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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos

23-03-2022

El difícil escenario para Ucrania, a un mes de la invasión rusa

De nada sirvió que la Corte Internacional de Justicia ordenara la suspensión inmediata de las operaciones rusas. Tampoco que 141 de los 193 miembros de las Naciones Unidas hayan condenado la agresión a Ucrania en la Asamblea General o que Rusia haya encontrado el aval explícito de tan sólo 4 países, todos ellos, entre los menos democráticos del planeta: Corea del Norte, Siria, Eritrea y Bielorrusia. Mucho menos alcanza que la Corte Penal Internacional investigue crímenes de guerra cometidos por Rusia en Ucrania y denunciados por, entre otros, Amnistía Internacional. Ningún esfuerzo es suficiente para siquiera alcanzar un cese al fuego. La invasión avanza y no parece haber política comercial o diplomacia que la detenga.
Por Ignacio E. Hutin

El 24 de febrero, cerca de las 6 de la mañana de Moscú, el presidente ruso Vladimir Putin anunció el inicio de una “operación especial” en Ucrania, con el objetivo de “desmilitarizar” y “desnazificar” al país vecino. Eufemismo para no hablar de invasión, de guerra, del viaje al pasado que significa un ataque interestatal que parece robado de la Guerra Fría. Rusia usó decenas de argumentos para justificarse, habló de expansión de la OTAN a países cercanos a su frontera, de la amenaza que esto significaba. También del golpe de estado de 2014 en Kiev, de grupos neonazis en el poder, de un genocidio en marcha contra población rusoparlante, o del incumplimiento por parte de Ucrania de los Acuerdos de Minsk, firmados en 2014 y 2015 para terminar con la guerra en el Donbass, en el oriente ucraniano. Muchos de estos argumentos tenían cierta base, podían al menos debatirse, pero hoy no hay debate ni conjeturas ni supuestos. Rusia invadió un país vecino deslegitimando, no sólo su integridad territorial, su soberanía y su independencia, sino la propia existencia de Ucrania.

¿De qué sirve debatir ahora mismo si hubo o no un golpe de estado contra el presidente Víktor Yanukovich en 2014 si de todas formas el ex mandatario huyó del país y nunca regresó? ¿Tiene sentido verificar cuánto poder real ostentan los grupos de ultraderecha en Ucrania hoy que, entre todos, apenas suman una sola banca de las 450 del Parlamento? Antes de la invasión Ucrania estaba muy lejos de ser un paraíso democrático, de apertura y libertad de prensa, muy lejos de ser un país impoluto, sin corrupción ni violencia y con gran desarrollo económico. Claro que tenía problemas internos, algunos más graves que otros. De hecho el apoyo al presidente Volidimir Zelensky había caído hasta casi 20% en 2021. Pero poco importan a esta altura los problemas internos que, en todo caso, son cuestiones con las que debía (y deberá) lidiar el propio pueblo ucraniano. Hoy el escenario es completamente distinto y la invasión rusa parece haber unificado al país detrás del presidente y detrás de una idea clara: resistencia a toda costa. Si Putin esperaba un pueblo vecino que le abriera las puertas, que creyera en su discurso de golpe de estado y genocidio avalado por el Estado ucraniano, eso no pasó. Más bien sucedió todo lo contrario. Si Rusia se preocupaba por la expansión de la OTAN, ¿cómo decirle ahora, en medio de una invasión, a un ucraniano (o a un georgiano o a un moldavo) que no necesita incorporarse a la alianza noratlántica para garantizar su seguridad?

Hacia 2010, año de la asunción de Yanukovich, casi el 90% de los ucranianos tenían una imagen buena a muy buena de Rusia. Pero la anexión de Crimea y el inicio de la guerra en la región del Donbass en 2014 fue un quiebre. Para el año siguiente apenas poco más del 25% veía con buenos ojos al gigantesco vecino del este, según datos del Instituto Internacional de Sociología de Kiev. La victoria de Zelensky en 2019 marcó un nuevo pico que superó el 50%, pero eso también se ha perdido.

Algo muy similar ocurre con la incorporación de Ucrania a la OTAN: el apoyo a esta posibilidad creció notablemente desde el 13% en 2012 a más del 60% en febrero pasado, poco antes de iniciada la invasión rusa. En otras palabras, Rusia no está ganando la confianza de los ucranianos. Más bien todo lo contrario.

Cerca de 10 millones de ucranianos, alrededor de un cuarto de la población, han abandonado su hogar por la guerra. Casi 4 millones se han ido del país, la mitad de ellos, a Polonia, que parece ser un destino seguro porque es miembro de la OTAN y de la Unión Europea. Ciudades como Mariupol han sido prácticamente convertidas en escombros. Su teatro de artes dramáticas, centro neurálgico de la ciudad portuaria, fue bombardeado aunque hubiera refugiados allí. El gobierno ruso dice que había soldados escondidos.

Y es que Rusia sostiene que su invasión, su “operación especial”, tiene por objetivo desmilitarizar a Ucrania y que, por lo tanto, no apunta a objetivos civiles. Ante la abrumadora cantidad de pruebas de ataques rusos a edificios residenciales, hospitales, escuelas o centros comerciales, Moscú responde una y otra vez que allí se escondían soldados o armamento. Esa posibilidad no tiene por qué ser descabellada, pero si Rusia no hubiera invadido y atacado ciudades, Ucrania no tendría por qué guardar arsenal en zonas civiles. En el marco de una invasión a tal escala y que afecta predominantemente a zonas urbanas, es lógico que se acopie material bélico en donde sea posible, aún dentro de las mismas zonas urbanas. Claramente no es lo ideal, pero ocurre en una situación de emergencia y Ucrania debe protegerse de alguna forma.

El difícil escenario para Ucrania, a un mes de la invasión rusa

Zelensky no ha abandonado la capital, al menos no oficialmente. Gracias a eso y a un discurso claro y frontal, ha logrado posicionarse en el rol de líder de la resistencia y su popularidad creció exponencialmente hasta superar el 90%. Insiste en que no se rendirá, que no cederá territorio a Rusia ni a las repúblicas autoproclamadas del Donbass. En las últimas semanas ha reclamado que la OTAN se involucre en la guerra, en principio para garantizar un cierre al espacio aéreo de Ucrania que evitaría bombardeos rusos. Pero la alianza noratlántica no está dispuesta a enfrentarse abiertamente a Rusia. Claro, Moscú cuenta con más de seis mil ojivas nucleares, el mayor arsenal del planeta, y una guerra con la OTAN, la alianza militar más importante hoy en día, sería catastrófica. En principio sería terrible para la propia Ucrania, pero también para el resto del continente europeo y probablemente para todo el mundo. ¿Cómo detener la invasión entonces?

Muchas empresas occidentales han cesado sus operaciones en Rusia y las duras sanciones comerciales se hacen sentir, afectan visiblemente la vida diaria local. Pero no han bastado para que, a un mes de iniciada la invasión a Ucrania, Putin dé el brazo a torcer. Incluso el Kremlin insiste en que aún no ha alcanzado sus metas y que su “operación especial” marcha de acuerdo al plan, que no ha sido ralentizada ni mucho menos repelida. De nada sirvió que la Corte Internacional de Justicia ordenara la suspensión inmediata de las operaciones rusas. Tampoco que 141 de los 193 miembros de las Naciones Unidas hayan condenado la agresión a Ucrania en la Asamblea General o que Rusia haya encontrado el aval explícito de tan sólo 4 países, todos ellos, entre los menos democráticos del planeta: Corea del Norte, Siria, Eritrea y Bielorrusia. Mucho menos alcanza que la Corte Penal Internacional investigue crímenes de guerra cometidos por Rusia en Ucrania y denunciados por, entre otros, Amnistía Internacional. Ningún esfuerzo es suficiente para siquiera alcanzar un cese al fuego. La invasión avanza y no parece haber política comercial o diplomacia que la detenga.

Las políticas represivas al interior de Rusia significan que el apoyo al presidente no sólo no ha menguado, sino que ha aumentado. Casi 70% de los rusos apoyan la “operación especial” en Ucrania. Eso no significa que apoyen la guerra o la invasión simplemente porque esas palabras están prohibidas. Cualquier periodista o medio que las utilice puede sufrir una condena de hasta 15 años de prisión. Es difícil que aparezcan cuestionamientos generalizados en un país en donde prácticamente no existen voces críticas. De la misma forma, las sanciones pueden afectar el día a día de los rusos, pero no parecen cambiar la opinión global de una sociedad civil apaciguada, reprimida, más habituada al silencio que a manifestaciones que cuestionen las decisiones del poder. Es muy lejana la posibilidad de una revuelta popular que lleve a un cambio de régimen en Moscú.

A esto se le suma que Putin utiliza un discurso cada vez más agresivo y maniqueo que apunta a dividir a la sociedad entre “patriotas”, aquellos que apoyan la invasión, y “traidores y escoria”, aquellos que, en palabras del propio presidente ruso, “ganan su dinero en Rusia, pero viven en occidente. Viven, no en el sentido geográfico, sino en el sentido de su pensamiento, su pensamiento servil”.

La división de la sociedad entre amigos y enemigos, buenos y malos, patriotas y traidores, es una estrategia muy básica, pero realmente efectiva en este tipo de contextos. Realmente no es algo nuevo ni exclusivo de la Rusia de Putin. De hecho la Unión Soviética explotó este recurso a lo largo de toda su existencia. Y no es casual que Moscú hoy hable de enfrentar al nazismo, que recupere el discurso y el simbolismo de lo que la URSS llamó Gran Guerra Patria, es decir el triunfo sobre la Alemania de Hitler. Al fin y al cabo los monumentos y homenajes a aquella victoria ya existen en toda Rusia y en otras ex repúblicas soviéticas.

Putin hizo dos apuestas a comienzos de la invasión: por un lado, que el arsenal nuclear ruso bastaría para disuadir a la OTAN de involucrarse abiertamente en el conflicto. Y, por el otro, que ante las previsibles y tan anunciadas sanciones comerciales sobre Rusia, China funcionaría como una suerte de red de seguridad. Casi puede adivinarse el diálogo entre Xi Jinping y Putin en Beijing el 4 de febrero, en las vísperas de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno. Difícil creer que se trató de una casualidad, pero el lunes 21, apenas un día después de concluido el festival deportivo en la capital china, Rusia reconoció la independencia de Donetsk y Lugansk, dos repúblicas autoproclamadas en el este de Ucrania. Como si el precio del eventual apoyo comercial chino a Rusia fuera esperar a que terminaran los Juegos. La invasión comenzó esa misma semana.

Mientras los resultados de estas dos apuestas se mantengan, es difícil prever un escenario en el que Rusia decline su afán de destruir y subyugar a un país vecino. Por más sanciones y apoyo simbólico que ofrezcan otros.

Ignacio E. Hutin
Ignacio E. Hutin
Consejero Consultivo
Magíster en Relaciones Internacionales (USAL, 2021), Licenciado en Periodismo (USAL, 2014) y especializado en Liderazgo en Emergencias Humanitarias (UNDEF, 2019). Es especialista en Europa Oriental, Eurasia post soviética y Balcanes y fotógrafo (ARGRA, 2009). Becado por el Estado finlandés para la realización de estudios relativos al Ártico en la Universidad de Laponia (2012). Es autor de los libros Saturno (2009), Deconstrucción: Crónicas y reflexiones desde la Europa Oriental poscomunista (2018), Ucrania/Donbass: una renovada guerra fría (2021) y Ucrania: crónica desde el frente (2021).
 
 
 

 
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