Derechos Humanos y
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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos

28-11-2018

Recuerdos de tiempos oscuros se ciernen en Buenos Aires

Con su visita por el G-20, Rusia, China y Arabia Saudita nos traen a Buenos Aires historias de torturas y de persecución a las voces críticas. Cada uno de estos países sigue distintas culturas, pero en todos se repite la misma fórmula opresora: un gobierno omnipotente que está dispuesto a violar cualquier noción de derechos humanos.
Por CADAL

Del 30 de noviembre al 2 de diciembre se celebrará el G-20 en Buenos Aires y Argentina recibirá con los brazos abiertos a las delegaciones de algunas de las autocracias más feroces del mundo, como es el caso de Rusia, China y Arabia Saudita.

Cada uno de esos países sigue distintas culturas, pero en todos se repite la misma fórmula opresora: un gobierno omnipotente que está dispuesto a violar cualquier noción de derechos humanos con tal de no ver en peligro su permanencia en el poder.

Es así como cualquier crítica al régimen que puedan hacer los habitantes de los países en cuestión es acompañada de una ira estatal que con fortuna sólo conllevará la cárcel. Pero no siempre se tiene esa suerte.  Quien se atreva a cuestionar en público al relato oficial tiene muchas chances de ser torturado y hasta sentenciado a muerte, en los casos de Arabia Saudita y China, ante la acusación de ser un “terrorista” o “extremista”.

La razón que explica semejante abuso de autoridad es que, al haber un único detentador de poder, no se está sujeto a ningún tipo de control. La independencia del poder judicial es un simple sueño o, mejor dicho, una fachada para darle un aire republicano al régimen. En realidad, los jueces son solo una herramienta a disposición de las altas esferas del ejecutivo.

En los casos de China, Rusia y Arabia Saudita, también comparten una cruzada que las impulsa a sostener batallas contra sectores de su población que por momentos adquiere rasgos de limpieza étnica. En China, la minoría musulmana conocida como Vyghour es víctima de una maniobra para desarticular su propia identidad. Su religión y lenjuage están constantemente bajo ataque estatal y hasta existen centros de “Educación Patriótica” donde se busca separarlos de su cultura. Por el lado de Arabia Saudita, la minoría también musulmana chiita esta privada del acceso a la justicia o el empleo. Asimismo, aunque en menor intensidad que en China o Arabia Saudita, las trabas que sufren en Rusia los Testigos de Jehová para ejercer libremente su religión

Párrafo aparte para lo que pasa en el Tíbet, donde las denuncias de limpieza étnica se amontonan sin cesar a lo largo de los años. Según estimaciones del gobierno tibetano en el exilio, más de un millón y medio de personan han sido aniquiladas por el partido comunista chino.

En ninguno de los tres países las mujeres tienen una participación activa en la política. Es más, son sistemáticamente excluidas. En Arabia Saudita esto adquiere proporciones inimaginables y las mujeres son en todos los aspectos posibles ciudadanos de segunda, nada más que una propiedad de sus padres o esposos. Para tomar conciencia vale decir que recién en los últimos meses se les permitió conducir.

¿Y que decir de Arabia Saudita, ante el asesinato del periodista Jamal Khashoggi? El mundo fijó sus ojos en el joven príncipe Mohammed bin Salman como autor intelectual de este crimen. Como si fuera poco, Human Rights Watch solicitó a la Justicia argentina que en virtud de su paso por el G-20 le inicie a Salman una investigación por haber cometido crímenes de guerra durante el conflicto de Yemen. La posibilidad de darle impulso a esta causa penal ahora está en manos de un Fiscal Federal.

La situación en Turquía no es muy distinta a la de los países analizados aquí. Tras un golpe de estado fallido, el presidente Erdoğan no dudo en arrestar a cualquier disidente del régimen. Centenares de periodistas, activistas y profesores universitarios han sido arrestados y sometidos a juicios que de transparentes no tienen nada.

Con su visita por el G-20, Rusia, China y Arabia Saudita nos traen a Buenos Aires historias de torturas, de persecución a las voces críticas y de sometimiento sin miramientos del individuo a una autoridad estatal que no conoce de límites, que sólo le preocupa su permanencia en el poder. Como un viento fuerte que nos lleva a otros tiempos, nos recuerdan a las etapas más oscuras de nuestra historia nacional.

 
 
 

 
 
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