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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Rusia al ataque
(El País/España) La cruzada de los medios oficiales rusos forma parte de una estrategia mayor promovida por Moscú para proyectar su influencia política a nivel global. En ella el rol de los medios de comunicación es importante, pero no más que el de otras instituciones que actúan también coordinadas por el Estado.Por Juan Pablo Cardenal
(El País/España) La campaña de desinformación rusa durante los peores momentos de la crisis catalana debería ser motivo de reflexión para quienes, de forma un tanto complaciente, sostienen que la cadena de televisión RT o la agencia de noticias Sputnik, dos de los principales medios públicos de Rusia, son fuentes de información alternativas además de una contribución a la pluralidad. Sus mentiras y sus noticias groseramente manipuladas sobre Cataluña, así como la posterior amplificación de dichas falsedades en las redes, revelan la nocividad latente de esos medios, por mucha vocación internacional que exhiban y por mucho que emitan o publiquen en varios idiomas para una audiencia global.
Para el presidente ruso Vladimir Putin los medios de comunicación “se han convertido en un arma temible porque pueden manipular la conciencia social”, dijo en 2014 en el estreno de la emisión de RT a través de la plataforma pública de la televisión argentina. Es por esta razón que un objetivo primordial de los medios financiados por el Kremlin sea contrarrestar los –según Putin– “intentos de actores internacionales de establecer su monopolio de la verdad”. Ahora bien, mientras los medios oficiales de otros regímenes autoritarios, como el chino, tratan de neutralizar el discurso occidental más sutilmente, los rusos optan por una abierta beligerancia que aspira a socavar la credibilidad de las democracias occidentales. Todo ello con manipulaciones y mentiras de toda índole.
Mientras muchos medios occidentales atraviesan dificultades financieras, los rusos (como los chinos) manejan presupuestos millonarios para tener mayor alcance y proyección internacionales. Con el dinero que otros no tienen logran acuerdos para que su canal oficial emita en otros países, produzca contenidos periodísticos que ceden gratuitamente a terceros y pongan en marcha proyectos de cooperación. A su vez, las nuevas tecnologías y la globalización sirven en bandeja la viralización de sus noticias falsas. Aunque hay analistas que apuntan a la dificultad de atribuir la autoría de las campañas de intoxicación en las redes, los informes de inteligencia aseguran que esos actores suelen tener vínculos con los Estados y que muchos proceden de Rusia.
La irrupción mediática rusa, por tanto, no tiene nada que ver con enriquecer el debate, o aportar puntos del vista alternativos. Al contrario: la cobertura de la crisis catalana demostró que tiene como objetivo explotar las vulnerabilidades detectadas en las democracias. En realidad, la cruzada de los medios oficiales rusos forma parte de una estrategia mayor promovida por Moscú para proyectar su influencia política a nivel global. En ella el rol de los medios de comunicación es importante, pero no más que el de otras instituciones que actúan también coordinadas por el Estado. Entre ellas, la agencia federal encargada de promocionar la diplomacia pública, conocida como Rossotrudnichestvo, y distintas fundaciones y pseudo-ONG en apariencia ‘civiles’ pero vinculadas financieramente al Kremlin.
El gobierno de Putin dio un impulso a esa política en 2013, al entender que su autoridad en el llamado espacio post soviético estaba viéndose comprometida por la creciente influencia occidental en la región. Desde las sanciones impuestas por su intervención militar en Ucrania, Moscú proyecta esa política también en otras zonas del mundo como forma de equilibrar su relación con Estados Unidos y Europa, ya que Moscú considera que las “injerencias occidentales” en su frontera responden a la lógica de querer cercar y humillar a Rusia. Al tiempo, aspira a sellar nuevas alianzas, por ejemplo en América Latina, donde sus vínculos más estrechos han sido tradicionalmente con gobiernos de izquierda enemistados con EEUU.
Como demuestran las campañas de intoxicación mediáticas rusas y los ataques cibernéticos, no estamos exactamente ante una estrategia basada en una atracción benigna ni en la seducción del llamado poder blando. Rusia, como otros países, promociona su imagen internacional a través de su lengua, su cultura o la cooperación académica, pero también esgrime una serie de métodos más expeditivos para apuntalar su influencia: entre otros, el grifo del suministro energético, su pujanza económica, una diplomacia dura y, más recientemente, la propaganda y la desinformación. En conjunto, se trata de una estrategia con elementos de coerción destinada a impulsar y alcanzar los objetivos de su política exterior.
Tal como se refiere el informe Sharp Power: Rising Authoritarian Influence (Poder Incisivo: la creciente influencia autoritaria) sobre el poder blando ruso y chino en Polonia, Eslovaquia, Argentina y Perú, de reciente publicación, el “poder incisivo” del que Rusia hace gala lleva incorporada “la naturaleza maligna y agresiva” de los regímenes autoritarios. Es obligado, por tanto, que las democracias identifiquen esos riesgos y se defiendan de esa influencia negativa.
Juan Pablo Cardenal es periodista e investigador asociado del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL). Coautor del informe: Sharp Power: Rising Authoritarian Influence (National Endowment for Democracy, 2017).
Fuente: El País (Madrid, España)
Juan Pablo CardenalEditor de Análisis SínicoPeriodista y escritor. Entre 2003 y 2014 fue corresponsal en China de sendos diarios españoles, especializándose desde 2009 en la expansión internacional del gigante asiático. Desde entonces ha investigado dicho fenómeno en 40 países de 4 continentes al objeto de entender las consecuencias de las inversiones, infraestructuras y préstamos chinos en los países receptores. De dicha investigación han resultado tres libros, de los que es co-autor con otro periodista, entre ellos “La silenciosa conquista china” (Crítica, 2011) y “La imparable conquista china” (Crítica, 2015), traducidos a 12 idiomas. Desde 2016 ha dirigido proyectos de investigación para entender el poder blando chino y la estrategia de Pekín para ganar en influencia política en América Latina, lo que resultó en la publicación de varios informes. Ha impartido también conferencias en distintas instituciones internacionales y ha publicado capítulos sobre China en libros que abordan dichas temáticas, además de haber contribuido con sus análisis y artículos en El País, El Mundo, Clarín, The New York Times, Project Syndicate y el South China Morning Post, entre otros. Su última obra es “La Telaraña” (Ariel, 2020), que aborda la trama internacional de la crisis política en Cataluña.
(El País/España) La campaña de desinformación rusa durante los peores momentos de la crisis catalana debería ser motivo de reflexión para quienes, de forma un tanto complaciente, sostienen que la cadena de televisión RT o la agencia de noticias Sputnik, dos de los principales medios públicos de Rusia, son fuentes de información alternativas además de una contribución a la pluralidad. Sus mentiras y sus noticias groseramente manipuladas sobre Cataluña, así como la posterior amplificación de dichas falsedades en las redes, revelan la nocividad latente de esos medios, por mucha vocación internacional que exhiban y por mucho que emitan o publiquen en varios idiomas para una audiencia global.
Para el presidente ruso Vladimir Putin los medios de comunicación “se han convertido en un arma temible porque pueden manipular la conciencia social”, dijo en 2014 en el estreno de la emisión de RT a través de la plataforma pública de la televisión argentina. Es por esta razón que un objetivo primordial de los medios financiados por el Kremlin sea contrarrestar los –según Putin– “intentos de actores internacionales de establecer su monopolio de la verdad”. Ahora bien, mientras los medios oficiales de otros regímenes autoritarios, como el chino, tratan de neutralizar el discurso occidental más sutilmente, los rusos optan por una abierta beligerancia que aspira a socavar la credibilidad de las democracias occidentales. Todo ello con manipulaciones y mentiras de toda índole.
Mientras muchos medios occidentales atraviesan dificultades financieras, los rusos (como los chinos) manejan presupuestos millonarios para tener mayor alcance y proyección internacionales. Con el dinero que otros no tienen logran acuerdos para que su canal oficial emita en otros países, produzca contenidos periodísticos que ceden gratuitamente a terceros y pongan en marcha proyectos de cooperación. A su vez, las nuevas tecnologías y la globalización sirven en bandeja la viralización de sus noticias falsas. Aunque hay analistas que apuntan a la dificultad de atribuir la autoría de las campañas de intoxicación en las redes, los informes de inteligencia aseguran que esos actores suelen tener vínculos con los Estados y que muchos proceden de Rusia.
La irrupción mediática rusa, por tanto, no tiene nada que ver con enriquecer el debate, o aportar puntos del vista alternativos. Al contrario: la cobertura de la crisis catalana demostró que tiene como objetivo explotar las vulnerabilidades detectadas en las democracias. En realidad, la cruzada de los medios oficiales rusos forma parte de una estrategia mayor promovida por Moscú para proyectar su influencia política a nivel global. En ella el rol de los medios de comunicación es importante, pero no más que el de otras instituciones que actúan también coordinadas por el Estado. Entre ellas, la agencia federal encargada de promocionar la diplomacia pública, conocida como Rossotrudnichestvo, y distintas fundaciones y pseudo-ONG en apariencia ‘civiles’ pero vinculadas financieramente al Kremlin.
El gobierno de Putin dio un impulso a esa política en 2013, al entender que su autoridad en el llamado espacio post soviético estaba viéndose comprometida por la creciente influencia occidental en la región. Desde las sanciones impuestas por su intervención militar en Ucrania, Moscú proyecta esa política también en otras zonas del mundo como forma de equilibrar su relación con Estados Unidos y Europa, ya que Moscú considera que las “injerencias occidentales” en su frontera responden a la lógica de querer cercar y humillar a Rusia. Al tiempo, aspira a sellar nuevas alianzas, por ejemplo en América Latina, donde sus vínculos más estrechos han sido tradicionalmente con gobiernos de izquierda enemistados con EEUU.
Como demuestran las campañas de intoxicación mediáticas rusas y los ataques cibernéticos, no estamos exactamente ante una estrategia basada en una atracción benigna ni en la seducción del llamado poder blando. Rusia, como otros países, promociona su imagen internacional a través de su lengua, su cultura o la cooperación académica, pero también esgrime una serie de métodos más expeditivos para apuntalar su influencia: entre otros, el grifo del suministro energético, su pujanza económica, una diplomacia dura y, más recientemente, la propaganda y la desinformación. En conjunto, se trata de una estrategia con elementos de coerción destinada a impulsar y alcanzar los objetivos de su política exterior.
Tal como se refiere el informe Sharp Power: Rising Authoritarian Influence (Poder Incisivo: la creciente influencia autoritaria) sobre el poder blando ruso y chino en Polonia, Eslovaquia, Argentina y Perú, de reciente publicación, el “poder incisivo” del que Rusia hace gala lleva incorporada “la naturaleza maligna y agresiva” de los regímenes autoritarios. Es obligado, por tanto, que las democracias identifiquen esos riesgos y se defiendan de esa influencia negativa.
Juan Pablo Cardenal es periodista e investigador asociado del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL). Coautor del informe: Sharp Power: Rising Authoritarian Influence (National Endowment for Democracy, 2017).
Fuente: El País (Madrid, España)