Artículos
Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Malditas fronteras
Por Raúl Ferro
Siempre tuve problemas con este asunto de las nacionalidades. Desde antes de nacer, literalmente. Cuando mi madre quedó embarazada, mis padres aun vivían en Buenos Aires pero decidieron emigrar cansados del gobierno militar de entonces. El destino original era Hamburgo, pero en el interín papá conoció a unos empresarios de la radiofonía peruana. Entre otras cosas, ellos necesitaban reemplazar en el servicio de prensa de Radio Panamericana de Lima a un joven periodista con ambiciones de escritor que había emigrado a París. Un tal Vargas Llosa. A mi padre, que no hablaba ni jota de alemán, le pareció mejor Lima que Hamburgo. Así pasé de germano a peruano en cinco minutos y un café, con la ayuda involuntaria de un eterno candidato a premio nobel de literatura. Y ni siquiera había nacido.
Todo bien conmigo. Al fin y al cabo, nunca tuve un interés especial en ser alemán. Con el transcurso del tiempo, la vida y la cortesía de varios gobiernos militares me llevaron a vivir en Costa Rica, Argentina, España, México y Chile.
Entre tanta mudanza y viaje, descubrí que la gente es mucho menos diferente de lo que se piensa. Así que peruano, alemán o argentino, da lo mismo. Pero como a los seres humanos nos gusta enredarnos, se han inventado los pasaportes y las visas. Y aquí sí que ser peruano marca una diferencia: nos piden visa hasta para tomar un autobús.
Además de incómodo, eso resulta muy frustrante dado mi dilema existencial con esto de las nacionalidades y la visión de mundo sin fronteras que tenemos en esta revista. Puede que gran parte de la culpa de todo esto sea de la propia Cancillería peruana, que no se ha tomado el trabajo de negociar tratados para eliminar las visas. Pero por mucha globalización, tratados de libre comercio y promesas de hermandad, la paranoia migratoria está en todas partes. ¿Sabía que si al llegar a Brasil uno marca en la tarjeta de desembarque que viaja por negocios y no tiene una visa de idem, pueden impedirle la entrada? Un policía me lo dejó muy claro hace unos años al llegar a Guarulhos.
Y aquí viene otra gran pregunta: ¿cuándo un viaje es propiamente de negocios? Si uno va a una reunión de la compañía para la que trabaja, por ejemplo, el viaje es ciertamente laboral, pero ¿es de negocios, según los filósofos de la migración? ¿Requerirá, por tanto, de una visa especial? Y aunque sea un viaje de negocios, ¿dónde está la tan cacareada globalización, la integración y el desarrollo a través del comercio y los deseos de paz y hermandad para la humanidad?
El tema no es menor. Este asunto de las visas puede ser tan contundente como un arancel. Wong Leng Hung, gerente general de un astillero que estaba trabajando con la brasileña Odebrecht, lo puso en blanco y negro cuando lo entrevisté en 1995 en sus oficinas del puerto de Singapur.
-Además de este proyecto, ¿hace negocios con América Latina? -le pregunté.
-No -dijo cortante-. Yo no hago negocios con países que me piden una visa.
Hemos logrado que el dinero circule por el planeta prácticamente sin límites casi a la velocidad de la luz. Las fronteras prácticamente no existen para muchos de nuestros productos y servicios. Pero si se trata de nosotros, pobres mortales, la globalización a veces no es tan global. Ahora que lo pienso, papá debió seguir hacia Hamburgo.
Raúl Ferro es Director de América Economía.
Este artículo fue originalmente publicado en la sección "Línea directa" de la edición de enero de 2004 de la Revista América Economía.
Raúl FerroConsejero ConsultivoAnalista de economía y negocios especializado en América Latina. Fue corresponsal en Sudamérica de distintos medios económicos de EE.UU. y el Reino Unido, director editorial de la revista AméricaEconomía y director de estudios de BNamericas. Es Director del Consejo Consultivo de CADAL.
Siempre tuve problemas con este asunto de las nacionalidades. Desde antes de nacer, literalmente. Cuando mi madre quedó embarazada, mis padres aun vivían en Buenos Aires pero decidieron emigrar cansados del gobierno militar de entonces. El destino original era Hamburgo, pero en el interín papá conoció a unos empresarios de la radiofonía peruana. Entre otras cosas, ellos necesitaban reemplazar en el servicio de prensa de Radio Panamericana de Lima a un joven periodista con ambiciones de escritor que había emigrado a París. Un tal Vargas Llosa. A mi padre, que no hablaba ni jota de alemán, le pareció mejor Lima que Hamburgo. Así pasé de germano a peruano en cinco minutos y un café, con la ayuda involuntaria de un eterno candidato a premio nobel de literatura. Y ni siquiera había nacido.
Todo bien conmigo. Al fin y al cabo, nunca tuve un interés especial en ser alemán. Con el transcurso del tiempo, la vida y la cortesía de varios gobiernos militares me llevaron a vivir en Costa Rica, Argentina, España, México y Chile.
Entre tanta mudanza y viaje, descubrí que la gente es mucho menos diferente de lo que se piensa. Así que peruano, alemán o argentino, da lo mismo. Pero como a los seres humanos nos gusta enredarnos, se han inventado los pasaportes y las visas. Y aquí sí que ser peruano marca una diferencia: nos piden visa hasta para tomar un autobús.
Además de incómodo, eso resulta muy frustrante dado mi dilema existencial con esto de las nacionalidades y la visión de mundo sin fronteras que tenemos en esta revista. Puede que gran parte de la culpa de todo esto sea de la propia Cancillería peruana, que no se ha tomado el trabajo de negociar tratados para eliminar las visas. Pero por mucha globalización, tratados de libre comercio y promesas de hermandad, la paranoia migratoria está en todas partes. ¿Sabía que si al llegar a Brasil uno marca en la tarjeta de desembarque que viaja por negocios y no tiene una visa de idem, pueden impedirle la entrada? Un policía me lo dejó muy claro hace unos años al llegar a Guarulhos.
Y aquí viene otra gran pregunta: ¿cuándo un viaje es propiamente de negocios? Si uno va a una reunión de la compañía para la que trabaja, por ejemplo, el viaje es ciertamente laboral, pero ¿es de negocios, según los filósofos de la migración? ¿Requerirá, por tanto, de una visa especial? Y aunque sea un viaje de negocios, ¿dónde está la tan cacareada globalización, la integración y el desarrollo a través del comercio y los deseos de paz y hermandad para la humanidad?
El tema no es menor. Este asunto de las visas puede ser tan contundente como un arancel. Wong Leng Hung, gerente general de un astillero que estaba trabajando con la brasileña Odebrecht, lo puso en blanco y negro cuando lo entrevisté en 1995 en sus oficinas del puerto de Singapur.
-Además de este proyecto, ¿hace negocios con América Latina? -le pregunté.
-No -dijo cortante-. Yo no hago negocios con países que me piden una visa.
Hemos logrado que el dinero circule por el planeta prácticamente sin límites casi a la velocidad de la luz. Las fronteras prácticamente no existen para muchos de nuestros productos y servicios. Pero si se trata de nosotros, pobres mortales, la globalización a veces no es tan global. Ahora que lo pienso, papá debió seguir hacia Hamburgo.
Raúl Ferro es Director de América Economía.
Este artículo fue originalmente publicado en la sección "Línea directa" de la edición de enero de 2004 de la Revista América Economía.