en el trámite administrativo del terror. Lo que cierta izquierda no entiende porque no ve en Cuba el desfile mortífero de las dictaduras del Cono Sur.

Lo que el totalitarismo tiene claro es que debe destruir el disruptivo campo del espíritu, del símbolo y de las ideas si quiere continuar al mando. Los herederos de Stalin aprendieron que el costo de semejante pretensión no valía restaurar el experimento. Por eso Rusia, en su tradición euroasiática, retoma el autoritarismo de los zares, actualizado hoy con las guerras cibernéticas.

Joseph StalinStalin no desaparece. Hoy emigra a Cuba, digamos que reaparece. Y decide enfrentarse a San Isidro. Parecerá paradójico, pero la última etapa de los Castro es la de una evolución difusa hacia un modelo autoritario en el que las libertades cívicas, con muy alto costo para los activistas de derechos humanos, se empezaron a vivir con menos dramatismo en los espacios de la cultura, siempre que estos no se atrevieran a competir por la hegemonía sobre la cultura de masas: los festivales de música de Rotilla (nombre de una zona al este de La Habana) y de Hip Hop, y el de arte y poesía de Omni Zona Franca fueron destruidos porque demostraron su potencialidad y alcance como nuevos espacios públicos independientes para mucha, mucha gente.

Los espacios de pequeño formato, así como los encuentros cívicos de poca escala y sin demasiado ruido encontraron, sin embargo, cierto acomodo y un tipo tenso de coexistencia con el castrismo en despedida.

Pero el poscastrismo, que intenta el liderazgo tardío y sin ninguna posibilidad de éxito para el partido único, no se contenta con ser autoritario, retoma a Stalin. Casi a Lenin. La diferencia parece estar en que mientras los Castro se enfrentaron a la crisis del biopoder y a la medición de la Historia, el gobierno de Miguel Díaz-Canel se enfrenta a la crisis combinada de legitimidad y de liderazgo. Frente a esas dos crisis, la cultura es uno de los desafíos de más estatura.

El Movimiento San isidro está en el origen del gran problema de legitimidad del gobierno de Miguel Díaz-Canel, que es el doble problema de legitimidad del partido único como grupo de poder y del partido comunista como casa ideológica.

El actual gobierno se estrena en 2018 con un decreto para contener el movimiento cultural, el 349, y la cultura le responde con una robusta aparición desde todos sus márgenes: el de los expulsados de la cultura institucional y el de los expulsados de la sociedad totalizada. El Movimiento San Isidro es el resumen de eso. Su potencia simbólica proviene de ahí, de juntar el cuerpo social marginado ―que rezuma el coraje de la calle, del barrio―, con la mente creativa de artistas jóvenes y menos jóvenes, frente a los que el aparato cultural del partido comunista no puede enfrentarse ni en el plano estético, ni en el plano conceptual y mucho menos imaginativo.

La respuesta represiva del Partido-estado no ha hecho más que poner en evidencia y acelerar la fuerte migración de la cultura desde el Estado hacia la cultura desde la sociedad. La plataforma 27N, las expresiones más atrevidas del humor, el reencuentro o encuentro de músicos en las dos orillas ideológicas y físicas del conflicto, y la creación de un himno social, “Patria y Vida”, para destronar todos los himnos y lemas del Partido-estado confeccionados en las usinas del régimen cambian todo el paradigma que sirve de referencia a la sociedad cubana a partir de 2018.  

Como extracto de una larga tradición de resistencia cultural desde abajo, el Movimiento San isidro planta el desafío en los dos ámbitos en los que el estalinismo original triunfó: en el de la destrucción del cuerpo de las víctimas y en el de la desaparición de su arte. En su pésima estrategia de comunicación, el Partido-estado legitima lo segundo, aun pretendiendo lo contrario; y para salvaguardar su debilitada imagen, monta una operación sanitaria para devolver, sano y salvo, el cuerpo de Luis Manuel Otero Alcántara al lugar de donde nunca debió haber salido: a la calle.

Es de justicia poética que el estalinismo, en su nueva y mediocre edición, sea derrotado en San isidro. Aquel debería leer ese magnífico libro, Mimesis, del historiador de la cultura Erich Auerbach. Entenderán entonces el papel corrosivo y liberador de la cultura, cuando viene desde abajo.  

El Koba tropical debería entender los nuevos tiempos de Cuba.

Manuel Cuesta Morúa
Manuel Cuesta Morúa
Historiador, politólogo y ensayista. Portavoz del Partido Arco Progresista, Ha escrito numerosos ensayos y artículos, y publicado en varias revistas cubanas y extranjeras, además de participar en eventos nacionales e internacionales. En 2016 recibió el Premio Ion Ratiu que otorga el Woodrow Wilson Center.
 
 
 

 
Más de Manuel Cuesta Morúa
 
Más sobre el proyecto Promoción de la Apertura Política en Cuba
 
Ultimos videos