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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Negocios e intereses: los aliados que sostienen a Moscú
No todos los regímenes autoritarios o semi autoritarios son aliados de Moscú, pero todos los aliados de Moscú son regímenes autoritarios. Cuando en marzo la Asamblea General de Naciones Unidas votó condenar la invasión rusa a Ucrania, sólo cinco Estados se opusieron: Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea, Siria y la misma Rusia. En abril, el mismo organismo votó la suspensión de Rusia en el Consejo de Derechos Humanos y esta vez fueron 24 los países que apoyaron al Kremlin. Entre otros, se sumaron Cuba, China, Irán, Kazajistán, Nicaragua, Tayikistán, Uzbekistán y Vietnam. Y probablemente debiera incluirse también a Venezuela, cuyo derecho a voto se encuentra suspendido. Todos estos países están gobernados por dictaduras.Por Ignacio E. Hutin
Putin en la 70ª sesión de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York (2015). La invasión rusa a Ucrania ya ha superado los dos meses y no parece haber ninguna pronta salida, ni negociada ni bélica. El Kremlin no puede replegarse ahora, después de haber insistido tanto a sus propios ciudadanos y a través de los medios que responden directa o indirectamente al Estado ruso (es decir, a través de todos los medios rusos) en que Ucrania es un país nazi, una amenaza constante a la seguridad de Rusia. Pero Ucrania tampoco puede rendirse. Es difícil imaginar que Kiev se resigne y someta a las demandas de Moscú, especialmente en lo que respecta a la cesión de territorios que reclama su vecino: la península de Crimea, la región oriental del Donbass e incluso otras zonas de Ucrania que han sido atacadas en el sur del país, como las provincias de Zaporizhia, Jersón, Mikolaiv y Odessa. La guerra parece entonces condenada al estancamiento, a perdurar indefinidamente, por más de que ciertos Estados occidentales aporten armas y financiamiento a la resistencia ucraniana. Y es que, además de su poderío militar y su rol como gran proveedor de hidrocarburos, Rusia cuenta con algunos apoyos importantes. Incluso en la propia Unión Europea.
El principal aliado de Vladimir Putin en Europa es Bielorrusia y su líder Aleksandr Lukashenko, presidente desde 1994. Hasta agosto de 2020 había intentado alejarse de Moscú y mostrarse como una figura autónoma y poderosa, aun llegando a coquetear con miembros de la Unión Europea. Pero pocos creyeron en los resultados oficiales de las elecciones presidenciales de ese mes: 81% a favor del líder. Las protestas fueron multitudinarias, las mayores que se hubieran visto en la historia de Bielorrusia; y el Estado respondió con represión, con decenas de miles de detenciones y torturas a miles de ciudadanos. No bastaron los esfuerzos y sacrificios desde una sociedad civil movilizada como nunca antes para hacer caer al todopoderoso mandatario de Minsk. Aun así el régimen de Lukashenko sí resultó debilitado, tanto que debió solicitar la ayuda de Rusia. Desde entonces Bielorrusia es prácticamente un anexo del Kremlin, además del país menos democrático del continente y uno de los 20 menos democráticos del planeta.
Svetlana Tijanovskaya era un ama de casa sin experiencia política y su marido, un blogger que quiso ser candidato presidencial en 2020. Pero el régimen de Lukashenko nunca fue muy amistoso con la oposición democrática. La detención de Serguei Tijanovski empujó a su esposa a convertirse en un símbolo de cambio y en la cara más visible de las convocatorias previas a las elecciones. Pero, al igual que tantos otros, debió exiliarse.
Bielorrusia juega hoy un papel fundamental en el marco de la invasión rusa, no sólo por ser un gran aliado de Moscú, sino también por su ubicación geográfica: tiene fronteras con Ucrania a menos de 100 kilómetros de Kiev. Según Lukashenko, sus Fuerzas Armadas no participan formalmente de lo que Putin llama “operación especial”, pero Minsk ha prestado su territorio para el lanzamiento de misiles y como punto de partida para la invasión de tropas rusas en el norte de Ucrania. Su rol y responsabilidad en este contexto resulta innegable.
Desde Ámsterdam, Tijanovskaya dice que es importante separar al régimen de Lukashenko del pueblo bielorruso e insiste en que los ciudadanos, incluso los propios soldados, no apoyan la invasión. La ex candidata presidencial explica que sus compatriotas compartían con el ejército ucraniano imágenes de tropas y armamento ruso para que sus vecinos estuvieran preparados, pero que también se cometieron actos de sabotaje, por ejemplo en trenes que transportaban vehículos militares hacia Ucrania.
“Nuestros soldados no quieren pelear contra el pueblo ucraniano, no entienden por qué deben morir o matar por las ambiciones de dos dictadores. Creo que Lukashenko les ordenó luchar en Ucrania, pero ellos no quisieron. Lukashenko pensó que estaría junto a Putin del lado ganador, que la guerra terminaría rápidamente. Pero frente al coraje ucraniano, debió cambiar su retórica: ahora dice que Bielorrusia no participa de la invasión. Todos sabemos que es cómplice, que comparte la responsabilidad y que deberá afrontar las consecuencias de sus crímenes”, desarrolla Tijanovskaya.
Por otro lado, abril trajo dos buenas noticias para el Kremlin: las muy previsibles reelecciones de Víktor Orbán y Aleksandar Vučić en Hungría y Serbia respectivamente. Orbán asumió su cuarto mandato como Primer Ministro, cargo que ocupa desde 2010, después de vencer a una coalición opositora que unía a todo tipo de partidos: conservadores, liberales, socialdemócratas, de izquierda y de derecha, todos juntos para derrotar al oficialista Fidesz. Pero eso no bastó y el líder húngaro retuvo el poder con más del 50% de los votos, la victoria más holgada en los 32 años de elecciones libres en Hungría.
Hungría es, junto con Rumania, el país menos democrático de la Unión Europea, de acuerdo al Índice de Democracia que elabora anualmente el semanario británico The Economist. También tiene los peores índices del bloque continental en cuanto a derechos políticos y libertades civiles, según la ONG Freedom House, y la segunda menor libertad de prensa, según Reporteros sin Fronteras, detrás de Bulgaria. En un país en el que cada vez hay menos espacio para la oposición, el gobierno de Víktor Orbán tenía garantizada la victoria.
Orbán no es necesariamente un líder prorruso, pero sí lleva años intentando mostrarse como un nacionalista autónomo, aun dentro de la Unión Europea. Con esta idea en mente, ha cuestionado y criticado abiertamente muchas veces al bloque continental, especialmente en temáticas relacionadas a derechos de minorías sexuales. No resulta entonces llamativo su acercamiento a Moscú. De hecho, fue el primer líder de la UE en reunirse con Putin en el marco de la movilización de tropas rusas hacia las fronteras de Ucrania. Fue en febrero, apenas tres semanas antes del inicio de la invasión.
Por otro lado, Hungría rechazó las sanciones comerciales europeas al sector energético ruso y anunció que, si Moscú así lo solicitaba, pagaría sus importaciones de gas en rublos, algo a lo que Bruselas, sede de la UE, se opone. Además, desde Budapest no sólo se negaron a aportar armas a Ucrania, sino también a permitir el paso de armamento letal de la OTAN por su territorio.
Orbán habla de mantener la neutralidad, o al menos eso es lo que propuso a sus electores. Según la retórica de Fidesz, apoyar a Ucrania implicaría involucrarse en una guerra y poner en riesgo a toda la Unión Europea. Hungría importa de Rusia 85% del gas y el 60% del petróleo que utiliza, y la posibilidad de seguir recibiendo hidrocarburos a bajo costo pesa mucho más que el ayudar a un país vecino en el marco de una invasión.
Serbia, por su parte, no forma parte de la UE, pero es el principal aliado de Rusia en los Balcanes, el único país de la región que no es miembro de la OTAN ni candidato a incorporarse a la alianza noratlántica. El Partido Progresista Serbio (SNS) de Vučić tiene la presidencia desde 2012 y el gobierno desde 2016. Como país eslavo y cristiano ortodoxo, Serbia mantiene una relación muy cercana con Moscú, aun siendo candidato a sumarse a la Unión Europea. Tanto es así que en las calles de Belgrado ha habido importantes convocatorias en apoyo a la invasión rusa.
Vučić anunció que no respondería al pedido de Bruselas de endurecer las sanciones comerciales sobre Rusia. “Tenemos una especie de protección de Rusia ¿Qué pretenden los países occidentales? ¿Que dejemos de lado todos nuestros intereses nacionales porque alguien más necesita algo para sí mismo?”, dijo el presidente balcánico y sumó una declaración que parece ir en sintonía con la supuesta neutralidad húngara: “No hemos impuesto sanciones contra nadie porque no creemos que las sanciones cambien nada. Pueden presionarnos y forzarnos, pero esta es nuestra posición. La gente habla de elegir bando. Y no. Nosotros tenemos nuestro propio bando: los intereses de Serbia.”
Revisar los índices de Serbia en cuanto a democracia y libertades civiles arrojaría resultados muy similares a los de Hungría. Pero quizás eso significaría caer en el error de suponer que los únicos países con regímenes autoritarios son aquellos cercanos a Putin. E implicaría olvidarse de Polonia, Bulgaria o Eslovenia, dentro de la UE, o de Albania y Turquía, dentro de la OTAN, o incluso de la misma Ucrania. Ninguno de estos países es aliado de Moscú y sin embargo todos ellos tienen índices muy bajos de respeto a libertades individuales. Tal vez una conclusión más certera sería entonces que no todos los regímenes autoritarios o semi autoritarios son aliados de Moscú, pero todos los aliados de Moscú son regímenes autoritarios.
Cuando en marzo la Asamblea General de Naciones Unidas votó condenar la invasión rusa a Ucrania, sólo cinco Estados se opusieron: Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea, Siria y la misma Rusia. En abril, el mismo organismo votó la suspensión de Rusia en el Consejo de Derechos Humanos y esta vez fueron 24 los países que apoyaron al Kremlin. Entre otros, se sumaron Cuba, China, Irán, Kazajistán, Nicaragua, Tayikistán, Uzbekistán y Vietnam. Y probablemente debiera incluirse también a Venezuela, cuyo derecho a voto se encuentra suspendido. Todos estos países están gobernados por dictaduras.
Franak Viačorka, asesor político de Tijanovskaya, comentó en Ámsterdam que los lazos europeos con Moscú están basados en el miedo y en los intereses. Pero opinó que ese miedo se está disipando ahora que Ucrania, un país mucho más débil que Rusia en términos militares, muestra una resistencia muy importante. “Ucrania ha reventado la burbuja y Rusia ya no parece invencible. Ahora es una muy buena oportunidad para países como Bielorrusia, Georgia, Ucrania, Moldavia o Armenia”, dijo y sugirió dejar de gobernar en base a intereses para construir políticas sobre valores comunes: “debemos buscar a las personas con las que compartimos los valores de respeto a la dignidad humana, a los derechos humanos, a las libertades individuales”.
Quizás ese sea un camino a seguir, con la unidad europea como única forma de forzar un repliegue ruso. Pero mientras incluso Alemania, y no sólo Hungría, Serbia o Bielorrusia, privilegien el gas barato por sobre la vida de seres humanos, esta guerra parece condenada a continuar por demasiado tiempo.
Ignacio E. HutinConsejero ConsultivoMagíster en Relaciones Internacionales (USAL, 2021), Licenciado en Periodismo (USAL, 2014) y especializado en Liderazgo en Emergencias Humanitarias (UNDEF, 2019). Es especialista en Europa Oriental, Eurasia post soviética y Balcanes y fotógrafo (ARGRA, 2009). Becado por el Estado finlandés para la realización de estudios relativos al Ártico en la Universidad de Laponia (2012). Es autor de los libros Saturno (2009), Deconstrucción: Crónicas y reflexiones desde la Europa Oriental poscomunista (2018), Ucrania/Donbass: una renovada guerra fría (2021) y Ucrania: crónica desde el frente (2021).
La invasión rusa a Ucrania ya ha superado los dos meses y no parece haber ninguna pronta salida, ni negociada ni bélica. El Kremlin no puede replegarse ahora, después de haber insistido tanto a sus propios ciudadanos y a través de los medios que responden directa o indirectamente al Estado ruso (es decir, a través de todos los medios rusos) en que Ucrania es un país nazi, una amenaza constante a la seguridad de Rusia. Pero Ucrania tampoco puede rendirse. Es difícil imaginar que Kiev se resigne y someta a las demandas de Moscú, especialmente en lo que respecta a la cesión de territorios que reclama su vecino: la península de Crimea, la región oriental del Donbass e incluso otras zonas de Ucrania que han sido atacadas en el sur del país, como las provincias de Zaporizhia, Jersón, Mikolaiv y Odessa. La guerra parece entonces condenada al estancamiento, a perdurar indefinidamente, por más de que ciertos Estados occidentales aporten armas y financiamiento a la resistencia ucraniana. Y es que, además de su poderío militar y su rol como gran proveedor de hidrocarburos, Rusia cuenta con algunos apoyos importantes. Incluso en la propia Unión Europea.
El principal aliado de Vladimir Putin en Europa es Bielorrusia y su líder Aleksandr Lukashenko, presidente desde 1994. Hasta agosto de 2020 había intentado alejarse de Moscú y mostrarse como una figura autónoma y poderosa, aun llegando a coquetear con miembros de la Unión Europea. Pero pocos creyeron en los resultados oficiales de las elecciones presidenciales de ese mes: 81% a favor del líder. Las protestas fueron multitudinarias, las mayores que se hubieran visto en la historia de Bielorrusia; y el Estado respondió con represión, con decenas de miles de detenciones y torturas a miles de ciudadanos. No bastaron los esfuerzos y sacrificios desde una sociedad civil movilizada como nunca antes para hacer caer al todopoderoso mandatario de Minsk. Aun así el régimen de Lukashenko sí resultó debilitado, tanto que debió solicitar la ayuda de Rusia. Desde entonces Bielorrusia es prácticamente un anexo del Kremlin, además del país menos democrático del continente y uno de los 20 menos democráticos del planeta.
Svetlana Tijanovskaya era un ama de casa sin experiencia política y su marido, un blogger que quiso ser candidato presidencial en 2020. Pero el régimen de Lukashenko nunca fue muy amistoso con la oposición democrática. La detención de Serguei Tijanovski empujó a su esposa a convertirse en un símbolo de cambio y en la cara más visible de las convocatorias previas a las elecciones. Pero, al igual que tantos otros, debió exiliarse.
Bielorrusia juega hoy un papel fundamental en el marco de la invasión rusa, no sólo por ser un gran aliado de Moscú, sino también por su ubicación geográfica: tiene fronteras con Ucrania a menos de 100 kilómetros de Kiev. Según Lukashenko, sus Fuerzas Armadas no participan formalmente de lo que Putin llama “operación especial”, pero Minsk ha prestado su territorio para el lanzamiento de misiles y como punto de partida para la invasión de tropas rusas en el norte de Ucrania. Su rol y responsabilidad en este contexto resulta innegable.
Desde Ámsterdam, Tijanovskaya dice que es importante separar al régimen de Lukashenko del pueblo bielorruso e insiste en que los ciudadanos, incluso los propios soldados, no apoyan la invasión. La ex candidata presidencial explica que sus compatriotas compartían con el ejército ucraniano imágenes de tropas y armamento ruso para que sus vecinos estuvieran preparados, pero que también se cometieron actos de sabotaje, por ejemplo en trenes que transportaban vehículos militares hacia Ucrania.
“Nuestros soldados no quieren pelear contra el pueblo ucraniano, no entienden por qué deben morir o matar por las ambiciones de dos dictadores. Creo que Lukashenko les ordenó luchar en Ucrania, pero ellos no quisieron. Lukashenko pensó que estaría junto a Putin del lado ganador, que la guerra terminaría rápidamente. Pero frente al coraje ucraniano, debió cambiar su retórica: ahora dice que Bielorrusia no participa de la invasión. Todos sabemos que es cómplice, que comparte la responsabilidad y que deberá afrontar las consecuencias de sus crímenes”, desarrolla Tijanovskaya.
Por otro lado, abril trajo dos buenas noticias para el Kremlin: las muy previsibles reelecciones de Víktor Orbán y Aleksandar Vučić en Hungría y Serbia respectivamente. Orbán asumió su cuarto mandato como Primer Ministro, cargo que ocupa desde 2010, después de vencer a una coalición opositora que unía a todo tipo de partidos: conservadores, liberales, socialdemócratas, de izquierda y de derecha, todos juntos para derrotar al oficialista Fidesz. Pero eso no bastó y el líder húngaro retuvo el poder con más del 50% de los votos, la victoria más holgada en los 32 años de elecciones libres en Hungría.
Hungría es, junto con Rumania, el país menos democrático de la Unión Europea, de acuerdo al Índice de Democracia que elabora anualmente el semanario británico The Economist. También tiene los peores índices del bloque continental en cuanto a derechos políticos y libertades civiles, según la ONG Freedom House, y la segunda menor libertad de prensa, según Reporteros sin Fronteras, detrás de Bulgaria. En un país en el que cada vez hay menos espacio para la oposición, el gobierno de Víktor Orbán tenía garantizada la victoria.
Orbán no es necesariamente un líder prorruso, pero sí lleva años intentando mostrarse como un nacionalista autónomo, aun dentro de la Unión Europea. Con esta idea en mente, ha cuestionado y criticado abiertamente muchas veces al bloque continental, especialmente en temáticas relacionadas a derechos de minorías sexuales. No resulta entonces llamativo su acercamiento a Moscú. De hecho, fue el primer líder de la UE en reunirse con Putin en el marco de la movilización de tropas rusas hacia las fronteras de Ucrania. Fue en febrero, apenas tres semanas antes del inicio de la invasión.
Por otro lado, Hungría rechazó las sanciones comerciales europeas al sector energético ruso y anunció que, si Moscú así lo solicitaba, pagaría sus importaciones de gas en rublos, algo a lo que Bruselas, sede de la UE, se opone. Además, desde Budapest no sólo se negaron a aportar armas a Ucrania, sino también a permitir el paso de armamento letal de la OTAN por su territorio.
Orbán habla de mantener la neutralidad, o al menos eso es lo que propuso a sus electores. Según la retórica de Fidesz, apoyar a Ucrania implicaría involucrarse en una guerra y poner en riesgo a toda la Unión Europea. Hungría importa de Rusia 85% del gas y el 60% del petróleo que utiliza, y la posibilidad de seguir recibiendo hidrocarburos a bajo costo pesa mucho más que el ayudar a un país vecino en el marco de una invasión.
Serbia, por su parte, no forma parte de la UE, pero es el principal aliado de Rusia en los Balcanes, el único país de la región que no es miembro de la OTAN ni candidato a incorporarse a la alianza noratlántica. El Partido Progresista Serbio (SNS) de Vučić tiene la presidencia desde 2012 y el gobierno desde 2016. Como país eslavo y cristiano ortodoxo, Serbia mantiene una relación muy cercana con Moscú, aun siendo candidato a sumarse a la Unión Europea. Tanto es así que en las calles de Belgrado ha habido importantes convocatorias en apoyo a la invasión rusa.
Vučić anunció que no respondería al pedido de Bruselas de endurecer las sanciones comerciales sobre Rusia. “Tenemos una especie de protección de Rusia ¿Qué pretenden los países occidentales? ¿Que dejemos de lado todos nuestros intereses nacionales porque alguien más necesita algo para sí mismo?”, dijo el presidente balcánico y sumó una declaración que parece ir en sintonía con la supuesta neutralidad húngara: “No hemos impuesto sanciones contra nadie porque no creemos que las sanciones cambien nada. Pueden presionarnos y forzarnos, pero esta es nuestra posición. La gente habla de elegir bando. Y no. Nosotros tenemos nuestro propio bando: los intereses de Serbia.”
Revisar los índices de Serbia en cuanto a democracia y libertades civiles arrojaría resultados muy similares a los de Hungría. Pero quizás eso significaría caer en el error de suponer que los únicos países con regímenes autoritarios son aquellos cercanos a Putin. E implicaría olvidarse de Polonia, Bulgaria o Eslovenia, dentro de la UE, o de Albania y Turquía, dentro de la OTAN, o incluso de la misma Ucrania. Ninguno de estos países es aliado de Moscú y sin embargo todos ellos tienen índices muy bajos de respeto a libertades individuales. Tal vez una conclusión más certera sería entonces que no todos los regímenes autoritarios o semi autoritarios son aliados de Moscú, pero todos los aliados de Moscú son regímenes autoritarios.
Cuando en marzo la Asamblea General de Naciones Unidas votó condenar la invasión rusa a Ucrania, sólo cinco Estados se opusieron: Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea, Siria y la misma Rusia. En abril, el mismo organismo votó la suspensión de Rusia en el Consejo de Derechos Humanos y esta vez fueron 24 los países que apoyaron al Kremlin. Entre otros, se sumaron Cuba, China, Irán, Kazajistán, Nicaragua, Tayikistán, Uzbekistán y Vietnam. Y probablemente debiera incluirse también a Venezuela, cuyo derecho a voto se encuentra suspendido. Todos estos países están gobernados por dictaduras.
Franak Viačorka, asesor político de Tijanovskaya, comentó en Ámsterdam que los lazos europeos con Moscú están basados en el miedo y en los intereses. Pero opinó que ese miedo se está disipando ahora que Ucrania, un país mucho más débil que Rusia en términos militares, muestra una resistencia muy importante. “Ucrania ha reventado la burbuja y Rusia ya no parece invencible. Ahora es una muy buena oportunidad para países como Bielorrusia, Georgia, Ucrania, Moldavia o Armenia”, dijo y sugirió dejar de gobernar en base a intereses para construir políticas sobre valores comunes: “debemos buscar a las personas con las que compartimos los valores de respeto a la dignidad humana, a los derechos humanos, a las libertades individuales”.
Quizás ese sea un camino a seguir, con la unidad europea como única forma de forzar un repliegue ruso. Pero mientras incluso Alemania, y no sólo Hungría, Serbia o Bielorrusia, privilegien el gas barato por sobre la vida de seres humanos, esta guerra parece condenada a continuar por demasiado tiempo.