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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Guinea Ecuatorial: El miedo de un dictador
Pese a la seguridad que le da todo su poder y riqueza, el dictador Obiang le teme a algo que no termina de controlar: el arte. Durante los 39 años en el poder del dictador Obiang siempre hubo una constante: callar las voces críticas.Por CADAL
Como todo dictador, el presidente Teodoro Obiang teme de cualquier libre expresión que ponga en duda el relato oficial. A toda costa se pretende mantener el deplorable status quo, por el cual los ecuatoguineanos son oprimidos y marginados. Una pintura, una canción, o un relato que manifieste una opinión contraria, termina siendo censurado, y el autor castigado.
Es así que en el último informe de Freemuse dedicado al estado de la libertad artística en el mundo, Guinea Ecuatorial tiene un lugar tristemente destacado. Allí se señala que el modus operandi del régimen consiste en armar causas judiciales sin sustento, que permitan callar al artista con la cárcel.
El caso más emblemático ha sido el del caricaturista Ramón Esono, quien no tardó en estar en la mira del gobierno tras publicar “La Pesadilla de Obi”. Por ilustrar en su obra las atrocidades y mentiras del régimen, lo condenaron a pasar casi medio año en prisión. Como era de esperarse, durante ese lapso los medios de comunicación oficiales y las fuerzas de seguridad no pararon de hacerle muy dudosas acusaciones de falsificación de moneda. Al final, fue tan grande la mentira que tuvo que caer, y la fiscalía retiró los cargos por falta de pruebas.
Un efecto colateral de la estrategia del régimen para prohibir cualquier tipo de arte con un mensaje crítico, es el de la autocensura. Por decir un caso, las medidas contra Ramon terminan siendo ejemplificadoras. Con mucho sentido común, muy pocos artistas acaban estando dispuestos a poner en riesgo su libertad para transmitir sus ideas, ya que las consecuencias son claras y dolorosas.
Obiang impone un control tan riguroso a la vida artística de su país, que si se quiere dar a conocer las obras críticas entre la población, no queda otra opción más que emplear las mismas tácticas utilizadas en la España del siglo XVI para hacer circular el “Lazarillo de Tormes”. Amparados en una absoluta clandestinidad, los trabajos anónimos se van pasando entre personas de entera confianza, no vaya a ser que acabe en las manos equivocadas.
Durante los 39 años en el poder del dictador Obiang siempre hubo una constante: callar las voces críticas. Esto abarca todo ámbito de la vida, y por sobre todo al arte. Obiang sabe muy bien que el arte puede despertar ideas y sentimientos que rompan la hueca fachada que trata de imponer, es por eso que lo censura, es por eso que le tiene miedo.
Como todo dictador, el presidente Teodoro Obiang teme de cualquier libre expresión que ponga en duda el relato oficial. A toda costa se pretende mantener el deplorable status quo, por el cual los ecuatoguineanos son oprimidos y marginados. Una pintura, una canción, o un relato que manifieste una opinión contraria, termina siendo censurado, y el autor castigado.
Es así que en el último informe de Freemuse dedicado al estado de la libertad artística en el mundo, Guinea Ecuatorial tiene un lugar tristemente destacado. Allí se señala que el modus operandi del régimen consiste en armar causas judiciales sin sustento, que permitan callar al artista con la cárcel.
El caso más emblemático ha sido el del caricaturista Ramón Esono, quien no tardó en estar en la mira del gobierno tras publicar “La Pesadilla de Obi”. Por ilustrar en su obra las atrocidades y mentiras del régimen, lo condenaron a pasar casi medio año en prisión. Como era de esperarse, durante ese lapso los medios de comunicación oficiales y las fuerzas de seguridad no pararon de hacerle muy dudosas acusaciones de falsificación de moneda. Al final, fue tan grande la mentira que tuvo que caer, y la fiscalía retiró los cargos por falta de pruebas.
Un efecto colateral de la estrategia del régimen para prohibir cualquier tipo de arte con un mensaje crítico, es el de la autocensura. Por decir un caso, las medidas contra Ramon terminan siendo ejemplificadoras. Con mucho sentido común, muy pocos artistas acaban estando dispuestos a poner en riesgo su libertad para transmitir sus ideas, ya que las consecuencias son claras y dolorosas.
Obiang impone un control tan riguroso a la vida artística de su país, que si se quiere dar a conocer las obras críticas entre la población, no queda otra opción más que emplear las mismas tácticas utilizadas en la España del siglo XVI para hacer circular el “Lazarillo de Tormes”. Amparados en una absoluta clandestinidad, los trabajos anónimos se van pasando entre personas de entera confianza, no vaya a ser que acabe en las manos equivocadas.
Durante los 39 años en el poder del dictador Obiang siempre hubo una constante: callar las voces críticas. Esto abarca todo ámbito de la vida, y por sobre todo al arte. Obiang sabe muy bien que el arte puede despertar ideas y sentimientos que rompan la hueca fachada que trata de imponer, es por eso que lo censura, es por eso que le tiene miedo.